Las caras de mal humor se sucedían en hilera, una tras otra. Las había que iban más allá del simple mal humor para ser de auténtico sufrimiento. Y las había también que, superado el estadio del sufrimiento, se habían dado ya por vencidas y se habían convertido en caras de resignación. En cuanto a Morioka, desde que había empezado el examen ni siquiera había echado un vistazo al formulario de preguntas. Se había limitado a apoyar las manos en sus mejillas y mirar por la ventana. Hacía un día espléndido y el cielo azul se extendía, inmenso, por encima de la ciudad. Si no le estuvieran robando el tiempo con una chorrada como aquélla, ahora mismo podría estar pavoneándose en moto por ahí. Seguramente, Morioka se estaba lamentando por no poder hacerlo.
En el instituto ya habían comenzado las vacaciones de primavera. Pero a una parte de los estudiantes les aguardaba todavía otra depresiva prueba. Eran demasiados los que no habían superado el examen de recuperación realizado después de los exámenes finales, de modo que la dirección había tenido que improvisar unas clases suplementarias de refuerzo. Los alumnos de la clase de Ishigami inscritos en ellas eran treinta. Comparado con las demás asignaturas, era un número extraordinariamente alto. Tras las lecciones de refuerzo, los alumnos debían presentarse de nuevo a una prueba de recuperación. Hoy era el día del examen.
El subdirector le había pedido a Ishigami que, cuando preparara las preguntas para esa prueba, no se pasara con la dificultad.
—Lamento tener que decírselo, pero esto de la recuperación es una mera formalidad. Se trata simplemente de que no podemos permitir que los alumnos pasen de curso con exámenes llenos de correcciones en rojo. Además, supongo que para usted tampoco es agradable tener que preparar y corregir todo esto, ¿no? Por lo demás, la gente se queja de que los problemas de sus exámenes son excesivamente difíciles. Por eso le ruego que en esta ocasión haga lo posible para que todos consigan aprobar y pasar al curso siguiente.
A Ishigami sus problemas no le parecían nada difíciles. Es más, le parecían sencillos. No se apartaban en nada de lo que había explicado en clase y se podían resolver habiendo comprendido lo más básico. Lo único que él hacía era introducirles alguna mínima variación para que no fueran exactamente los mismos que aparecían en el libro y en el cuaderno de ejercicios. Por eso, los alumnos que se habían limitado a memorizar sin más los pasos de las soluciones, siempre se confundían.
Pero esta vez se había atenido a las indicaciones del subdirector, limitándose a copiar tal cual algunos de los problemas más representativos del cuaderno de ejercicios. Cualquiera que hubiera hecho unos cuantos ejercicios de prueba podría resolverlos sin apuro.
Morioka bostezó y luego miró su reloj. Su mirada se cruzó con la de Ishigami, que lo estaba observando desde hacía un rato. Ishigami pensaba que de ese modo Morioka se sentiría incómodo, pero éste hizo una mueca exagerada y cruzó los brazos formando una equis, indicándole así a Ishigami que no tenía ni idea de cómo resolver aquello[7].
Ishigami le dedicó una amplia sonrisa. El rostro de Morioka se sorprendió por un instante. Luego le devolvió la sonrisa y se puso a mirar de nuevo por la ventana.
Ishigami recordó la pregunta que le había hecho Morioka aquel día: «Pero ¿para qué sirven las integrales y las derivadas?». Él se lo había explicado poniéndole como ejemplo las carreras de motos, y aún no tenía muy claro si finalmente Morioka lo había comprendido.
Pero a Ishigami no le había disgustado la actitud del muchacho al preguntarlo. Es natural que la gente se pregunte por qué estudia algo. Sólo cuando esa duda se ha despejado y se ha definido el objetivo para el cual se estudia, se decide uno a adentrarse en serio en el mundo del estudio. Y en éste se halla también el sendero que conduce a la comprensión de la verdadera esencia de las matemáticas.
Sin embargo, eran demasiados los profesores que ni siquiera intentaban dar respuesta a estas simples y naturales preguntas de sus alumnos. Ishigami pensaba que tal vez sería más acertado decir que lo que les pasaba era que se veían incapaces de responderlas. Esos profesores ni comprendían el verdadero significado de las matemáticas, ni pensaban en otra cosa que no fuera enseñar de acuerdo con el programa establecido y conseguir que los alumnos alcanzaran determinada puntuación para superar la asignatura. Para ellos, las preguntas como las de Morioka eran un engorro.
Ishigami se preguntaba qué estaba haciendo él en un lugar como ése, obligando a los chavales a someterse a exámenes que no tenían nada que ver con la esencia de las matemáticas y cuya única finalidad era que obtuvieran los puntos necesarios para pasar de curso. No tenía sentido determinar el aprobado o el suspenso con ese criterio. Ni siquiera corregir esos exámenes. A eso no se le podía llamar matemáticas. Y mucho menos educación.
Ishigami se puso en pie e inspiró profundamente antes de hablar.
—A ver, atento todo el mundo: vamos a dejar ya los ejercicios ahí donde estéis —anunció mirando a toda la clase—. En lo que queda de tiempo, vamos a escribir en la parte de atrás de la hoja de respuestas lo que pensamos en este momento.
La perplejidad se hizo patente en todas las caras. El aula se alborotó. Entre los murmullos se oía a los alumnos preguntándose qué habría querido decir con eso de escribir lo que pensaran en ese momento.
—Me refiero a lo que pensáis sobre las matemáticas. Podéis poner lo que queráis, siempre que esté relacionado con las matemáticas —añadió—. Esto también forma parte del examen, así que lo voy a puntuar.
Las caras de los alumnos se iluminaron de alegría.
—¿Nos va a dar puntos por esto? ¿Cuántos? —preguntó uno.
—Depende de cómo salga. Si los problemas no funcionan, habrá que intentarlo con esto —dijo Ishigami volviendo a sentarse en su silla.
Todos los alumnos dieron la vuelta a su hoja de respuestas. Algunos ya estaban escribiendo. Morioka era uno de ellos.
«Con esto los puedo aprobar a todos —pensó Ishigami—. No hay forma de puntuar una hoja de respuestas en blanco, pero, si al menos consigo que escriban algo en ella, luego puedo puntuarlo como quiera. Tal vez al subdirector no le guste, pero seguro que le parece bien que con este método no haya ningún suspenso».
La campana de fin de clase sonó indicando que el examen había concluido. Aun así, varios alumnos pidieron un poco más de tiempo para poder terminar su redacción, así que Ishigami concedió cinco minutos adicionales.
Luego recogió las hojas de respuesta y salió del aula. En cuanto cerró la puerta, oyó cómo los alumnos empezaban a hablar animadamente. Alguno gritaba, aliviado, que de buena se habían librado.
En la sala de profesores le estaba esperando un administrativo.
—Profesor Ishigami, tiene una visita.
—¿Una visita? ¿Yo?
El administrativo se acercó y le dijo al oído:
—Creo que se trata de un policía.
—Ah…
—¿Qué hacemos? —preguntó el administrativo con cara de querer averiguar qué pasaba.
—¿Cómo que «qué hacemos»? ¿No ha dicho que me está esperando?
—Sí, así es, pero también puedo darle alguna excusa para que se vaya.
Ishigami esbozó una media sonrisa.
—No es necesario. ¿Dónde está?
—En la sala de visitas.
—Bien, enseguida voy —dijo Ishigami. Metió los exámenes en su cartera y salió de la sala de profesores. Ya los corregiría luego en casa.
El administrativo se ofreció a acompañarle hasta la sala de visitas, pero Ishigami rehusó con un «Gracias, puedo ir solo». Sabía perfectamente que lo que pretendía el empleado no era más que averiguar a qué había venido el detective. Y que se hubiera ofrecido a darle una excusa también se debía a lo mismo. Seguramente pensó que de ese modo podría sacarle más fácilmente a Ishigami alguna información sobre el asunto.
Al llegar a la sala de visitas, como era de esperar, vio al detective Kusanagi.
—Disculpe que me haya presentado sin previo aviso —dijo el policía poniéndose en pie y saludando con una inclinación.
—¿Y cómo ha sabido que me encontraba en el instituto? En vacaciones de primavera no suelo estar por aquí…
—Pues verá, lo cierto es que antes he pasado por su domicilio pero, como no estaba, probé a telefonear al instituto. Me han dicho que estaba aquí por los exámenes de recuperación. Ser profesor también es duro, ¿eh?
—Bueno, no tanto como ser estudiante. Y lo que estoy haciendo hoy no es la recuperación, sino el examen para los que suspendieron la recuperación.
—Entiendo. Ya imagino que los exámenes que pone usted deben de ser bastante difíciles.
—¿Por qué lo dice? —repuso Ishigami mirándolo a los ojos.
—No, por nada, es sólo una impresión mía…
—Pues no son difíciles. Simplemente me aprovecho de los ángulos muertos que generan las ideas preconcebidas.
—¿«Ángulos muertos»?
—Sí. Por ejemplo, simulo que he puesto un problema de geometría, cuando se trata de un problema de funciones —dijo Ishigami al tiempo que se sentaba enfrente de Kusanagi—. Pero bueno, todo esto a usted le traerá sin cuidado… Bien, ¿en qué puedo ayudarle hoy?
—No es nada importante, pero… —Kusanagi también se sentó y sacó su libreta—. Es que quería preguntarle con más detalle sobre aquella noche.
—¿A qué noche se refiere?
—A la del diez de marzo —dijo Kusanagi—. Supongo que ya lo sabe, pero se trata de la noche en que se cometió el crimen.
—¿Se refiere al caso del cadáver que encontraron en Arakawa?
—No fue en Arakawa, sino en Kyu-Edogawa —lo corrigió Kusanagi—. La otra vez le pregunté sobre la señora Hanaoka. Concretamente, si aquella noche había notado usted algo raro.
—Sí, lo recuerdo. Pero creo haberle dicho que no noté nada especial.
—Así es, pero me preguntaba si podría usted intentar recordar con más detalle aquella noche.
—¿A qué se refiere? Es que, al no tener ni idea, me resulta muy difícil intentar acordarme de nada —respondió Ishigami distendiendo los labios en una media sonrisa.
—No, claro, lo comprendo. Se trata simplemente de que cualquier cosa, por insignificante que parezca, podría ser de gran relevancia para el caso. Por eso le estaría muy agradecido si pudiera volver a contarme, con el mayor detalle posible, todo lo que recuerde de aquella noche. Cualquier cosa vale, aunque usted la considere nimia e irrelevante para el caso.
—¿Sí? Bueno, no sé… —Ishigami se pasó la mano por la nuca, pensativo.
—Soy consciente de que ha pasado ya algún tiempo y le resultará difícil, pero… De todos modos, por si pudiera ayudarle a recordar, me he tomado la libertad de pedir prestado esto.
Kusanagi le mostró su hoja de permisos y vacaciones, el horario de sus clases y el calendario con la programación general del instituto. Seguramente se los habrían dado en secretaría.
—Me ha parecido que tal vez mirando todo esto le resultaría más fácil recordar —añadió con una sonrisa de cumplido.
En el mismo instante en que vio la hoja de permisos, Ishigami se dio cuenta de lo que el detective pretendía. Sus palabras eran ambiguas, pero su objetivo estaba claro. Esta vez no había venido a preguntar por Yasuko Hanaoka, sino a comprobar la coartada del propio Ishigami. Desconocía las razones que habían provocado que el punto de mira de la policía se volviera hacia él. Pero sí había algo que le preocupaba: el papel de Yukawa en todo aquello.
En cualquier caso, si el detective había venido a comprobar su coartada, tenía que reaccionar del modo adecuado. Ishigami se recompuso enderezándose en el asiento.
—Aquella noche, al terminar el entrenamiento de judo, me fui a casa, así que supongo que llegaría sobre las siete. Creo que ya se lo dije la otra vez.
—Así es. ¿Se quedó usted todo el tiempo en su apartamento?
—Creo que sí… —dijo Ishigami dando a sus palabras un intencionado tono de vaguedad. Quería ver cómo reaccionaba Kusanagi.
—¿Nadie le visitó o le llamó por teléfono?
Ishigami ladeó el cuello, dubitativo.
—¿Se refiere a mi apartamento o al de la señora Hanaoka?
—No, me refiero al suyo.
—¿Al mío?
—Comprendo que le resulte extraño. Verá, no lo pregunto por usted. Es sólo que necesitamos conocer, con el mayor detalle posible, todo lo que sucedió aquella noche en el entorno de la señora Hanaoka.
A Ishigami le sonó a excusa más que forzada. Sin duda, el detective quería que sonara de ese modo.
—Aquella noche no me visitó nadie. Y en cuanto al teléfono… Bueno, supongo que tampoco me llamó nadie. La verdad es que casi nunca me llama nadie.
—Vaya.
—Lamento que haya venido hasta aquí y yo no pueda serle de más ayuda.
—No se preocupe por mí, gracias. Por cierto… —dijo Kusanagi tomando en su mano la hoja de permisos de Ishigami—. Según esto, el día once por la mañana faltó usted a clase, ¿no? Aquí dice que ese día vino usted al colegio, pero por la tarde. ¿Le ocurrió algo?
—¿Ese día? No, nada importante. Simplemente me encontraba un poco mal y decidí tomarme la mañana libre. Como las clases del tercer trimestre estaban ya prácticamente terminadas, pensé que mi ausencia no ocasionaría ningún trastorno.
—¿Y fue al médico?
—No, la cosa tampoco era para tanto. De ahí que esa misma tarde decidiera venir al instituto.
—Ya veo. Antes me han dicho en secretaría que usted no suele tomarse un día libre casi nunca. Dicen que una vez al mes aproximadamente y ni siquiera el día entero, sólo la mañana.
—Sí, es cierto que suelo disponer de mis días festivos así.
—Entiendo. En secretaría me han explicado que, como usted realiza investigaciones matemáticas, a veces se pasa la noche en vela y, entonces, al día siguiente suele tomarse libre la mañana.
—Sí, en secretaría lo saben.
—Como le digo, allí me han comentado que la frecuencia con que usted se toma esos descansos matinales es de una vez al mes aproximadamente… —repitió Kusanagi, bajando de nuevo la mirada hacia la hoja de permisos—. La víspera del once, es decir, el diez, ya se había tomado usted una mañana libre. Claro, a los de secretaría no les resultó extraño, pero dicen que sí se sorprendieron un poco al ver que al día siguiente también volvía a tomarse la mañana. Al parecer nunca antes se había tomado usted dos mañanas seguidas.
—¿No? Bueno, no sé… —repuso Ishigami llevándose la mano a la frente. La situación requería prudencia—. El caso es que no hay ninguna razón oculta. El día diez ocurrió lo que usted dice. Como la noche anterior estuve levantado hasta tarde, al día siguiente me tomé la mañana y sólo vine al colegio por la tarde. Pero por la noche tuve fiebre y al día siguiente decidí quedarme descansando por la mañana.
—¿Quiere decir entonces que esa tarde ya vino al colegio?
—Así es —asintió Ishigami.
—Ya… —Kusanagi le devolvió la mirada con unos ojos que dejaban entrever las dudas que albergaba sobre la veracidad de todo aquello.
—¿Ocurre algo?
—No, simplemente pienso que, claro, si se encontró bien como para poder venir al colegio esa misma tarde, tampoco estaría tan grave. Porque no parece usted de esos que faltan al trabajo por cualquier tontería, sino más bien todo lo contrario. Especialmente habiéndose tomado la mañana anterior… —dijo Kusanagi, poniendo ya en su boca palabras que revelaban sospechas hacia el profesor. Sabía que su interlocutor podía molestarse por ello, pero no le importaba.
Ishigami esbozó una media sonrisa de desagrado con la que parecía decir que no iba a caer en su provocación.
—Si usted lo dice… Lo único que ocurrió fue que me encontraba tan mal que no podía levantarme. Sin embargo, por alguna extraña razón, al llegar el mediodía ya estaba bastante mejor y, gracias a eso, pude hacer el esfuerzo de venir al colegio por la tarde. Además, como usted bien dice, me sentía especialmente obligado porque la mañana anterior también me había tomado fiesta.
Kusanagi no dejaba de mirarlo fijamente a los ojos mientras Ishigami hablaba. Su aguda y persistente mirada parecía expresar el convencimiento de que, cuando un sospechoso miente, tarde o temprano la turbación se refleja en sus ojos.
—Claro. Habiendo entrenado tanto judo desde siempre, supongo que los resfriados, con tal de disponer de medio día para ocuparse de ellos, se los sacudirá usted de encima como si nada. Ya me han dicho en secretaría que, hasta ahora, no tenían noticia de que usted se hubiera puesto nunca enfermo.
—No es tan así… Por supuesto, yo también me resfrío de vez en cuando, como todo el mundo.
—Ya. Y casualmente fue usted a resfriarse ese día.
—¿A qué se refiere con «casualmente»? Para mí, ese día en concreto no significa nada.
—Claro —dijo Kusanagi, cerrando su libreta y poniéndose en pie—. Lamento haberle robado su valioso tiempo.
—Lo mismo digo. Siento no haber podido serle de más ayuda.
—No se preocupe. Con esto es más que suficiente por ahora.
Ambos salieron de la sala de visitas. Ishigami decidió acompañar al detective hasta el vestíbulo.
—¿Ha vuelto a ver a Yukawa desde aquella vez? —preguntó Kusanagi mientras caminaban.
—No, desde entonces no he vuelto a verlo. ¿Y usted? Supongo que se ven de vez en cuando, ¿no?
—Pues no. La verdad es que últimamente yo también ando muy ocupado y no tengo tiempo de nada. Por cierto, ¿qué le parece si quedamos un día los tres? Según Yukawa, es usted de los que nunca rechazan un buen sake —propuso Kusanagi haciendo un gesto como si tomara una copa.
—Por mí no hay inconveniente, aunque ¿no cree que tal vez sería mejor dejarlo para cuando el caso se haya resuelto?
—Sin duda no le falta razón, pero la verdad es que yo también necesito un descanso de vez en cuando. Si le parece, le llamo un día de éstos.
—De acuerdo.
—Perfecto —dijo Kusanagi, y se marchó por la puerta principal.
Por un momento Ishigami lo contempló alejarse. El detective sacó su móvil y se puso a hablar.
Ishigami reflexionó sobre el sentido de aquella visita. Era evidente que el detective se había personado allí para averiguar si contaba con alguna coartada. Tenía que haber alguna razón para que ahora las sospechas de la policía apuntaran hacia él. La cuestión era cuál. La vez anterior, cuando se había entrevistado con Kusanagi, no le había dado la impresión de que sospechara nada.
De todos modos, a juzgar por las preguntas que acababa de hacerle, Kusanagi no parecía haber captado aún la esencia del asunto. Daba la impresión de deambular por un territorio bastante alejado de lo que verdaderamente había ocurrido. Sin duda, comprobar que Ishigami carecía de coartada había hecho que el detective sacara algo en claro. Pero eso tampoco era grave. Ishigami ya había previsto que eso podía ocurrir.
La cuestión era…
En su mente apareció la imagen borrosa de Yukawa. ¿Qué sabía el físico? ¿Hasta dónde le había guiado su olfato? ¿Y hasta qué punto iba a revelar lo que supiera?
Poco antes, Yasuko le había contado por teléfono algo muy extraño: al parecer, Yukawa le había preguntado a ella qué opinaba sobre Ishigami. Probablemente, se había dado cuenta de que él sentía afecto por ella.
Evocó mentalmente sus conversaciones con Yukawa y no recordó haber cometido ningún descuido que hubiera dejado al descubierto sus sentimientos hacia ella. Entonces, ¿cómo lo había notado su amigo?
Ishigami dio media vuelta y se encaminó hacia la sala de profesores. Por el pasillo se encontró con el administrativo de antes.
—¿Y el detective?
—Acaba de irse.
—¿Y usted, profesor? ¿No se va también?
—No, aún no. Acabo de acordarme de algo…
Dejó al administrativo, que seguía con cara de querer enterarse de todo, y se dirigió a paso ligero a la sala de profesores. Se sentó en su sitio y echó un vistazo debajo de su escritorio. De allí extrajo una caja con varias carpetas. Su contenido no tenía nada que ver con las clases del colegio. Era una parte de los resultados que había obtenido tras varios años intentando resolver algunas de las cuestiones matemáticas más difíciles.
Metió las carpetas en su cartera y abandonó la estancia.
—Ya te lo he dicho otras veces, ¿no? Investigar significa pensar bien antes de lanzar hipótesis. Sentirse satisfecho porque un experimento ha arrojado los resultados que uno esperaba es un error. Para empezar, habrá que comprobar si realmente todo ha salido como uno esperaba, ¿no crees? Mira, lo que quiero es que tú, a tu manera y por tus medios, extraigas tus propias conclusiones del experimento. En fin, piensa un poco más antes de ponerte a escribir, anda…
Yukawa —algo muy raro en él— estaba irritado. Le devolvió el trabajo al estudiante, que aguardaba de pie con semblante alicaído, al tiempo que mostraba su insatisfacción meneando la cabeza. El chico saludó con una inclinación y salió del laboratorio.
—Ajá. O sea, que tú también te cabreas de vez en cuando, ¿eh? —dijo Kusanagi.
—No estoy cabreado. Simplemente le he dado unas indicaciones para que aborde los problemas con mayor rigor —respondió Yukawa poniéndose en pie. Acto seguido empezó a preparar café instantáneo—. ¿Y bien? ¿Alguna novedad?
—He ido a comprobar la coartada de Ishigami. Mejor dicho: he ido a verle y se lo he preguntado directamente.
—Ataque frontal, ¿eh? —dijo Yukawa con su tazón tipo mug en la mano y el fregadero del laboratorio a su espalda—. Bueno, ¿y cómo ha reaccionado?
—Dice que esa noche estuvo todo el tiempo en su apartamento.
Yukawa torció el gesto y negó con la cabeza.
—Ya. Pero no te preguntaba qué te dijo, sino cuál fue su reacción.
—Pues… No se le veía especialmente alarmado por mi presencia. Además, como le habían avisado de mi visita, supongo que tuvo tiempo de tranquilizarse.
—¿No lo notaste dubitativo al preguntar por su coartada?
—No. Ni me preguntó por qué quería saberlo. Claro que yo tampoco se lo pregunté directamente.
—Así es él. Puede que ya contara con que algún día iríais a preguntarle por su coartada —dijo Yukawa como hablando consigo mismo. Luego bebió un sorbo de café—. ¿Y dice que aquella noche estuvo todo el tiempo en casa?
—Sí. Y como aquella noche al parecer tuvo fiebre, al día siguiente se tomó la mañana libre y no fue al colegio —añadió Kusanagi, poniendo sobre la mesa la hoja de permisos de Ishigami que le habían dado en la secretaría del centro.
Yukawa se acercó y se sentó en una silla. Cogió la hoja.
—La mañana del día siguiente…
—Me pregunto, tras el crimen, tendría muchas cosas de las que ocuparse, y de ahí que no pudiera ir al instituto.
—¿Y en cuanto a nuestra señora de la tienda de bento?
—La hemos investigado a conciencia. El día once Yasuko Hanaoka fue a trabajar como siempre. Y para tu información, la hija también asistió al instituto. Ninguna de las dos llegó tarde.
Yukawa volvió a dejar la hoja sobre la mesa y cruzó los brazos.
—Me pregunto de qué tendrían que ocuparse una vez cometido el crimen.
—Bueno, ya sabes, deshacerse del arma homicida y demás.
—Pero ¿se necesitan más de diez horas para eso?
—¿Por qué diez horas? —preguntó el detective.
—Pues porque el crimen se cometió el diez por la noche, ¿no? Luego, si se tomó libre la mañana siguiente, sería porque necesitó más de diez horas para ocuparse de los arreglos posteriores.
—Ya, pero también tendría que dormir, digo yo.
—No creo que nadie se vaya a la cama sin haberse ocupado antes de todo lo que tenga que ver con el crimen que acaba de cometer. Y si por culpa de ello se queda sin dormir, pues se aguanta y al día siguiente va a trabajar como sea, aunque se esté muriendo de sueño.
—Quieres decir que se vio obligado a tomarse fiesta por alguna razón.
—Y esa razón es lo que estoy intentando averiguar —dijo Yukawa tomando la taza en su mano.
Kusanagi dobló cuidadosamente la hoja de permisos de Ishigami y dijo:
—Hay algo que quería preguntarte. El motivo por el cual comenzaste a sospechar de Ishigami. Si no me lo cuentas, se me hace muy difícil continuar con esto.
—Tiene gracia que tú me digas eso, habiendo sido precisamente el que se dio cuenta de que Ishigami sentía afecto por Yasuko Hanaoka… Si te percataste tú solo, no entiendo para qué necesitas conocer mi opinión sobre este punto.
—Ya, pero no puedo ir por ahí contándolo. Yo también tengo una posición que mantener, ¿sabes? Y cuando deba informar a mi jefe, no puedo decirle que sospecho de Ishigami porque sí, sin fundamento.
—Pues dile que, investigando el entorno de Yasuko Hanaoka, ha aparecido un profesor de Matemáticas al que tal vez convendría investigar. ¿No bastará con eso?
—Eso ya se lo he dicho. Por eso empezamos a investigar el tipo de relación entre él y Yasuko Hanaoka. Pero por ahora no he podido confirmar que les una una relación especial.
Yukawa soltó una carcajada con la taza en la mano y exclamó:
—¡Me lo imaginaba!
—¿El qué? ¿A qué te refieres?
—No, a nada profundo. Lo que quiero decir, sencillamente, es que resulta muy probable que de veras no haya nada entre ambos. Me atrevería a asegurar que, por mucho que se investigue, no aparecerá nada.
—¿Quieres dejar de hablar como si esto fuera un juego? Mi jefe está perdiendo interés en investigar a Ishigami. Y como esto siga así, dentro de poco me será imposible seguir actuando según mis criterios. Por eso quiero que me digas por qué razón reparaste en Ishigami. Vamos, Yukawa, ya está bien, ¿no? Cuéntamelo.
Tal vez porque el tono de Kusanagi se había convertido en un ruego, Yukawa se puso serio y dejó la taza sobre la mesa.
—No tiene sentido que te lo cuente. Además, no te serviría de nada.
—¿Por qué?
—Pues porque la razón es la misma que tú has mencionado ya varias veces —afirmó el profesor—. Por alguna pequeña tontería, me di cuenta de que él sentía algo por Yasuko Hanaoka. Entonces quise investigar la posibilidad de que tuviera algo que ver con el asunto. Y supongo que ahora querrás preguntarme cómo llegué a pensar eso. Pues te lo contesto ya: llámalo intuición. Es muy difícil de entender para quienes no conocen a Ishigami. Tú mismo hablas a menudo de la intuición de los detectives, ¿no? Bueno, pues en mi caso fue algo parecido.
—Viniendo de ti, suena increíble. ¿Intuición, tú?
—Bueno, ya sabes, de vez en cuando…
—Vale. Entonces, cuéntame cuál fue la tontería que te hizo pensar que Ishigami siente algo por ella.
—No puedo.
—Por favor…
—Es algo que afectaría a su autoestima. No puedo contárselo a nadie.
Kusanagi resopló al oír que llamaban a la puerta. Un estudiante asomó la cabeza.
—Adelante —le dijo Yukawa—. Perdona que te haya hecho llamar así, tan de repente, pero quiero comentarte algo sobre tu último trabajo.
El estudiante, con gafas y de pie ante Yukawa, se quedó inmóvil en posición de firmes.
—Usted dirá… —respondió.
—Tu trabajo está bastante bien escrito, pero hay algo que me gustaría que me aclararas: ¿por qué lo redactaste como si fuera sobre física de la materia condensada?
El estudiante se mostró confuso.
—Pues… se trataba de un experimento sobre física de la materia condensada.
Yukawa esbozó una sonrisa torcida y negó con la cabeza.
—Pero la esencia del experimento radica en la física de partículas. Por eso me habría gustado que también hubieras intentado una aproximación desde ella. No des por hecho que, como se trata de un experimento de física de la materia condensada, las demás posibilidades hay que descartarlas. Así no llegarás a ser un buen científico. Las ideas preconcebidas son nuestro mayor enemigo. Hacen que dejemos de ver lo que, en condiciones normales, deberíamos ver sin ningún problema.
—Entendido —asintió dócilmente el estudiante.
—Te digo esto porque creo que eres un investigador excelente. Y has hecho un buen trabajo. Enhorabuena.
El estudiante le dio las gracias y se marchó.
Kusanagi miró fijamente a Yukawa.
—¿Qué pasa? ¿Tengo monos en la cara?
—No, nada —se disculpó el policía—. Simplemente estoy pensando que todos los científicos decís más o menos las mismas cosas.
—¿A qué te refieres?
—A que Ishigami también me comentó algo parecido. —Y le contó lo que Ishigami le había contado sobre los exámenes que ponía.
—Así que te dijo que aprovechaba los ángulos muertos generados por las ideas preconcebidas, ¿eh? Sí, es muy propio de él… —comentó Yukawa con una sonrisa en su rostro.
Pero al instante su semblante se había transformado. Se levantó de la silla, se llevó las manos a la cabeza y fue hasta la ventana. Luego se puso a mirar hacia arriba, como si contemplara el cielo.
—Oye, Yukawa…
Pero éste se limitó a extender la mano hacia Kusanagi para indicarle que le dejara pensar en silencio. Resignado, el detective esperó en silencio.
—Imposible… —murmuró Yukawa—. No puede ser.
—¿Qué pasa? —preguntó Kusanagi, a quien le costaba permanecer en silencio.
—Déjame ver de nuevo ese papel. La hoja de permisos de Ishigami.
Kusanagi lo sacó rápidamente de su bolsillo y se lo tendió. Yukawa lo desdobló y lo estudió con el ceño fruncido.
—No me digas que… —murmuró en tono bajo y quejumbroso.
—Yukawa, ¿qué pasa? Explícate, ¿quieres?
Éste le devolvió la hoja.
—Perdona, pero preferiría que te fueras.
—¿Qué…? Un momento… pero ¿qué dices? No querrás que me vaya ahora, ¿no…? —Se detuvo en seco al ver la expresión de Yukawa.
El rostro de su amigo estaba retorcido en una mueca, mezcla de dolor y tristeza. Kusanagi nunca lo había visto así.
—Vete, por favor. Lo siento —insistió Yukawa. Su voz sonó como un lamento.
Kusanagi se puso en pie. Había muchas cosas que quería preguntarle, pero lo mejor que podía hacer en ese momento era marcharse y dejar solo a su amigo.