De pie frente a la ventana, Yukawa contemplaba el exterior en silencio. Un halo de soledad y dolor flotaba a su espalda. Podría interpretarse como una consecuencia de la conmoción sufrida al saber que, efectivamente, el autor del crimen era su antiguo amigo, pero a Kusanagi le pareció que la emoción que en ese momento le dominaba era otra.
—Y bien… —dijo por fin en tono grave—. ¿Tú crees a Ishigami? ¿Crees que lo que ha declarado es cierto?
—Como policía, no tengo razones para dudar —respondió Kusanagi—. A raíz de su declaración, hemos podido corroborar muchos detalles y desde muy diversos ángulos. Sin ir más lejos, hoy mismo he ido a indagar en las inmediaciones de su apartamento, donde hay un teléfono público. Según él, todas las noches llamaba a Yasuko desde ese teléfono. Además, hay por allí un bazar cuyo dueño nos ha contado que veía a menudo a un tipo que se parecía a Ishigami. Dice que le llamó la atención precisamente porque en la actualidad no hay mucha gente que use ya los teléfonos públicos; sin embargo, a él lo vio llamar en numerosas ocasiones.
Yukawa se volvió lentamente hacia el policía.
—Déjate de ambigüedades. A mí no me vengas con lo que piensas «como policía». Lo que te he preguntado es simplemente si lo crees o no. El curso de las investigaciones y todo eso me trae sin cuidado.
Kusanagi asintió y soltó un suspiro.
—Para ser franco, no termina de convencerme. Su relato no tiene contradicciones. Es coherente. Pero, no sé por qué, algo no me cuadra. Por decirlo de un modo sencillo, me parece increíble que un tipo como ése hiciera algo así. He intentado explicárselo al jefe, pero no me ha hecho ni caso.
—Lógico. Ahora que tienen entre rejas al autor confeso del crimen, ¿qué más van a querer oír los jefazos de la policía?
—La cosa sería distinta si al menos hubiera algún aspecto claramente dudoso, aunque sólo fuera uno. Pero es que no hay ni uno. Todo encaja a la perfección. Por ejemplo, en cuanto al hecho de que no hubiera borrado las huellas de la bicicleta, declaró que ni siquiera sabía que la víctima había ido hasta el lugar del crimen montado en ella, lo cual tampoco tiene nada de extraño. Todos los hechos no hacen sino corroborar la veracidad de la declaración de Ishigami. Así las cosas, comprenderás que, diga yo lo que diga, resulta imposible que la investigación vuelva al punto de partida.
—En otras palabras: convencido no estás, pero te vas a dejar llevar por la corriente y permitir que todo concluya con Ishigami como autor del crimen.
—¿Te importaría no ponerte sarcástico? Además, ¿no eres tú el que siempre sostiene que lo que hay que valorar son los hechos y no las emociones? Sois vosotros, los científicos, los que tenéis como principio que cuando algo se aviene a la lógica y la razón, no se puede negar por mucho que nuestros sentimientos pretendan indicarnos lo contrario. Eso es lo que dices siempre.
Yukawa sacudió levemente la cabeza y se sentó frente a Kusanagi.
—La última vez que vi a Ishigami, me planteó un famoso problema matemático. Se trata de la cuestión de las complejidades. Consiste en averiguar qué es más sencillo: hallar por ti mismo la respuesta a un problema o comprobar si es correcta la que ha hallado otro.
Kusanagi frunció el ceño.
—¿Y eso son matemáticas? Pues suena a filosofía.
—Escucha. Ishigami os está ofreciendo una respuesta que consiste en su confesión y su entrega voluntaria. Se ha devanado los sesos para idearla de modo que, la analices por donde la analices, siempre parezca correcta. Si vosotros os limitáis a aceptarla tal cual, habréis perdido el desafío. Por eso creo que ahora deberíais estar volcados en cuerpo y alma en intentar comprobar si su respuesta es correcta o no. Os está desafiando. Os está poniendo a prueba.
—Pero ¿tú qué crees que hemos estado haciendo hasta ahora? Si no hemos hecho otra cosa que comprobarlo todo…
—No. Lo único que habéis hecho es seguir paso a paso su método de comprobación, como si lo estuvierais calcando. Pero lo que tenéis que hacer es averiguar si, además de la suya, caben otras respuestas. Hasta que no demostréis que la única respuesta posible es la suya, no podréis afirmar que es la única que resuelve el problema.
Kusanagi notó el enfado de Yukawa por el fuerte tono que estaba empleando. Era algo muy excepcional que el físico, que nunca se alteraba por nada, mostrara ahora esa faceta soliviantada.
—O sea, lo que quieres decir es que Ishigami miente. Que él no es el asesino, ¿no?
Yukawa hizo un gesto reprobatorio y miró al suelo. El detective seguía observándolo.
—¿Y en qué te basas para afirmar eso? Si hay algo que has deducido por tu cuenta, me gustaría saberlo. ¿O es que simplemente te niegas a aceptar que ese antiguo amigo tuyo sea un asesino?
El físico se puso en pie y le dio la espalda.
—Yukawa… —lo llamó el policía.
—Que me resisto a aceptarlo es un hecho. Creo que ya te he dicho antes que ese tipo es muy respetuoso con la lógica. La valora mucho. Para él, las emociones son algo secundario. Es capaz de cualquier cosa si la considera efectiva para la resolución de un problema. Pero de ahí a matar sin más a un hombre… Y además a uno que hasta entonces no había tenido la más mínima relación con él… En fin, resulta inimaginable.
—¿Y eso es en lo único en que te basas?
Yukawa se volvió airado hacia él y se quedó mirándolo. Pero sus ojos, más que cólera, reflejaban una profunda tristeza y un intenso dolor.
—Soy consciente de que, en este mundo, a menudo no nos queda más remedio que aceptar hechos que no queremos creer.
—Pero, aun así, sigues pensando que Ishigami es inocente, ¿no?
Yukawa hizo una mueca y negó levemente con la cabeza.
—No, yo no he dicho eso.
—Entiendo lo que quieres decir: que quien mató a Togashi fue Yasuko y que lo que está haciendo Ishigami es protegerla, ¿verdad? Pero lo cierto es que, cuanto más vamos averiguando, más se va desvaneciendo esa posibilidad. Ishigami nos ha ofrecido varias pruebas de que realmente estaba acosando a Yasuko. Por más que lo hiciera para protegerla, resulta impensable que fuera capaz de falsear tanto la realidad. Y, además, por encima de eso, ¿de veras crees que hay alguien en este mundo dispuesto a asumir como propio un asesinato que no ha cometido? Ten en cuenta que Yasuko no es su esposa ni un miembro de su familia. Ni siquiera es su novia. Supongamos que, por querer protegerla, la hubiera ayudado a encubrir el crimen. Seguramente luego, al ver que la cosa no salía bien, se habría resignado. Así es la gente.
De repente, los ojos de Yukawa se abrieron como si se hubiera dado cuenta de algo.
—Al ver que las cosas no salen bien, la gente se resigna… Eso es lo que hace la gente. Intentar aguantar protegiéndola hasta el final habría sido el colmo de la dificultad —murmuró Yukawa con mirada abstraída—. También para Ishigami. Y él lo sabía perfectamente. Por eso…
—Por eso, ¿qué?
—No, nada —dijo Yukawa mientras negaba con la cabeza.
—Ten en cuenta que no tengo más remedio que creer que Ishigami es el asesino. Y mientras no se descubran nuevos hechos, me temo que el rumbo de las investigaciones no variará.
Yukawa no respondió. Se frotó el rostro con las manos y soltó un largo suspiro.
—Él… se ha decantado por la vía de la cárcel. Ha elegido pasar sus días entre rejas.
—Ésa no es una elección. Es lo normal cuando matas a alguien.
—Claro… —dijo Yukawa bajando la cabeza y quedándose inmóvil. Transcurridos unos instantes, sin variar ni un ápice de postura, añadió—: Perdona, pero ¿te importaría irte ya por hoy? Es que estoy algo cansado…
Algo extraño le ocurría a Yukawa. Había muchas cosas que Kusanagi quería preguntarle, pero su amigo parecía realmente extenuado, así que se limitó a marcharse en silencio.
Kusanagi salió del laboratorio trece al pasillo en penumbra. Mientras lo recorría se encontró con un joven que acababa de subir la escalera. Kusanagi lo conocía de vista. Era un chico delgado, de gesto nervioso, que cursaba estudios de posgrado bajo la dirección de Yukawa. Se llamaba Tokiwa y era el mismo estudiante que, días antes, le había dicho que tal vez su director hubiera ido a Shinozaki.
Tokiwa, que también se había percatado de la presencia del policía, saludó con una leve inclinación al pasar por su lado.
—Espera un momento —dijo Kusanagi.
Tokiwa se volvió con gesto confuso y el detective le sonrió.
—Hay algo que me gustaría preguntarte. ¿Tienes un minuto?
Tokiwa miró su reloj y respondió que si era sólo un momento no había problema.
Ambos salieron del edificio en que se hallaba el laboratorio de Física y entraron en el bar de al lado, un lugar frecuentado por los estudiantes de Ciencias. Sacaron cafés de la máquina expendedora y se sentaron a una mesa frente a frente.
—Éste es mucho mejor que el instantáneo que soléis beber en el laboratorio, ¿eh? —dijo Kusanagi para romper el hielo, tras dar un sorbo a su vaso de plástico.
Tokiwa sonrió, pero sus mejillas seguían en tensión.
Kusanagi quería distender la cosa con un poco de cháchara, pero, vista la situación, decidió ir directo al grano.
—Verás, quería preguntarte sobre el profesor Yukawa. ¿Lo has notado algo raro últimamente?
Tokiwa se quedó de una pieza. Kusanagi pensó que no había formulado la pregunta de manera acertada.
—No me refiero a nada relacionado con su trabajo en la universidad, sino más bien a si se le ve que está tratando de averiguar algo, si sale por ahí a menudo, cosas así…
Tokiwa ladeó la cabeza, pensativo. Parecía estar tomándose muy en serio la pregunta. Kusanagi prosiguió con una sonrisa:
—Tranquilo. No tiene que ver con un caso policial, ni nada parecido. Es difícil de explicar, pero verás, tengo la impresión de que, precisamente por consideración hacia mí, me está ocultando algo. Él lo niega, pero en fin, supongo que ya sabes que es un tipo bastante testarudo.
Kusanagi no sabía cómo le había caído a Tokiwa la torpe explicación que acababa de darle, pero lo cierto era que el chico se distendió por fin y asintió con la cabeza. Tal vez lo de que Yukawa era un tipo testarudo fuera lo único en que estaba de acuerdo.
—No sé si trataba de averiguar algo o no, pero lo cierto es que hace unos días vi al profesor telefoneando a la biblioteca —dijo Tokiwa.
—¿Te refieres a la de la universidad?
Tokiwa asintió.
—Preguntó si disponía de ejemplares de periódicos.
—Pero, tratándose de una biblioteca, es normal que dispongan de ellos, ¿no?
—Bueno, sí, pero parece que lo que el profesor quería saber era hasta cuándo guardaban los ejemplares antiguos.
—¿«Ejemplares antiguos…»?
—Antiguos, sí, pero bueno, tampoco tanto, porque le oí preguntar si se podían consultar inmediatamente todos los ejemplares del mes.
—Los de este mes… Bueno, ¿y qué pasó? ¿Los tenían?
—Creo que sí, así que el profesor fue enseguida para allá.
Kusanagi asintió y le dio las gracias. Luego se puso en pie llevando consigo su vaso de café.
La biblioteca de la Universidad de Teito era un pequeño edificio de tres plantas. En su época de estudiante, Kusanagi tan sólo lo había visitado dos o tres veces, así que no estaba muy seguro de si lo habían rehabilitado o no, porque para él era como nuevo.
La encargada estaba en el mostrador que había nada más entrar. Kusanagi le preguntó sobre esas averiguaciones que el profesor Yukawa estaba realizando con los periódicos. De inmediato la mujer se mostró recelosa.
A Kusanagi no le quedó más remedio que mostrarle su placa.
—Verá, no es que ocurra nada con el profesor. Simplemente me gustaría saber qué periódicos estuvo leyendo. —Era consciente de que sus palabras sonaban raras, pero no se le ocurría otra forma de abordar el asunto.
—Creo que le interesaba leer algunos artículos publicados en marzo —respondió, prudente, la encargada.
—¿Y dijo concretamente qué artículos?
—De eso no estoy segura, pero… —Y luego, como si de repente recordara algo, añadió—: Creo que dijo que le bastaba con las páginas de noticias locales.
—¿Las «noticias locales»? Bueno… ¿Y dónde están los periódicos?
La encargada lo guio hasta una zona de amplias estanterías donde estaban expuestos los periódicos apilados en los anaqueles. Cada uno contenía los ejemplares correspondientes a diez días.
—Aquí sólo tenemos los del último mes. Los anteriores los vamos desechando. Antes los conservábamos, pero ahora, como se pueden leer a través de los servicios de hemeroteca de Internet, ya no es necesario.
—Y Yukawa… quiero decir, el profesor Yukawa, decía que sólo necesitaba los de marzo, ¿no?
—Así es. Los posteriores al diez de marzo.
—¿«Al diez de marzo»?
—Sí. Creo que eso fue lo que dijo.
—¿Puedo echarles un vistazo?
—Por supuesto. Avíseme cuando termine, por favor.
Mientras la mujer se alejaba, Kusanagi extrajo una pila de periódicos del anaquel y los trasladó a la mesa de al lado. Decidió ir mirando la sección de noticias locales de todos a partir del diez de marzo, el día en que mataron a Shinji Togashi. Estaba claro que Yukawa había visitado la biblioteca para seguir investigando sobre el crimen. Pero ¿qué pretendía comprobar en los periódicos?
Buscó los artículos relacionados con el caso. El primero aparecía en la edición vespertina del día once. El siguiente, sobre el esclarecimiento de la identidad del cadáver, había sido publicado en la edición matinal del trece. Pero, a partir de ahí, la información sobre el caso escaseaba, pues el siguiente artículo informaba de la entrega voluntaria por parte de Ishigami.
De esos escasos artículos, ¿qué había atraído la atención de Yukawa?
Los leyó detenidamente una y otra vez, de cabo a rabo. Ninguno decía nada importante. Yukawa había obtenido del propio Kusanagi mucha más información de la que proporcionaban esos artículos. Seguro que no necesitaba releerlos.
Se cruzó de brazos, pensativo, con los periódicos extendidos ante él.
Para empezar, resultaba impensable que alguien como Yukawa necesitara periódicos para investigar cualquier suceso. En una época como la actual, en que los homicidios estaban a la orden del día, los periódicos ya no informaban constantemente de un asunto hasta su resolución, a no ser que se produjeran avances muy significativos en las investigaciones policiales. Por lo demás, la muerte de Togashi carecía de interés desde el punto de vista social. Y era imposible que Yukawa no fuera consciente de ello.
Pero Yukawa no hacía las cosas porque sí. Sus razones tendría para querer leer esos periódicos.
Con independencia de lo que le había dicho a su amigo, lo cierto era que tampoco Kusanagi estaba completamente convencido de que Ishigami fuera el asesino. Estaba intranquilo. No conseguía quitarse de la cabeza esa sensación de que habían ido por la ruta equivocada. Pero ¿qué era lo que no encajaba? ¿Y en qué sentido? Tenía la sensación de que Yukawa sabía la respuesta. Hasta entonces, el físico había ayudado a la policía en varias ocasiones. Y seguro que también en ésta tenía alguna útil recomendación que darles. Así que… ¿por qué no se la daba?
Recogió los periódicos y avisó a la encargada.
—¿Le han servido? —preguntó ella, inquieta.
—Sí, bueno… —contestó él con deliberada ambigüedad.
Justo cuando Kusanagi ya se marchaba, la encargada dijo:
—Por cierto, creo que el profesor Yukawa también buscaba los diarios regionales.
Kusanagi se volvió.
—¿Está usted segura?
—Así es. Preguntó si disponíamos de ejemplares de los diarios de las ciudades de Chiba y Saitama. Le dije que no, que no los teníamos.
—¿Y algo más?
—No. Creo que eso fue lo único que preguntó.
—Chiba y Saitama…
Kusanagi salió de la biblioteca perplejo. No tenía ni la más remota idea de qué estaba rumiando Yukawa. ¿Para qué querría los diarios regionales? ¿O tal vez creía que su amigo seguía investigando el caso, pero en realidad había leído esos periódicos por otros intereses?
Se dirigió al aparcamiento sin dejar de darle vueltas en la cabeza. Había venido en su coche.
Se sentó al volante y se disponía a encender el motor cuando, de pronto, lo vio. Manabu Yukawa salía del edificio que tenía justo enfrente. Esta vez no llevaba su sempiterna bata blanca, sino una americana azul marino. Caminaba ensimismado hacia una puerta lateral del campus sin reparar en su entorno.
Tras verlo salir y girar a la izquierda, Kusanagi avanzó con su vehículo. Se asomó lentamente a la salida del aparcamiento y vio que Yukawa estaba a punto de tomar un taxi. Cuando éste arrancó, Kusanagi salió a la calzada y lo siguió.
Yukawa, que estaba soltero, pasaba la mayor parte del día en la universidad. Lo justificaba diciendo que no tenía nada especial que hacer en casa y que tanto la lectura como el deporte le resultaban más cómodos en la universidad. También decía que prefería quedarse a comer allí.
Kusanagi miró su reloj. Aún no eran las cinco. Era imposible que Yukawa se estuviera yendo a casa a esa hora.
Mientras seguía al taxi, memorizó el nombre de la compañía a la que pertenecía y el número del vehículo. Así averiguaría dónde se había bajado Yukawa en caso de que los perdiera de vista.
El taxi se dirigió hacia el este. Había cierto atasco, y entre el coche de Kusanagi y el taxi de Yukawa se fueron intercalando otros coches, pero afortunadamente el taxi no se distanció en ningún semáforo.
Tras circular así un tiempo, el taxi cruzó Nihonbashi para detenerse ante el puente de Shin-Ohashi, justo antes de cruzar el río Sumida. Un poco más adelante estaban los apartamentos de Ishigami y Yasuko Hanaoka.
Kusanagi acercó el coche al arcén y observó. Yukawa descendió por las escaleras que había a un lado del puente. No parecía dirigirse al bloque de apartamentos.
El policía echó un rápido vistazo alrededor en busca de aparcamiento. Por fortuna, había una plaza libre justo delante del parquímetro. Dejó el coche allí y fue a toda prisa tras Yukawa.
El profesor caminaba tranquilamente siguiendo el curso del río. No parecía dirigirse a ningún sitio en concreto, sino más bien estar dando un paseo por la ribera. De vez en cuando echaba un vistazo a los vagabundos que había alrededor, pero sin detenerse.
Más allá de las chabolas, se acercó a la valla instalada a lo largo de la ribera y se quedó contemplando el río. Fue entonces cuando, de improviso, volvió la cabeza y miró directamente a Kusanagi.
El detective no supo qué hacer. Pero Yukawa no parecía sorprendido; incluso sonrió levemente. Al parecer, hacía rato que se había percatado de que lo seguían.
Kusanagi se acercó a grandes pasos.
—¿Te has dado cuenta?
—Pues claro. Con lo que canta esa antigualla de coche que tienes… A ver si te crees que ese Skyline del año del samurái es un cacharro que se ve todos los días por la calle.
—¿Y te has bajado del taxi aquí porque te estaba siguiendo, o es que realmente era tu destino?
—Ambas posibilidades son ciertas… y a la vez inciertas. El sitio al que iba está un poco más adelante. Pero, al darme cuenta de que me seguías, he decidido traerte aquí.
—¿Y qué pretendes trayéndome aquí, si puede saberse? —preguntó Kusanagi echando un rápido vistazo en derredor.
—Éste es el lugar en el que hablé por última vez con Ishigami. En aquella ocasión le dije que en este mundo no había engranajes inútiles, y que los propios engranajes eran los únicos que podían decidir cómo querían ser usados.
—¿«Engranajes»?
—Después probé a plantearle unas cuantas dudas que yo tenía sobre el caso. Su actitud entonces fue la de no hacer comentarios, pero la respuesta me la dio después de despedirnos: fue su entrega y confesión.
—¿Quieres decir que, tras hablar contigo, se dio por vencido y decidió entregarse?
—¿Darse por vencido? Bueno, puede que en cierto sentido así fuera. Pero, desde su punto de vista, creo más bien que lo que ha hecho es jugar su última carta. Y parece que esta última jugada la tenía preparada a conciencia.
—¿Y qué fue lo que le dijiste entonces?
—Ya te lo he contado, ¿no? Lo de los engranajes.
—No. Me refiero a después de eso. Acabas de decir que también le comentaste unas dudas que tenías sobre el caso.
Yukawa esbozó una triste sonrisa y negó levemente con la cabeza.
—Y eso qué más da…
—¿Cómo que «qué más da»?
—Lo que importa son los engranajes. Eso es lo que le decidió a entregarse.
Kusanagi soltó un largo suspiro.
—Dime una cosa: estuviste revisando periódicos en la biblioteca, ¿verdad? ¿Para qué? ¿Qué buscabas?
—¿Te lo ha dicho Tokiwa? O sea, que has empezado a husmear en mi vida cotidiana, ¿eh?
—No me apetecía hacer algo así. Pero es que tú no me cuentas nada, así que…
—Tranquilo, no me molesta. A fin de cuentas es tu trabajo, así que puedes investigar lo que te parezca, sobre mí o sobre lo que sea.
Kusanagi lo miró fijamente un instante y luego bajó la cabeza.
—Yukawa, te lo pido por favor, déjate ya de enigmas, ¿vale? Tú sabes algo, ¿no? Pues entonces dímelo. No crees que Ishigami sea el asesino, ¿verdad? En ese caso, ¿no te parece injusto que cargue él con el muerto? ¿Quieres que ese antiguo amigo tuyo pague por un delito que no ha cometido?
Kusanagi alzó la mirada y se sobresaltó: Yukawa, con el rostro desencajado en un gesto de profundo dolor, se llevó las manos a la frente y cerró los ojos con fuerza.
—Claro que no quiero que pague por un delito que no ha cometido. Pero no creo que esto tenga remedio. ¿Por qué diablos me tiene que pasar esto a mí?
—Pero ¿a qué viene tanto sufrimiento? ¿Por qué te lo tomas así? Cuéntame de una vez lo que pasa. Somos amigos, ¿no?
Yukawa abrió los ojos, pero su rostro seguía reflejando la misma severidad de antes.
—Eres mi amigo. Pero también eres policía.
Kusanagi se quedó sin palabras. Por primera vez sintió que, entre ese amigo de hacía tantos años y él, existía un muro que los separaba. Y precisamente porque él era detective, tampoco podía preguntarle siquiera por la razón del tremendo sufrimiento que le embargaba y que nunca hasta ahora le había mostrado.
—Voy a ver a Yasuko Hanaoka —dijo Yukawa—. ¿Vienes conmigo?
—¿Puedo?
—Claro. Sólo te pido un favor: mantente en silencio y deja que hable yo, ¿vale?
—De acuerdo.
Yukawa dio media vuelta y echó a andar. Kusanagi lo siguió. Al parecer, el sitio al que inicialmente quería ir era la tienda de bento. ¿De qué querría hablar con Yasuko? Kusanagi ardía en deseos de preguntárselo, pero guardó silencio y siguió caminando.
Al llegar al puente de Kiyosu, Yukawa subió por la escalera. Kusanagi lo siguió y, cuando culminó su ascenso, su amigo lo estaba esperando arriba.
—¿Ves ese edificio de oficinas? —Yukawa señaló con un dedo el edificio de enfrente—. Tiene una puerta de cristal en la entrada, ¿la ves?
Kusanagi miró la puerta en cuestión. Ambos se reflejaban en ella.
—Sí, la veo. ¿Y bien?
—Nada más producirse el crimen, pasé por aquí con Ishigami y también nos vimos reflejados en esa puerta. A decir verdad, yo no me había dado cuenta de que nuestro reflejo se veía en ella. Fue él quien me lo advirtió. Hasta ese instante nunca se me hubiera ocurrido que él pudiese estar involucrado en el crimen. Yo estaba exultante por haberme reencontrado con aquel gran adversario intelectual al que había perdido la pista hacía tanto tiempo.
—¿Quieres decir que empezaste a dudar de él al ver su imagen reflejada en esa puerta?
—Al vernos reflejados, él dijo que yo me conservaba muy bien, que se me veía muy joven y que menuda diferencia había entre mi aspecto actual y el suyo. También dijo que yo todavía conservaba abundante pelo y se pasó la mano por la cabeza, preocupado por la caída del suyo. Eso me sorprendió mucho. Porque Ishigami nunca fue un hombre al que le preocupara lo más mínimo su apariencia. Sus principios siempre fueron no medir nunca la valía de una persona por su aspecto y elegir un modo de vida que obviara todo lo relativo a la imagen. Sin embargo, allí estaba él, preocupado por su aspecto y lamentándose de algo que ya no tenía remedio, como la caída de su escaso cabello. Fue entonces cuando me di cuenta. Él estaba especialmente sensible a su apariencia y su físico, es decir, lo que estaba es… enamorado. Pero, de todos modos, ¿por qué había sacado el tema así, de repente, en este lugar? ¿Por qué le preocupaba su aspecto físico en aquel instante?
Kusanagi captó lo que quería decir Yukawa.
—Porque estaba a punto de ver a la mujer que le gustaba…
Yukawa asintió.
—Lo mismo pensé yo. Me pregunté si esa mujer a cuyo marido habían asesinado, que trabajaba en esa tienda de bento en la que Ishigami solía comprar el almuerzo y que era a la vez su vecina, no sería también la dueña de sus pensamientos. Pero, si era cierto, surgía una gran duda: la de su posición en relación con el crimen. ¿Había decidido aparentar que, pese a su lógica preocupación por ella, él estaba al margen? ¿O tal vez eso de que estaba enamorado eran sólo elucubraciones mías? En fin, decidí ir a verle de nuevo y acompañarle a la tienda de bento. Pensé que, si veía cómo se comportaba allí, sería capaz de sacar alguna conclusión. Pero entonces ocurrió algo inesperado. Apareció por allí un personaje con el que no contábamos: un amigo de Yasuko Hanaoka.
—Kudo —dijo Kusanagi—. Ahora sale con ella.
—Eso parece. Y no quieras saber la cara que puso Ishigami mientras el tal Kudo hablaba con ella… —dijo Yukawa frunciendo el ceño y moviendo la cabeza como si negara algo—. Eso fue lo que acabó de convencerme. Entonces supe a ciencia cierta que ella era la mujer que amaba. Porque los celos que irradiaba el rostro de Ishigami se notaban a un kilómetro de distancia.
—Pero con ello vuelve a surgir otra duda, ¿no?
—Así es. Y sólo hay una explicación que resuelva la contradicción.
—Que Ishigami también estaba involucrado en el caso… ¿Y tú? ¿De verdad empezaste a sospechar de él sólo por eso? —preguntó Kusanagi, volviendo a mirar su reflejo en el cristal—. Créeme si te digo que a veces me das miedo. Mira a Ishigami. Ese ingenuo comentario sobre vuestra apariencia física le salió muy caro. Es como si un leve rasguño hubiera acabado costándole la vida.
—A pesar de todos estos años, seguía llevando grabados en mi mente su peculiar carácter y su fuerte idiosincrasia. De no haber sido por eso, yo tampoco me habría dado cuenta.
—El caso es que el tipo no ha tenido suerte —dijo Kusanagi al tiempo que echaba a andar hacia la avenida. Poco después, al ver que Yukawa no le acompañaba, se detuvo—. Pero ¿no íbamos a Bententei?
Yukawa se acercó a él con la cabeza gacha.
—Verás, hay algo que quiero pedirte. Tal vez sea duro para ti, pero… ¿Te importa?
Kusanagi esbozó una sonrisa desconfiada.
—Depende de lo que sea.
—¿Podrías escucharme como a un simple amigo? ¿Podrías dejar de ser policía por un momento?
—¿A qué te refieres?
—A que hay algo que quiero contarte, pero como amigo, no como detective. O sea, que lo que yo te diga no puedes contárselo a nadie. Ni a tus superiores, ni a tus compañeros, ni a tu familia. A nadie. ¿Puedes prometérmelo? —preguntó Yukawa. Tras los cristales de sus gafas, sus ojos rebosantes de impaciencia daban a entender que había algo en él que le apremiaba a tomar una decisión precipitada.
Kusanagi estuvo a punto de repetir que dependía de lo que fuera, pero finalmente se contuvo. Pensó que si decía eso, Yukawa ya nunca volvería a considerarlo un amigo.
—De acuerdo —dijo Kusanagi—. Lo prometo.