7

Cuando vio aparecer a Ishigami, Yasuko se sintió aliviada sin saber por qué. ¿Tal vez porque él mostraba una expresión de absoluta serenidad? Al parecer, la noche anterior había tenido visita en su apartamento, algo muy inusual, y sus voces se habían escuchado hasta bien entrada la noche. A ella le había atormentado la idea de que se tratara de un detective.

—Un especial de la casa —pidió él como siempre, con su voz átona.

—Marchando. Muchas gracias. —Tras contestarle formalmente, Yasuko susurró—: ¿Tuvo ayer alguna visita?

—Pues… sí… —Ishigami alzó la cabeza y parpadeó, sorprendido. Luego miró alrededor y dijo en voz baja—: Es mejor no hablar ahora. Quién sabe dónde puede estar acechando la policía.

—Uy, lo siento —dijo Yasuko, encogiéndose.

Hasta que estuvo listo el bento, ambos permanecieron en silencio. Ni siquiera se cruzaron la mirada.

Yasuko observaba hacia el exterior, pero allí no parecía haber nadie vigilando. De todos modos era evidente que, si hubiera algún policía al acecho, actuaría de incógnito.

Cuando el bento estuvo listo, ella se lo entregó.

—Un compañero de promoción —susurró él mientras abonaba el importe.

—¿Eh?

—Mi visitante de anoche. Era un compañero de la universidad. Perdón por el alboroto que armamos. —Ishigami hablaba intentando no mover los labios.

—No pasa nada —respondió Yasuko con una involuntaria sonrisa dibujada en el rostro. Acto seguido bajó la cabeza para que su boca no pudiera ser vista desde fuera—. ¿Así que era eso? Es que se me hacía muy raro que tuviera usted visita…

—Es la primera vez. A mí también me sorprendió.

—Me alegro de que sólo fuera eso.

—Bueno, sí… —dijo Ishigami con la bolsa del bento en la mano—. Bien, pues hasta la noche.

Al parecer, iba a llamarla esa noche. Yasuko le respondió un simple «Sí».

Mientras observaba cómo la espalda de Ishigami salía del local, pensó en cuán sorprendente era que alguien como él, con ese aire de anacoreta que se ha aislado del mundo, tuviera amigos que fueran a visitarle a su casa.

Tras superar la hora punta de la mañana, se tomó como siempre un respiro en el obrador junto a Sayoko y su esposo. A Sayoko le gustaban los dulces, así que sacó unos pastelillos daifuku. Yonezawa, que prefería el alcohol, ponía cara de desinterés ante los dulces y bebía su té sorbo a sorbo. Kaneko, que trabajaba a tiempo parcial, estaba haciendo el reparto a domicilio.

—Ayer, después de aquello, ¿ya no te dijeron nada? —preguntó Sayoko tras beber un sorbo de té.

—¿Quién?

—Pues esa gente, los detectives. —Sayoko hizo una mueca—. Estábamos comentando que, como vinieron preguntando con tanta insistencia sobre tu marido, tal vez por la noche hubieran ido a visitarte a tu casa, ¿verdad? —Sayoko miró a su marido. Yonezawa, más parco en palabras, se limitó a asentir levemente en silencio.

—No, después de aquello ya no ha habido nada.

Lo cierto es que a Misato también la habían abordado a la salida del instituto para interrogarla, pero Yasuko consideró que eso no hacía falta contarlo.

—Mejor así. Porque mira que llegan a ponerse pesados los detectives cuando quieren, ¿eh?

—De momento sólo han venido a ver si podían averiguar algo —dijo Yonezawa—. No es que sospechen de Yasuko. Es sólo que esa gente tiene sus procedimientos y debe seguirlos.

—Bueno, es que por ser detectives no dejan también de ser funcionarios. Está mal que lo diga, pero me alegro de que Togashi no se pasara por nuestra tienda. Si hubiera venido por aquí antes de que lo asesinaran, seguro que ahora estarían sospechando de Yasuko.

—Vale ya, mujer, ¿quieres dejar de decir tonterías? —espetó Yonezawa forzando una sonrisa.

—¿Quién sabe? ¿Acaso no dijo aquel detective que le resultaba increíble que Togashi no se hubiera pasado por aquí después de haber estado preguntando por Yasuko en el Marian? Yo le vi cara de que sospechaba algo…

El Club Marian era el bar de Kinshi-cho donde Yasuko y Sayoko habían trabajado antes.

—Pero ¿qué más da todo eso? ¡El caso es que no vino!

—Pues por eso precisamente he dicho que me alegraba. Imagínate el acoso al que hubieran sometido a Yasuko si a Togashi se le llega a ocurrir pasarse por aquí.

Yonezawa ladeó la cabeza, dubitativo. Su rostro decía que aquel asunto no le parecía grave.

Yasuko se estaba reconcomiendo al pensar qué cara pondrían ambos si supieran que Togashi sí había estado allí.

—Vamos, Yasuko, ya sé que la situación no es la mejor, pero hay que aguantar un poco —le dijo Sayoko en tono despreocupado—. Tu exmarido murió de una forma algo extraña, así que es normal que la policía ande husmeando. Seguro que en cuatro días se olvidan del caso y tú no tendrás más preocupaciones. Por fin, porque Togashi no hacía más que causarte dolores de cabeza.

—Bueno, sí… —contestó Yasuko forzando una sonrisa.

—Yo, si te digo la verdad, casi me alegro de que lo mataran.

—Vale ya, Sayoko…

—¿Qué pasa? Sólo digo lo que pienso. A ti lo que te ocurre es que no sabes hasta qué punto ha sufrido la pobre Yasuko por ese tipo.

—Pero si tú tampoco lo sabes…

—Directamente no, pero Yasuko me ha contado muchas cosas. De hecho, fue a trabajar en el Marian para poder escapar de él. Me entran escalofríos al pensar que, pese a todo, seguía buscándola. Así que, ni sé quién fue ni me importa, pero hay que agradecerle al cielo que nos librara de él.

Yonezawa puso cara de estupor y se levantó. Mientras se alejaba, Sayoko lo miró con desgana y luego arrimó su cara a la de Yasuko.

—Pero ¿qué habrá pasado realmente? No lo perseguirían cobradores de morosos o algo así, ¿no?

—No sé… —respondió Yasuko ladeando, dubitativa, la cabeza.

—Bueno, yo me conformo con que no te acabe salpicando a ti. Eso es lo único que me preocupa. —Sayoko lo dijo deprisa y, acto seguido, se llevó a la boca el último bocado de daifuku.

Tras volver a su puesto en el mostrador, Yasuko seguía triste. Los Yonezawa no sospechaban nada. Al contrario, estaban preocupados por los perjuicios que el asunto le estaba causando a ella. Se sentía culpable al pensar que los estaba engañando. Pero si a ella la detenían, los problemas que iba a ocasionarles serían mucho más graves. Y no sólo a ellos, sino también al negocio. Pensando en todo esto, se reafirmó en que no le quedaba otra salida que ocultarlo todo.

Siguió trabajando sin conseguir quitárselo de la cabeza. Sin darse cuenta se estaba obsesionando. Tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en el trabajo y no despistarse al atender a los clientes. De lo contrario, iban a notar su preocupación.

Sobre las seis de la tarde, cuando la afluencia de clientes ya había descendido notablemente, alguien entró en la tienda.

Yasuko dio la bienvenida al cliente de manera refleja, pronunciando su frase de siempre para, acto seguido, mirarle a la cara. Entonces abrió los ojos como platos.

—¡Hola! —dijo el cliente. Su amplia sonrisa marcó las arrugas de las comisuras de sus ojos.

—¡Kudo! —Yasuko se quedó boquiabierta y se llevó la mano a los labios—. Pero ¿qué haces aquí?

—¿Cómo que qué hago aquí? Vengo a comprar bento. Y hay que ver qué cantidad de platos distintos tenéis —alabó Kudo mirando las fotografías de menús que colgaban en el establecimiento.

—¿Te has enterado en el Marian?

—Bueno… —dijo él con una gran sonrisa—. Ayer se me ocurrió pasarme por allí después de mucho tiempo.

Desde el mostrador, Yasuko lanzó un grito hacia la trastienda:

—¡Sayoko, ven un momento! ¡No te lo vas a creer!

—¿Qué ocurre? —respondió ésta.

—¡Ha venido Kudo! —exclamó Yasuko, riendo.

—¿Eh? ¿Cómo que Kudo…? —dijo Sayoko quitándose el delantal al tiempo que salía de la trastienda. Al ver al sonriente hombre que estaba allí de pie, no pudo evitar exclamar—: ¡Pero si es Kuditooo!

—Os veo muy bien a las dos. Y a ti, jefa, ¿cómo te va con tu esposo? A juzgar por la pinta estupenda de este sitio, ya se ve que bien, pero…

—Bueno, vamos tirando… ¿Y tú? ¿Cómo es que te presentas así, por las buenas?

—Yo… bueno… sólo quería saber cómo os iba, así que… —Miró a Yasuko mientras se frotaba la nariz. Ese gesto, propio de él cuando se sentía apurado por algo, era una manía que no había conseguido quitarse con los años.

Era un cliente y amigo de la época en que Yasuko trabajaba en el barrio de Akasaka. Cuando iba al bar, siempre quería que lo atendiera ella. En alguna ocasión habían quedado para comer antes de que ella entrara a trabajar y, en muchas otras, habían salido a tomar una copa juntos una vez terminada la jornada en el bar. Cuando, intentando librarse de Togashi, Yasuko había dejado su trabajo para empezar de nuevo en el Club Marian de Kinshi-cho, la única persona a quien se lo había contado fue Kudo, que no tardó en hacerse asiduo del nuevo establecimiento. Y cuando posteriormente decidió dejar el Marian, él fue también el primero en conocer su decisión. Ella recordaba que, con gesto triste, él le había dicho: «Mucho ánimo. Espero que seas muy feliz».

Desde entonces no se habían vuelto a ver.

Yonezawa salió también a saludar a Kudo y la conversación se animó con los recuerdos de viejas historias. Los dos se conocían porque eran clientes fijos del Marian.

Tras un rato de charla, Sayoko sugirió que, si les apetecía, tal vez Kudo y Yasuko podrían ir a tomar algo juntos. Sayoko era de las que sabían leer el ambiente y actuar en consecuencia. Yonezawa también estuvo de acuerdo.

Yasuko miró a Kudo, quien le preguntó si tenía tiempo de ir a tomar algo. El hecho de que él hubiera elegido precisamente esa hora para aparecer por allí, tal vez se debiera a que su intención era esperarla a la salida del trabajo para proponérselo.

—Bueno, pero sólo un momento —contestó ella con una sonrisa.

Salieron de la tienda y caminaron en dirección a la avenida de Shin-Ohashi.

—La verdad es que me gustaría invitarte a cenar tranquilamente, pero tal vez será mejor que lo dejemos para otro día. Supongo que tu hija te estará esperando… —dijo Kudo. Él sabía que tenía una hija desde los tiempos en que Yasuko trabajaba en Akasaka.

—Y tu hijo, ¿qué tal está?

—Muy bien. Este año ya cursa tercero de bachillerato. En cuanto pienso en los exámenes que se avecinan, ya me duele la cabeza —respondió él haciendo una mueca.

Kudo dirigía una pequeña imprenta. Yasuko había oído que vivía en el barrio de Osaki con su mujer y su hijo.

Entraron en una pequeña cafetería de la avenida. Al lado del cruce principal había un restaurante familiar, pero Yasuko lo evitó deliberadamente. Era el lugar en que se había reunido con Togashi.

—Si fui al Marian fue sólo para preguntar por ti. Había oído decir que, tras dejar el bar, te habías ido a trabajar a la tienda de bento de la jefa Sayoko, pero como no sabía dónde estaba…

—¿Y te acordaste de mí así, sin más?

—Bueno, sí, pero… —Encendió un cigarrillo—. La verdad es que me enteré del caso por las noticias y me preocupé un poco. Es que lo que le ocurrió a tu exmarido fue algo tremendo.

—Así que supiste que se trataba de él…

Kudo exhaló el humo del cigarrillo con una sonrisa amarga en el rostro.

—Claro. Dijeron que se llamaba Togashi y que su cara era difícil de olvidar…

—Lo siento.

—Tú no tienes por qué disculparte —contestó Kudo negando con la mano y riendo al mismo tiempo.

Por supuesto, Yasuko sabía que a Kudo le gustaba. Ella también le tenía afecto. Pero lo cierto era que nunca habían mantenido relaciones. Él la había invitado en varias ocasiones a ir a un hotel, pero ella siempre lo había rechazado con delicadeza. Por un lado, porque no se atrevía a romper la barrera de la infidelidad con un hombre que le constaba que tenía mujer e hijo, y por el otro, porque, aunque a Kudo se lo había ocultado, en aquel entonces ella aún estaba casada.

Kudo se había encontrado con Togashi un día que había acompañado a Yasuko a su casa. Ella siempre se bajaba del taxi un poco antes de llegar. Ese día también lo hizo, pero se le cayó la pitillera dentro del taxi y Kudo fue tras ella para devolvérsela. La vio entrar en uno de los apartamentos y fue directamente hasta la puerta y llamó. Pero no le abrió Yasuko, sino un hombre al que no conocía: Togashi.

Ese día Togashi estaba borracho. Al ver a un hombre que se presentaba de improviso en su casa, pensó que era un cliente del bar que acosaba a Yasuko para ligar con ella. Encolerizado, se lanzó a golpear a Kudo antes de que éste pudiera dar ninguna explicación. Si no llega a ser porque Yasuko, que en ese momento iba a tomarse una ducha, salió enseguida a detenerlos, la escena podría haber acabado en una auténtica tragedia.

Unos días después, Yasuko llevó a Togashi a ver a Kudo para que se disculpara. En esa ocasión, su todavía marido estuvo muy formal y se comportó. Seguramente pensó que si Kudo lo denunciaba, podría acabar mal.

Kudo no se enfadó. Se limitó a advertirle que no estaba bien que hiciera trabajar a su esposa en esa clase de negocios nocturnos. Togashi se sintió sumamente incómodo, pero asintió en silencio.

Tras el incidente, Kudo siguió visitando el bar como hasta entonces. Su actitud con Yasuko no varió. Sin embargo, ya no quedaba con ella fuera del local.

Sólo en muy raras ocasiones, cuando no había nadie alrededor, se interesaba por Togashi. Por lo general, le preguntaba si ya había encontrado trabajo. Ella no tenía más remedio que negar con la cabeza.

El primero en darse cuenta de que le pegaba fue también Kudo. Ella intentaba ocultar, a fuerza de maquillaje y otros trucos, los moratones de su cuerpo y su cara, pero a él no conseguía engañarlo.

Kudo le había dicho que era mejor consultar a un abogado, que él se haría cargo de los gastos.

—Bien, ¿y tú qué tal? ¿Qué hay de nuevo en tu vida?

—Bueno, tanto como nuevo… A veces viene a verme la policía, pero…

—Claro, lo suponía —dijo Kudo, contrariado.

—Tampoco es nada por lo que haya que preocuparse. —Ella sonrió.

—¿Y va a verte sólo la policía? ¿O también otra gente, como la prensa?

—No; sólo la policía.

—¿Sí? Pues mejor. A decir verdad, tampoco es uno de esos casos sensacionalistas sobre los que los medios se abalanzan como locos. Pero si te vieras en apuros, me gustaría ayudarte.

—Muchas gracias. Siempre tan amable…

Kudo pareció ruborizarse. Bajó la cabeza y llevó las manos a la taza de café.

—Además, tú no tuviste nada que ver con el crimen, ¿no?

—¡Por supuesto que no! No pensarías que sí, ¿verdad?

—Cuando vi las noticias, en lo primero que pensé fue en ti. Me sentí muy intranquilo. A fin de cuentas, se trata de un asesinato. No sé quién ni por qué lo mató, pero me preocupa que el asunto acabe salpicándote.

—Eso mismo dice Sayoko. Al parecer, todo el mundo piensa igual…

—De todos modos, viéndote con esa cara tan lozana, me doy cuenta de que mi preocupación era exagerada. Si hacía ya años que te habías divorciado de él… Además, supongo que últimamente ya no lo verías nunca, ¿no?

—¿Te refieres a él?

—Claro, a Togashi.

—Por supuesto que no. —Yasuko notó que las mejillas se le tensaban ligeramente.

Kudo le contó cómo le iba en la actualidad. A pesar de la crisis, la empresa iba tirando y estaba consiguiendo mantener los números. En cuanto a la familia, sólo le apetecía hablar de su hijo. Eso era algo que le ocurría desde hacía mucho tiempo, así que Yasuko ignoraba si se llevaba bien o mal con su esposa, pero imaginaba que debían de llevarse relativamente bien. Los hombres que se comportaban de modo considerado fuera de casa solían provenir de hogares en armonía. Yasuko lo había aprendido en su época de camarera.

Cuando abrieron la puerta de la cafetería para salir, vieron que afuera estaba lloviendo.

—Buena la he hecho al invitarte. Si hubieras vuelto a casa nada más salir del trabajo, te habrías ahorrado la lluvia —se disculpó Kudo volviendo la cabeza hacia Yasuko.

—No digas tonterías.

—¿Vives muy lejos de aquí?

—A unos diez minutos en bici.

—¿En bici? O sea que encima vas en bici… —Kudo miró hacia el cielo y se mordió el labio viendo cómo llovía.

—Tranquilo. Llevo un paraguas plegable y la bicicleta la dejaré en la tienda. Basta con que mañana salga un poco antes de casa.

—En tal caso, te llevo.

—No te preocupes, no hace falta.

Pero Kudo ya había salido a la acera y llamaba un taxi con la mano en alto.

—Si te parece, la próxima vez podríamos ir a cenar con más calma —dijo en cuanto arrancó el taxi—. Si quieres, puede venir también tu hija.

—No te preocupes por ella. ¿Y en cuanto a ti?

—Ningún problema. Yo estoy disponible en cualquier momento. Últimamente no ando muy ocupado.

—Ah.

Yasuko se lo había preguntado en alusión a su esposa, pero prefirió no aclararlo. Le dio la impresión de que Kudo lo había captado, pero simuló no darse cuenta.

Él le pidió el número de su móvil y ella se lo dio. No había ninguna razón para negarse.

Kudo la acercó en el taxi hasta la puerta del apartamento. Como Yasuko estaba sentada del lado de la calzada, él bajó primero para que pudiera hacerlo ella.

—Vuelve a subir al taxi, anda, que te vas a empapar —dijo Yasuko al apearse.

—Bueno, hasta la próxima.

—Vale —asintió ella levemente.

Una vez dentro del coche, los ojos de Kudo se fijaron en algo que había en la acera, más allá de Yasuko, quien le leyó la mirada y se volvió para ver qué era. Un hombre con un paraguas abierto se dirigía despacio hacia su portal. Al estar ya oscuro, no distinguió su cara, pero por su complexión supo que se trataba de Ishigami.

Yasuko imaginó que Kudo se había fijado en él, que seguramente los había visto despedirse.

—Te llamaré —dijo Kudo justo antes de que el taxi se pusiera en marcha.

Yasuko siguió con su mirada las luces traseras del coche. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan animada. ¿Cuántos años llevaba sin pasar un rato agradable con un hombre?

El taxi pasó junto a Ishigami, que iba caminando por la acera.

Cuando Yasuko entró en su apartamento, Misato estaba viendo la televisión.

—¿Novedades? —preguntó su madre. Por supuesto, no se refería a nada relacionado con el instituto. Misato lo sabía.

—No, nada —respondió—. Y Mika tampoco me ha dicho nada, así que supongo que la policía aún no ha ido a hablar con ella.

—Ya.

En ese instante sonó el móvil. La pantalla indicaba que se trataba de una llamada realizada desde un teléfono público.

—¿Sí? —dijo Yasuko.

—Hola, soy Ishigami —respondió la grave voz que ella esperaba—. ¿Ha habido algo hoy?

—Nada de particular. Y Misato también dice que nada.

—¿Seguro? No bajen la guardia, por favor. Seguro que la policía no ha descartado todavía las sospechas sobre ustedes. Es muy probable que ahora estén investigando a conciencia todo su entorno.

—Entendido.

—Y aparte, ¿algo más?

—Pues… —Yasuko vaciló—. No, ya le he dicho que no ha habido nada de particular…

—Ah, sí, disculpe. Bueno, hasta mañana —se despidió Ishigami antes de colgar.

Yasuko se sintió algo confusa. Le había dado la impresión de que Ishigami estaba extrañamente aturdido.

Pensó que tal vez se debiera a que había visto a Kudo. Al sorprenderlos a los dos hablando tan amigablemente, se habría preguntado quién sería aquel hombre. Y esa extraña pregunta que le había hecho al final también debía de obedecer a su curiosidad por saber de quién se trataba.

Yasuko era consciente de la razón por la que Ishigami las estaba ayudando. Como decía Sayoko, debía de estar interesado en ella.

¿Qué pasaría si ella intimara con otro hombre? ¿Seguiría Ishigami ayudándolas como hasta ahora? ¿Seguiría poniendo su inteligencia a su disposición? Pensó que tal vez sería mejor no quedar con Kudo. Desde luego, si se veían, era mejor que Ishigami no lo supiera. Sin embargo, nada más pensar en ello, un sentimiento de desasosiego se extendió por todo su pecho.

¿Cuánto iba a durar eso? ¿Debería ocultarse de las miradas de Ishigami? ¿O tendría que estar así eternamente, sin poder relacionarse con otro hombre mientras su delito no prescribiera?