Las deportivas rechinaban sobre el parquet. Casi al mismo tiempo, se oyó un ruido oclusivo. A Kusanagi esos sonidos le traían recuerdos de antaño.
De pie en la entrada del gimnasio, se asomó para echar un vistazo al interior. Yukawa empuñaba su raqueta en la pista. Comparados con los que lucía cuando era joven, los músculos de sus muslos habían perdido vigor, pero su forma no había cambiado.
Su contrincante parecía un estudiante. Era bastante diestro con la raqueta y respondía bien a cada uno de los envenenados ataques de Yukawa.
Una volea de éste finalizó el partido. Yukawa se quedó sentado en el suelo recuperando el resuello. Esbozó una media sonrisa y murmuró algo. Sus ojos se detuvieron en Kusanagi.
—¿Qué te pasa esta vez?
Al oír dicha pregunta, Kusanagi se sorprendió.
—Eh, para el carro, que el que me ha llamado has sido tú, así que me he acercado a ver qué se te ofrecía. —En la pantalla del móvil de Kusanagi había una llamada perdida de Yukawa.
—¿Ah, es por eso? No era nada importante, así que no quise dejarte un mensaje. Como tenías el móvil apagado, supuse que estarías muy ocupado. Preferí no molestarte.
—No, es que cuando llamaste estaba viendo una película.
—¿Una película? ¿En horas de servicio? Hay que ver cómo te lo montas, ¿eh?
—Qué más quisiera. Lo que estuve viendo fue la película que sirve de coartada a la madre y la hija que estamos investigando. Pensé que no estaría de más saber de qué iba. Si no, no podremos comprobar si lo que nos cuentan es cierto o falso.
—Ya, y de paso te distraes un rato. Ahora resulta que te pagan por ver películas…
—A ver si te crees que es tan divertido ver películas cuando se trata de trabajo. Para nada. De todos modos, si llego a saber que no era importante, no habría venido hasta aquí. Pero dado que te llamé al laboratorio y me dijeron que estabas en el gimnasio, pues…
—Bueno, ya que estás aquí, al menos comeremos juntos, ¿no? Además, aunque no sea importante, algo sí quería comentarte —dijo Yukawa quitándose las deportivas y calzándose los zapatos que había dejado a la entrada del gimnasio.
—¿De qué se trata?
—Pues del caso —dijo Yukawa emprendiendo la marcha.
—¿Qué caso?
Yukawa se detuvo y empujó con la raqueta a Kusanagi, dándole un golpecito.
—El del cine.
Entraron en un bar que había al lado de la universidad. Era un sitio que no existía en la época de universitario de Kusanagi. Se sentaron a la mesa del fondo.
—Las sospechosas dicen que fueron al cine el día diez de marzo, o sea, el mismo día en que se produjo el crimen. Y la hija se lo contó a una compañera de clase el día doce —dijo Kusanagi mientras le servía cerveza a Yukawa en su vaso—. Lo acabo de comprobar hablando con la madre de la compañera en cuestión. De hecho, si antes he visto la película ha sido precisamente para poder hablar luego con ella sabiendo el argumento.
—Vale, vale, ya me ha quedado claro que lo de la peli era por trabajo. Bueno, ¿y qué conclusiones has sacado?
—Pues no sé qué decirte. Según ella, no hubo nada extraño ni que llamara la atención en lo que le contó la hija.
»Esa compañera se llamaba Mika Ueno. Decía que, en efecto, el día doce Misato Hanaoka le había contado que había ido a ver esa película con su madre. Y que, como Mika también la había visto, ambas la habían estado comentando animadamente.
—Lo de que fuera dos días después del crimen chirría un poco, ¿no crees? —dijo Yukawa.
—Claro. Cuando a una persona que acaba de ver una película le apetece comentarla, lo normal es que lo haga inmediatamente o al día siguiente, no dos días después. Así que tal vez no la vieron el día diez, sino el once.
—¿Existe esa posibilidad?
—No se puede descartar. La madre trabaja hasta las seis, y la hija, si regresa a casa nada más acabar el entrenamiento de bádminton, también llega a tiempo para la sesión de las siete. De hecho, eso es lo que sostienen ambas que hicieron el día diez para llegar a la hora.
—¿Bádminton? ¿Es que la hija está en el equipo de bádminton?
—Me di cuenta cuando fui por primera vez a interrogarlas y vi la raqueta en la sala. Ah, por cierto, lo del bádminton también me tiene escamado. Como bien sabes, se trata de un deporte bastante duro. Por muy joven que uno sea, si entrena en serio en un club, acaba reventado.
—Siempre que no se escaquee hábilmente de los entrenamientos como tú, claro —dijo Yukawa poniéndole mostaza al konnyaku.
—¿Quieres dejar ya de interrumpirme? En definitiva, lo que quería decir era que…
—Que resulta muy raro que, a una colegiala que sale fundida de un entrenamiento, le apetezca, no ya ir al cine, sino quedarse después cantando con su madre hasta tarde en un karaoke. Es eso, ¿no?
Kusanagi miró, sorprendido, a su amigo. Eso era exactamente lo que él iba a decir.
—Pero tampoco puede decirse que eso sea necesariamente así. Seguro que también hay colegialas muy resistentes.
—Vale, sí, pero a ella se la ve muy delgada y… No sé, la verdad es que la chica no parece muy fuerte.
—También podría ser que ese día el entrenamiento no fuera excesivamente duro. Además, lo de que la noche del día diez estuvieron en el karaoke está confirmado, ¿no?
—Bueno, sí…
—¿Y a qué hora fueron a cantar?
—A las nueve cuarenta.
—Y has dicho que la madre salía de su trabajo en la tienda de bento a las seis, ¿no? Pero el lugar del crimen está en Shinozaki, así que, descontando el tiempo de los trayectos de ida y vuelta, aún quedarían unas dos horas para poder cometerlo. En fin, imposible no es… —concluyó Yukawa cruzando los brazos y con los palillos todavía en su mano.
Mientras lo miraba hablar, Kusanagi pensó que no recordaba haberle comentado a Yukawa que la principal sospechosa trabajaba en una tienda de bento.
—Oye, ¿cómo es que te ha entrado de repente tanta preocupación por este caso? Con lo raro que es que tú me pidas que te cuente cómo va un asunto de los míos…
—Yo no lo llamaría «preocupación». Dejémoslo en moderado interés. Debo reconocer que el tema de la coartada inexpugnable no me disgusta.
—Más que inexpugnable, muy difícil de comprobar. Por eso nos está costando tanto.
—Pero, como decís vosotros, por ahora las dos están limpias, ¿no?
—Puede que sí, aunque hasta ahora no tenemos ningún otro sospechoso. Además, ¿no te parece demasiada casualidad que fueran al cine y al karaoke precisamente la misma noche en que se cometió el crimen?
—Ya, pero aquí lo que hay que hacer es juzgar con racionalidad. ¿No sería mejor dirigir la mirada hacia el resto de aspectos, aparte de la coartada?
—Eso ya lo sabemos. Somos profesionales, ¿recuerdas? Estamos haciendo un trabajo de campo impecable. —Del bolsillo de su abrigo, que estaba encima de una silla, Kusanagi extrajo una fotocopia y la extendió sobre la mesa. Había un hombre dibujado en ella.
—¿Y esto qué es?
—Hemos intentado reconstruir el aspecto aproximado del fallecido. Varios detectives están mostrando este dibujo y preguntando por los alrededores de la estación de Shinozaki si alguien lo vio.
—Ahora que lo dices, también me contaste que habíais encontrado restos de su ropa a medio quemar, ¿verdad? Una cazadora azul marino, un jersey gris y unos pantalones oscuros, si mal no recuerdo. La verdad es que a alguien vestido así se le puede encontrar en cualquier parte.
—Desde luego. Gente que te diga que tiene la impresión de haber visto a alguien parecido, la hay hasta decir basta. Los detectives que fueron a investigar esto ya se han dado por vencidos.
—En definitiva, que por ahora no habéis obtenido ninguna información realmente útil.
—Bueno, a decir verdad, sí que hemos dado con una persona que dice haber visto por la estación a un hombre parecido al del retrato. Una joven que trabaja de administrativa en la zona. Dice que el hombre no estaba haciendo nada en especial, sólo vagabundear de un lado para otro. Se enteró de que lo buscábamos al ver los carteles pegados por toda la estación y por eso nos telefoneó.
—Menos mal que aún queda gente dispuesta a colaborar… ¿Y por qué no la entrevistáis para preguntarle con más detalle?
—Ya lo hemos hecho. Pero no parece que el hombre que ella vio fuera el asesinado.
—¿Y eso?
—Porque, aunque lo vio en una estación, no fue en la de Shinozaki, sino en la que está antes, la de Mizue. Además, parece que sus facciones no se parecían mucho. Cuando le enseñamos la imagen de la victima, la chica dijo que el hombre que ella había visto tenía la cara más redonda.
—Mmm… Cara redonda, ¿eh?
—Bueno, tampoco nos sorprende. Nuestro trabajo consiste a menudo en buscar la verdad a base de dar palos de ciego. Nada que ver con vuestro mundo, en el que si un argumento os convence, lo dais por bueno y todo solucionado —añadió Kusanagi cogiendo con los palillos un trozo de patata medio deshecho.
Pero Yukawa no reaccionó al comentario. Cuando Kusanagi alzó la vista hacia él, tenía las manos suavemente enlazadas y la mirada abstraída. Ése era el gesto, bien conocido por Kusanagi, que su amigo el físico adoptaba cuando estaba meditando sobre algo.
Poco a poco las pupilas de Yukawa fueron enfocándose. Clavó la mirada sobre el detective.
—Has dicho que el cadáver tenía la cara aplastada, ¿verdad?
—Sí. Y las huellas dactilares quemadas. Sin duda, lo hicieron para que no averiguáramos su identidad.
—¿Y qué herramienta usaron para destrozarle la cara?
Tras cerciorarse de que no había nadie escuchando, Kusanagi se aproximó a Yukawa inclinándose sobre la mesa.
—No lo hemos encontrado, pero suponemos que usó un martillo o algo similar. Le golpeó repetidas veces la cara hasta deshacerle los huesos. Tanto la mandíbula como los dientes los tenía completamente destrozados, así que también resultó imposible el cotejo con historiales odontológicos.
—Un martillo… —murmuró Yukawa mientras partía con los palillos un pedazo de rábano.
—¿Te sorprende?
Yukawa dejó los palillos y apoyó los codos en la mesa.
—Si la mujer de la tienda de bento fuera la autora, ¿qué crees que habrá hecho ese día? Supongo que pensarás que lo del cine es mentira, ¿no?
—Tampoco podemos afirmar a ciencia cierta que lo sea.
—Bueno, pues adelante, cuéntame tus deducciones —pidió Yukawa haciendo un gesto alentador con una mano, mientras con la otra le tendía el vaso para que se lo llenara.
Kusanagi frunció el ceño y se humedeció los labios.
—Pues así es como lo veo yo: la mujer de la tienda de bento… Espera, mejor llamémosla señora A. La señora A salió de su trabajo pasadas las seis. Caminó diez minutos hasta la estación de Hamacho. Desde allí fue en metro hasta la estación de Shinozaki; otros veinte minutos. Suponiendo que, desde la estación hasta el lugar de los hechos, en las inmediaciones de Kyu-Edogawa, hubiera ido en taxi o autobús, podría haber estado allí a las siete.
—¿Y qué hizo la víctima durante ese tiempo?
—Estaría dirigiéndose hacia el mismo lugar. Probablemente había quedado en verse con la señora A. Ahora bien, desde la estación de Shinozaki la víctima habría ido en bicicleta.
—¿En bicicleta?
—Ajá. Al lado del cadáver había una, y tenía huellas que coinciden con las de la víctima.
—¿Huellas? Pero ¿no decías que tenía las manos quemadas?
Kusanagi asintió.
—Lo hemos comprobado después de conocer la identidad del cadáver. Me refiero a que las huellas encontradas en la bicicleta coinciden con las que obtuvimos en la habitación del hostal donde se alojaba. Espera, espera, que te veo venir. Ahora me dirás que, aunque eso demuestre que el inquilino de la habitación había usado la bicicleta, no significa necesariamente que él y la víctima sean la misma persona. Podría ser que el inquilino fuera el criminal y hubiera utilizado la bicicleta. Pero espera, que aún hay más, porque también cotejamos algunos cabellos encontrados en la estancia. Y como coincidían con los del cadáver, hicimos también pruebas de ADN.
Yukawa forzó una sonrisa ante el resumido relato que acababa de ofrecerle Kusanagi.
—En estos tiempos me resulta difícil imaginar que la policía pueda cometer un error de identificación. Me interesa más lo del uso de la bicicleta. ¿La víctima la tenía aparcada en la estación de Shinozaki?
—No, la verdad es que… —Kusanagi le contó el asunto de la sustracción de la bicicleta.
Yukawa abrió más los ojos tras las lentes de sus gafas metálicas.
—Entonces, ¿la víctima robó una bicicleta en la estación para desplazarse hasta el lugar de los hechos? ¿No fue en taxi, o en autobús…?
—Eso parece. Por lo que hemos podido averiguar, estaba en paro y carecía de ingresos fijos. Supongo que quiso ahorrarse el billete de autobús.
Yukawa cruzó los brazos poniendo cara de no estar muy convencido de aquello y resopló por la nariz.
—Bueno, vale. Sea como fuere, el caso es que la señora A y la víctima se vieron en el lugar del crimen. Prosigue.
—Yo creo que, aunque habían quedado, la señora A lo estaba esperando oculta en algún sitio. Luego, al ver aparecer al tipo, se le acercó sigilosamente por la espalda, le pasó por el cuello la cuerda que llevaba y estiró con fuerza para estrangularlo.
—Un momento —dijo Yukawa adelantando una mano—. ¿Cuánto medía la víctima?
—Poco más de uno setenta —respondió Kusanagi, conteniéndose para no hacer con la lengua un chasquido de frustración. Sabía perfectamente lo que Yukawa iba a decir ahora.
—¿Y la señora A?
—Aproximadamente un metro sesenta.
—Más de diez centímetros de diferencia… —Yukawa apoyó las manos en las mejillas y esbozó una amplia sonrisa—. Sabes a qué me refiero, ¿verdad?
—Sí, ya sé que es difícil estrangular a alguien más alto que tú. Además, el ángulo de las marcas del cuello revela que la estrangulación se produjo tirando hacia arriba. Pero podría ser que estuviera sentado cuando le atacaron. Tal vez en la bicicleta…
—Eso es, muy bien. Ahora ya admitimos las chorradas como argumentos científicos.
—No son chorradas —replicó Kusanagi golpeando la mesa con el puño.
—Ya, ya. ¿Y qué hizo luego el asesino? Veamos: le quitó la ropa, le machacó la cara con un martillo que se había traído de casa, le quemó los dedos con un encendedor, prendió fuego a sus ropas y por último escapó a toda prisa del lugar de los hechos. ¿Correcto?
—No podemos descartar la posibilidad de que llegara a Kinshi-cho a las nueve.
—Desde el punto de vista cronológico. Porque, desde luego, desde la lógica deductiva, tu inferencia resulta forzadísima… Espera un momento. No irás a decirme ahora que todo el equipo de investigación comparte esta teoría tuya, ¿verdad?
Kusanagi torció el gesto y apuró su cerveza. Acto seguido le pidió otra al camarero, que en ese momento pasaba por allí, y volvió a mirar a Yukawa.
—Muchos consideran muy difícil que lo hiciera una mujer.
—No me extraña. Por muy de improviso que lo pillara, si el hombre se hubiera resistido, habría sido muy difícil que lo estrangulara. Y seguro que opuso resistencia. Además, ocuparse luego del cadáver también resultaría complicado para una mujer. Lo lamento, pero se me hace muy difícil aceptar tu teoría.
—Bueno, tratándose de ti, ya imaginaba que dirías eso. Ni siquiera yo estoy muy seguro de que mi suposición sea acertada. Sólo creo que es una de las múltiples posibilidades que existen.
—O sea, que tienes otras hipótesis, ¿eh? Pues ya que estamos los dos aquí, ¿qué tal si en lugar de guardártelas para ti solito, me expones alguna?
—Eh, eh, que no voy de listillo, ni dicto cátedra sobre el caso. Lo que acabo de contarte es sólo para el supuesto de que el lugar en que apareció el cadáver fuera el mismo en que lo asesinaron. Porque también es posible que lo mataran en otro sitio y luego abandonaran el cuerpo allí. Ésta es la teoría que más seguidores tiene en jefatura, con independencia de que el asesino sea la señora A o no.
—Parece la hipótesis más lógica. Sin embargo, no me la has contado a la primera. La cuestión es por qué.
—Muy sencillo. Porque si la asesina es la señora A, esa hipótesis queda descartada. Ella no tiene coche. Además, tampoco sabe conducir. Así las cosas, es imposible que pudiera transportar un cadáver.
—Es verdad. Ésos son aspectos a tener en cuenta.
—Y luego está la bicicleta que hallamos junto al cuerpo. Cabe pensar que la dejaron precisamente para generar la falsa apariencia de que el crimen fue cometido allí, pero no tiene sentido haber dejado las huellas de la víctima en ella, especialmente porque le habían quemado la yema de los dedos.
—Ciertamente, lo de la bicicleta es un enigma. En todos los sentidos —dijo Yukawa moviendo los cinco dedos de la mano sobre el borde de la mesa como si tocara el piano. Cuando dejó de moverlos, añadió—: De todos modos, lo más lógico es pensar que estamos ante un crimen cometido por un hombre, ¿no?
—Ésa es también la opinión generalizada en la central. Pero eso no significa que nos olvidemos por completo de la señora A.
—¿Te refieres a que ella pudo contar con la ayuda de un colaborador masculino?
—Ahora estamos investigando su entorno. Siempre ha trabajado como camarera en bares, así que es impensable que no tenga ninguna relación con algún hombre.
—Menuda inferencia. Como se enteren en el sindicato de camareras se van a cabrear contigo… —Yukawa sonrió un instante, bebió un trago de cerveza y recuperó el gesto serio—. ¿Me dejas ver de nuevo el dibujo?
Kusanagi lo sacó de nuevo. En el dibujo, la víctima aparecía con la ropa que probablemente vestía el día del crimen.
—¿Para qué le quitaría la ropa el asesino? —murmuró Yukawa con el dibujo ante sus ojos.
—Supongo que para intentar que no lo identificáramos. Lo mismo que lo de desfigurarle la cara y las huellas dactilares.
—En ese caso, bastaba con que se hubiera llevado su ropa, ¿no? Porque el hecho de que intentara quemarla y sólo lo consiguiera a medias, es precisamente lo que ha permitido a la policía esbozar esta imagen.
—Estaría alterado cuando lo hizo.
—Pero, si bien es natural llevarse carnés de conducir y similares, ¿quién piensa en que se vaya a identificar al muerto por su ropa o sus zapatos? Perder el tiempo en desvestir el cadáver es correr un riesgo muy grande. Un asesino piensa en escapar lo antes posible, no en entretenerse en una cosa como ésa.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué lo desvistieron por otra razón?
—No me atrevo a asegurarlo. Pero, si la hay, me temo que hasta que la descubráis no conseguiréis dar con el asesino. —Y al decirlo dibujó con su dedo un gran signo de interrogación sobre la ilustración de la víctima.
Las calificaciones obtenidas en el examen final de matemáticas por los alumnos de segundo C habían sido lamentables. Y no sólo las del grupo C, sino, en general, las de todo el curso. Ishigami tenía la impresión de que, año tras año, los alumnos se estaban volviendo más torpes.
Tras devolverles los exámenes corregidos, les anunció su idea de establecer un examen de recuperación. Les dijo que en todas las asignaturas había un nivel mínimo y que el instituto no permitía que el alumno pasara de curso si no lo superaba. Por supuesto, luego les ofrecían tantas convocatorias de recuperación que, en la práctica, eran poquísimos los estudiantes que de verdad repetían curso.
Numerosas voces de descontento se alzaron entre el alumnado. Siempre pasaba eso, así que Ishigami, ya acostumbrado, no les hizo caso. Pero hubo una voz que se dirigió directamente a él:
—Verá, profesor, ya sabe que hay universidades que no exigen matemáticas para sus exámenes de ingreso, ¿no? Por tanto, ¿qué importancia tienen estas notas para los que quieran entrar en ellas?
Ishigami volvió su mirada hacia el lugar de donde provenía la voz. Morioka, un alumno, se rascaba la nuca mirando en derredor en busca de la conformidad de sus compañeros, como si les preguntara «¿A que sí?». Aunque Ishigami no era el tutor de esa clase, sabía perfectamente que ese tipo bajito era el líder de la manada. A veces venía en moto al instituto, y ya le habían llamado la atención varias veces por ello.
—¿Es que tú te vas a presentar a alguna de esas universidades? —le preguntó Ishigami.
—Si al final decido presentarme a alguna, sí. Aunque la verdad es que, por ahora, no me apetece mucho ir a ninguna universidad. Pero, en cualquier caso, no pienso elegir matemáticas en tercero, así que, ¿no cree que ya es suficiente? ¿Qué más dan estas notas? Además, para usted esto también debe ser muy duro, ¿no? Tener que aguantar todo el día a una panda de atontados como nosotros… Por eso le pido que… cómo lo diría… ¿qué nos tratemos mutuamente como adultos?
Lo del trato mutuo como adultos debió de sonar muy gracioso, porque toda la clase estalló en risas. Ishigami, por su parte, también forzó una media sonrisa antes de contestarle.
—Si de veras te preocupa lo duro que es esto para mí, hazme el favor de aprobar en la recuperación, anda. Será sólo sobre integrales y derivadas, así que tampoco es para tanto.
Morioka hizo un sonoro chasquido con la lengua y cruzó las piernas, que había sacado por un lado del pupitre.
—Pero ¿para qué sirven las integrales y las derivadas? No es más que una pérdida de tiempo…
Ishigami ya se había vuelto hacia la pizarra para empezar a explicar las soluciones a los problemas del examen final, mas al oír la protesta de Morioka dio media vuelta. Aquello no iba a dejarlo pasar.
—Morioka, creo que te gustan las motos, ¿no? ¿Has visto alguna vez una carrera?
La pregunta pilló desprevenido al alumno, que asintió con la cabeza, dubitativo.
—Pues entonces seguramente sabrás que los pilotos no mantienen siempre la moto a una velocidad constante, ¿verdad? Están todo el tiempo cambiando de velocidad para adaptar su pilotaje, no sólo al viento o las características del circuito, sino también a la estrategia de la carrera. Tienen que ser capaces de decidir en un instante si aguantan o aceleran y, en su caso, dónde lo hacen, pues el más pequeño fallo marca la diferencia entre la victoria y la derrota. ¿Lo entiendes?
—Ya. Pero ¿qué tiene que ver con las matemáticas?
—Verás, el grado de aceleración en un momento dado sería la derivada de la velocidad en ese preciso momento, mientras que la distancia recorrida en equis tiempo sería la integral de la velocidad que va variando a cada instante. Y dado que, por supuesto, en una carrera todas las motos tienen que recorrer la misma distancia, el manejo de la derivada se convierte en un factor crucial para vencer. ¿Qué, sigues pensando que lo de las integrales y las derivadas no sirve para nada?
Tal vez fuera porque no había entendido la explicación, pero Morioka parecía perplejo.
—Los pilotos no piensan en nada de eso —objetó—. Que si integrales, que si derivadas… Yo creo que sólo se guían por su experiencia y su intuición.
—Claro, por supuesto, eso es lo que hacen los pilotos. Pero ¿y qué hay de todo el equipo que hay detrás de ellos? Porque es el equipo el que, a base de repetir una y otra vez minuciosas simulaciones sobre cómo y dónde se debe acelerar, elabora una estrategia para la carrera. Para eso utilizan las integrales y las derivadas. No sé si son conscientes o no, pero seguro que los programas de ordenador que emplean las utilizan.
—Entonces, bastaría con que estudien matemáticas los que quieran dedicarse a hacer esos programas.
—Tal vez, pero tampoco hay que descartar que algún día tú puedas ser uno de ellos, ¿no?
Morioka se echó hacia atrás.
—¿Yo, uno de ellos?
—Bueno, aunque no lo fueras tú, podría serlo cualquiera de los presentes en esta aula. Así que por eso damos esta clase de matemáticas: para él. Y daos cuenta de que lo que os enseño en estas clases es sólo la puerta de entrada al mundo de las matemáticas. Porque, si uno no sabe ni siquiera dónde está la puerta, nunca tendrá la oportunidad de adentrarse en él. Luego, por supuesto, quien no quiera que no entre. Pero el examen que propongo es para comprobar si al menos habéis comprendido dónde está la puerta.
Durante su explicación, Ishigami miró a sus alumnos. Todos los años pasaba lo mismo: siempre había alguien que preguntaba sobre la utilidad de las matemáticas. Y él siempre daba la misma respuesta, aunque adaptada a las características del alumno en cuestión. Como sabía que esta vez se trataba de un aficionado a las motos, había puesto las carreras como ejemplo. El año anterior había sido un chico que quería ser músico, así que les había hablado de las matemáticas utilizadas en la ingeniería de sonido. Estaba acostumbrado a ese tipo de cosas.
Cuando, terminada la clase, volvió a la sala de profesores, había una nota sobre su mesa. En ella habían garrapateado un número de teléfono móvil y un breve texto: «Te ha llamado Yukawa». Era la letra de otro colega, también profesor de Matemáticas.
¿Qué querría ahora Yukawa?, se dijo para sus adentros, invadido por la inquietud de un mal presagio.
Salió al pasillo y marcó el número anotado. Tras un único tono, respondieron.
—Perdona que te moleste en horas de trabajo —dijo Yukawa.
—¿Se trata de algo urgente?
—Bueno, pues… sí. La verdad es que un poco sí. ¿Podríamos vernos ahora?
—¿«Ahora»? Todavía tengo cosas que hacer y… A partir de las cinco ya no me sería tan difícil.
—De acuerdo, entonces te esperaré a las cinco en la puerta principal del instituto. ¿Te va bien así?
—No hay problema, pero… ¿Dónde te encuentras ahora?
—Al lado de tu instituto. Hasta luego, pues.
—Vale.
Aunque ya había colgado, Ishigami siguió con el móvil fuertemente aferrado en la mano. ¿Qué sería tan apremiante como para que Yukawa hubiera ido a verlo hasta allí?
Cuando terminó de corregir unos exámenes que tenía pendientes y de prepararse para salir, eran exactamente las cinco en punto. Salió de la sala de profesores y se dirigió hacia la puerta principal atravesando el patio.
Yukawa, con su abrigo negro, le estaba esperando a un lado del paso de cebra principal. Al ver a Ishigami, sonrió y le hizo un gesto con la mano.
—Perdona que te haga salir del trabajo de esta forma —le dijo Yukawa sin dejar de sonreír.
—¿Qué ocurre? ¿Cómo tú por aquí? —repuso Ishigami, suavizando la expresión de su rostro.
—Caminemos un rato mientras te lo cuento.
Y echó a andar por la avenida del puente de Kiyosu.
—No, es mejor por aquí —dijo Ishigami señalando una bocacalle—. Siguiendo todo recto por esta calle se llega a mi apartamento.
—No, si yo lo que quiero es ir a esa tienda de bento —repuso Yukawa despreocupadamente.
—¿A la tienda de bento? ¿Para qué? —Ishigami notó que el rostro se le tensaba.
—¿Cómo que para qué? Pues para comprar bento. ¿Para qué si no? Luego todavía tengo que pasarme por otro sitio antes de volver a casa, así que quiero comprar la cena con antelación; de lo contrario, me temo que no me va a dar tiempo de alimentarme… Oye, por cierto, el bento de allí es bueno, ¿no? Si tú lo compras todas las mañanas, debes de saberlo…
—Ah… Sí, es bueno. Vale, entonces vamos para allá —dijo Ishigami, torciendo hacia la dirección que indicaba Yukawa.
Echaron a andar hacia el puente de Kiyosu. Un gran camión los rebasó por un lado.
—He estado con Kusanagi. Ya sabes, el detective que fue el otro día a verte a tu apartamento.
Ishigami se envaró. Los malos presentimientos que ya tenía se agudizaron.
—¿Le pasa algo?
—No, nada grave. Sólo que, en cuanto se atasca en su trabajo, viene a quejarse al mío. Y además, siempre me trae unos enredos de los buenos. En una ocasión incluso me pidió que le echara una mano en un asunto de fenómenos paranormales que resultó de lo más engorroso.
Yukawa empezó a contarle lo de los fenómenos paranormales. En efecto, se trataba de un caso realmente interesante. Pero sin duda no había ido a verle hasta allí sólo para contarle eso.
Cuando Ishigami se disponía a preguntarle de nuevo por el propósito de su visita, el rótulo de Bententei se vislumbró a lo lejos.
Ishigami se preocupó aún más. No sabía cuál iba a ser la reacción de Yasuko al verlos entrar a los dos. Su vecina podía asustarse ante el mero hecho de que Ishigami se presentara allí a esa hora, y si encima iba acompañado por un desconocido, todavía más. Ojalá no se comportara con nerviosismo ante su presencia.
Ajeno a la preocupación de Ishigami, Yukawa abrió la puerta acristalada de Bententei y pasó al interior. Ishigami no tuvo más remedio que seguirle detrás. Yasuko estaba atendiendo a otro cliente.
—Buenas tardes —dijo Yasuko mirando a Yukawa con una sonrisa de cortesía. Al ver a Ishigami, la sorpresa y la turbación se reflejaron en su rostro. Su sonrisa quedó congelada.
—¿Le ocurre algo a mi amigo? —le preguntó Yukawa, que había advertido su azoramiento.
—No, nada… —dijo Yasuko manteniendo su incómoda sonrisa y negando con la mano—. Es mi vecino, que tiene la gentileza de venir a comprar aquí.
—Eso tengo entendido. Me ha hablado muy bien de esta tienda, así que he decidido venir a probar.
—Muchas gracias —dijo Yasuko, bajando cortésmente la cabeza.
—Somos antiguos compañeros de universidad —añadió Yukawa volviéndose hacia Ishigami—. Hace muy poco estuve en su apartamento de visita.
Yasuko asintió con la cabeza.
—¿No le comentó nada?
—Sí, bueno, algo…
—¿Ah, sí? ¿Y qué bento me recomienda? ¿Cuál es el que suele llevarse mi amigo?
—Por lo general, el señor Ishigami adquiere nuestro especial de la casa, pero hoy se nos ha agotado y…
—Vaya, qué lástima… Bueno, entonces a ver qué me llevo… La verdad es que todo tiene tan buena pinta que…
Mientras Yukawa elegía su bento, Ishigami escrutaba el exterior a través de la puerta de cristal. Le preocupaba que hubiera detectives observando. No podía permitir que lo vieran relacionándose amistosamente con Yasuko.
Pero, más que eso, en ese momento debería preocuparle otra cosa. Ishigami dirigió su mirada hacia el perfil de Yukawa. ¿Podía confiar en él? ¿Había realmente motivos para alarmarse? Dado que era amigo íntimo del detective Kusanagi, tal vez lo que ahora estaba sucediendo llegara a oídos de la policía.
Por fin, Yukawa había decidido qué bento se iba a llevar y Yasuko transmitió el pedido a la cocina.
Ocurrió en ese preciso momento. Un hombre abrió la puerta y entró en el establecimiento. Ishigami, que volvió su mirada hacia el cliente, sintió cómo sus labios se tensaban involuntariamente.
Aquel hombre vestido con chaqueta marrón oscuro era el mismo que Ishigami había visto días antes delante de su apartamento. Había acompañado a Yasuko en un taxi. Al abrigo de su paraguas, Ishigami los había visto hablar muy amistosamente.
Al hombre parecía no importarle la presencia de Ishigami. Se quedó esperando a que Yasuko volviera al mostrador.
Ella regresó enseguida. Miró al recién llegado y puso cara de sorpresa.
El hombre no dijo nada. Se limitó a sonreír y hacer una leve inclinación. Tal vez estuviera esperando a que los molestos clientes se fueran para poder hablar con tranquilidad.
Ishigami se preguntó quién sería ese hombre. ¿De dónde había salido? ¿En qué momento se había hecho tan amigo de Yasuko?
Recordaba perfectamente la cara de Yasuko al bajar de aquel taxi. Resplandecía como nunca antes. No era la cara de una madre, ni la de la dependienta de una tienda de bento. Aquélla debía de ser su cara real. La que aquella noche mostraba a su acompañante era tal vez su verdadera cara de mujer.
«Una cara que jamás me muestra a mí, pero que sí le dedica a este hombre…».
Ishigami miró alternativamente a Yasuko y al enigmático cliente. El aire entre ambos parecía vibrar. Ishigami notó que la ansiedad se extendía por su pecho.
Pronto estuvo listo el pedido de Yukawa. Éste lo cogió, abonó el precio y pidió disculpas a Ishigami por la espera.
Tras salir, descendieron hasta la ribera del Sumida por un extremo del puente de Kiyosu. Caminaron siguiendo el curso del río.
—¿Algún problema con aquel tipo? —le preguntó Yukawa.
—¿Cómo?
—Ya sabes, ese que ha entrado después. Parecía que te preocupaba algo de él.
Ishigami se sobresaltó. La agudeza de su antiguo amigo de la universidad acababa de dejarlo estupefacto.
—¿En serio? Pues no, la verdad es que no lo conozco de nada —contestó, haciendo todo lo posible por aparentar calma.
—Bueno, entonces no pasa nada —dijo Yukawa. Su rostro no parecía denotar sospecha.
—Bien, ¿y qué era eso tan urgente que querías contarme? Supongo que no habrás venido hasta aquí sólo para comprar bento, ¿no?
—Ah, es verdad, aún no te lo he contado. —Yukawa frunció el ceño—. Como te he dicho antes, Kusanagi tiene por costumbre plantarse en mi laboratorio a las primeras de cambio para consultarme sobre su trabajo. Pues bien, en cuanto se enteró de que eras vecino de la señora de la tienda de bento, ya estaba allí de nuevo. Y no creas que lo que me ha pedido es nada agradable…
—¿De qué se trata?
—Verás, al parecer, la policía sigue sospechando de ella. Pero hasta ahora no han encontrado ninguna prueba que la vincule con el crimen. Así que están pensando en hacer un estricto seguimiento de su vida cotidiana. Ya sabes, observar hasta el más mínimo detalle. Pero esto del espionaje tiene sus límites. De ahí que hayan pensado en ti, y por eso…
—Espera, no me digas que quieren que haga de espía para ellos…
Yukawa se rascó la nuca.
—Bueno… cómo te diría yo… La verdad es que sí. De todos modos, tampoco se trataría de que estuvieras las veinticuatro horas encima de ella. Bastaría con estar un poco pendiente de lo que pasa en su apartamento y, en caso de que vieras algo extraño, lo comunicases. En definitiva, se trataría de que espiaras un poco, sí. La verdad es que esta gente de la policía tiene mucha cara. Cuando se trata de pedir, no se cortan un pelo.
—¿Y tú has venido a pedírmelo?
—Por supuesto, recibirías una petición formal de la policía. Pero me han pedido que antes te tanteara. Y que conste que, si rechazas su ofrecimiento, por mí no hay ningún problema. Es más, personalmente creo que deberías negarte. Pero en fin, también creí que debía atender a la petición de mi amigo y, al menos, preguntártelo. Es lo que tiene cumplir con las obligaciones cívicas que impone este mundo…
Yukawa parecía querer nadar y guardar la ropa. Ishigami se preguntó si de veras la policía pediría esa clase de cosas a la gente corriente.
—¿Y el hecho de que hayas querido ir a Bententei? ¿También tiene que ver con todo esto?
—Para ser franco, sí. Quería ver con mis propios ojos cómo es la sospechosa en cuestión. Y, ahora que la he visto, la verdad es que me ha parecido impensable que sea capaz de matar a nadie.
Ishigami estuvo a punto de decir «Lo mismo pienso yo», pero se contuvo. Por el contrario, lo que soltó fue:
—Bueno, nunca te puedes fiar de las apariencias.
—Y que lo digas. Bien, ¿qué te parece? En caso de que recibieras esa petición de la policía, ¿la aceptarías?
Ishigami negó con la cabeza.
—Preferiría declinarla. Espiar a los demás no va conmigo, y además, no creo que tuviera tiempo de hacerlo. Aunque no lo parezca, lo cierto es que estoy bastante ocupado.
—Lo suponía. En fin… Le trasladaré a Kusanagi tu decisión. No se hable más del tema. Y te pido disculpas si te he importunado con esta petición.
—Descuida, no pasa nada.
Se aproximaban ya al puente de Shin-Ohashi y las chabolas empezaban a divisarse.
—Dijo que el crimen se cometió el diez de marzo —comentó Yukawa—. Según Kusanagi, ese día tú volviste relativamente pronto a casa.
—No tenía nada especial que hacer. Creo que le dije que había vuelto sobre las siete.
—Y supongo que después te pondrías a bregar con esos infumables problemas de matemáticas que tanto te gustan, ¿no?
—Bueno, algo así.
Mientras respondía, Ishigami pensó que tal vez lo que pretendía Yukawa con esa conversación era comprobar su coartada. Si así fuera, ello significaría que también sospechaban de él.
—Y ahora que lo pienso, nunca me has contado nada sobre tus aficiones. ¿Tienes alguna, aparte de las matemáticas?
Ishigami soltó una risita.
—No, lo mío son sólo las matemáticas.
—¿Y nunca te apetece desconectar un poco? No sé, salir a conducir por ahí o algo así. —Yukawa movió la mano como si manejara un volante.
—Qué va. Ni siquiera tengo coche…
—Pero carné de conducir sí tienes, ¿no?
—¿Te sorprende?
—Pues claro que no; ya me imagino que, por muy ajetreada que fuera tu vida, sacaste tiempo para ir a la autoescuela…
—El carné me lo saqué a toda prisa cuando decidí que no me quedaría en la universidad. Pensé que tal vez me valdría para encontrar trabajo. Al final no me sirvió de nada, pero… —Miró el perfil de Yukawa—. Estás intentando comprobar si sé conducir o no, ¿verdad?
Yukawa parpadeó, sorprendido:
—Claro que no. ¿Por qué lo preguntas?
—No sé, me ha dado esa impresión.
—No te lo preguntaba por nada en especial. Simplemente se me ha ocurrido que tal vez salieras a pasear en coche de vez en cuando, como afición. Además, pensaba que a veces, para variar, podríamos hablar de algo que no fueran matemáticas…
—Ni matemáticas, ni asesinatos. —Ishigami provocó una carcajada de Yukawa.
—Eso es, exacto.
Por fin llegaron al pie del puente de Shin-Ohashi. Un hombre de pelo canoso estaba cociendo algo en una olla puesta al fuego en un infiernillo. Había una gran botella de sake a su lado. Además de él, otros sin techo merodeaban fuera de sus chabolas.
—Bueno, yo me despido aquí. Lamento haberte molestado con toda esta historia —dijo Yukawa en cuanto culminaron su ascenso por la escalera lateral del puente.
—Pídele disculpas al detective Kusanagi de mi parte. Dile que lamento no poder colaborar en eso.
—No tienes por qué disculparte. Espero que no te importe si te visito algún otro día.
—No tengo inconveniente, pero…
—Nos dedicaremos a beber y charlar de matemáticas.
—¿Y no de asesinatos?
Yukawa se encogió de hombros y arrugó la nariz.
—Quién sabe. Por cierto, me acabo de acordar de un nuevo problema de matemáticas. Tal vez puedas pensar en él cuando tengas un rato.
—¿En qué consiste?
—¿Qué es más difícil, elaborar un problema que la gente sea incapaz de resolver o resolverlo? Por supuesto, no es broma, la cuestión tiene respuesta. ¿Qué te parece?
—Muy interesante —dijo Ishigami, mirándolo a los ojos—. Lo pensaré.
Yukawa asintió con la cabeza y giró sobre sus talones. Luego echó a andar hacia la avenida principal.