9

Justo cuando terminaron la última cigala se acabó también la botella de vino. Yasuko apuró el que quedaba en su copa y soltó un leve suspiro. Se preguntó cuánto tiempo hacía que no comía auténtica cocina italiana como ésa.

—¿Te apetece beber algo más? —ofreció Kudo. Tenía los ojos ligeramente enrojecidos.

—No, gracias, ya estoy bien así. Pero pide algo para ti si quieres.

—No, yo también voy a dejarlo. Me reservo para el postre —dijo Kudo con una sonrisa. Se limpió la boca con una servilleta.

En su época de camarera, Yasuko había salido a comer con Kudo en varias ocasiones. Ya fuera comida italiana o francesa, a él una botella de vino siempre se le hacía corta.

—Parece que ahora ya no bebes tanto.

Kudo asintió tras pensarlo un instante.

—Es verdad. Ya no bebo como antes. Será cosa de la edad.

—De todos modos, puede que eso sea lo mejor. Tienes que cuidarte.

—Gracias. —Y sonrió.

La había invitado a cenar ese mismo día. La había llamado a su teléfono móvil y, aunque entre dudas, ella había aceptado. Que hubiera dudado se debía, por supuesto, a su preocupación por el caso. Su sentido del autocontrol le decía que, en un momento tan crucial como ése, no debería estar por ahí divirtiéndose. Además, se sentía culpable por su hija, pues seguro que la chica tenía aún más miedo que ella de la investigación policial. Y también le preocupaba su vecino, Ishigami, que se había ofrecido a ayudarlas de una manera tan incondicional, encubriéndolas.

Yasuko pensó que, de todos modos, era precisamente en momentos como ése cuando uno debía comportarse del modo más natural posible. Y si un amigo de su época de camarera decidía invitarla a cenar, lo natural era aceptar, salvo que tuviera alguna razón especial para no hacerlo. Rechazar la invitación sí que habría resultado antinatural. Y si Sayoko se hubiera enterado, tal vez ahora sí sospecharía de ella.

De todos modos, Yasuko se daba cuenta de que todos sus razonamientos estaban cogidos con alfileres y resultaban más que forzados. La verdadera, y tal vez única, razón por la que había aceptado cenar con Kudo era porque quería verlo de nuevo. Así de simple.

Sin embargo, tampoco estaba segura de que lo que sentía por él fuera amor. De hecho, hasta que volvió a verlo días antes, apenas se había acordado de él. Estaba claro que le tenía afecto. Pero tal vez la auténtica verdad fuera que sus sentimientos hacia él no iban más allá de eso.

En cualquier caso, lo que sí era una verdad incontestable era que, desde el momento en que él la había invitado a cenar, ella estaba radiante. Aquella excitación era muy parecida a la que en el pasado había sentido al quedar con un novio. Hasta tenía la sensación de que su temperatura corporal había aumentado ligeramente. El entusiasmo con que le había pedido a Sayoko que le permitiera salir antes del trabajo para poder ir a casa a cambiarse era inusitado.

Tal vez se debiera a su deseo de escapar, al menos por un rato, de la agobiante situación en que se encontraba y olvidar el mal trago que estaba pasando. También podía ser que su deseo de ser tratada como una dama hubiese despertado después de tanto tiempo confinado.

Sea como fuere, Yasuko no se arrepentía de haber salido a cenar esa noche. Se trataba de unas pocas horas y, aunque la sensación de remordimiento seguía presente en un rincón de su cabeza, se había distraído por primera vez después de mucho tiempo.

—¿Y hoy cómo has arreglado la cena de tu hija? —preguntó Kudo con la taza de café en la mano.

—Le he dejado un mensaje en el contestador diciéndole que encargara algo por teléfono. Seguro que ha pedido pizza. Le encanta.

—Me da un poco de pena, pobrecilla. Nosotros aquí, comiendo estas exquisiteces, mientras ella está allí, sola…

—No creas. Estoy segura de que prefiere comerse una pizza sola y viendo la tele que cenar con nosotros en un sitio elegante. Estos lugares en los que hay que mantener las formas no le van nada.

Kudo asintió e hizo su característico gesto de frotarse un lado de la nariz con el dedo.

—No sé, puede que tengas razón. Además, compartiendo mesa con un viejo como yo, al que no conoce de nada, aún le costaría más disfrutar. Habrá que pensar en algo para la próxima vez. Tal vez sería mejor ir a un sitio más informal.

—Muchas gracias. Pero no tienes por qué tomarte tantas molestias.

—Si no es ninguna molestia. Es sólo que me gustaría conocer a tu hija —dijo Kudo, y miró a Yasuko por encima de la taza de la que estaba bebiendo.

Al invitarla a cenar, él había insistido en que trajera también a su hija. A Yasuko le había parecido que no lo decía por compromiso, sino de corazón, y le gustaba que hubiera sido sincero.

Sin embargo, no podía llevar a Misato. Para empezar, era cierto que esa clase de restaurantes no le gustaba. Y, más importante aún, no quería que su hija tuviera, con otras personas, más contacto del estrictamente necesario. Si por azar la conversación se desviaba y se acababa hablando sobre el crimen, no estaba segura de que su hija fuera capaz de mantener la calma. Y todavía había otra razón. Era consciente de que, en presencia de Kudo, tal vez ella se transformaba y adoptaba la actitud de una mujer soltera que salía a cenar con un hombre, y no le apetecía que su hija la viera comportarse así.

—¿Y qué hay de ti, Kudo? ¿No hay problema en que salgas a cenar fuera de casa en lugar de hacerlo con tu familia?

—¿Quién, yo? —Dejó la taza sobre la mesa y apoyó los codos en ella—. Verás, ésa es precisamente una de las razones por las que hoy te he invitado a cenar. Quería hablarte de eso.

Yasuko ladeó la cabeza, intrigada, y lo miró fijamente.

—La verdad es que ahora vivo solo.

A Yasuko se le escapó un «¿Cómo?». Los ojos se le agrandaron.

—Mi mujer tuvo un cáncer de páncreas. La intervinieron, pero ya era demasiado tarde. Falleció el verano pasado. Como aún era relativamente joven, el mal se extendió muy rápido. Fue un visto y no visto.

El tono de su relato era sencillo, nada afectado. Tal vez por ello, el contenido de lo que contaba no se antojaba muy real a oídos de Yasuko, que durante unos segundos estuvo mirando, obnubilada, el rostro de Kudo.

—¿Lo dices en serio? —fue lo único que acertó a comentar al final.

—No suelo bromear con este tipo de cosas. —Kudo sonrió.

—Claro… Es que… —Yasuko bajó la cabeza, se humedeció los labios y volvió a alzarla—. Bueno… te acompaño en el sentimiento. Supongo que lo has pasado muy mal.

—Ya puedes imaginarte. Pero, como acabo de decir, todo fue muy rápido. Empezó a quejarse de que le dolía la zona lumbar y, tras hacerse unas pruebas en el hospital, el doctor me dio el fatídico diagnóstico. A partir de ahí se puso en marcha todo el febril engranaje que acompaña a este tipo de cosas: ingreso hospitalario, operación, visitas… Era como si me hubieran montado en la cinta de una cadena de montaje. Los días y las horas se me pasaban sin darme cuenta hasta que, en medio de toda esa vorágine, mi mujer falleció. Ni siquiera sé si llegó a ser consciente en algún momento de qué era lo que padecía. —Tras decirlo, Kudo bebió un poco de agua.

—¿En qué fecha supiste que estaba enferma?

Kudo ladeó la cabeza, pensativo.

—No sé… Hará unos dos años, más o menos.

—En tal caso, fue en la época en que yo trabajaba en el Marian. Recuerdo que entonces venías a verme a menudo al bar.

Él sonrió con amargura, puso la mano en el hombro de Yasuko y lo apretó suavemente.

—Qué impresentable, ¿no? La mujer gravemente enferma y, mientras tanto, el marido yendo por ahí de copas.

Yasuko se quedó sin respuesta. En su cabeza había evocado el sonriente rostro que Kudo solía mostrar en el club por aquel entonces.

—Bueno, si me permites una excusa, te diré que en esa época estaba bastante cansado de todo aquello; necesitaba tomarme un respiro y, para eso, iba a verte a ti —dijo frunciendo la nariz y rascándose la nuca.

Yasuko seguía sin poder articular palabra. Estaba recordando el momento en que había decidido dejar el bar. El último día Kudo le había llevado un ramo de flores. «Mucho ánimo. Espero que seas muy feliz», le había dicho.

¿Qué sintió al decirle aquellas palabras? A pesar de que en aquella época él estaba soportando un calvario, se lo guardó todo, mantuvo sus labios sellados y celebró la nueva vida que Yasuko se disponía a comenzar.

—Qué triste se ha puesto esta conversación, ¿no? —dijo Kudo, y para ocultar su sonrojo encendió un pitillo—. En fin, así están las cosas. Por eso quería decirte que ya no hace falta que te preocupes por mi familia.

—Bueno, pero ¿y tu hijo? Ahora tendrá los exámenes, ¿no?

—Mis padres se ocupan de él. Desde casa de sus abuelos el instituto le queda más cerca y, además, conmigo no estaría tan bien atendido. Yo no soy capaz ni de hacerle la cena. Y mi madre está encantada cuidando del chico.

—Entonces, lo de que ahora vives solo es literalmente cierto.

—Vivir, vivir, no sé si es la palabra exacta, porque la verdad es que sólo vuelvo a casa para dormir.

—¿Y por qué no me contaste nada de todo esto el otro día?

—No creí que fuera necesario. A fin de cuentas, había ido a verte porque estaba preocupado por ti. Pero dado que cada vez que te invito a cenar, como ahora, siempre te preocupas por mi familia, te lo he contado.

Yasuko bajó la mirada. Sabía por dónde iba Kudo. Le estaba sugiriendo que salieran formalmente. Puede que quisiera que su relación se convirtiera en algo estable de cara al futuro. Y, a buen seguro, ésa era la razón de que quisiera que esa noche les acompañara también Misato.

Cuando salieron del restaurante, Kudo la acompañó hasta su apartamento en taxi, como había hecho la vez anterior.

—Muchas gracias por la invitación —dijo Yasuko bajando la cabeza antes de apearse.

—¿Puedo invitarte otro día?

Yasuko dejó pasar un instante antes de responder con un «Sí» y una sonrisa.

—Bien, entonces buenas noches. Recuerdos a tu hija.

—Buenas noches —contestó ella mientras pensaba que sería muy difícil contarle a Misato lo de esa noche. En el mensaje que le había dejado en el contestador automático le había dicho que iba a cenar con Sayoko y su marido.

Tras observar cómo se alejaba el taxi, entró en su apartamento. Su hija estaba viendo la tele al calor del kotatsu. Tal como había imaginado, encima del televisor había una caja de pizza vacía.

—Hola —dijo Misato mirando a su madre.

—Hola. Perdona por lo de hoy, ¿eh?

Por alguna razón Yasuko no fue capaz de mirarla directamente a los ojos. Se sentía culpable por haber salido a cenar con un hombre.

—¿Has recibido alguna llamada? —le preguntó Misato.

—¿Llamada?

—Sí… del vecino —susurró. Parecía referirse a la llamada de todos los días.

—Es que llevaba el móvil apagado.

—Vaya… —Misato suspiró y puso cara de disgusto.

—¿Ha pasado algo?

—No, no es eso, pero… —La chica lanzó una mirada al reloj de pared—. Es que el señor Ishigami ha estado entrando y saliendo varias veces de su apartamento. Al verlo desde la ventana me ha parecido que se dirigía hacia la cabina telefónica, así que supongo que iba a llamarte…

—Ah.

Yasuko pensó que la suposición de su hija era cierta. A decir verdad, mientras cenaba con Kudo había estado preocupada por Ishigami. Y no sólo por su llamada habitual, sino también porque éste se había topado en Bententei con Kudo. Sin embargo, Kudo había pensado que Ishigami era un cliente más.

Con la cantidad de ocasiones que tenía para ir a la tienda, Ishigami elegía precisamente el mismo día y la misma hora. Y, además, se presentaba acompañado por un hombre que decía ser su amigo, pero al que ella nunca había visto.

Seguro que Ishigami se acordaba de Kudo. Creería sin duda que había gato encerrado en el hecho de que, el mismo hombre que días antes la había acompañado en taxi, se hubiera presentado también en su puesto de trabajo. Al pensar en ello, a Yasuko le deprimía tener que atender la llamada de Ishigami, que, a buen seguro, estaba a punto de producirse.

Estaba reflexionando sobre todo aquello mientras colgaba el abrigo en el armario, cuando llamaron al timbre. Yasuko se sobresaltó e intercambió una mirada con su hija. Por un instante pensó que sería Ishigami, pero era muy improbable que él hiciera una cosa así.

—Ya voy —dijo encaminándose hacia la puerta.

—Perdone que la moleste a estas horas. ¿Podría atenderme un momento? —pidió una voz masculina. A Yasuko no le sonaba de nada.

Abrió con la cadena echada. Era un hombre cuya cara le resultó conocida. Extrajo una placa de policía de su americana.

—Soy Kishitani, de la Jefatura de Policía. Hace unos días vine a visitarla con el detective Kusanagi.

—Ah, sí —recordó Yasuko. Esta vez venía solo.

Cerró momentáneamente la puerta y le hizo un gesto a Misato con la mirada. La chica se levantó del kotatsu y se dirigió a la habitación del fondo. Tras observar cómo su hija cerraba la puerta corredera, Yasuko quitó la cadena y abrió la puerta.

—¿Qué se le ofrece?

Kishitani saludó bajando la cabeza.

—Lo siento. Vengo otra vez por lo del asunto del cine.

Yasuko torció el gesto. Ishigami ya le había advertido de que la policía le preguntaría insistentemente sobre su supuesta salida al cine y, en efecto, así estaba ocurriendo.

—¿A qué se refiere? No tengo nada más que decirles aparte de lo que ya les conté el otro día.

—No, eso ya nos quedó claro. Hoy he venido a ver si podría dejarme los resguardos de las entradas.

—¿Los resguardos? ¿Se refiere a los tickets del cine?

—Sí. Recordará que, la vez anterior, cuando nos los enseñó, Kusanagi le pidió que los guardara.

—Espere un momento, por favor.

Yasuko abrió el cajón de la librería. La otra vez, cuando se los había enseñado a los detectives, los tenía entre las páginas de un folleto, pero luego los había cambiado al cajón.

Extrajo los dos resguardos y se los tendió. El policía le dio las gracias. Llevaba puestos unos guantes blancos.

—¿Así que soy la principal sospechosa? —preguntó Yasuko, decidida.

Kishitani negó con la mano, como diciendo «¡Nada de eso!».

—Lo que pasa es que no conseguimos dar con ningún sospechoso. Y, precisamente por eso, estamos examinando incluso a quienes no lo son. Por eso le pido que nos preste los resguardos de las entradas.

—¿Y qué van a averiguar con ellos?

—No lo sé, pero puede que nos sirvan de referencia. Lo mejor es demostrar fehacientemente que ese día ustedes fueron al cine. Por cierto, ¿se le ha ocurrido algo más desde entonces?

—No, nada que no les haya contado ya.

—Bueno —dijo Kishitani echando un rápido vistazo a la habitación.

—Cualquiera diría que este frío no se va a acabar nunca, ¿eh? ¿En su casa utilizan todos los años el kotatsu eléctrico?

—¿El kotatsu? Sí, claro… —Yasuko se dio la vuelta para responder, ocultando su turbación. No le pareció que el detective sacara el tema del kotatsu por casualidad.

—¿Cuánto hace que tienen ese kotatsu?

—Bueno… no sé… Hará cuatro o cinco años. ¿Tiene eso algo que ver con el caso?

—No, no es nada —dijo Kishitani negando con la cabeza—. Por cierto, ¿ha ido hoy a algún sitio después del trabajo? Lo digo porque, como parece que ha vuelto usted tarde…

La pregunta la pilló desprevenida. Titubeó y dio un paso atrás. Al parecer, habían estado esperándola ante la puerta de su apartamento. Así que probablemente también la habían visto bajar del taxi.

Se dijo que no podía cometer la torpeza de mentir y ser descubierta.

—He salido a cenar con un conocido.

Aunque hacía todo lo posible por no hablar más de la cuenta, estaba claro que el policía no se iba a conformar con esa simple respuesta.

—Se refiere al hombre que la ha acompañado a casa, ¿verdad? ¿Qué clase de conocido es? Si no tiene inconveniente, me gustaría saberlo —pidió Kishitani con cara de lamentar tener que hacer semejante pregunta.

—¿Tengo que contestar también a este tipo de cosas?

—Bueno, ya le he dicho que sólo si no tenía inconveniente. Soy consciente de que es una indiscreción, pero si me vuelvo a jefatura sin preguntárselo, seguro que mis superiores me echan la bronca. Le aseguro que no le causaremos ninguna molestia a su acompañante, pero le ruego que me conteste.

Yasuko soltó un profundo suspiro.

—Se llama Kudo. Era un cliente al que conozco del bar en que trabajaba antes como camarera. Preocupado por el shock que yo debía de estar sufriendo con todo este asunto, decidió visitarme.

—¿A qué se dedica?

—Tengo entendido que dirige una imprenta, pero desconozco los detalles.

—¿Tiene su dirección?

Yasuko volvió a fruncir el ceño. Al verla, Kishitani bajó la cabeza en señal de disculpa.

—A no ser que sea estrictamente necesario, no nos pondremos en contacto con él. Y en ese caso lo haríamos con la debida consideración para no importunarle.

Yasuko no hizo el menor esfuerzo por ocultar su malestar. Consultó su móvil en silencio y le dio el número de Kudo. El policía lo anotó rápidamente.

Tras ello, aunque sin dejar de mostrarse entristecido por tener que hacerlo, Kishitani continuó preguntándole más detalles sobre su amigo. Al final a Yasuko no le quedó más remedio que contarle lo del día en que Kudo se presentó en Bententei por primera vez.

Cuando Kishitani se fue, Yasuko cerró la puerta con llave y se quedó sentada en el recibidor. Había sufrido un tremendo desgaste nervioso.

Instantes después se abrió la puerta corredera y Misato salió de la habitación.

—Parece que todavía dudan de lo del cine, ¿no? —dijo la chica—. Todo está ocurriendo tal como había previsto el señor Ishigami. Nuestro vecino es increíble.

—Es verdad —asintió Yasuko poniéndose en pie. Se arregló el flequillo con la mano y entró en la habitación.

—Mamá, pero ¿no decías que habías ido a cenar con los del trabajo?

Sobresaltada, Yasuko miró a su hija. La cara de la chica era de reprobación.

—¿Lo has oído?

—¿Tú qué crees?

—Claro… —Con la cabeza gacha, Yasuko metió las piernas bajo el kotatsu. El detective se había referido a él durante su interrogatorio.

—Pero ¿cómo se te ocurre irte a cenar por ahí con ese señor en un momento como éste?

—No pude negarme. Es una persona que me ayudó mucho en el pasado. Y además, había venido a verme precisamente porque estaba preocupado por nosotras. Lamento habértelo ocultado.

—No, por mí no te preocupes, pero…

En ese instante oyeron cómo la puerta del apartamento de al lado se abría y se cerraba, y después sonaron unos pasos hacia la escalera. Yasuko y su hija se miraron en silencio.

—Enciende el móvil —dijo Misato.

—Ya está encendido.

Sonó unos minutos después.

Ishigami llamaba desde el teléfono público de siempre. Ya era la tercera vez que la telefoneaba esa noche. Las dos anteriores no habían respondido, y como eso era algo que nunca había ocurrido hasta ese día, se había preocupado pensando que tal vez le hubiera sucedido algo. Pero, a juzgar por el tono de Yasuko, parecía que no era así.

Ishigami había oído que llamaban al portero automático de sus vecinas siendo ya muy tarde. Como suponía, se trataba de uno de los detectives. Yasuko le contó que le había pedido los resguardos de las entradas. Ishigami sabía qué pretendían: cotejarlos con las otras mitades de las entradas, que debían de guardarse aún en el propio cine. Si conseguían encontrar dos medias entradas cuyos cortes coincidieran perfectamente con los resguardos de Yasuko, después investigarían las huellas dactilares que hubiera en esas medias entradas. Y si encontraban en ellas las de Yasuko y su hija, tendrían por acreditado que, vieran la película o no, al menos al cine sí habían entrado. Ahora bien, si no encontraban sus huellas, las sospechas hacia ellas iban a aumentar considerablemente.

Yasuko también le contó que el detective le había preguntado sobre el kotatsu. Pero eso era algo que también había previsto Ishigami.

—Supongo que han averiguado cuál fue el arma homicida —dijo.

—¿«El arma homicida»?

—Me refiero al cable del kotatsu. Porque eso fue lo que utilizaron, ¿no?

Al otro lado de la línea, Yasuko enmudeció. Probablemente estaba recordando el momento en que había estrangulado a Togashi.

—En los casos de homicidio por estrangulación siempre quedan las marcas del objeto utilizado en el cuello —explicó Ishigami. No era momento para andarse con eufemismos—. Las técnicas de la policía científica están muy desarrolladas, de modo que, examinando esas marcas, pueden determinar con qué se cometió el crimen.

—Por eso el detective me preguntaba tanto por el kotatsu

—Así es. Pero no hay por qué preocuparse. Como ya lo habíamos previsto, las medidas están tomadas.

Ishigami ya contaba con que la policía no tardaría en identificar el arma homicida. Por eso había intercambiado su kotatsu con el de las Hanaoka. El de ellas estaba ahora dentro de un armario de su apartamento. Y, para mayor fortuna, el cable de su kotatsu era distinto del de ellas. Si a la policía se le ocurría reparar en el tipo de cable usado, seguramente no tardarían en comprobar que el que ellas tenían no coincidía.

—¿Y qué más le preguntó el detective?

—Qué más… —Yasuko se quedó en silencio.

—¿Hola? ¿Señora Hanaoka, sigue ahí?

—Sí.

—¿Le ocurre algo?

—No, nada. Sólo estaba intentando recordar si me había preguntado algo más. Pero no, no preguntó nada más en especial. Me dijo que si se conseguía demostrar que ese día habíamos ido al cine, las sospechas sobre nosotras se disiparían.

—Siguen empeñados en lo del cine. Pero cuando elaboramos nuestro plan ya contábamos con ello, así que es lógico. No hay nada que temer.

—Me tranquiliza oírle decir eso, señor Ishigami.

Al escuchar esas palabras, él sintió como si en el fondo de su pecho se hubiera encendido una luz. El estado de tensión que mantenía durante las veinticuatro horas del día se desvaneció por un instante.

Tal vez por eso se le ocurrió preguntar por aquel tipo. Por aquel cliente que había entrado en Bententei justo cuando Yukawa y él se encontraban allí. Ishigami sabía que, también esa noche, el tipo en cuestión la había acompañado a casa en taxi, como la vez anterior. Lo había visto desde su ventana.

—Por mi parte, eso es todo lo que puedo contarle. ¿Y en cuanto a usted? ¿Alguna novedad? —le preguntó ella, seguramente porque él se había quedado en silencio.

—No, nada especial. Por favor, continúe con su vida cotidiana como hasta ahora. Durante una temporada, la policía seguirá insistiendo con sus preguntas. Recuerde que lo importante es no perder los nervios.

—Sí, entendido.

—Bien, salude a su hija de mi parte. Buenas noches.

Tras escuchar cómo Yasuko le devolvía las buenas noches, Ishigami colgó el auricular. El aparato le devolvió su tarjeta telefónica.

Mamiya no ocultó su decepción al oír el informe de Kusanagi. Se balanceó adelante y atrás en la silla, al mismo tiempo que se masajeaba los hombros para desentumecerlos.

—¿O sea, que el reencuentro entre el tal Kudo y Yasuko Hanaoka se produjo después del homicidio? ¿Seguro que no hay ningún error en eso?

—Según el matrimonio de la tienda de bento, así fue. Y no parece que mientan. Dicen que el primer día que Kudo fue a la tienda, Yasuko estaba tan sorprendida como ellos. Por supuesto, eso no descarta que su sorpresa fuera fingida, pero…

—Máxime dado que antes era camarera de bar, así que lo de fingir seguramente se le dará bastante bien —comentó Mamiya observando a Kusanagi desde su silla—. Bueno, de momento mirad qué más podéis averiguar sobre el tal Kudo. Eso de que apareciera de repente nada más producirse el homicidio resulta demasiado casual.

—Según Yasuko Hanaoka, Kudo fue a verla precisamente porque se había enterado del crimen, de modo que tampoco se trata de una verdadera casualidad… —terció prudentemente Kishitani, que estaba al lado de Kusanagi—. Además, en estas circunstancias, yo creo que si ambos fueran cómplices, no les apetecería mucho salir a cenar juntos por ahí.

—Ojo, que también hay quien opta por métodos de camuflaje incluso más audaces.

Kishitani frunció el ceño.

—Bueno, sí, pero…

—¿Visitamos al propio Kudo? —preguntó Kusanagi al jefe.

—Sí, será lo mejor. Si está involucrado en el caso, es posible que cometa un error y se le escape algo. Andando.

Kusanagi contestó un breve «A la orden» y abandonó la estancia acompañado de Kishitani.

Ya en el exterior, Kusanagi reprendió a su joven compañero:

—Deberías saber que no se puede ir por ahí soltando sin más conjeturas como ésas, cuyo único fundamento es tu propio parecer. Seguro que en el futuro los delincuentes intentarán aprovecharse de esa manía tuya.

—¿A qué te refieres?

—A que también es posible que Kudo y Yasuko Hanaoka estuvieran conchabados desde el principio y hubieran ocultado su relación. Es más, puede que lo hayan hecho así precisamente para matar a Togashi. Lo ideal para los coautores de un crimen es que la relación entre ellos no sea conocida por nadie.

—Pero, de ser así, ¿no crees que ahora también seguirían ocultándola?

—No necesariamente. Tratándose de la relación entre un hombre y una mujer, tarde o temprano tendría que salir a la luz, así que, conscientes de ello, tal vez pensaron que lo mejor era aprovechar esta ocasión para simular su reencuentro.

Kishitani asintió con la cabeza, no muy convencido.

Una vez fuera de la comisaría, Kusanagi subió a su propio coche acompañado por Kishitani.

—Según los de criminalística, la posibilidad de que el arma homicida fuera un cable eléctrico parece bastante alta, ¿no? Creo que la denominación técnica correcta es «cable revestido» —añadió Kishitani mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

—Sí, se trata de un tipo de cable usado en los electrodomésticos generadores de calor, como los kotatsu y demás.

—Son cables recubiertos de una fibra de algodón y, al parecer, han hallado restos de ese tipo de revestimiento en las heridas del cuello causadas por la estrangulación.

—¿Y bien?

—Pues que he visto el kotatsu de la señora Hanaoka, pero su cable no es de los revestidos, sino de goma.

—¿Y por tanto…?

—No, nada, simplemente eso.

—Seguramente habrá un montón de electrodomésticos con ese tipo de cables, no sólo los kotatsu. Además, tampoco es seguro que el usado para la estrangulación fuera de los que se tienen habitualmente al alcance de la mano. Podrían haber usado uno especial.

—Ya —dijo Kishitani con gesto de desánimo.

Ambos habían estado vigilando a Yasuko Hanaoka durante toda la víspera. Su principal objetivo era determinar si alguien más podía ser su cómplice.

Cuando vieron que al salir del trabajo, ella se iba en un taxi con un hombre, tuvieron un presentimiento y los siguieron. Tras comprobar que entraban en un restaurante de Shiodome, también habían esperado pacientemente fuera.

Después de cenar, los dos habían vuelto a tomar un taxi y se habían dirigido al apartamento de la mujer, pero el hombre no había descendido del vehículo. Kusanagi había encargado a Kishitani el interrogatorio de Yasuko mientras él se iba tras el taxi. No parecían haberse dado cuenta de que estaban siendo vigilados.

El hombre vivía en un edificio de apartamentos en Osaki. También había comprobado su nombre: Kuniaki Kudo.

A Kusanagi le parecía imposible que aquel crimen hubiera podido cometerlo una mujer sola. Si Yasuko Hanaoka había tomado parte en él, tenía que haber contado con la ayuda de algún cómplice o colaborador. Incluso podría ser que la autoría material no fuera suya, sino de él. En cualquier caso, tenía que haber alguien más.

¿Sería ese alguien el tal Kudo? A pesar de que antes le había echado la bronca a Kishitani, haciéndole ver que también era posible que Kudo y Hanaoka fueran cómplices, lo cierto era que al propio Kusanagi tampoco le convencía esa posibilidad. Tenía la sensación de que seguían la dirección equivocada.

De todos modos, ahora Kusanagi tenía la cabeza en algo completamente distinto. Le preocupaban los inesperados personajes que había visto aparecer el día anterior, mientras vigilaba las inmediaciones de Bententei. Manabu Yukawa y el vecino de Yasuko Hanaoka, que era profesor de Matemáticas, se habían presentado allí juntos.