10

Pasadas las seis de la tarde, un Mercedes-Benz verde entró en el aparcamiento subterráneo del edificio. Al verlo, Kusanagi supo que se trataba del coche de Kuniaki Kudo, pues había ido a su empresa ese mismo día. El policía, que estaba vigilando desde la cafetería situada enfrente del bloque de apartamentos, se levantó de la mesa sacando el dinero para pagar las dos tazas de café que había pedido. A la segunda apenas había podido darle un sorbo.

Se apresuró a cruzar la calle y se dirigió al aparcamiento subterráneo. El edificio tenía puertas de entrada, tanto en la planta baja como en el sótano. Ambas estaban dotadas de sistemas de cierre automático y parecía claro que, en principio, un usuario del aparcamiento optaría siempre por la del sótano. A ser posible, Kusanagi quería abordar a Kudo antes de que entrara en el edificio. Y es que, si tenía que identificarse a través del portero automático y luego subir a su apartamento, le iba a proporcionar un tiempo precioso para poder pensar.

Afortunadamente, parecía que él había sido el primero en llegar a la entrada. Mientras recobraba el aliento con la mano apoyada en la pared, apareció Kudo, vestido con traje y maletín. Extrajo su llave y, en el preciso instante en que iba a introducirla en la cerradura, oyó una voz a sus espaldas.

—¿El señor Kudo?

Este dio un respingo y sacó de la cerradura la llave que ya había insertado. Se volvió y miró a Kusanagi. Con gesto de recelo, contestó:

—Sí, soy yo… —Su mirada recorrió a Kusanagi de arriba abajo.

El policía le mostró su placa sin llegar a sacarla del todo de su americana.

—Perdone que me presente así, de improviso. Soy policía. Me preguntaba si podría prestarnos su colaboración un momento.

—¿Es usted detective? —dijo Kudo bajando la voz. Sus ojos escrutaban a Kusanagi.

Éste asintió.

—Así es. Querría hacerle unas preguntas en relación a Yasuko Hanaoka… —Kusanagi esperó, atento, la reacción de Kudo. Si se mostraba sorprendido o desconcertado resultaría más sospechoso que si no lo hacía, pues sin duda estaba al corriente de la muerte de Togashi.

Kudo se limitó a hacer una mueca y asentir.

—De acuerdo. ¿Vamos a mi apartamento? ¿O prefiere que hablemos en una cafetería u otro sitio?

—Si no le importa, preferiría en su apartamento.

—Muy bien. Está un poco desordenado, pero… —Y volvió a insertar la llave en la cerradura.

Él lo había calificado de «desordenado», pero más bien parecía desolado. Tal vez debido a que disponía de armarios empotrados, no había ni un mueble de más. Apenas lo decoraba un sofá de dos plazas y un sillón. Kudo cedió el sofá a Kusanagi.

—¿Le apetece un té o un refresco? —le ofreció sin siquiera quitarse la americana.

—No, gracias, no se preocupe. Será sólo un momento.

—Bien —dijo Kudo. Sin embargo, fue a la cocina y salió con dos vasos en una mano y una botella llena de té oolong en la otra.

—Disculpe la intromisión, pero… ¿y su familia? —preguntó Kusanagi.

—Mi esposa falleció el año pasado. También tengo un hijo, pero está viviendo con mis padres —respondió Kudo con franqueza.

—Vaya… Entonces, ¿vive usted solo?

—Así es —dijo Kudo, relajando su rostro, al tiempo que servía té en ambos vasos. Luego puso uno delante de Kusanagi—. ¿Ha venido por… lo de Togashi?

El policía retiró el brazo que ya había comenzado a extender hacia el vaso de té. Si era su propio interlocutor el que sacaba directamente el tema, no tenía por qué perder el tiempo con rodeos.

—Efectivamente. He venido por el asunto del homicidio del exmarido de Yasuko Hanaoka.

—Ella no tiene nada que ver con eso.

—¿Cómo lo sabe?

—Había roto con él hacía mucho tiempo. Actualmente no mantenían ninguna relación. ¿Qué razón iba a tener para querer matarlo si ya no estaban juntos?

—Sí, nosotros también pensamos lo mismo, pero…

—¿Qué quiere decir?

—Pues que en este mundo hay matrimonios de todo tipo y que lo normal es que las cosas no se resuelvan sólo con ideas como la suya, aparentemente correctas pero que no responden a la realidad. La cosa no es tan sencilla. En la vida real las parejas no dejan de relacionarse al día siguiente de haber roto. Ni dejan sin más de interferir en la vida del otro, ni sus miembros se transforman de la noche al día en personas distintas. Si de veras terminaran así, no existiría ningún caso de acoso. Pero la realidad es bien distinta. Lo habitual es que uno de los dos quiera romper, pero el otro no. Y eso, incluso después de haber iniciado los trámites de divorcio.

—Pues ella me dijo que llevaba mucho tiempo sin ver a Togashi. —Los ojos de Kudo empezaban a reflejar cierta hostilidad.

—¿Ha hablado del caso con ella?

—Desde luego. De hecho, ésa es la razón por la que, cuando me enteré, fui a visitarla.

Kusanagi pensó que esa afirmación coincidía con lo que había declarado Yasuko Hanaoka.

—Así pues, ¿significa eso que se preocupaba por ella antes de que se cometiera el crimen?

Kudo frunció el ceño mostrando su desagrado.

—No sé muy bien a qué se refiere. Supongo que, ya que ha venido a verme, estará informado sobre mi relación con ella, ¿no? Yo era un cliente asiduo del bar en que ella trabajaba antes. Incluso en una ocasión, aunque por casualidad, conocí también a su esposo. Entonces supe que se llamaba Togashi. Por eso, cuando se produjo el crimen y salió la foto de él en los medios, decidí visitarla para ver cómo se encontraba.

—Sí, ya sé que usted era cliente asiduo del bar, pero me cuesta imaginar que, sólo por eso, llegase a, digamos, tanta familiaridad. Además, ¿no dirige usted una empresa? ¿Cómo le queda tiempo para dedicarse a otras cosas? —Kusanagi dio a sus palabras un intencionado tono irónico. Por su trabajo, tenía que usar ese tono a menudo, aunque no le gustaba nada hacerlo.

Su técnica pareció surtir efecto, pues Kudo enrojeció de ira.

—¿Es que no ha venido a preguntarme por Yasuko Hanaoka? La verdad es que, desde que ha llegado, no ha dejado de interrogarme. ¿Acaso sospecha de mí, detective?

Kusanagi sonrió mientras negaba con la mano.

—No, tampoco es eso. Le pido disculpas si le he molestado. Es sólo que, como parece que en la actualidad se lleva especialmente bien con Yasuko Hanaoka, queríamos saber algo más sobre usted.

Kusanagi habló con tono conciliador, pero los ojos de Kudo seguían recelosos. Tras respirar hondo, asintió con la cabeza.

—Está bien. No me gusta que me busquen las cosquillas, así que le hablaré con franqueza: ella me gusta. Estoy enamorado. Así que cuando me enteré del homicidio, pensé que era una oportunidad para aproximarme a ella y por eso fui a verla. ¿Satisfecho? ¿Le convence más si se lo digo así?

Kusanagi esbozó una sonrisa. Esta vez no se trataba de una representación ni de una táctica.

—Bueno, tampoco hay que ponerse así…

—Pero es lo que usted quería oír, ¿verdad?

—Lo único que queremos es conocer las relaciones personales de Yasuko Hanaoka.

—Eso es lo que no acabo de comprender. ¿Por qué la policía sospecha de ella? —repuso Kudo mientras ladeaba la cabeza en gesto de duda.

—Justo antes de que lo mataran, Togashi la andaba buscando, así que es posible que ambos llegaran a verse —informó Kusanagi, suponiendo que no había inconveniente en contarle ese detalle a Kudo.

—De modo que ella lo mató, claro. Ustedes los policías piensan siempre de un modo muy simplista. —Kudo se encogió de hombros y resopló por la nariz.

—Disculpe mi falta de tacto. Por supuesto, la señora Hanaoka no es la única sospechosa. Lo que ocurre es que ahora mismo no podemos descartarla totalmente, eso es todo. Además, también es posible que la clave, aunque no se encuentre en ella, sí se halle en alguien de su entorno.

—¿«De su entorno»? —Kudo frunció el ceño y asintió con la cabeza—. Así que es eso, ¿eh?

—¿A qué se refiere?

—Usted cree que ella le pidió a alguien que se deshiciera de su ex. Por eso ha venido a verme. ¿Soy el principal candidato a asesino?

—Tampoco es que estemos convencidos de ello, pero… —Dejó la frase sin terminar adrede. Si a Kudo se le ocurría algo que añadir, quería que lo hiciera en ese mismo momento.

—Pues, si es por eso, me temo que tendrá que hacer muchas más visitas. Porque había un montón de clientes enamorados de ella. Lo que tampoco es de extrañar, visto lo guapa que es… Y no me refiero sólo a su etapa de camarera. Según los Yonezawa, hay clientes que van a su tienda de bento sólo por verla a ella. ¿Qué tal si prueba usted a entrevistarlos a todos?

—Por supuesto. Si me da usted sus nombres y sus direcciones, no dude de que lo haré. ¿Sabe de alguno en concreto?

—No. Y además no tengo por costumbre ir dando soplos —repuso Kudo con firmeza—. De todos modos, aunque fuera usted a entrevistarlos a todos, supongo que sería una pérdida de tiempo. Ella no es de las que piden ese tipo de favores. Me temo que no es ni tan perversa ni tan estúpida. Y, si me permite que añada algo más, le diré que yo tampoco soy tan tonto como para cometer un asesinato sólo porque me lo haya pedido una mujer que me gusta. Su nombre es Kusanagi, ¿verdad? Verá, detective Kusanagi, lamento que haya venido hasta aquí para nada —añadió, al tiempo que se ponía en pie sugiriendo que la entrevista había terminado.

Kusanagi hizo lo propio. Se levantó del sofá sin dejar de tomar notas en su libreta.

—¿El diez de marzo acudió usted a su trabajo como de costumbre?

Los ojos de Kudo se abrieron como platos por un instante. Su mirada se endureció.

—¿Así que ahora me pide una coartada?

—En efecto. —Kusanagi pensó que ya no tenía sentido andarse con rodeos. A fin de cuentas, aquel hombre estaba muy enfadado.

—Espere un momento, por favor —dijo Kudo, y acto seguido extrajo de su maletín una gruesa agenda. Pasó rápidamente las páginas y luego resopló—. No hay ninguna anotación para ese día, así que seguramente hice lo de siempre. Supongo que saldría de la empresa sobre las seis, como todos los días. Si no me cree, puede preguntar a los empleados.

—¿Y qué hizo después?

—Ya le digo que no tengo nada apuntado en la agenda, así que seguramente hice lo habitual: volver a casa, cenar un poco y luego acostarme. Estaría solo, así que de eso no tengo testigos.

—¿No podría recordar lo que hizo con más detalle? A mí también me gustaría ir reduciendo la lista de sospechosos.

Kudo apretó los labios y volvió a consultar su agenda.

—Ah, claro… El diez. Fue el día que… —murmuró como para sí.

—¿Hay algo?

—Sí. Ese día fui a ver a un cliente por la tarde… Ya lo tengo. Recuerdo que me invitó a cenar pollo yakitori.

—¿Podría concretar la hora?

—No exactamente, pero creo que estuvimos bebiendo hasta eso de las nueve. Luego vine directo a casa. Mire, éste es el cliente con el que estuve —dijo Kudo extrayendo de la agenda la tarjeta de visita del hombre en cuestión. Se la enseñó a Kusanagi. La tarjeta parecía de un estudio de diseño.

—Con eso es suficiente, muchas gracias —respondió el policía, y luego saludó con una reverencia y se dirigió al recibidor.

Mientras se calzaba los zapatos para salir, Kudo le dijo:

—Detective, ¿hasta cuándo van a seguir vigilándola?

Kusanagi le devolvió la mirada en silencio. Kudo continuó hablando con hostilidad.

—Nos vieron juntos porque la estaban espiando, ¿verdad? Y supongo que luego también me seguirían a mí…

Kusanagi se rascó la cabeza.

—Pues sí —admitió.

—Dígamelo, por favor. ¿Hasta cuándo piensan perseguirla?

Kusanagi soltó un suspiro. Desistió de esbozar una sonrisa y miró fijamente a Kudo.

—Hasta que ya no sea necesario, por supuesto.

Dicho eso, dio la espalda a Kudo, que se disponía a replicar, le pidió disculpas por el tiempo que le había robado y salió del apartamento.

Una vez en la calle, tomó un taxi.

—A la Universidad de Teito.

Cuando el vehículo se puso en marcha, Kusanagi abrió su libreta y se puso a reproducir la entrevista que acababa de mantener, mientras releía las sucintas notas que había tomado. Debían comprobar si su coartada era cierta. Pero él ya había llegado a una conclusión: aquel tipo estaba limpio. Decía la verdad. Se notaba que amaba a Yasuko Hanaoka. Y también era muy probable que, tal como le había dicho, hubiera varios hombres interesados en ella.

El edificio principal de la universidad estaba cerrado. Gracias a que había encendidas algunas luces aquí y allá, no podía decirse que el recinto estuviera completamente a oscuras, pero el paisaje nocturno lo mostraba como un lugar bastante lúgubre.

Kusanagi entró por la puerta lateral de acceso general, informó en la garita de seguridad de que venía a hacer una visita y avanzó hacia el fondo. Le había explicado al guarda que tenía que ver al profesor Yukawa, del laboratorio trece del departamento de Física, pero lo cierto es que no había pedido cita previa.

Los pasillos estaban desiertos, pero la facultad no. Así lo revelaban las luces que se filtraban por las rendijas de algunas puertas. Seguramente había allí varios investigadores y estudiantes sumidos en su labor intelectual. Kusanagi había oído que Yukawa era de los que pernoctaba frecuentemente en la universidad cuando estaba trabajando en algo.

Antes de visitar a Kudo ya había decidido que el próximo sería Yukawa. No sólo porque le viniera de camino, sino porque había algo que quería comprobar.

¿Qué hacía Yukawa en Bententei? ¿Y qué le unía a ese compañero suyo de la universidad, el profesor de Matemáticas que le acompañaba? Si había visto algo relacionado con el caso, ¿por qué no se lo había contado? ¿O es que simplemente quería reverdecer laureles charlando de los viejos tiempos con aquel excompañero de universidad y su paso por Bententei había sido una simple casualidad?

Kusanagi no creía que Yukawa hubiera ido a la tienda en que trabajaba la sospechosa de un asesinato sin resolver, si no tenía una buena razón para ello. Hasta ahora, siempre había intentado inmiscuirse lo menos posible en los casos de Kusanagi. Y no tanto porque le exasperaran, como siempre decía él, sino por respeto al detective.

En la puerta del laboratorio trece había un directorio con los nombres de los miembros del equipo investigador, donde se indicaba quiénes estaban presentes en ese momento. El nombre de Yukawa figuraba en él, junto al de los alumnos del seminario de Física o el de los estudiantes de posgrado. Y la placa indicaba que Yukawa no estaba allí. Kusanagi chasqueó la lengua contrariado, pues supuso que su amigo se habría marchado a casa.

De todos modos, llamó a la puerta por si acaso. Según indicaba el directorio, había dos estudiantes de posgrado en el interior.

—Adelante —respondió una voz grave.

Kusanagi abrió la puerta. Desde el fondo de la sala, que el policía conocía perfectamente, apareció un joven con gafas y sudadera. Era un estudiante al que ya había visto en otras ocasiones.

—¿Yukawa ya se ha ido?

El joven puso cara de lamentar la respuesta que iba a dar.

—Pues sí, hace un momento. Si quiere su número de móvil, puedo dárselo…

—No, no hace falta, ya lo tengo. Además, no es nada urgente. Simplemente pasaba por aquí y se me ocurrió acercarme a verlo.

—De acuerdo —dijo el estudiante. Su rostro se relajó. Seguro que alguna vez le había oído contar a Yukawa que un detective solía pasarse por el laboratorio para charlar un rato.

—Tratándose de él, pensé que estaría encerrado aquí hasta más tarde.

—Y habitualmente así es. Pero estos dos o tres últimos días se ha ido antes a casa. Hoy dijo que tenía que pasar por algún sitio.

—¿Sí? ¿Por dónde? —Tal vez hubiera ido a ver otra vez a ese profesor de Matemáticas. Pero la respuesta del estudiante lo sorprendió.

—Pues creo que iba a la zona de Shinozaki.

—¿En serio?

—Sí. Me preguntó si sabía cuál era la forma más rápida de llegar a la estación de Shinozaki.

—¿Te dijo qué iba a hacer allí?

—Pues no. Le pregunté si tenía que hacer algo allí, pero dijo que no, que no era nada…

Kusanagi le dio las gracias y se fue. Ese «algo» se estaba expandiendo por su interior. ¿Qué tendría que hacer Yukawa en la estación de Shinozaki? Se trataba de la estación más próxima al lugar del crimen.

Ya fuera de la universidad, Kusanagi se dispuso a hacer una llamada. Pero, después de buscar el número de Yukawa en la agenda del aparato, dio marcha atrás y desistió. En el estado actual de las cosas, llamar a su amigo exigiéndole explicaciones no era lo más aconsejable. Si Yukawa se estaba involucrando en el caso sin haberle dicho nada a él, seguro que tenía sus razones.

Pero, de todos modos…

«Supongo que a él tampoco le importará si me pongo a investigar por mi cuenta lo que a mí me interesa», pensó Kusanagi.

Ishigami soltó un suspiro de desaliento mientras corregía los exámenes de recuperación. Estaban todos fatal. Había preparado aquel examen con la idea de que pudieran aprobarlo todos. Su intención había sido ponerlo más fácil que un examen final normal, pero, aun así, apenas encontraba respuestas dignas. Conscientes de que el instituto les dejaría finalmente pasar de curso, por muy malos que fueran los resultados, los alumnos no se preparaban en serio para los exámenes. Y tenían razón, pues nunca nadie repetía curso. Aunque hubiera alumnos que no alcanzaran el mínimo exigible, el instituto se acababa inventando alguna justificación para que todos terminaran pasando de curso.

Ishigami se preguntaba por qué, entonces, seguían manteniendo la exigencia de una nota mínima en matemáticas para pasar de curso. Si los que de veras se interesaban en las matemáticas eran sólo unos pocos, ¿para qué obligar a memorizar las soluciones de los problemas al resto? Máxime teniendo en cuenta el nivel elemental de dichos problemas. Aquello no tenía sentido. Para Ishigami bastaría con enseñarles únicamente que en este mundo existe una ciencia muy complicada llamada matemáticas.

Cuando terminó de corregir, miró su reloj. Eran ya las ocho de la noche.

Comprobó que la puerta del gimnasio de judo estaba cerrada y se dirigió hacia la puerta principal. Salió y se detuvo en el paso de cebra a esperar que el semáforo cambiara a verde. Alguien se aproximó a él.

—¿De vuelta para casa? —le dijo un hombre con una sonrisa de cortesía—. Como no estaba usted en su apartamento, he supuesto que lo encontraría aquí, así que…

Su cara le sonaba. Era uno de los detectives.

—Creo que es usted…

—Tal vez ya lo haya olvidado; soy…

Ishigami hizo un gesto para adelantarse a su interlocutor, que ya se había llevado la mano al bolsillo interior de la americana.

—El señor Kusanagi, ¿verdad? Sí, lo recuerdo.

El semáforo se puso en verde e Ishigami se dispuso a cruzar la calle. Kusanagi se situó a su lado.

¿Qué quería ese detective? Ishigami activó los engranajes de su cabeza. ¿Tendría relación con el hecho de que Yukawa le hubiera visitado dos días antes? Según este último, Kusanagi quería que él colaborara en la investigación, pero ya debía de haberle transmitido su negativa.

El policía inició la conversación:

—Conoce usted a Manabu Yukawa, ¿verdad?

—Sí, lo conozco. Vino a verme y me contó que había sabido de mí por usted.

—Ya. Al saber que usted se había graduado en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Teito, no pude evitar contárselo. Espero no haberle importunado con ello.

—No, para nada. A mí también me agradó volver a verle.

—¿Y de qué hablaron?

—Bueno, sobre todo de los viejos tiempos. La primera vez prácticamente no hablamos más que de eso.

—¿«La primera vez»? ¿Es que se han visto en varias ocasiones?

—En dos. La segunda dijo que venía a petición suya.

—¿«Mía»? —El desconcierto hizo que la mirada de Kusanagi se desviara hacia otra parte—. Y… ¿a qué se refería concretamente?

—Pues a que usted quería saber si yo estaría dispuesto a colaborar en la investigación.

—Ah, claro, «a colaborar en la investigación»… —El policía se rascó la frente mientras caminaba.

Ishigami ya se había dado cuenta de que había algo raro. Kusanagi estaba muy dubitativo. Parecía no estar enterado de la mediación de Yukawa.

Esbozó una sonrisa forzada.

—Verá, la verdad es que he hablado con él de tantas cosas que estoy algo confuso y ya no recuerdo los detalles. ¿A qué tipo de colaboración se refería?

Ishigami reflexionó. Al formular la pregunta, el detective había dudado si mencionar o no el nombre de Yasuko. Pero él no podía hacerse el tonto. Porque, sin duda, Kusanagi comprobaría más tarde con Yukawa la veracidad de lo que él le contara ahora.

Le dijo que se refería a vigilar a Yasuko Hanaoka. Los ojos de Kusanagi se engrandecieron de sorpresa.

—Ah, sí, claro, claro… En efecto, es cierto que hablamos de ello. Barajamos la posibilidad de que usted nos ayudara. Así que él debió de actuar en consecuencia y, ni corto ni perezoso, fue a preguntárselo a usted directamente. Ahora lo entiendo.

A Ishigami aquello le sonó a respuesta improvisada para salir del paso. ¿Significaba eso que Yukawa había ido a pedirle aquello por su cuenta y no por encargo de nadie? La cuestión era por qué.

Ishigami detuvo sus pasos y se volvió hacia Kusanagi.

—¿Y usted ha venido a verme para preguntarme lo mismo?

—No, disculpe. Eso ha sido sólo un comentario. El asunto que me trae es otro —dijo Kusanagi mientras extraía del bolsillo interior de su americana una fotografía—. ¿Conoce por casualidad a este hombre? La foto la tomé yo mismo estando en labores de vigilancia, así que no ha salido muy bien, pero…

Ishigami miró la fotografía y contuvo la respiración.

En ella aparecía el personaje que más rondaba por su mente en los últimos días. No sabía su nombre. Tampoco sabía quién era. Lo único que sabía era que Yasuko se llevaba muy bien con él.

—¿Le suena? —inquirió Kusanagi.

Ishigami pensó qué respuesta dar. Si decía que no lo había visto nunca, ahí terminarían las preguntas. Pero, de ese modo, él tampoco podría sonsacarle ninguna información a Kusanagi.

—Tengo la impresión de haberlo visto en alguna parte… —dijo con prudencia—. ¿Quién es?

—¿Y dónde lo ha visto? ¿Podría hacer memoria, por favor?

—Verá, yo es que todos los días veo a muchas personas, así que ahora mismo no caigo. Si al menos me dijera usted su nombre o su profesión, tal vez me resultara más fácil recordarlo.

—Se llama Kudo. Dirige una imprenta.

—¿Kudo?

—Sí. Su apellido se escribe con el ku de obra y el do de glicinia[6].

«Así que se llama Kudo», pensó Ishigami mientras contemplaba la foto. De todos modos, ¿por qué lo investigaba la policía? Claro, por algo relacionado con Yasuko. O sea, que ese detective pensaba que Yasuko y Kudo tenían algún tipo de relación especial.

—¿Le dice eso algo?

—Me suena de haberlo visto en algún sitio, pero… —respondió Ishigami, dubitativo—. Lo siento. No consigo recordarlo. O tal vez lo estoy confundiendo con otra persona, no sé…

—¿Sí? Vaya. —Kusanagi hizo un gesto de frustración y volvió a guardarse la fotografía. En su lugar sacó su tarjeta de visita—. Si finalmente recuerda algo, hágamelo saber, por favor.

—Descuide. ¿Es que ese señor tiene algo que ver con el caso?

—Bueno, todavía es pronto para afirmarlo; de ahí que ahora lo estemos investigando.

—¿Se relaciona con Yasuko Hanaoka?

—Sí, bueno… —Kusanagi no quiso aclarar más. Se notaba que no quería soltar más información—. Por cierto, el otro día fue usted a Bententei con Yukawa, ¿verdad?

Ishigami le devolvió la mirada. La pregunta lo había pillado desprevenido y, por un instante, no supo qué responder.

—Los vi a ambos anteayer, pero, como estaba de servicio, no pude advertirles de mi presencia.

«O sea, que estaban vigilando Bententei», pensó Ishigami.

—Sí. Yukawa quería comprar bento, así que lo llevé hasta allí.

—¿Y por qué en Bententei? Si lo que quería era comprar bento, podría haberlo hecho en cualquier otro lugar más cercano, como una tienda de veinticuatro horas, ¿no?

—Bueno… Eso debería preguntárselo a él. Yo lo único que hice fue llevarle allí porque él me lo pidió.

—¿Yukawa le contó algo sobre el caso o sobre la señora Hanaoka?

—Ya le he dicho que me preguntó si estaría dispuesto a colaborar en la investigación y…

—No, quiero decir además de eso. Puede que usted ya lo sepa, pero él suele darme buenos consejos sobre los casos que investigo. Y es que, como físico será un genio, pero como detective tampoco deja nada que desear. Por eso me preguntaba si le habría comentado sus suposiciones sobre este caso.

Ishigami sintió cierta confusión. Si Yukawa y ese detective se veían a menudo, sin duda intercambiarían información. Entonces, ¿por qué le estaba preguntando todo eso a él?

—Pues no, no me dijo nada de particular. —Era lo único que podía responder.

—Bueno, en tal caso no le robo más tiempo. Gracias por dedicarme estos minutos.

Kusanagi hizo una reverencia de despedida y se alejó por donde había llegado. Mientras contemplaba su figura, Ishigami sintió una sensación de inseguridad desconocida hasta entonces. Se parecía a la que experimentaba cuando creía haber dado con la fórmula perfecta, pero luego surgía una incógnita impredecible y la fórmula empezaba a fallar poco a poco.