16

Ishigami miraba a Kusanagi con semblante inexpresivo. Podría decirse que, aunque en apariencia su mirada apuntaba hacia el detective, realmente no atendía a nada. Kusanagi, sentado ante él, era sólo un objeto más del entorno. Los ojos de su mente llevaban mucho tiempo fijados en algún lugar lejano. Eso expresaba el inerte rostro de Ishigami, al que su dueño había conseguido despojar de toda emoción.

—La primera vez que vi a ese hombre fue el diez de marzo —empezó con su voz monocorde—. Al volver del instituto, me lo encontré merodeando por el edificio. Lo vi rebuscando con la mano en el buzón de la puerta de la señora Hanaoka.

—Disculpe, pero ¿de quién habla concretamente?

—De Togashi. Aunque, por supuesto, yo entonces no sabía cómo se llamaba —respondió Ishigami relajando levemente sus tensos labios.

En la sala de interrogatorios sólo se encontraban Kusanagi y Kishitani. Este último se ocupaba del borrador del acta de declaración, sentado a la mesa contigua. Ishigami se había opuesto a que estuviera presente ningún otro detective. La razón era que no podría ordenar su relato si tenía a un montón de policías preguntándole cada uno por su cuenta.

—Me inquietó verle hacer eso, así que me dirigí a él y le pregunté qué pretendía. Azorado, me dijo que tenía que tratar un asunto con Yasuko Hanaoka. Luego añadió que él era su marido, pero que vivían separados. Por supuesto, supe inmediatamente que eso era mentira, pero fingí creerle para que él se confiara…

—Espere un momento, por favor. ¿Y por qué le pareció que eso era mentira? —preguntó Kusanagi.

Ishigami inspiró suavemente.

—Porque yo lo sé todo sobre Yasuko Hanaoka: que está divorciada, que no dejaba de huir de ese exesposo que la perseguía a todas partes… En fin, todo.

—¿Y cómo sabe usted todo eso? Tenía entendido que, a pesar de ser vecinos, ustedes apenas se hablaban. Pensábamos que usted era simplemente un cliente habitual de la tienda de bento en la que ella trabaja.

—Sí, eso era lo que aparentábamos.

—¿«Aparentábamos»? ¿A qué se refiere?

Ishigami se estiró en su asiento, arqueando levemente el pecho como si se desperezara.

—Yo soy una especie de guardaespaldas suyo. Mi misión siempre ha sido protegerla de los hombres malintencionados que se le acercan. Pero no quería que la gente lo supiera. A fin de cuentas, lo que de veras soy es profesor de instituto…

—Pero, la primera vez que usted y yo nos entrevistamos, también me dijo que apenas hablaba con ella.

Ishigami soltó un suave suspiro.

—Usted vino a verme para interrogarme sobre el homicidio de Togashi, ¿no? Pues bien, en tales circunstancias, supongo que no pretendería que yo le contara sin más toda la verdad, porque entonces ustedes habrían sospechado de mí, ¿no cree?

—Ya —asintió Kusanagi—. ¿Y dice usted que lo sabe prácticamente todo sobre Yasuko Hanaoka porque es su guardaespaldas?

—Así es.

—Entonces, ¿insinúa que hace tiempo que usted ya mantenía una relación con ella?

—En efecto. Aunque, como ya le he dicho, la llevábamos en secreto. Nos comunicábamos de un modo muy prudente y discreto para que nadie, ni siquiera su hija, llegara a enterarse.

—¿Y cómo lo hacían? ¿Podría ser más concreto?

—Pues teníamos varios métodos. ¿Quiere que le hable de ellos? —dijo Ishigami con su inquisitiva mirada en el rostro del detective.

A Kusanagi aquello le parecía muy extraño. Lo de que mantenía una estrecha relación desde antaño con Yasuko Hanaoka le resultaba chocante y, además, el trasfondo de esa relación parecía bastante ambiguo. De todos modos, quería saber la versión de Ishigami sobre lo acontecido, así que prefirió dejarle hablar.

—No, eso cuéntemelo más tarde, por favor. Ahora preferiría que me explicara con más detalle su conversación con Togashi. Por dónde íbamos… Sí, me decía usted que fingió creerle cuando él le dijo que era el marido de Yasuko Hanaoka.

—Así es. Él me preguntó si yo sabía adónde había ido Yasuko. Yo le dije que madre e hija ya no vivían allí, que poco antes habían tenido que mudarse a otro sitio por cuestiones de trabajo. Él se sorprendió y me preguntó si sabía dónde vivían ahora. Yo le respondí que sí.

—¿Y dónde le dijo que vivían?

Ishigami esbozó una amplia sonrisa.

—En Shinozaki. Le dije que se habían mudado a un apartamento en Kyu-Edogawa.

«Aquí es donde aparece por fin Shinozaki», pensó Kusanagi.

—Pero, sólo con eso, él no podía saber dónde se encontraban, ¿no?

—Naturalmente, Togashi quiso saber la dirección exacta. Así que le dije que esperara un momento; entré en mi apartamento y, tras consultar el plano de la ciudad, anoté una dirección en un papel y se lo entregué. La dirección era de una planta de tratamiento de aguas residuales. Cuando le di el papel, el pobre tipo se puso muy contento y me lo agradeció.

—¿Y por qué le dio esa dirección?

—Para hacerle ir a un lugar despoblado, por supuesto. Conozco bien los aledaños de esa planta de tratamiento.

—Un momento, por favor. Entonces, ¿me está diciendo que decidió matar a Togashi desde el mismo instante en que lo vio? —preguntó Kusanagi mirando fijamente a Ishigami. Aquello estaba resultando de lo más sorprendente.

—Por supuesto. Así es —respondió, impertérrito—. Como ya le he dicho, yo tenía que proteger a Yasuko Hanaoka. Si un tipo que pretendía hacerle daño se había presentado allí, había que eliminarlo cuanto antes. Era mi deber.

—Entonces, ¿estaba usted convencido de que Togashi pretendía hacerle daño?

—No es que estuviera convencido, es que me constaba a ciencia cierta. La tenía completamente atormentada. De hecho, ella se vino a vivir a mi lado precisamente porque huía de él.

—¿Y eso se lo dijo ella explícitamente?

—Bueno, más bien me lo hizo saber a través de nuestro especial sistema de comunicación.

El tono de Ishigami era sereno y fluido. Al parecer, había ordenado bien sus ideas antes de personarse en comisaría. Pero, aun así, había mucho de antinatural en su relato. Al menos, esa imagen de Ishigami distaba mucho de la que Kusanagi tenía de él. Pensó que lo mejor, por el momento, sería escuchar el resto.

—¿Y qué ocurrió después de que usted le entregara la nota con la falsa dirección?

—Me preguntó si sabía dónde trabajaba ella. Le dije que no sabía la dirección, pero que tenía entendido que era en un restaurante. Añadí que Yasuko solía salir del trabajo sobre las once y que, hasta esa hora, su hija estaba con ella en el establecimiento. Por supuesto, todo eso no eran más que invenciones mías.

—¿Y con qué finalidad se las dijo?

—Para limitar sus movimientos, claro. Porque, por muy poca gente que hubiera habitualmente en la zona donde lo envié, no me habría gustado que se plantara allí demasiado pronto. Si creía que Yasuko no salía hasta las once de trabajar y que la hija no iba a estar en casa hasta esa hora, seguramente tampoco iba a ir al apartamento mucho antes, ¿no?

—Un momento —dijo Kusanagi levantando una mano—. ¿Y a usted se le ocurrió todo eso allí, sobre la marcha?

—Pues sí. ¿Pasa algo?

—No… Es sólo que me impresiona que fuera usted capaz de idear todo eso en un instante.

—Tampoco es para tanto —dijo Ishigami retomando su gesto serio—. Yo sabía que el tipo estaba loco por ver a Yasuko. Lo único que hice fue aprovecharme de ello. No me resultó nada complicado.

—Tal vez para usted no, pero… —repuso Kusanagi pasándose la lengua por los labios—. Bien, ¿y luego?

—Para rematar la faena, le di mi número de móvil y le dije que, si por casualidad no encontraba el apartamento, me llamara. Por lo general, cuando un desconocido te trata con tanta amabilidad tiendes a pensar que allí hay gato encerrado, pero estoy seguro de que él no sospechó nada. Me temo que muy listo no era…

—Ya. De todos modos, tampoco creo que haya nadie que piense que una persona con la que acaba de cruzar unas palabras por primera vez en su vida vaya a querer matarle.

—Pues yo creo que, precisamente porque se trataba de un primer encuentro, tenía que haber sospechado de tanta amabilidad. Sin embargo, se guardó en el bolsillo el papel con la dirección falsa y se marchó de allí tan campante. Cuando comprobé que se había ido, entré de nuevo en mi apartamento y empecé a prepararme. —Dicho eso, Ishigami extendió lentamente su mano hacia la taza de té. Parecía beber con gran deleite aquel té que ya debía de estar tibio.

—¿A qué preparativos se refiere? —inquirió Kusanagi para que continuara.

—A nada del otro mundo. Me puse ropa cómoda y esperé a que llegara la hora. Durante ese tiempo también estuve pensando cuál sería la manera más segura de acabar con él. Tras sopesar varias opciones, me decidí por la estrangulación. Me pareció el modo más seguro. Con las puñaladas o los golpes es imposible predecir adónde irán a parar las salpicaduras de sangre. Además, tampoco estaba seguro de poder acabar con él de una sola vez. Sin embargo, para la estrangulación sólo se precisa un arma muy simple. Aunque, eso sí, debe ser algo muy resistente; así que decidí usar el cable de un kotatsu.

—¿Y por qué precisamente un cable? Si lo que necesitaba era una cuerda resistente, supongo que las hay a montones…

—Bueno, también pensé en usar una corbata o un trozo de cordón de embalar. Pero los dos tienen el problema de que resbalan fácilmente en las manos y, además, se corre el riesgo de que se estiren y acaben dando mucho de sí. Así que el cable del kotatsu me pareció lo mejor.

—Entonces, se llevó usted el cable al lugar de los hechos.

Ishigami asintió.

—Salí de casa sobre las diez. Además del cable, cogí un cúter y un encendedor desechable. Pero, de camino a la estación, vi una lona azul en una zona de recogida de basuras, así que decidí doblarla y llevármela. Luego fui a la estación de Mizue en tren. Allí paré a un taxi y me trasladé hasta las inmediaciones de Kyu-Edogawa.

—¿A Mizue? ¿No fue a Shinozaki?

—No. Piense que, si al bajar del tren en Shinozaki me hubiera topado por allí con el tipo, la habría pifiado bien —respondió Ishigami como si tal cosa—. Del taxi también me bajé lejos de la zona a la que había mandado a Togashi. Debía procurar que él no me descubriera hasta que hubiera conseguido alcanzar mi objetivo.

—Bueno, ¿y tras apearse del taxi?

—Me dirigí andando hacia la zona en que imaginaba que se encontraría el sujeto, intentando no ser visto por nadie. De todos modos esto último no representó ningún problema, porque durante todo el trayecto no me crucé con nadie —dijo Ishigami antes de beber otro sorbo de té—. En cuanto llegué a la ribera, mi móvil empezó a sonar. Era él. Decía que estaba en la dirección que yo le había dado, pero que no había forma de dar con el apartamento. Le pregunté que dónde se encontraba y me lo dijo. Ni siquiera se dio cuenta de que, mientras hablábamos, yo me aproximaba a él. Le dije que, por si acaso, iba a comprobar la dirección de nuevo y colgué. En ese momento ya lo tenía perfectamente localizado. Estaba medio tumbado en unos matorrales, cerca de la ribera. Me aproximé a él lenta y sigilosamente, intentando no hacer el menor ruido. No se percató de mi presencia en ningún momento. Sólo fue consciente de que yo me encontraba allí cuando ya me tenía justo a su espalda, y para entonces ya le había pasado el cable por el cuello. El tipo se resistió, pero apreté con fuerza y pronto cayó extenuado. Fue realmente sencillo —concluyó Ishigami al tiempo que bajaba la mirada hacia su taza de té, ya vacía—. ¿Podría tomar otra? —pidió.

Kishitani se puso en pie y la llenó con la tetera. Ishigami le dio las gracias inclinando levemente la cabeza.

—Pero la víctima rondaba los cuarenta años y tenía una buena complexión física. Si se hubiera resistido con todas sus fuerzas, no le hubiera resultado tan sencillo acabar con él… —probó a decir Kusanagi.

Ishigami seguía impertérrito tras su inexpresivo rostro. Únicamente entornó los ojos antes de responder.

—Verá, soy asesor técnico de un club de judo. Aunque el adversario sea un tipo grande, si le ataco por detrás no me resulta difícil inmovilizarlo.

Kusanagi asintió y a continuación observó las orejas de Ishigami. Las tenía muy abultadas. Es lo que los judokas llaman «orejas de coliflor». Para ellos, esas orejas hinchadas por efecto de los roces y los golpes son una suerte de condecoración. Pero es también un tipo de oreja muy habitual entre los agentes de policía.

—¿Y tras matarlo? —preguntó Kusanagi.

—Lo primero era ocultar la identidad del cadáver. Porque, si se conocía, las sospechas recaerían sobre Yasuko Hanaoka.

Empecé por desnudarlo. Le fui quitando la ropa por tramos, cortándola con el cúter. Luego le aplasté la cara —prosiguió con toda tranquilidad—. Le eché la lona por encima, cogí un pedrusco grande y lo golpeé varias veces con todas mis fuerzas. No recuerdo bien cuántas, tal vez diez, más o menos. Por último le quemé los dedos con el encendedor. Después me fui de allí llevándome sus prendas de vestir. Pero, justo cuando me alejaba de la ribera, encontré un bidón vacío y decidí quemar la ropa. El caso es que, al hacerlo, las llamas resultaron mucho más altas de lo que esperaba. Entonces pensé que el fuego podría atraer gente, de modo que me fui a toda prisa cuando la ropa aún se estaba quemando. Caminé hasta la avenida, tomé un taxi y fui a la estación de Tokio. Una vez allí, tomé otro taxi y regresé a casa. Creo que cuando llegué eran pasadas las doce. —Ishigami soltó un largo y profundo suspiro—. Bien, pues eso es todo. El cable eléctrico, el cúter y el encendedor que utilicé están en mi apartamento.

Mientras miraba de reojo cómo Kishitani acababa de transcribir la declaración de Ishigami, Kusanagi se llevó un cigarrillo a los labios. Lo encendió y soltó el humo escrutando a Ishigami. Los ojos de éste seguían sin reflejar ninguna emoción.

Lo cierto era que no había grandes lagunas en su relato. Tanto su descripción del cadáver como la del lugar de los hechos, coincidían con las de la policía. Además, la mayoría de detalles no habían sido divulgados a la prensa, así que no cabía pensar que se hubiera inventado la historia a partir de los periódicos.

—¿Le dijo usted a la señora Hanaoka que lo había matado? —le preguntó Kusanagi.

—Pero ¿cómo iba a hacerlo? ¿Y si luego ella se lo contaba a alguien? Con lo difícil que les resulta a las mujeres guardar un secreto…

—¿Significa eso que nunca lo ha hablado con ella?

—Por supuesto que no. No quería que la policía descubriera nuestra relación, de modo que he hecho todo lo posible por mantener con ella el mínimo contacto para no levantar sospechas.

—Antes ha dicho que usted y Yasuko Hanaoka se comunicaban de modo que nadie pudiera enterarse. ¿Cómo lo hacían?

—Teníamos varios métodos. Uno consistía en que ella hablara de modo que yo pudiera oír lo que quería contarme.

—¿Quiere decir que quedaban para hablar en algún sitio?

—No, claro que no. De ser así, alguien podría habernos visto. Ella hablaba en su apartamento. Y yo la escuchaba en el mío con un aparato.

—¿«Un aparato»?

—Sí, en la pared de mi apartamento tengo instalado un colector de sonido orientado hacia el suyo. Eso era lo que utilizábamos.

Kishitani dejó de escribir y alzó la cabeza. Kusanagi sabía por qué.

—Pero eso… es una escucha ilegal…

Sorprendido, Ishigami frunció el ceño y negó con la cabeza.

—No eran escuchas ilegales. Yo sólo me limitaba a oír lo que ella me pedía.

—Entonces, ¿la señora Hanaoka estaba al corriente de la existencia de ese aparato de escucha?

—Puede que no concretamente del aparato. Pero siempre hablaba hacia mi pared para que yo pudiera oírla bien.

—¿Quiere decir que, cuando hablaba, ella se dirigía a usted?

—Así es. Lo que ocurre es que, al estar también su hija en el apartamento, no podía hacerlo de un modo directo. Por eso simulaba estar hablando con la chica cuando lo que realmente estaba haciendo era enviarme mensajes a mí.

Más de la mitad del cigarrillo que Kusanagi sostenía entre sus dedos se había convertido en ceniza. La dejó caer en el cenicero e intercambió una mirada con Kishitani. El rostro de su joven compañero reflejaba la confusión que le invadía en ese momento.

—¿Y eso se lo dijo la propia señora Hanaoka? ¿Le dijo que ella simularía estar hablando con su hija para dirigirse a usted?

—No hacía falta, era evidente. Yo lo sé todo sobre ella —insistió Ishigami mientras asentía con la cabeza.

—O sea, que ella nunca le dijo nada al respecto, ¿verdad? Y… ¿no cree que todo esto podrían ser sólo imaginaciones suyas?

—¡Para nada! —exclamó el imperturbable Ishigami, mostrándose humano durante un breve instante—. Si hasta el hecho de que su exesposo la atormentaba lo supe por una queja suya. ¿No le parece absurdo que se quejara de eso a su hija? Si le habló de eso a la chica fue únicamente para que yo pudiera enterarme. ¡Me estaba pidiendo claramente que la ayudara, que hiciera algo para protegerla!

Kusanagi hizo un gesto para pedirle a Ishigami que se calmara, al tiempo que con la otra mano aplastaba la colilla en el cenicero.

—Bueno, ¿y qué otros métodos de comunicación empleaban?

—El teléfono. Yo la llamaba cada noche.

—¿A su casa?

—No, a su móvil. Pero como no era cuestión de ponernos a hablar así, sin más, simplemente dejaba que sonara varias veces. Si ella tenía algún asunto urgente o que le preocupara, contestaba. En caso contrario, no lo cogía. Yo dejaba que sonara cinco veces y luego colgaba. Los dos lo habíamos acordado así.

—¿«Los dos»? O sea, que esto sí lo sabía ella.

—Así es. Eso lo teníamos hablado ya de antes.

—Entonces tendremos que preguntarle a ella, a ver qué nos dice.

—Me parece muy bien. Es lo mejor para aclarar esta cuestión —dijo Ishigami en tono ufano, levantando la barbilla.

—Verá, tendrá que repetirnos su relato algunas veces más. Es que el acta formal, la definitiva, la levantaremos después.

—Lo comprendo. No se preocupe, lo repetiré las veces que haga falta. Sé que estas cosas son inevitables.

—Por último, hay algo más que me gustaría preguntarle —dijo Kusanagi entrelazando los dedos sobre la mesa—. ¿Por qué se ha entregado?

Ishigami inspiró profundamente.

—¿Preferiría que no lo hubiera hecho?

—No le he preguntado eso. Supongo que, puesto que se ha entregado, tendrá usted sus razones. Me gustaría conocerlas.

Ishigami resopló con fuerza por la nariz.

—Pero eso guarda relación con la resolución del caso, ¿no? A un delincuente le remuerde la conciencia y decide entregarse. ¿No le basta con eso? ¿Acaso necesita alguna otra razón?

—Es que viéndole a usted ahora, no me parece que le remuerda mucho la conciencia, la verdad…

—Si me preguntara si considero que he cometido un crimen, tal vez tendría que responderle que no estoy muy seguro. Pero si me pregunta si me arrepiento de ello, la respuesta es que sí. Ojalá nunca lo hubiera hecho. Si llego a saber que me iba a traicionar de esta forma, no habría matado a nadie…

—¿«Traicionar»?

—Ella… Yasuko Hanaoka —aclaró Ishigami alzando la barbilla antes de proseguir—. Ella me traicionó. Se estaba viendo con otro hombre. Y yo, que le hice el favor de librarla de su martirizador… Si ella no me hubiera contado sus penas, yo nunca habría hecho tal cosa. Pero ella me lo pidió. Dijo que quería verlo muerto. Por eso tuve que hacerlo. Me puse en su lugar, para que no tuviera que hacerlo ella. Así que esa señora también es coautora del crimen. A ella también deberían detenerla.

Para comprobar la veracidad de la confesión de Ishigami, su apartamento fue registrado. Mientras tanto, Kusanagi y Kishitani fueron a entrevistarse con Yasuko Hanaoka, que para entonces ya había vuelto a su casa. Misato también estaba con ella, pero otro detective la acompañó a la calle, no tanto para evitar que la chica tuviera que oír escabrosos detalles sobre el crimen, sino para escuchar de modo aislado su versión de los hechos.

Al enterarse de que Ishigami se había entregado confesándose autor del crimen, Yasuko abrió los ojos como platos y se quedó sin aliento. No conseguía articular palabra.

—¿Le sorprende? —le preguntó Kusanagi sin dejar de escudriñar su rostro.

Yasuko sacudió la cabeza y finalmente habló.

—Nunca lo habría imaginado. ¿Ese hombre? ¿A Togashi? Pero ¿por qué?

—¿No se le ocurre ningún motivo?

Yasuko se mostró dubitativa. Su rostro reflejaba el desconcierto que en ese momento la embargaba. Era como si supiera algo y no quisiera contar.

—Ishigami dice que lo hizo por usted. Que lo mató por usted.

Yasuko frunció el ceño en gesto reprobatorio y soltó un profundo suspiro.

—Parece que sí tiene usted alguna idea, ¿no?

Yasuko asintió levemente con la cabeza.

—Yo intuía que él sentía algo por mí. Pero de ahí a que hiciera algo así…

—Él dice que estaba en contacto permanente con usted.

—¿Conmigo? —preguntó Yasuko con gesto serio—. ¡En absoluto!

—Pero él la llamaba por teléfono, ¿no? Y además todas las noches…

Kusanagi le explicó lo que Ishigami les había contado sobre sus llamadas diarias. Ella torció el gesto.

—Ah, entonces el que me hacía todas esas llamadas era él…

—¿No lo sabía?

—La verdad es que en alguna ocasión pensé que podría tratarse de él, pero nunca tuve la certeza. El que llamaba nunca se identificaba…

Según Yasuko, había recibido la primera de esas llamadas unos tres meses antes. Su interlocutor no le dijo quién era y se puso a contarle cosas que suponían una clara intromisión en su vida privada, cosas que era imposible que supiera, a no ser que estuviera espiándola. Cuando se dio cuenta de que se trataba de un acosador, sintió miedo. Pero no tenía ni idea de quién podía tratarse. Después él volvió a llamar varias veces. Ella procuraba no coger el teléfono, pero en una ocasión la pilló distraída y, sin darse cuenta, se puso al aparato. Entonces él le dijo lo siguiente: «Soy consciente de que estás muy ocupada y no siempre puedes ponerte al teléfono, de modo que haremos lo siguiente: te llamaré todas las noches. Si me necesitas para algo, responde. Dejaré que suene cinco veces como mínimo antes de colgar, así que, si deseas algo, sólo tienes que cogerlo antes».

Pensando que era una chaladura del tipo y para no enfadarlo, Yasuko le dijo que le parecía bien. A partir de entonces, la llamaba todas las noches. Al parecer lo hacía desde una cabina telefónica, pero ella nunca se ponía.

—¿Y no reconoció la voz de Ishigami?

—No. Es que, al no haber cruzado con él más que cuatro palabras, no recordaba cómo era su voz. Y por teléfono lo mismo: sólo había hablado con él al principio, en una ocasión, así que ya se me había olvidado qué voz tenía. Por otra parte, nunca hubiera imaginado que fuera capaz de una cosa así. ¡Si es profesor de instituto…!

—Es que los profesores ya no son lo que eran. Ahora te encuentras de todo… —terció Kishitani, que se encontraba al lado de su compañero. Al punto arrepentido de su interrupción, bajó la cabeza a modo de disculpa y guardó silencio.

Kusanagi recordó que su joven compañero había estado del lado de Yasuko Hanaoka desde el principio. Seguro que la autoinculpación de Ishigami le había aliviado.

—¿Y hubo algo más además de las llamadas? —preguntó Kusanagi.

Tras pedirles que aguardaran un momento, Yasuko se puso en pie y extrajo unos sobres del cajón del armario. Eran tres sobres, sin remitente, en cuyo anverso únicamente se leía: «A la atención de Yasuko Hanaoka». La dirección de la destinataria tampoco figuraba.

—¿Y esto?

—Los encontré en el buzón de mi puerta. Había otros más, pero los tiré. Sin embargo, luego me enteré por la tele de que, si pasaba algo, este tipo de cosas podían servir como prueba en el juicio, así que, aunque me repugnaban, decidí guardarme por lo menos estos tres.

Kusanagi pidió permiso a Yasuko y abrió los sobres. Cada uno contenía una cuartilla con una carta escrita con ordenador. Todas eran cortas:

Últimamente te maquillas en exceso. Tus vestidos también son bastante llamativos. Ese tipo de cosas no son propias de ti. Un atuendo y una apariencia sobrios te sientan mucho mejor. Por otra parte, me preocupa lo tarde que vuelves últimamente a casa. Quiero que regreses de inmediato en cuanto salgas del trabajo.

¿Estás sufriendo por algo? Si así es, me gustaría que no dudaras en contármelo. Para eso precisamente te llamo cada noche. Hay un montón de cuestiones sobre las que puedo aconsejarte. No puedes confiar en los demás. No está bien que confíes en ellos. Basta con que me escuches a mí.

Tengo un mal presentimiento. Me pregunto si no me estarás traicionando. Creo que serías incapaz de hacerlo, pero si un día ocurriera, no te perdonaría. ¿Y por qué? Pues porque sabes que soy el único que está de tu lado. Soy el único que puede protegerte.

Cuando terminó de leerlas, Kusanagi volvió a meterlas en los sobres.

—¿Podemos quedárnoslas?

—Claro.

—¿Y hubo algo más de esta índole?

—No, a mí no me ocurrió nada de particular aparte de eso, pero…

—¿Tal vez a su hija?

—No, a ella tampoco, pero a Kudo…

—¿Se refiere a Kuniaki Kudo? ¿Qué le ocurrió?

—El otro día quedé con él y me dijo que había recibido una extraña carta anónima en que le advertían de que no se acercara a mí. También me dijo que en el sobre había dos fotografías que le habían tomado sin que él lo supiera.

—O sea, que a él también…

A juzgar por el desarrollo de los acontecimientos, el remitente de esa carta no podía ser otro que Ishigami. Kusanagi se acordó de Yukawa, que admiraba al matemático por su faceta como científico. La bofetada que iba a suponerle enterarse de que su amigo era un acosador iba a ser tremenda.

Llamaron a la puerta. Yasuko contestó «¿Sí?», y la puerta se abrió. Un joven detective asomó la cabeza. Era del grupo encargado de llevar a cabo el registro del apartamento de Ishigami.

—Detective Kusanagi, ¿tiene un minuto?

—Voy —dijo poniéndose en pie.

Al pasar al apartamento contiguo, Mamiya le estaba esperando sentado en una silla. Sobre el escritorio había un ordenador encendido. Los jóvenes detectives guardaban un montón de cosas en cajas de cartón.

Mamiya señaló con el dedo la pared que había a un lado de la librería.

—Mira esto —dijo.

—¡Oh! —exclamó Kusanagi, sorprendido.

Había un cuadrado de unos veinte centímetros en el que habían quitado tanto el papel pintado como el revestimiento de madera de la pared. De él partía un fino cable en cuyo extremo había unos auriculares.

—Prueba a ponértelos.

Kusanagi lo hizo y empezó a escuchar una conversación a través de ellos.

—No se preocupe, en cuanto comprobemos que la confesión de Ishigami es cierta, todo irá muy rápido. Es cuestión de muy poco tiempo que dejemos de causarles molestias a usted y a su hija.

Era la voz de Kishitani. Había algunas interferencias, pero se oía con tanta claridad que nadie diría que esa conversación se estaba produciendo en el apartamento contiguo.

—¿… qué pena le impondrán a Ishigami?

—Eso depende del juez. Pero en cualquier caso se trata de un homicidio, así que, aunque no lo condenen a muerte, seguro que tardará mucho tiempo en salir. Descuide, ya no podrá seguir acosándola.

Kusanagi se quitó los auriculares sin dejar de pensar en lo bocazas que era Kishitani para ser detective.

—Después le enseñaremos esto a Yasuko Hanaoka. Según Ishigami, ella estaba al corriente, pero resulta bastante improbable, por no decir imposible —comentó Mamiya.

—¿Quiere decir que Yasuko no sabía nada de lo que hacía Ishigami?

—Nos hemos tomado la libertad de escuchar con este cacharro la conversación que acabas de mantener con ella —dijo Mamiya sonriendo, al tiempo que señalaba con la mirada el artefacto de escuchas que había instalado en la pared—. Ishigami es el típico acosador: convencido de que mantiene una relación con una mujer e intentando eliminar a todo hombre que se aproxime a ella. En este sentido, el exesposo de Yasuko debía de ser uno de sus más férreos enemigos.

—Ya…

—¿Y tú por qué pones ahora esa cara? ¿Hay algo que no te gusta?

—No, no es eso. Es simplemente que yo creía haber comprendido, a mi manera, el verdadero carácter de Ishigami, pero ahora, viendo el abismo que existe entre su declaración y la idea que yo me había formado de él, estoy algo confuso.

—La gente tiene mil caras distintas. Y el acosador suele ser siempre una persona muy distinta de lo que aparenta.

—Si soy perfectamente consciente de eso, pero aun así… Y además del aparato de escuchas, ¿se ha encontrado algo más?

Mamiya asintió con la cabeza.

—El cable del kotatsu. Estaba en una caja, junto al propio aparato. Se trata de un cable revestido de tela, similar al que debió de usarse para cometer el crimen. Si conseguimos encontrar en el cuello de la víctima alguna pequeña fibra que coincida, el caso estará cerrado.

—¿Y aparte de eso?

—Ven, mira esto —dijo Mamiya moviendo el ratón del ordenador. Lo manejaba con bastante torpeza—. Aquí está —dijo finalmente.

Abrió un archivo con un documento de Word. Kusanagi se aproximó para leer lo que ponía.

Como podrás comprobar por las fotos que te adjunto, sé perfectamente quién es ese hombre con el que te ves tan a menudo. Me gustaría preguntarte qué significa para ti. Consideraría un gravísimo ultraje que la relación que mantienes con ese hombre fuera amorosa. ¿Eres consciente de lo que yo he sido capaz de hacer por ti? Eso me da derecho a ordenártelo: rompe inmediatamente con él. De lo contrario, descargaré mi ira sobre él. Hoy por hoy, hacer que tuviera el mismo final que Togashi me resultaría muy sencillo. Estoy resuelto a ello y, además, cuento con los medios para hacerlo. Permíteme que te lo repita: no consentiré que mantengas una relación con ese hombre. No toleraré semejante traición. Y tomaré serias represalias.