12

Cuando entró en el salón de té del hotel, Yasuko vio que alguien la llamaba desde los asientos del fondo levantando la mano. Era Kudo, vestido con una americana verde oscuro. En el salón, la mitad de las mesas estaban ocupadas. Había también algunas parejas, pero la mayoría eran hombres de negocio que mantenían conversaciones de trabajo. Yasuko caminó entre ellos con la cabeza discretamente gacha.

—Disculpa que te haya llamado así, tan de improviso —le dijo Kudo con una sonrisa—. ¿Qué te apetece beber?

La camarera se acercó a ellos y Yasuko pidió un té con leche.

—¿Ocurre algo? —preguntó luego.

—No, nada grave, pero… —respondió Kudo alzando su taza de café. Antes de llevársela a los labios, añadió—: Ayer vino a verme a casa un detective.

—Oh, lo siento —dijo Yasuko abriendo más los ojos.

—¿Le hablaste de mí a la policía?

—El otro día, después de cenar contigo, vino a verme un detective para interrogarme sobre dónde y con quién había estado. Me pareció que, si no le respondía, iba a resultar muy sospechoso, así que…

Kudo negó con la mano.

—No tienes por qué disculparte. De hecho, prefiero que se lo hayas dicho. Que la policía esté perfectamente enterada de lo nuestro es lo mejor para que podamos seguir viéndonos con normalidad.

—¿Eso crees? —repuso Yasuko mirándole, pero sin levantar la cabeza.

—Claro. Lo único que ocurre es que, al principio, habrá que contar con que no van a quitarnos el ojo de encima. De hecho hace un momento, cuando venía hacia aquí, me han estado siguiendo.

—¿Te han seguido?

—Al principio no me daba cuenta, pero luego lo vi claro. Durante todo el trayecto, he tenido siempre detrás al mismo coche. Y no creo que se trate de imaginaciones mías, porque incluso se ha metido conmigo en el parking del hotel.

Yasuko miraba a Kudo, que hablaba como si la cosa careciera de importancia.

—¿Y luego? ¿Qué han hecho?

—No lo sé —dijo él encogiéndose de hombros—. Como el coche estaba a bastante distancia, no he visto bien sus caras y, además, de pronto ya habían desaparecido. A decir verdad, hasta que has llegado no he hecho otra cosa que mirar alrededor, pero no me ha dado la impresión de que estén por aquí. Por supuesto, quizá nos observan desde algún lugar que nosotros no vemos, pero…

Yasuko movió la cabeza a ambos lados y escrutó a las personas que había alrededor. Ninguna le resultó sospechosa.

—Entonces, ¿sospechan de ti?

—Al parecer, el guión que se han montado dice que, en el plan para asesinar a Togashi, tú eres la jefa y yo el cómplice. El detective que me entrevistó me preguntó directamente cuál era mi coartada.

A Yasuko le trajeron su té con leche. Mientras la camarera lo servía, Yasuko volvió a echar un vistazo en derredor.

—Y si ahora también nos estuvieran observando y te vieran así, tomando algo conmigo, ¿no crees que volverían a sospechar algo?

—Al contrario. Debemos seguir con absoluta normalidad. Lo que resultaría sospechoso sería precisamente que nos viésemos a escondidas. Nosotros no tenemos nada que ocultar.

—Dicho esto, Kudo se repantigó en el sillón y bebió su café, como queriendo demostrar que no le importaba que en ese momento lo estuvieran observando.

Yasuko cogió su taza.

—Me alegra oírte decir eso, pero lamento de veras que todo esto te cause molestias. Tal vez sería mejor que dejáramos de vernos durante una temporada.

—Conociéndote, sabía que dirías eso —respondió Kudo dejando su taza sobre la mesa. Luego se inclinó hacia Yasuko—. Precisamente por eso te he pedido que vinieras aquí. Tarde o temprano te habrías enterado de que un detective había hablado conmigo y no quería que, llegado ese momento, te angustiaras sin razón. Créeme: no es necesario que te preocupes por mí. Como ya te he dicho, me preguntaron por mi coartada, pero afortunadamente cuento con una persona que puede acreditar que estuve con ella ese día. La policía dejará pronto de interesarse por mí.

—Ojalá sea así…

—Quien de veras me preocupa eres tú. Que yo no soy cómplice del asesino es algo sencillo de demostrar. Pero los detectives siguen sospechando de ti. Me deprime pensar que van a seguir inmiscuyéndose en tu vida y acosándote durante un tiempo.

—Bueno, qué remedio. A fin de cuentas, parece que poco antes de morir Togashi me estuvo buscando.

—Desde luego, es increíble. Pero ¿qué querría de ti a estas alturas? No es capaz de dejarte en paz ni muerto —dijo Kudo con gesto de disgusto. Luego volvió a mirar a Yasuko—. Porque tú no tuviste nada que ver con todo eso, ¿verdad? Espera, no es que desconfíe de ti, lo digo en el sentido de que, si tenías algún tipo de relación con Togashi, por nimia que fuera, me gustaría que me lo dijeras.

Yasuko volvió su mirada hacia el bello rostro de Kudo. Pensó que la verdadera razón por la que hoy había querido quedar con ella era para hacerle esa pregunta. O sea, no podía decirse que no albergaba ni la más mínima sospecha sobre ella. Esbozó una sonrisa.

—Tranquilo. Desde luego que no tuve nada que ver.

—Lo sé. Pero, aun así, me tranquiliza oírlo de tus labios. —Dicho eso, Kudo miró su reloj de pulsera—. Bueno, ya que estás aquí, ¿qué tal si cenamos juntos? Conozco un sitio en el que hacen un yakitori estupendo.

—Lo siento, pero esta noche no le he dicho nada a Misato y…

—Ah, claro. Bueno, en tal caso no insistiré —contestó Kudo tomando la nota de las consumiciones y poniéndose en pie—. ¿Nos vamos?

Mientras Kudo pagaba la cuenta, Yasuko volvió a echar un vistazo alrededor. No vio a nadie que pareciera policía.

Lo sentía por Kudo, pero lo cierto era que mientras sospecharan de él como coautor del crimen, ella podría estar tranquila. A fin de cuentas era la prueba de que la policía estaba desorientada y daba palos de ciego.

De todos modos, dudaba de si debía seguir viéndole. Deseaba que su relación fuera más estrecha, más íntima. Pero, por otro lado, le preocupaba que eso se convirtiera en la causa de otra gran ruptura. Y por su mente cruzó la imagen del inexpresivo rostro de Ishigami.

—Vamos, te llevo —dijo Kudo en ese momento.

—No hace falta. Tomaré el metro.

—Nada de eso, yo te llevo.

—No, de veras, no hace falta. Además, antes de volver a casa quiero hacer unas compras, así que…

—Está bien… —murmuró Kudo con gesto de no estar muy convencido. Finalmente se resignó y mostró a Yasuko su sonrisa—: Entonces nos despedimos aquí. Te llamaré, ¿de acuerdo?

—Muchas gracias por la invitación —dijo Yasuko antes de dar media vuelta y echar a andar.

Mientras cruzaba por el paso de cebra que daba acceso a la estación de Shinagawa, su móvil empezó a sonar. Abrió el bolso sin dejar de caminar. Al ver la pantalla, comprobó que era Sayoko, de Bententei.

—¿Sí?

—Hola Yasuko, soy Sayoko. ¿Puedes hablar? —La voz denotaba una extraña tensión.

—Claro. ¿Pasa algo?

—Hace un rato, cuando ya te habías ido, han venido otra vez los detectives. Nos han preguntado algo muy extraño, así que he pensado que sería mejor que estuvieras enterada, por si acaso.

Con el teléfono fuertemente aferrado, Yasuko cerró los ojos. Otra vez la policía. Era como una telaraña. No hacía más que enredarse constantemente alrededor de ella.

—¿A qué te refieres con «algo muy extraño»? —preguntó con el pecho oprimido por la ansiedad.

—Pues verás, se trata de ese señor, el profesor de instituto. Creo que se llama Ishigami, ¿no?

A Yasuko estuvo a punto de caérsele el teléfono al suelo.

—¿Y qué ocurre con él? —preguntó con voz temblorosa.

—Los detectives nos dijeron que sabían de un cliente que venía a la tienda a comprar bento sólo por verte a ti y nos preguntaron quién era. Parece que se enteraron por Kudo.

—¿Por Kudo?

Pero ¿qué tendría que ver Kudo con eso?, se preguntó Yasuko. No entendía nada.

—Verás, Yasuko. Es que yo un día le comenté algo a Kudo y… Bueno, le dije que había un cliente que venía todas las mañanas a comprarnos el bento con tal de verte. Y parece que él se lo contó a la policía.

Así que era eso, pensó Yasuko. La policía había ido a Bententei; quería comprobar si la información de Kudo era verdad.

—Bueno, Sayoko, ¿y tú qué les dijiste?

—Pensé que no tenía sentido ocultárselo. Habría resultado muy raro, así que les dije la verdad: que se trataba del profesor de instituto que es vecino tuyo. Pero enseguida les aclaré que eso de que te tiene echado el ojo son sólo ocurrencias nuestras, y que realmente no tenemos ni idea de si es cierto.

Yasuko notó que se le secaba la boca. La policía ya había puesto sus ojos en Ishigami. ¿Y habría sido sólo por el comentario de Kudo? ¿O se habrían acabado fijando en él por otra razón?

—¿Hola? ¿Yasuko?

—Eh… ¿Sí?

—En fin, eso fue lo que les dije. Me pregunto si hice bien. Espero no haber dicho nada que te perjudique.

Ciertamente, lo había dicho. Pero Yasuko no podía reconocerlo.

—No creo que haya ningún problema. A fin de cuentas, no tengo ninguna relación con el profesor, así que…

—Claro. En fin, pues para eso te he llamado. Creí que debía contártelo.

—Gracias.

Yasuko colgó. Tenía un nudo en el estómago y sentía unas ligeras náuseas.

Esa sensación la persiguió hasta llegar a su apartamento. Durante el trayecto se detuvo en un supermercado para hacer la compra, pero ni ella misma sabía qué cogió de los estantes.

Cuando oyó abrirse la puerta del apartamento contiguo, Ishigami se encontraba ante su ordenador. Tenía tres fotografías en pantalla. Dos de Kudo y una de Yasuko entrando en el hotel. Habría preferido sacarlos a los dos juntos, pero Kudo había estado a punto de descubrirlo y si Yasuko se hubiera dado cuenta de que la estaba fotografiando, también habría tenido complicaciones, así que había optado por ser cauto.

Ishigami lo hacía únicamente previendo el peor de los casos. Llegado el momento, esas fotos le serían de gran ayuda, pero, por supuesto, deseaba no tener que usarlas nunca.

Echó un vistazo a su reloj de pulsera y se puso en pie. Eran casi las ocho. Al parecer, Yasuko tampoco había estado mucho tiempo con Kudo. Se dio cuenta de que aquello le producía cierta sensación de alivio.

Metió la tarjeta telefónica en su bolsillo y salió del apartamento. Caminó como siempre en la noche y comprobó prudentemente que nadie lo estuviera vigilando.

Se acordó del detective Kusanagi. Lo del otro día había sido muy extraño. Le había llamado la atención el hecho de que, mientras le estaba preguntando sobre Yasuko, se hubiera puesto también a preguntarle acerca de Yukawa. ¿Qué clase de información intercambiarían luego entre ellos? A Ishigami se le hacía muy difícil planear su siguiente paso sin saber a ciencia cierta si sospechaban de él.

Llamó al móvil de Yasuko desde el teléfono público de siempre. Ella descolgó al tercer tono.

—Soy yo —dijo Ishigami—. ¿Puede hablar ahora?

—Sí.

—¿Algo especial durante el día?

Lo que realmente quería preguntarle era de qué había hablado con Kudo en su cita de hoy, pero no se le ocurría cómo abordar el tema. El mero hecho de que estuviera enterado de que ambos se habían visto ya resultaba sospechoso.

—Bueno, lo cierto es que… —Yasuko vaciló y no supo seguir.

—¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo? —Ishigami pensó que Kudo debía de haberle contado algo alarmante.

—Es que a la tienda… o sea, a Bententei… Al parecer, hoy han ido unos detectives y… bueno, el caso es que han estado preguntando sobre usted.

—¿Sobre mí? ¿En qué sentido? —Ishigami tragó saliva.

—Bueno… es algo difícil de explicar… Lo cierto es que en la tienda hace tiempo que rumorean sobre usted y… en fin, no me gustaría que se enfadara por eso…

Ishigami empezaba a irritarse. Le resultaba exasperante el titubeo de Yasuko. Seguro que también era de ésas a las que se les daban fatal las matemáticas.

—No me enfadaré. Pero le ruego que vaya al grano. ¿Qué se rumorea de mí? —preguntó, pensando que, a fin de cuentas, los rumores consistirían en burlas sobre su aspecto o indumentaria.

—Verá, yo les digo que no, pero ellos… En fin, ellos están empeñados en que usted viene a la tienda sólo por verme…

—¿Qué…? —Por un instante, Ishigami se quedó en blanco.

—Lo siento. Lo dicen en broma. Simplemente les hace gracia. Pero no lo hacen con maldad. Y tampoco creen en serio que sea cierto… —se apresuró a decir Yasuko, intentando quitarle hierro al asunto. De todos modos, el oído de Ishigami no había percibido ni la mitad de sus palabras.

Entonces, eso era lo que pensaban los demás de él. Los demás, aparte de ella… Y no se equivocaban. Era verdad que cada mañana iba a comprar el bento allí sólo para verla. Y decir que no esperaba que ella se diera cuenta de sus sentimientos sería engañarse a sí mismo. Pero, al pensar que el resto de la gente también se había dado cuenta, el cuerpo le ardió de rabia. Debían de troncharse de risa viendo a un hombre tan feo como él derritiéndose de amor por una mujer tan bella.

—¿Está usted enfadado? —preguntó Yasuko.

Ishigami carraspeó, azorado.

—No… Bien, ¿y en cuanto a los detectives?

—Pues parece que se enteraron de ese rumor y fueron a la tienda para preguntar quién era el cliente en cuestión, y entonces ellos les dieron su nombre.

—Entiendo —dijo Ishigami. El cuerpo le seguía ardiendo—. Y la policía, ¿por quién se enteró de la existencia de ese rumor?

—Pues no lo sé…

—¿Y lo único que preguntaron fue eso?

—Según parece, sí.

Ishigami asintió con el auricular apretado en su mano. No era momento de mostrar desconcierto. No sabía a través de qué vicisitudes habían conseguido enterarse, pero era un hecho incontestable que la policía estaba enfocando su punto de mira hacia él. Tenía que pensar en cómo responder a eso.

—¿Está su hija en casa? —preguntó.

—¿Misato? Sí…

—¿Podría decirle que se ponga un instante?

—Sí, claro.

Ishigami cerró los ojos. Intentaba concentrarse al máximo para pensar con claridad. ¿Qué estaban planeando el detective Kusanagi y su gente? ¿Cuál iba a ser su siguiente movimiento? Sumido en esos pensamientos, el rostro de Yukawa apareció de improviso en su mente y eso le desconcentró. ¿Qué era lo que pretendía ese físico?

—¿Sí? —La voz de la joven llegó al oído de Ishigami.

Él la saludó y dijo:

—La amiga a la que el día doce le contaste que habías ido al cine era Mika, ¿verdad?

—Sí. Y también fue eso lo que les conté a los detectives.

—Eso ya me lo habías dicho. Pero, y en cuanto a tu otra amiga, dijiste que se llamaba Haruka, ¿no?

—Sí, Haruka Tamaoka.

—Desde entonces, ¿has vuelto a hablar con ella de lo del cine?

—No. Creo que sólo fue en aquella ocasión. Aunque puede que luego también hablara un poco, no sé…

—Pero de ella no le dijiste nada a la policía, ¿verdad?

—No, nada. Sólo les hablé de Mika. Como usted dijo que por el momento era mejor no decirles nada de Haruka, pues…

—Así es. Pero ya va siendo hora de que se lo contemos… —Ishigami, sin dejar de mirar alrededor por si había alguien escuchando, comenzó a darle a Misato instrucciones precisas sobre lo que debía hacer.

Una nube de humo gris salía del descampado contiguo a las pistas de tenis del campus. Al aproximarse, uno descubría a Yukawa remangado, con su bata blanca, removiendo con un palo el fondo del bidón que despedía el humo.

Al oír unos pasos aproximándose, Yukawa se volvió.

—Vaya… lo tuyo es como tener un acosador particular.

—¿Acaso no es eso lo que hacen los detectives, acosar a los tipos sospechosos?

—Oh, así que ahora yo soy un «tipo sospechoso» —repuso Yukawa, divertido y con una sonrisa de oreja a oreja—. Algo me dice que, tras largo tiempo de hibernación, esta vez vienes con nuevas y audaces ideas. Con esa flexibilidad mental lograrás prosperar más en este mundo.

—¿No vas a preguntarme por qué me pareces un «tipo sospechoso»?

—No hace falta. A los científicos nos han considerado sospechosos a lo largo de toda la historia —contestó Yukawa sin dejar de remover el bidón con el palo.

—¿Qué estás quemando ahí?

—Nada importante. Informes y documentos que ya no valen. Uno no se puede fiar de la trituradora de documentos. —Cogió un cubo de agua que tenía al lado y lo vació en el bidón. Se elevó una columna de humo blanco aún más espeso, junto con el ahogado crepitar del fuego mientras se apagaba.

—Tengo que hablar contigo. Esta vez hay algo que quiero preguntarte como detective.

—Te estás dejando la piel en esto, ¿eh? —dijo Yukawa mientras comprobaba que el fuego se había apagado por completo. Luego echó a andar cubo en mano.

Kusanagi fue tras él.

—Ayer, después de nuestra charla, me pasé por Bententei. Y allí me enteré de algo muy interesante. ¿No quieres saberlo?

—No tengo especial interés.

—Vale, entonces te lo contaré de todos modos: ese buen amigo tuyo, Ishigami, está colado por Yasuko Hanaoka.

Las piernas de Yukawa, que caminaban a grandes zancadas, se detuvieron de repente. Al volverse para mirar a Kusanagi, su rostro denotaba perplejidad.

—¿Eso te lo ha dicho la gente de la tienda?

—Bueno, más o menos. Ayer, mientras hablaba contigo, tuve una intuición y fui a Bententei para comprobarla. Puede que la lógica sea muy importante, pero la intuición es también un arma decisiva para un detective.

—¿Y bien? —dijo Yukawa—. ¿Qué influencia puede tener en vuestra investigación el hecho de que él esté enamorado de Yasuko Hanaoka?

—Venga ya. A estas alturas no te hagas el tonto conmigo, ¿vale? No sé ni cómo ni por qué te has dado cuenta, pero estoy seguro de que tú también sospechas que Ishigami puede haber colaborado en el crimen con Yasuko Hanaoka, y precisamente por eso has estado actuando a mis espaldas. A escondidas.

—No recuerdo haber hecho nada a escondidas.

—Sea como fuere, en este momento sí tengo una razón para sospechar de Ishigami, así que a partir de ahora lo someteremos a un mareaje estricto. Ah, y por cierto, el otro día decidimos ir cada uno por su lado, pero ¿no crees que deberíamos dejarnos de tonterías y fumar la pipa de la paz? En definitiva, yo te ofrezco la información de que disponga y tú, a cambio, me cuentas tu opinión sobre el caso. ¿Qué te parece? No es un mal trato.

—Me sobrevaloras. Yo todavía no tengo una opinión formada. Lo único que hago es imaginar cosas.

—Vale, entonces cuéntamelas —dijo Kusanagi mirando fijamente a su amigo.

Yukawa apartó la mirada y continuó caminando.

—Bueno, de momento vamos al laboratorio.

Una vez en el laboratorio trece del departamento de Física, Kusanagi se sentó ante un escritorio surcado de extrañas quemaduras, donde Yukawa puso dos tazas de café. Como de costumbre, no podía decirse que ninguna estuviera muy limpia.

—Bien, suponiendo que Ishigami haya actuado como cómplice, ¿cuál habría sido su papel? —preguntó Yukawa.

—Das por hecho que me toca hablar el primero.

—Tú eres el que ha propuesto la paz —comentó Yukawa sentándose en una silla para beber un sorbo de café.

—Está bien. Al fin y al cabo, todavía no le he hablado de Ishigami a mi jefe, así que todo lo que voy a contarte no son más que suposiciones mías. Yo creo que si el crimen fue cometido en un lugar distinto, Ishigami fue quien llevó el cadáver hasta el sitio donde lo encontramos.

—Pero ¿no negabas la hipótesis del traslado del cadáver?

—También dije que, si había un cómplice, la cosa cambiaba. Pero sigo creyendo que la autora material, o sea, la que se encargó directamente de liquidarlo, fue ella. Puede que Ishigami la ayudara, pero estoy seguro de que ella es la responsable del crimen.

—Te veo muy rotundo.

—Si Ishigami se hubiera encargado de liquidarlo y también de deshacerse del cadáver, ya no estaríamos ante un crimen en coautoría. El autor sería él. El único autor. Pero no parece probable que nadie llegue a tanto, por muy enamorado que esté. Ten en cuenta que, si luego Yasuko lo traicionara, sería su fin. Así que, seguramente, ella también ha debido de asumir algún riesgo en todo esto.

—Entonces, tampoco cabe pensar que Ishigami lo matara él solo y luego se ocuparan del cadáver entre los dos.

—No quiero decir que esa posibilidad sea imposible, pero me parece remota. La coartada de Yasuko Hanaoka, lo del cine, es floja, pero en cuanto a lo que hizo después parece bastante consistente. También cabe pensar que actuara fijando muy bien los horarios con antelación, pero en tal caso resulta muy improbable que colaborara a la hora de deshacerse del cadáver, sin saber a ciencia cierta y de antemano cuánto iba a costar.

—¿Y la parte de la coartada de Yasuko Hanaoka que sigue sin confirmarse es…?

—El tiempo que dice que estuvo en el cine, o sea, entre las siete y las nueve y diez de la noche. El restaurante de ramen y el karaoke a los que fue después sí los hemos comprobado. Sin embargo, estamos casi seguros de que también llegó a entrar en el cine, porque, entre los resguardos que aún conservaban en el local, hemos encontrado dos con las huellas de la madre y la hija.

—Entonces, lo que tú piensas es que el homicidio fue cometido por ambos durante esas dos horas y diez minutos, ¿no?

—Y puede que en ese tiempo también se deshicieran del cadáver. Pero, desde el punto de vista cronológico de los hechos, creo que la posibilidad de que Yasuko abandonara la escena del crimen antes que Ishigami es bastante alta.

—¿Y cuál es la escena del crimen?

—No lo sé. Pero, en cualquier caso, creo que Togashi fue llevado o atraído hasta ella por Yasuko.

Yukawa inclinó su taza en silencio y bebió de ella. Su ceño estaba fruncido y su cara denotaba que la explicación de su amigo no le convencía demasiado.

—Tienes pinta de querer decir algo —añadió Kusanagi.

—¿Quién, yo? No, nada.

—Pues si hay algo que quieras decir, hazlo de una vez. Yo ya te he expuesto mi opinión, así que ahora te toca a ti.

Yukawa soltó un fuerte suspiro y dijo:

—No se usó ningún coche.

—¿Qué?

—Digo que no creo que Ishigami usara un coche. Para poder trasladar un cadáver se necesita un vehículo, ¿no? Pero Ishigami no tiene coche, así que habría tenido que agenciarse uno en algún sitio. Y él no parece disponer de los medios para poder conseguir uno sin dejar rastro, con un coche que tampoco deje huellas. La gente normal no suele disponer de ese tipo de medios.

—Investigaremos todas las agencias de alquiler de coches.

—Pues que os sea leve, porque puedo garantizarte que el coche no aparecerá.

La mirada que Kusanagi lanzó a su amigo habría podido fulminarlo, pero Yukawa permanecía impertérrito, como si la cosa no fuera con él.

—Yo lo único que digo es que, si el crimen se cometió en otro lugar, tal vez Ishigami fue el encargado de trasladar el cadáver —insistió el detective—. Pero también hay muchas posibilidades de que el lugar donde encontramos el cadáver fuera el mismo en que lo mataron. A fin de cuentas, haciendo las cosas entre dos todo es posible.

—Claro. Entre los dos mataron a Togashi, le desfiguraron el rostro, quemaron sus huellas dactilares, lo desvistieron, quemaron sus ropas y luego se largaron corriendo. Anda ya. ¿Eso es lo que crees?

—Ya te digo que también es posible que actuaran en momentos diferentes —replicó el físico—. Pero, en cualquier caso, Yasuko tuvo que estar de vuelta antes de que terminara la proyección de la película.

—Entonces, según tu teoría, en la bicicleta que encontrasteis al lado del cadáver vino montado el propio Togashi, ¿no?

—Pues sí.

—Lo que significa que Ishigami olvidó borrar las huellas que había en la bicicleta. ¿Y crees que alguien como él cometería ese error de principiante? ¿Alguien como el Buda?

—Todo el mundo, por muy listo que sea, comete fallos.

Yukawa negó lentamente con la cabeza.

—Ese tipo, no.

—Entonces, ¿por qué razón no eliminó las huellas?

—No dejo de pensar en ello —repuso el Profesor Galileo, cruzándose de brazos—. Pero todavía no he llegado a ninguna conclusión.

—¿No le habrás dado demasiadas vueltas a la cabeza? Puede que ese tipo sea un genio de las matemáticas, pero, en cuanto a asesinatos, seguramente no es más que un aficionado.

—Ambas cosas son lo mismo —afirmó Yukawa con parsimonia—. De hecho, los asesinatos deberían resultarle aún más fáciles.

Kusanagi movió despacio la cabeza, como si negara, y alzó la sucia taza en que Yukawa le había servido el café.

—De todos modos —dijo—, vamos a marcar de cerca a Ishigami. Admitida la posibilidad de que en el crimen colaborara un hombre, el ámbito de la investigación se amplía.

—En tu opinión, el crimen se cometió de un modo bastante descuidado, ¿no? Que si el olvido de borrar las huellas dactilares de la bicicleta, que si lo de dejar restos de las ropas de la víctima a medio quemar… Hay despistes por todas partes. Pero me gustaría preguntarte algo: ¿tú crees que el crimen estaba planeado o que, por alguna razón, lo improvisaron sobre la marcha?

—Bueno, yo… —comenzó Kusanagi. Le devolvió la mirada a Yukawa, que parecía estar observando algo, y añadió—: Creo que fue improvisado. Por ejemplo, Yasuko llama a Togashi porque hay algo de lo que ambos tienen que hablar. Ishigami la acompaña a modo de guardaespaldas. Pero la conversación se va torciendo, la cosa se lía y, al final, entre los dos acaban matando a Togashi. Supongo que podría haber sido así.

—Pero eso entra en contradicción con lo del cine —observó Yukawa—. Si sólo habían quedado para conversar, no era necesario que se prepararan una coartada de antemano, por muy floja que fuera.

—Entonces, ¿piensas que fue un crimen programado? ¿Qué Yasuko e Ishigami le tendieron una trampa para acabar con él?

—Eso tampoco me convence.

—A ver si te aclaras de una vez —refunfuñó Kusanagi con cara de desaliento.

—Si el plan lo elaboró Ishigami, seguro que no sería endeble. No resulta creíble que un tipo como él diseñara un plan tan lleno de lagunas.

—Ya, pero de todos modos… —repuso Kusanagi. Pero justo entonces su móvil empezó a sonar—. Disculpa —le dijo a Yukawa antes de ponerse al aparato.

La llamada era de Kishitani. Y parecía importante. Kusanagi iba tomando notas.

—Me acaban de informar de algo bastante interesante —comentó Kusanagi tras colgar—. Yasuko tiene una hija que se llama Misato, y una de las compañeras de colegio de la chica acaba de ofrecernos un testimonio valioso.

—¿Sí?

—Parece que el mismo día de los hechos Misato le contó a esa compañera suya que por la noche iba a ir al cine con su madre.

—¿De veras?

—Lo ha comprobado Kishitani. No creo que haya ninguna duda. En definitiva, madre e hija ya tenían decidido que ese día irían al cine. ¿No crees que eso significa claramente que estamos ante un crimen planeado?

Yukawa negó con la cabeza.

—Imposible —dijo en tono grave.