El Club Marian, situado a unos cinco minutos a pie de la estación de Kinshi-cho, se hallaba en la quinta planta de un edificio en el que había otros locales. El edificio era viejo y el ascensor, de estilo antiguo.
Kusanagi consultó su reloj de pulsera. Eran las siete de la tarde. Calculaba que a esa hora todavía no habría muchos clientes. Quería evitar la franja horaria de mayor volumen de trabajo, pues pensaba llevar a cabo su interrogatorio sin prisas y a conciencia. Sin embargo, tampoco sabía hasta qué punto se llenarían de clientes los bares de aquella zona. Eso era lo que pensaba mientras miraba la pared del ascensor, manchada de herrumbre.
Pero una vez dentro del Marian se sorprendió, porque un tercio de las más de veinte mesas del local estaban ocupadas. A la vista de cómo vestían, se diría que la mayoría de los clientes eran oficinistas de medio pelo, pero también los había de empleo incierto.
—En una ocasión me tocó hacer un interrogatorio en un club de Ginza —murmuró Kishitani al oído de Kusanagi—. La dueña de aquel garito se preguntaba dónde tomaban ahora las copas la gente que en la época de la burbuja económica iba a beber todas las noches a su bar. Está claro que se han pasado a sitios como éste.
—No lo creo. Al que ha probado una vez las mieles del lujo luego le cuesta mucho bajar de nivel. La gente que hay en este sitio no tiene nada que ver con la que sale a beber por Ginza.
Llamaron a uno de los encargados y le dijeron que querían hablar con el responsable del negocio. El joven encargado borró la sonrisa de cortesía con que los había acogido y desapareció por el fondo del local.
Enseguida apareció otro encargado, que los acompañó hasta la barra.
—¿Desean tomar algo? —preguntó.
—No sé… Ponga dos cervezas —respondió Kusanagi.
—¿Seguro? —insistió Kishitani una vez que el encargado se hubo ido—. Estamos de servicio…
—Si no tomamos nada, a los demás clientes les va a resultar raro, ¿no crees?
—Pero ¿no bastaba con haber pedido té?
—¿A ti te parece que a un sitio como éste entran dos adultos como nosotros a tomar té?
Mientras hablaban, apareció una mujer de unos cuarenta años vestida con un traje chaqueta de color gris plateado. Iba muy maquillada y con el pelo recogido en un moño. Aunque estaba muy delgada, era bastante guapa.
—Bienvenidos. Me han dicho que querían comentarme algo —dijo con suavidad y una sonrisa en los labios.
—Venimos de la Jefatura de Policía —afirmó Kusanagi también en voz baja.
A su lado, Kishitani fue a sacar su placa del bolsillo interior de la americana, pero Kusanagi lo detuvo y volvió a mirar a la mujer:
—¿Cree conveniente que le mostremos nuestras credenciales?
—No hace falta —respondió ella antes de tomar asiento al lado de Kusanagi. Sacó su tarjeta de visita. En ella se leía su nombre: Sonoko Sugimura.
—Es usted la jefa de este sitio, ¿verdad?
—Podría decirse así —respondió ella con una sonrisa.
—Parece que el negocio va viento en popa, ¿no? —dijo Kusanagi echando un vistazo al establecimiento.
—En apariencia. Me temo que el dueño sólo mantiene abierto este establecimiento por cuestiones fiscales. Los clientes que vienen lo hacen porque están todos relacionados de alguna forma con él.
—¿En serio?
—No sabemos qué será de este sitio mañana. Puede que Sayoko, que dejó de trabajar aquí para irse a una tienda de bento, hiciera lo correcto…
Hablaba con preocupación y de un modo apocado, pero a Kusanagi le dio la impresión de que había también un punto de orgullo en el modo en que se había referido a su predecesora en el puesto.
—Creo que nuestros detectives han estado por aquí importunándoles con sus preguntas.
Ella asintió levemente con la cabeza.
—Sí, han venido a vernos por el caso Togashi. Por lo general he sido yo la que se ha encargado de atenderlos. ¿Hoy también vienen por el mismo caso?
—Pues sí. Lamento que seamos tan pesados.
—Ya se lo dije también a los detectives que estuvieron aquí anteriormente: si sospechan de Yasuko, se equivocan. Ella no tenía motivos para hacer algo así.
—Bueno, tanto como sospechar no —dijo Kusanagi con gesto sonriente—. Es simplemente que la investigación no avanza como debería, así que hemos decidido replantearlo todo desde cero, y por eso estamos aquí.
—«Desde cero» —repitió Sonoko Sugimura soltando un suspiro.
—Usted nos dijo que Shinji Togashi pasó por aquí el cinco de marzo, ¿verdad?
—Así es. Me sorprendió porque hacía mucho que no venía por el bar y no imaginaba que volvería alguna vez.
—¿Lo conocía usted de otras ocasiones?
—Sí, lo había visto un par de veces. Yo anteriormente trabajaba en el mismo bar que Yasuko, en Akasaka. Fue entonces cuando lo vi en alguna ocasión. En esa época él gozaba de buena posición y buena presencia.
La forma en que lo dijo denotaba que el Togashi que se había presentado en el bar no debía de gozar de ninguna de ambas cosas.
—Parece que lo que pretendía Shinji Togashi con su visita era averiguar el paradero de Yasuko Hanoka, ¿no es así?
—Creo que quería volver con ella. Pero yo no le dije nada de su paradero. Conocía muy bien los sufrimientos que ese hombre le causaba a Yasuko. Lo que ocurre es que luego él fue por ahí preguntando a las demás chicas. Y también yo cometí un descuido, porque pensaba que, entre las camareras que ahora trabajan en el bar, no había ninguna que supiera de Yasuko, pero resulta que, casualmente, había una que había estado en la tienda de bento que puso Sayoko con su marido, y, según parece, ella fue la que acabó contándole a Togashi que había visto a Yasuko trabajando allí.
—Ya veo —asintió Kusanagi. Cuando uno depende de las conexiones personales para vivir, intentar borrarte del mapa y que la gente no dé contigo resulta prácticamente imposible.
Kusanagi decidió cambiar de tercio:
—¿Y Kuniaki Kudo? ¿Viene a menudo por aquí?
—¿Kudo? ¿El de la imprenta?
—Sí.
—Suele venir. Pero últimamente, no tan a menudo —dijo Sonoko Sugimura ladeando la cabeza—. ¿Le ocurre algo?
—Tengo entendido que, en la época de camarera de Yasuko, ella era su favorita.
Sonoko relajó sus labios en una media sonrisa y asintió.
—Así es. Creo que él la mimaba bastante.
—¿Salían juntos?
La mujer pareció dudar.
—Había quien sospechaba que sí, pero a mí no me lo parecía.
—¿Y eso?
—Creo que cuando más unidos estuvieron fue cuando ella trabajaba en el bar de Akasaka. Precisamente en esa época fue también cuando, según parece, Kudo se enteró de que Yasuko lo estaba pasando mal por culpa de Togashi. Desde entonces se convirtió en una especie de consejero para ella. No sé por qué, pero me da la impresión de que no llegaron a mantener una relación de pareja.
—Pero Yasuko se divorció, así que tal vez empezaran a salir tras obtener ella la sentencia.
Sonoko negó con la cabeza.
—No, Kudo no es de esa clase de personas. Si después de haber estado aconsejándola sobre cómo intentar mejorar la relación con su marido hubiera empezado a salir con ella tras su divorcio, habría parecido que eso era lo que buscaba desde un principio. Por eso creo que, incluso después de que ella se divorciara, él quería seguir simplemente como buenos amigos. Además, Kudo también está casado…
Al parecer, Sonoko Sugimura no sabía que Kudo había enviudado. Kusanagi consideró que tampoco era necesario comentárselo en ese momento. Lo que Sonoko le decía parecía bastante acertado. En el terreno de las relaciones entre hombres y mujeres, la agudeza intuitiva de una encargada de club era muy superior a la de un detective.
Kusanagi se convenció de que Kudo estaba limpio. Ahora debía pasar al siguiente asunto. Sacó una foto del bolsillo y se la mostró.
—¿Conoce a este hombre?
Era la foto de Tetsuya Ishigami. Kishitani se la había tomado a escondidas cuando el profesor salía del instituto. Estaba tomada en diagonal y el interesado, que no se había percatado de la toma, parecía dirigir su mirada hacia algún lugar lejano.
Sonoko Sugimura puso cara de asombro.
—¿Quién es?
—¿Significa eso que no lo conoce?
—No, no lo conozco. Al menos no es ninguno de los clientes que vienen por aquí.
—Se llama Ishigami.
—¿Ishigami?
—¿No le habrá oído decir ese nombre alguna vez a la señora Hanaoka?
—Lo siento, no lo recuerdo.
—Es profesor en un instituto. ¿Alguna vez le oyó comentar a Yasuko Hanaoka algo sobre él?
—Bueno… —dijo Sonoko en tono dubitativo—. Ella y yo nos seguimos llamando de vez en cuando por teléfono, pero nunca me ha comentado nada de este señor.
—Bien, ¿y de sus relaciones con los hombres? ¿Ella le ha consultado o contado algo al respecto?
El rostro de Sonoko esbozó una sonrisa amarga.
—Lo mismo me preguntó el detective que vino la otra vez, pero ella no me ha contado nada. De todos modos, no creo que salga con nadie. Está entregada al cuidado y la educación de su hija, así que no creo que le quede mucho tiempo para devaneos amorosos. Antes Sayoko decía lo mismo.
Kusanagi asintió en silencio. Antes de ir al bar ya estaba convencido de que no iba a obtener grandes revelaciones sobre la posible relación entre Ishigami y Yasuko, así que tampoco es que se sintiera decepcionado. Pero la afirmación de que Yasuko no tenía tiempo para los hombres hizo que perdiera la confianza en la hipótesis de que Ishigami podría ser su cómplice en el crimen.
Un nuevo cliente entró en el local. Sonoko Sugimura lo miró con interés.
—Antes ha dicho que la señora Hanaoka y usted hablan por teléfono con cierta frecuencia, ¿verdad? ¿Cuándo fue la última vez?
—Creo que el día en que la muerte de Togashi salió en las noticias. Al enterarme, la llamé. Pero bueno, eso ya se lo conté también al otro detective.
—¿Y qué tal se encontraba?
—Pues como siempre. Yo no le noté nada raro. También me dijo que la policía ya había hablado con ella.
Kusanagi no le dijo que quien había hablado con ella había sido precisamente él.
—¿Y usted no le contó que Togashi había estado en el bar preguntando por ella?
—No, no se lo dije. O, mejor dicho, no quise decírselo. Es que no quería inquietarla.
O sea, que Yasuko Hanaoka no llegó a saber que Togashi la andaba buscando. ¿Significaba eso que no pudo prever que Togashi iba a ir a visitarla y que, en consecuencia, tampoco contó con margen suficiente para preparar el crimen?
—La verdad es que pensé en decírselo, pero ella estaba bastante alegre en ese momento. Me estaba contando cosas y me pareció que no era buen momento.
—¿Ella estaba «alegre»? —A Kusanagi le chocó la palabra utilizada por Sonoko—. ¿A qué momento se refiere? Supongo que no será a la última vez que hablaron por teléfono, ¿no?
—Ah, no, disculpe. Me refería a la ocasión anterior. Tres o cuatro días después de que Togashi apareciera por el bar. Tenía un mensaje de ella en mi contestador, así que le devolví la llamada.
—¿Y eso qué día fue?
—¿Qué día…? —La mujer sacó su móvil del bolsillo. Kusanagi pensó que iba a mirar el registro de llamadas, pero lo que el aparato mostró en su pantalla fue el calendario. Lo consultó y alzó la vista—. Fue el diez de marzo.
—¿El diez? —repitió Kusanagi intercambiando una mirada con Kishitani—. ¿Está segura?
—Pues sí.
—Ese día es el que se supone que mataron a Shinji Togashi. ¿Y a qué hora fue?
—Bueno, a ver… La llamé al llegar a casa, así que supongo que sobre la una de la mañana. Al parecer, ella me había llamado antes de las doce, pero como yo todavía estaba en el bar, no pude coger el teléfono.
—¿Durante cuánto tiempo estuvieron hablando?
—Supongo que unos treinta minutos. Es lo que hablamos normalmente.
—¿Y la llamó usted a su teléfono móvil?
—No fue a su móvil. En esa ocasión la llamé a su casa.
—Esto… Bueno, disculpe que afine tanto, pero entonces la llamada no tuvo lugar realmente el día diez, sino el once, pues ya era la una de la mañana.
—Sí, tiene razón. Hablando con precisión, así fue.
—Y en cuanto al mensaje que ella le dejó en el contestador, ¿le importaría decirme cuál era su contenido?
—Pues decía que tenía algo que contarme y que la llamara cuando terminara en el bar.
—¿Y qué quería contarle?
—Nada importante. Quería pedirme la dirección del centro de shiatsu al que fui cuando tuve una lumbalgia.
—¿Shiatsu…? ¿Y ya la había llamado antes en alguna ocasión para preguntarle algo así, o era la primera vez?
—Las razones para llamarnos nunca son importantes. Son simplemente una excusa para charlar. Yo también hago lo mismo.
—¿A esas horas de la madrugada? ¿Es habitual entre ustedes?
—Digamos que no es raro. En este trabajo siempre acabo a las tantas. Bueno, la verdad es que, por lo general, suelo llamar los días de fiesta, pero como en esa ocasión tenía un mensaje de ella, pues…
Kusanagi asintió con la cabeza. Crecía la sensación de que había algo en todo aquello que no terminaba de cuadrar.
Tras marcharse, se dirigieron hacia la estación de Kinshi-cho. Kusanagi iba dándole vueltas a la conversación con Sonoko Sugimura. Ésta decía que había hablado por teléfono con Yasuko la noche del diez de marzo. Y la había llamado al domicilio de Yasuko. O sea, que a esas horas Yasuko se encontraba en su casa.
La hipótesis de que el crimen podría haberse cometido después de las once de la noche del diez de marzo era también la que sostenía la jefatura. Por supuesto, esa hipótesis se había elaborado partiendo de la suposición de que Yasuko Hanaoka era la homicida. Porque, aun dando por buena toda su coartada, tal vez podría haber cometido el crimen tras salir del karaoke.
Pero lo cierto era que nadie confiaba en dicha teoría. Porque, aunque hubiera corrido hacia el lugar del crimen nada más salir del karaoke, habría llegado allí cerca de las doce. Y luego, cometido el homicidio, no habría tenido medios de transporte para regresar a casa. Por lo general, los criminales no van en taxi, un medio de transporte fácilmente rastreable por la policía. Además, por la zona en que se encontró el cadáver apenas pasaban taxis.
Por otra parte, estaba también la cuestión de la hora en que fue robada la bicicleta. Había sido sustraída antes de las diez de la noche. Si se trataba de una maniobra de distracción, Yasuko tenía que haber estado en la estación de Shinozaki antes de esa hora. Si, en cambio, no se trataba de una táctica de despiste y realmente Togashi la había robado, quedaba la duda de dónde y qué había estado haciendo desde que la robó hasta que se vio con Yasuko cerca de la medianoche.
Mientras elucubraban sobre todas estas circunstancias, Kusanagi y los suyos no habían investigado en serio la coartada de Yasuko Hanaoka para esa madrugada. Pero, aunque lo hubieran hecho, Yasuko también tenía cubierta esa franja horaria. Eso a Kusanagi le resultaba un tanto extraño.
—Oye, ¿recuerdas cuando nos entrevistamos con Yasuko Hanaoka por primera vez? —preguntó a Kishitani sin dejar de caminar.
—Sí, lo recuerdo. ¿Por qué?
—¿De qué modo le pregunté por su coartada? Le pedí que nos contara dónde había estado el diez de marzo, ¿no?
—Bueno, ahora no recuerdo bien los detalles, pero sí, creo que fue algo así.
—Entonces ella me contestó que había estado trabajando desde la mañana y que luego, por la noche, había salido con su hija. Que habían ido al cine, a cenar a un restaurante de ramen y, por último, a un karaoke, y que habían regresado a casa pasadas las once. Fue así, ¿no?
—Creo que así.
—Según la encargada del Marian, Yasuko la llamó después por teléfono. Y, aunque no era para nada importante, dejó incluso un mensaje en el contestador diciéndole que la llamara. Luego, pasada la una de la madrugada, la encargada le devolvió la llamada y ambas estuvieron unos treinta minutos hablando.
—¿Y qué?
—Entonces… Es decir, cuando yo le pregunté a Yasuko Hanaoka por su coartada, ¿por qué no me contó nada de eso?
—¿Qué por qué? No sé, supongo que porque no lo consideraría necesario.
—Pero ¿por qué? —repitió Kusanagi volviéndose hacia su joven compañero—. Si precisamente el hecho de estar hablando con alguien desde el teléfono fijo lo que demuestra es que a esa hora estaba en su casa…
Kishitani también se detuvo. Sus labios estaban fruncidos.
—Bueno, sí, pero ella debió de pensar que bastaba con contarte dónde había estado ese día. Seguramente si le hubieras preguntado qué había hecho al regresar a casa, también te habría contado lo de su conversación telefónica con Sonoko Sugimura.
—¿Crees que ésa es la única razón de que no dijera nada?
—¿Qué otra cosa cabe pensar? Si por lo menos hubiera ocultado un hecho para el que no tenía coartada… Pero se calló algo para lo que sí la tenía. ¿No crees que lo más extraño es que nos obcequemos tanto con ello?
Kusanagi apartó la mirada de la agria cara de descontento de Kishitani y comenzó a caminar. Tenía claro que al joven detective que le acompañaba, la madre y la hija le habían inspirado compasión desde el principio. Era imposible pretender que tuviese una visión objetiva del asunto.
Mientras tanto, la cabeza de Kusanagi había comenzado a reproducir la conversación mantenida con Yukawa ese mismo día. El físico no había intentado darle la vuelta al argumento de que, si Ishigami estaba de veras involucrado en el caso, seguramente no se trataría de un crimen premeditado.
«Si lo hubiera planeado él, no habría utilizado elementos como lo del cine para elaborar su coartada». Ése había sido el primer punto de la argumentación de Yukawa. «Y ello porque, como bien decís vosotros los policías, que en ese momento estuvieran en el cine resulta poco convincente. Es imposible que Ishigami no lo tuviera en cuenta. Pero todavía hay otra duda mayor. Y es qué motivo tenía Ishigami para colaborar con Yasuko Hanaoka en el homicidio de Togashi. La respuesta es ninguno. Por muy atormentada que Togashi tuviera a Yasuko, Ishigami habría ideado otra manera de solucionarlo. Estoy seguro de que en ningún caso habría elegido el homicidio».
Kusanagi le preguntó si insinuaba que Ishigami no era capaz de hacer algo tan cruel. Yukawa lo miró con serenidad y negó con la cabeza.
«No es cuestión de sentimientos ni de emociones. Es sólo que intentar escapar del sufrimiento a través del asesinato no resulta razonable. Porque cometer un homicidio comportaría, a su vez, tener que enfrentarse a nuevos sufrimientos. Ishigami no hace ese tipo de estupideces. En cambio, es capaz de cualquier atrocidad, siempre que la solución a la que le conduzca resulte lógica».
Entonces, ¿de qué manera pensaba Yukawa que Ishigami podía haber intervenido en el crimen? Lo que Yukawa respondió a esta cuestión fue lo siguiente: «Suponiendo que él estuviera involucrado, lo único que cabe pensar es que no habría tomado parte activa en el homicidio. Y eso significa que, en el momento en que constató cuál era el estado de las cosas, el crimen ya se había perpetrado. A partir de ahí, hay que preguntarse en qué podía colaborar él. Si todavía estaban a tiempo de ocultar el homicidio, eso es lo que habría hecho. Pero, si ya no era posible, habría que pensar en todo tipo de estrategias para eludir la acción de la policía. También les habría dado instrucciones a madre e hija sobre cómo responder a las preguntas de la policía, o sobre cómo y en qué momento sacar a la luz qué pruebas, etcétera».
En definitiva, la teoría de Yukawa consistía en que todas las declaraciones prestadas hasta ahora a la policía por parte de Yasuko y Misato, podrían no responder a la verdadera voluntad de ambas, sino haber sido manipuladas en la sombra por Ishigami.
Sin embargo, tras dicha afirmación, el físico había añadido con tranquilidad: «Por supuesto, todo lo que acabo de exponer no son sino meras suposiciones mías. Y, además, todas parten del hecho de que Ishigami participara de alguna manera en el crimen, así que existe la posibilidad de que la propia premisa de partida sea errónea y dé al traste con todo lo demás. Es más, por lo que a mí respecta, nada me gustaría más que estar equivocado y que todo esto no fueran sino meras elucubraciones mías. Espero de veras que así sea». Cuando Yukawa acabó de decir eso, puso semblante triste, algo inhabitual en él. Al mismo tiempo, daba la impresión de que sentía cierto temor ante la posibilidad de volver a perder a ese antiguo amigo con el que acababa de reencontrarse.
Yukawa decidió finalmente no contarle a Kusanagi por qué había empezado a dudar de Ishigami. Parecía claro que era porque se había dado cuenta de que éste sentía afecto por Yasuko, pero desechó la idea de contarle a Kusanagi cómo se había percatado de ello.
De todos modos, Kusanagi confiaba plenamente en las capacidades de observación y deducción de Yukawa. A tal punto era así, que cuando el físico aventuraba una idea, Kusanagi partía siempre de su certeza. Además, con la hipótesis de Yukawa, lo que había averiguado en el Marian empezaba a adquirir cierta lógica.
¿Por qué Yasuko no le había contado nada a Kusanagi sobre la medianoche del diez de marzo? Si Yasuko fuera la verdadera autora del crimen y lo de la noche del diez de marzo fuera una coartada para la policía, lo normal era que hubiera querido contarla cuanto antes. Que no lo hubiera hecho podría deberse al asesoramiento de Ishigami. Y las instrucciones de Ishigami podrían haber consistido, grosso modo, en un «No contar más que lo estrictamente indispensable».
Kusanagi recordó las palabras que Yukawa había dicho como quien no quiere la cosa y en un momento en el que aún no tenía el interés que ahora sí mostraba en el caso. Cuando le había contado que Yasuko Hanaoka había sacado los resguardos de las entradas de cine de entre las páginas del folleto de la película, Yukawa le había comentado: «Una persona corriente que esté preparando una coartada, no se agencia unas entradas de cine e incluso piensa dónde guardarlas. Si fue capaz de dejar a propósito los resguardos entre las páginas del programa en previsión del momento en que la policía fuera a verla a su casa, os enfrentáis a una adversaria bastante dura».
Eran poco más de las seis. Justo cuando Yasuko se disponía a quitarse el delantal, entró un cliente. Como un acto reflejo, ella le dio las buenas tardes y esbozó una sonrisa de cortesía, pero al ver su rostro se quedó perpleja. Su cara le resultaba conocida, aunque no mucho. Lo único que sabía era que se trataba de un viejo amigo de Ishigami.
—¿Se acuerda de mí? —preguntó el hombre—. Soy el que vino el otro día con Ishigami.
—Ah, sí, lo recuerdo —respondió ella recuperando la sonrisa.
—Me ha tocado venir por esta zona y me he acordado de su bento. Como el que me llevé el otro día estaba tan bueno…
—Me alegra oírle decir eso. Muchas gracias.
—Así que hoy… Ah, sí, me parece que hoy me llevaré el especial de la casa. Creo que es el que se suele llevar Ishigami, pero el día que yo vine ya estaba agotado. ¿Hoy aún les queda?
—Sí, hoy no hay problema. —Yasuko hizo el pedido a la cocina y volvió a quitarse el delantal.
—¿Cómo? ¿Ya se va?
—Sí. Trabajo hasta las seis.
—Vaya. Entonces va usted ahora a su apartamento.
—Pues sí.
—En tal caso, ¿le importa si la acompaño? Es que hay algo de lo que me gustaría hablarle y…
—¿A mí?
—Sí. Se trata más bien de algo que quiero consultarle. Es en relación con Ishigami. —La sonrisa con que lo dijo parecía denotar algo.
Yasuko no pudo evitar sentirse inquieta.
—Pero si yo no sé casi nada sobre el señor Ishigami…
—No le robaré mucho tiempo. Será sólo un momento, mientras caminamos. —El hombre hablaba con tono suave, pero a la vez investido de cierta autoridad.
—Bueno, si es sólo un momento… —se resignó ella.
Él se presentó como Yukawa y dijo que era profesor titular en la misma universidad en que había estudiado Ishigami. Ambos esperaron a que estuviera listo el bento de Yukawa y salieron juntos de la tienda.
Yasuko había venido en bicicleta, como siempre. Cuando se disponía a empujarla caminando, Yukawa se ofreció a llevarla.
—De eso me encargo yo —dijo, e intercambió su posición con la de Yasuko—. Entonces, ¿nunca ha tenido ocasión de charlar un rato con Ishigami?
—Pues no. Nos saludamos cuando viene a la tienda y poco más.
—Ya veo —dijo él, y se quedó en silencio.
—Bueno… ¿Y eso que quería consultarme? —preguntó ella.
Pero Yukawa siguió sin decir nada. Sólo cuando la ansiedad se hubo expandido aún más por el pecho de Yasuko, el hombre añadió:
—Es un tipo sencillo.
—¿Cómo?
—Ishigami. Es sencillo. Las respuestas que busca siempre son simples. No pretende encontrar varias a la vez. Y los medios que elige para obtenerlas también son simples. Por eso no duda. No vacila ni titubea ante cualquier tontería. Pero esa forma de actuar no resulta tan buena para la vida cotidiana. Porque lo que se puede obtener con su actitud es siempre todo o nada, y eso te obliga a vivir asumiendo el riesgo de perderlo todo.
—Bueno, señor Yukawa…
—Lo siento. No pretendo confundirla —se excusó Yukawa forzando una sonrisa—. ¿Conoció usted a Ishigami cuando se mudó a este apartamento?
—Sí. Al mudarme aquí fui a saludar a los vecinos para presentarme.
—¿Y en esa ocasión le dijo usted que trabajaba en la tienda de bento?
—Bueno, sí…
—Supongo que, desde entonces, él empezaría a pasarse a comprar, ¿no es así?
—Supongo que sí…
—Y aunque no haya hablado mucho con él, ¿no hay nada que usted recuerde especialmente de alguna de sus conversaciones? Cualquier cosa. Lo que sea…
Yasuko estaba desconcertada.
—¿Por qué me lo pregunta?
—Pues verá… —dijo Yukawa mirándola fijamente sin dejar de caminar—. Porque él es un amigo al que aprecio de veras. Y por eso quiero saber qué le ha pasado.
—Pero es que sus conversaciones conmigo… nunca han sido importantes.
—Sin duda, para él sí —repuso Yukawa—. Seguro que para él sí eran importantes. Y supongo que usted también es consciente de ello.
La seria mirada de Yukawa hizo que a Yasuko se le pusiera la piel de gallina. Estaba claro que aquel hombre se había enterado del afecto que Ishigami le profesaba. Y ahora quería saber cómo había surgido. Yasuko se dio cuenta de que, hasta entonces, tampoco había reparado en eso. Ella sabía muy bien que su atractivo físico tampoco era como para enamorar a primera vista.
Negó con la cabeza.
—Lo siento, pero no se me ocurre nada. La verdad es que el señor Ishigami y yo apenas hemos hablado.
—¿No? Bueno, puede que eso sea precisamente lo normal tratándose de Ishigami —dijo Yukawa suavizando su tono—. Y usted, ¿qué opina de él?
—¿Cómo?
—Supongo que ya se habrá dado cuenta de lo que él siente por usted, ¿verdad? ¿Qué opina de ello?
A Yasuko volvió a desconcertarla esa pregunta directa. Y el ambiente no era el idóneo para sonreír y disimular.
—Pues, por mi parte, nada especial… Bueno, me parece una buena persona, eso sí… Y también muy inteligente.
—«Inteligente», «buena persona»… Esas cosas de él sí que las sabe —dijo Yukawa deteniendo su marcha.
—Bueno, saber, saber, no es que lo sepa. Es sólo lo que me parece…
—Entendido. Bien, muchas gracias por su tiempo —dijo Yukawa, ofreciéndole el manillar de la bicicleta—. Y dele recuerdos a Ishigami de mi parte.
—Pero si ni siquiera sé si lo veré…
Para cuando Yasuko hubo dicho eso, Yukawa, que se había despedido con una leve inclinación y una sonrisa, ya había echado a andar en dirección opuesta. La sensación de intimidación que sintió Yasuko mientras lo veía alejarse fue inenarrable.