Caminaron desde la estación de metro de Morishita en dirección a Shin-Ohashi y doblaron a la derecha por la calle anterior al puente. Aunque se trataba de una zona residencial, había varias tiendas de esas que llevan toda la vida abiertas en el barrio. En otras partes de la ciudad aquella clase de comercio había ido sucumbiendo ante el empuje de los supermercados y las grandes cadenas comerciales. Tal vez fuera una de las bondades del casco antiguo de Tokio, el que esas pequeñas tiendas todavía pervivieran fuertes y saludables. En eso iba pensando Kusanagi mientras caminaba.
Acababan de dar las ocho… Por ahí debía de haber unos baños públicos, porque se cruzaron con una anciana que llevaba una palangana.
—Bien comunicada, cómoda para hacer las compras… Parece una buena zona para vivir —murmuró Kishitani, a su lado.
—¿Qué dices?
—Nada importante. Sólo pensaba que éste debe de ser un buen lugar para que viva una madre sola con su hija.
—Ah, claro.
Había dos razones para que Kusanagi hubiese asentido. La primera era que en ese momento se dirigían a ver a una señora que vivía sola con su hija precisamente allí. La segunda, que el propio Kishitani había sido criado sólo por su madre.
Mientras caminaba, Kusanagi iba mirando alternativamente la dirección que tenía anotada en un papel y las pequeñas placas atornilladas a los postes de la electricidad. Ya debían de estar a punto de llegar. En el papel llevaba también anotado el nombre de la mujer a la que iban a ver: Yasuko Hanaoka.
La dirección que el difunto Shinji Togashi había anotado en el libro de registro del hostal no era inventada. De hecho, se trataba de la misma en que estaba empadronado. Sencillamente había dejado de vivir allí.
En cuanto se supo la identidad del cadáver, los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia, que apareció en varios periódicos y telediarios. Al mismo tiempo, solicitaban la colaboración ciudadana, pidiendo a quien dispusiera de algún tipo de información sobre el caso que la hiciese llegar a la comisaría más cercana; pero lo cierto es que no se obtuvo nada relevante.
A partir de los libros de registro de la inmobiliaria que había alquilado el apartamento a Togashi, se logró saber cuál había sido su trabajo anterior. Se trataba de una agencia de vehículos de segunda mano en Ogikubo, pero no había aguantado allí mucho tiempo. En menos de un año lo había dejado.
La policía tiró del hilo y poco a poco consiguió revelar la trayectoria profesional de Togashi. Con sorpresa constataron que anteriormente había trabajado como vendedor de coches de lujo importados, pero que lo habían despedido de manera fulminante por distraer dinero de las cuentas de la empresa. Sin embargo, nadie le denunció. Es más, uno de los detectives que investigaban el caso se enteró de ello por casualidad. La empresa en cuestión, que aún existía, dio lo que parecía ser su excusa oficial: en ella ya no trabajaba nadie que recordara los detalles de lo sucedido.
En aquella época Togashi estaba casado. Según algunas personas que lo conocieron bien, pese a haberse divorciado seguía demostrando bastante apego a su exesposa.
Ésta tenía una hija nacida de una relación anterior. Averiguar la nueva residencia de ambas no resultó difícil. El equipo de investigación tardó muy poco en localizar el paradero de Yasuko y Misato Hanaoka: el barrio de Morishita, en el distrito de Koto, es decir, el lugar al que en ese mismo momento se dirigían Kusanagi y Kishitani.
—Vaya palo. Esto es tocarle a uno bailar con la más fea —dijo Kishitani, y soltó un suspiro.
—¿Tener que venir conmigo a hacer unas preguntas es bailar con la más fea?
—No, hombre, me refiero a que no me apetece nada importunar a dos pobres mujeres que viven tranquilamente sin meterse con nadie.
—No te preocupes, que si no tienen nada que ver con el caso, no las importunarás.
—¿Tú crees? Porque a mí me da la impresión de que el tal Togashi debía de ser un mal esposo y un peor padre. Así que supongo que el mero hecho de que vengamos ahora a recordarles su existencia no les resultará precisamente agradable.
—Pues entonces, cuando les digamos que ha muerto nos recibirán con los brazos abiertos. Y cambia ya esa cara de pena, anda, que al final me vas a contagiar y acabaremos llorando. Esto… Creo que es aquí. —Kusanagi se detuvo delante de un viejo edificio de apartamentos.
El edificio era de un color gris sucio. En su fachada se apreciaban las huellas de las diversas reparaciones de que había sido objeto. Tenía dos plantas y en cada una de ellas cuatro apartamentos. Sólo la mitad de las ventanas estaban iluminadas.
—Es el apartamento doscientos cuatro, o sea que debe de estar en la segunda planta —dijo Kusanagi mientras se encaminaba hacia la escalera, seguido de Kishitani.
El apartamento en cuestión era el más alejado de la escalera. Por la ventana que había a un lado de la puerta se escapaba un rayo de luz. Kusanagi suspiró, aliviado. Si no estuvieran en casa, habrían tenido que volver; lo cual tampoco hubiera sido extraño, pues nadie había avisado a las inquilinas de que se presentarían allí esa noche.
Llamaron al interfono y de inmediato se oyó el ruido de alguien moviéndose en el interior. Ese alguien hizo girar la llave y la puerta se abrió. Pero la cadena seguía echada. Tratándose de una madre y una hija que vivían solas, una precaución como ésa resultaba bastante natural.
Al otro lado de la puerta, a través del hueco entre ésta y el marco, una mujer de rostro menudo y grandes ojos negros miraba perpleja a Kusanagi y a su acompañante. Aunque parecía una treintañera, pronto Kusanagi se dio cuenta de que la penumbra le había engañado: el dorso de la mano que asomaba era el de una mujer de cierta edad, un ama de casa.
—Disculpe, ¿es usted Yasuko Hanaoka? —preguntó Kusanagi, esforzándose en mantener una expresión y un tono relajados.
—Así es —respondió ella. Sus ojos reflejaban intranquilidad.
—Somos de la policía. Verá, tenemos algo que contarle… —Kusanagi sacó su placa y se la mostró a la mujer, dejando bien visible la foto. Kishitani, a su lado, hizo lo propio.
—¿De la policía…? —Yasuko abrió como platos los enormes ojos negros.
—¿Le importa si…?
—Ah, claro —dijo Yasuko. Cerró un instante la puerta para quitar la cadena y volvió a abrirla—. ¿Y bien? ¿De qué se trata?
Kusanagi se introdujo unos pasos en el apartamento. Kishitani lo siguió.
—Conoce a Shinji Togashi, ¿verdad?
Yasuko se puso tensa. A Kusanagi no se le escapó el gesto. Pero cabía pensar que se debía al hecho de que le hubieran soltado de repente aquel nombre.
—Es mi exmarido… ¿Qué le pasa?
Al parecer, no estaba enterada de que lo habían matado. Tal vez no veía los telediarios ni leía la prensa. Ciertamente, los medios no habían dado una cobertura demasiado amplia a la noticia. Por eso, tampoco sería de extrañar que no se hubiese enterado.
—Verá —dijo Kusanagi—, lo cierto es que… —De pronto reparó en la puerta corredera que había al fondo del apartamento. Estaba cerrada—. ¿Hay alguien más en casa? —preguntó.
—Mi hija.
—Ah, claro.
En el recibidor, perfectamente alineadas, estaban las zapatillas de deporte de la muchacha. Kusanagi bajó la voz y añadió:
—Verá, el caso es que el señor Togashi… ha fallecido.
Yasuko abrió la boca. Su expresión no sufrió ningún otro cambio.
—¿Fallecido? —dijo por fin—. Y eso… ¿Cómo ha sido?
—Hemos encontrado su cuerpo en Kyu-Edogawa, en la ribera. Todavía no podemos afirmar nada, pero tenemos razones para creer que fue asesinado —respondió Kusanagi con franqueza.
En ese momento la turbación apareció por primera vez en el rostro de Yasuko, que con gesto estupefacto negó lentamente con la cabeza.
—Él… Pero ¿cómo es posible que…?
—Eso es precisamente lo que estamos investigando. Y como al parecer no tenía familia, pues hemos venido a verla a usted, que estuvo casada con él. Le ruego que nos perdone por habernos presentado así y a estas horas —dijo en tono de disculpa.
—Ah…, ya… —Yasuko se llevó la mano a la boca y bajó la mirada.
A Kusanagi seguía intrigándole la puerta corredera, que permanecía cerrada al fondo del apartamento. Tal vez al otro lado la hija estuviera aguzando el oído para ver si conseguía enterarse de qué estaba hablando su madre con aquella gente. En ese caso, ¿cómo se habría tomado la noticia de la muerte de su padrastro?
—Con su permiso —prosiguió Kusanagi—, nos hemos tomado la libertad de investigar un poco por nuestra cuenta.
Veamos… Usted se divorció del señor Togashi hará unos cinco años, ¿verdad? ¿Se seguían viendo?
—Tras nuestro divorcio, apenas nos veíamos —contestó Yasuko sacudiendo la cabeza.
Ese «apenas» era tanto como reconocer que sí se habían visto en ocasiones.
—Tengo la impresión de que la última vez fue hace poco, pero en realidad hace ya bastante —añadió Yasuko—. Hará un año o dos…
—¿Y no se comunicaba con usted? No sé, por teléfono, o por carta…
—No —respondió Yasuko con firmeza.
Kusanagi observaba la estancia sin dejar de asentir con la cabeza, como si aquello no fuera con él. La washitsu era algo vieja, pero estaba muy limpia y bien ordenada. Había unas mandarinas encima del kotatsu. Sintió una punzada de nostalgia al ver la raqueta de bádminton apoyada en la pared. También él, en sus tiempos, había formado parte del equipo universitario de dicho deporte.
—Todo apunta a que el señor Togashi falleció durante la noche del pasado diez de marzo —dijo Kusanagi—. ¿Significa algo para usted esa fecha, o tal vez la zona de la ribera de Kyu-Edogawa? No importa lo intrascendente que pueda parecer…
—Pues no. No se trata de ninguna fecha especial. Y tampoco tengo ni idea de qué hacía ese hombre últimamente.
—Ya…
Yasuko estaba claramente incómoda. Pero también parecía lógico que no le agradara que la interrogasen sobre el marido del que se había separado hacía tiempo. Kusanagi no se sentía capaz, por el momento, de determinar si estaba relacionada con el caso.
Pensó que quizá fuera mejor olvidarlo por el momento. Pero antes de marcharse todavía había algo que quería comprobar.
—¿Estuvo usted en casa el diez de marzo? —inquirió mientras guardaba su placa en el bolsillo. Pretendía que la pregunta formase parte, de un modo natural, del diálogo que estaban manteniendo, pero no le salió muy bien. Yasuko frunció el ceño en señal de descontento.
—¿Quiere usted decir que será mejor que le aclare qué estuve haciendo ese día?
Kusanagi se echó a reír.
—Señora, por favor, tampoco se lo tome tan a la tremenda. Si usted nos lo aclarase, sencillamente nos ayudaría muchísimo, pero…
—Un momento, por favor. —Yasuko desvió la mirada hacia una pared que, desde la posición en que se encontraban, Kusanagi y Kishitani no podían ver. Por el modo en que observaba, debía de haber un calendario colgado en ella. A Kusanagi le entraron ganas de comprobar si había algo escrito en él, pero se contuvo.
—El día diez estuve trabajando desde la mañana y luego, ya por la tarde, salí con mi hija —respondió Yasuko.
—¿Adónde fueron?
—Al cine. A uno que se llama Rakutenchi, en Kishi.
—¿A qué hora salieron más o menos? No hace falta que me diga la hora exacta. Y, ya de paso, si pudiera decirme también el título de la película que vieron, le estaría muy agradecido.
—Salimos a eso de las seis y media. Y la película que vimos fue…
Kusanagi también conocía esa película. Formaba parte de una famosa saga de Hollywood cuya tercera parte acababan de estrenar.
—Y al terminar la película, ¿se fueron para casa?
—No, estuvimos comiendo unos ramen en un restaurante que hay en el mismo edificio. Luego nos fuimos al karaoke.
—¿Al karaoke? ¿A uno de cabinas?
—Sí. Mi hija me engatusó para que fuéramos…
—Ya… ¿Lo frecuentan a menudo?
—Una vez al mes, o tal vez cada dos meses…
—¿Cuánto tiempo suelen quedarse?
—Lo normal es una hora y media, más o menos. Es que, si no, se nos hace muy tarde para volver a casa…
—O sea, que primero al cine, luego al restaurante y después al karaoke… ¿Eso significa que estarían de vuelta sobre las…?
—Creo que serían pasadas las once. No lo recuerdo exactamente, pero…
Kusanagi asintió con la cabeza. Algo no terminaba de convencerlo.
Tras preguntar el nombre del karaoke, los policías se despidieron y se marcharon.
—No parece que tengan mucho que ver con el caso, ¿no? —dijo en voz baja Kishitani mientras se alejaban del apartamento doscientos cuatro.
—Aún es pronto para afirmarlo —repuso Kusanagi.
—Madre e hija juntas en el karaoke. Qué bien… Parece que están muy unidas. —Daba la impresión de que Kishitani no quería dudar de Yasuko Hanaoka.
Por las escaleras subía en esos momentos un hombre de mediana edad y algo rechoncho. Kusanagi y Kishitani se detuvieron para dejarle paso. El hombre se dirigió al apartamento doscientos tres, abrió la puerta con la llave y entró.
Kusanagi y Kishitani intercambiaron miradas y volvieron sobre sus pasos.
La placa de la puerta del apartamento 203 rezaba «Ishigami». Llamaron al timbre y el hombre que acababa de entrar les abrió. Se había quitado el abrigo y vestía jersey y pantalones de sport.
El hombre miró alternativamente a Kusanagi y a Kishitani con rostro inexpresivo. Por lo general, en esas situaciones la gente se muestra sorprendida o cautelosa, pero Kusanagi, algo inusual en él, no percibió ninguna de esas sensaciones en el rostro de aquel hombre.
—Disculpe que lo molestemos a estas horas. Nos gustaría contar con su colaboración en un asunto —dijo Kusanagi esbozando una sonrisa al tiempo que le mostraba su placa.
A pesar de aquella presentación, el hombre siguió impávido.
—Nos gustaría hacerle unas preguntas —añadió Kusanagi al tiempo que daba un paso hacia delante—. Sólo serán unos minutos… —Pensó que quizás el hombre no había visto bien la placa, de modo que volvió a mostrársela.
—¿De qué se trata? —preguntó el hombre sin mirarla. Parecía ser plenamente consciente de que quienes lo visitaban eran policías.
Kusanagi extrajo una fotografía del bolsillo interior de su americana. Era una imagen de cuando Togashi trabajaba en la tienda de vehículos de ocasión.
—Es una foto un poco vieja, pero ¿por casualidad ha visto usted recientemente a alguien parecido a esta persona?
Tras contemplar la fotografía durante unos instantes, el hombre alzó la mirada hacia Kusanagi y respondió:
—No. No lo conozco.
—Claro, ya lo suponía, por eso le preguntaba si había visto usted últimamente a alguien parecido, o se había relacionado con él, o algo así…
—¿Yo? ¿Dónde?
—En ningún sitio en particular. Por esta zona, por ejemplo…
El hombre frunció el ceño y volvió a mirar la foto. A Kusanagi le dio la impresión de que aquel individuo no tenía pulso.
—No sé… —dijo el hombre—. Es que no puedo recordar las caras de todas las personas con las que me cruzo por la calle.
—Por supuesto. —Kusanagi empezó a pensar que interrogar a ese hombre había sido un error—. Mmm… ¿Suele usted volver a casa a esta hora?
—No. Varía bastante según los días. Hay veces que se me hace tarde en la sección y…
—¿«La sección»?
—Sí. Soy el asesor técnico de nuestra sección de judo y me encargo de cerrar las instalaciones al terminar los entrenamientos.
—¿Es usted profesor en algún centro educativo?
—Sí, soy profesor de instituto —respondió el hombre, y les dio el nombre del centro en el que trabajaba.
—Entonces lamento mucho haberle molestado a estas horas. Supongo que estará usted cansado… —dijo Kusanagi bajando la cabeza.
En ese momento se percató de que, en un lado del recibidor, había apilados varios libros de matemáticas. Al deducir que aquel hombre seguramente enseñaba esa materia, no pudo evitar sentir cierto desaliento: era la asignatura que peor se le daba en sus tiempos de estudiante.
—Perdone, pero… los ideogramas de su apellido se leen «Ishigami[5]», ¿verdad? Los he visto en la placa de la puerta y…
—Sí, es Ishigami.
—Bien, señor Ishigami, y el día diez de marzo, ¿sobre qué hora regresó usted a casa?
—¿El diez de marzo? ¿Es que pasó algo ese día?
—No, nada que tenga que ver con usted, en cualquier caso. Es sólo que estamos recabando información sobre ese día y…
—¿El diez de marzo…? —Ishigami pareció mirar algo a lo lejos y enseguida volvió los ojos hacia Kusanagi—. Creo que ese día regresé a casa pronto. Supongo que sobre las siete ya estaría aquí.
—Y ¿recuerda si vio a su vecina?
—¿Mi vecina?
—Sí, ya sabe, la señora Hanaoka —respondió Kusanagi bajando la voz.
—¿Es que pasa algo con ella?
—No, nada. Como le decía, sencillamente estamos recabando información…
Por su expresión, Ishigami parecía estar reflexionando. Tal vez hubiera empezado a hacerse toda clase de conjeturas sobre la madre y esa hija que tenía como vecinas. A la vista del aspecto de su apartamento, Kusanagi ya había deducido que aquel hombre vivía solo.
—Pues no lo recuerdo bien, pero no creo que notara nada extraño —respondió Ishigami.
—Tal vez se produjera algún ruido, u oyera usted alguna voz…
—Bueno, no sé… —Ishigami ladeó la cabeza—. No, o al menos no hay nada que se me quedara grabado especialmente.
—Ya… Y ¿se lleva usted bien con la señora Hanaoka?
—Bueno, es mi vecina, así que cuando nos vemos nos saludamos, pero nada más.
—Entendido. Bueno, lamentamos mucho haber interrumpido su descanso.
—No es nada —dijo Ishigami al tiempo que tendía la mano hacia la parte interna de la puerta y recogía el correo del buzón que ésta tenía incorporado.
Kusanagi dirigió inconscientemente la mirada hacia la mano de Ishigami y, por un instante, la mantuvo fija en ella. En uno de los sobres que sostenía vio el rótulo de la Universidad de Teito.
—Perdone, profesor —dijo Kusanagi en tono vacilante—, ¿se graduó usted en la Universidad de Teito?
—Pues sí… —Por un instante, los estrechos ojos de Ishigami se agrandaron un poco. Enseguida pareció caer en la cuenta del sobre que llevaba en la mano—. Ah, claro, lo dice por esto. Es la revista de la asociación de exalumnos de la facultad. ¿Ocurre algo?
—No, nada, es sólo que conozco a alguien que también se graduó en esa universidad.
—¿Ah, sí?
—Bueno, no le robaremos más tiempo. Disculpe las molestias. —Kusanagi hizo una reverencia para despedirse y salió del apartamento.
—Pero ¿tú no te graduaste también en la Universidad de Teito? —le preguntó Kishitani mientras se alejaban—. ¿Por qué no se lo has dicho?
—No sé… Es que me ha dado la impresión de que, si lo hacía, iba a sentirme incómodo. De todos modos, él seguramente sería de la Facultad de Ciencias.
—No me digas que tú también eres de los que se sienten acomplejados porque se les dan mal las ciencias.
—Sí. Y siempre tengo a alguien cerca que se encarga de recordármelo —repuso Kusanagi, y en su mente apareció el rostro de Manabu Yukawa.
Ishigami esperó más de diez minutos a que se fueran los detectives y luego salió de su apartamento. Echó un vistazo a la puerta de al lado. Comprobó que había luz en la ventana y bajó las escaleras.
Tuvo que andar otros diez minutos hasta llegar al teléfono público, ubicado en un lugar al resguardo de miradas indiscretas. Tenía su propio teléfono móvil y, además, también disponía de teléfono fijo en su vivienda, pero prefería no usar ninguno de los dos. Mientras caminaba, iba rumiando la conversación que acababa de mantener con la pareja de detectives. Estaba convencido de que no les había proporcionado la mínima pista que les permitiera relacionarlo con el caso. Pero, aunque remota, existía una posibilidad. La policía seguramente pensaría que, para mover el cadáver, se había precisado la ayuda de un hombre. De modo que sin duda estarían buscando a alguno lo bastante próximo a las Hanaoka para ensuciarse las manos por un crimen que ellas habían cometido. Era muy probable, por lo tanto, que se hubieran fijado en el profesor de Matemáticas del apartamento contiguo, sólo por el hecho de ser su vecino.
Ishigami pensó que desde ese momento debía evitar a toda costa verse directamente con ellas y, aún más, pisar su apartamento. Por la misma razón, tampoco podía telefonearles desde su casa. Si la policía accedía a su registro de llamadas podría enterarse de que había realizado unas cuantas al teléfono de Yasuko Hanaoka.
¿Y en cuanto a Bententei?
Aún no había decidido qué hacer. Lo normal sería dejar de frecuentar el establecimiento, al menos durante una temporada. Pero estaba claro que tarde o temprano la policía se presentaría allí para interrogar a los empleados. Así pues, también era más que probable que, a resultas de sus preguntas, alguien de la tienda les contara que el profesor de Matemáticas que vivía al lado de Yasuko Hanaoka pasaba casi todos los días por allí a comprar bento. En ese caso, dejar de ir a la tienda de repente, nada más haberse producido el homicidio, podía resultar todavía más sospechoso que seguir haciéndolo como de costumbre.
Ishigami no estaba seguro de poder hallar la solución más lógica a dicho problema. Porque él mismo era plenamente consciente de que quería seguir frecuentando Bententei como hasta entonces. Y es que era el único punto de conexión entre Yasuko y él. ¿Cómo iba a verla si dejaba de ir a la tienda?
Llegó por fin al teléfono público e insertó en él la tarjeta telefónica, que llevaba impresa la fotografía del bebé de un compañero de trabajo, también profesor, que se la había regalado.
Marcó el número del móvil de Yasuko. Pensó que era peligroso llamarla al fijo, pues existía la posibilidad de que estuviese intervenido. Eso de que la policía tenía por norma no hacer escuchas telefónicas jamás se lo había creído.
—¿Sí? —La voz de Yasuko sonó en el auricular. Ya habían acordado que, si Ishigami la llamaba, lo haría desde un teléfono público.
—Soy Ishigami.
—Ho… Hola…
—Unos detectives han venido a verme a casa. Supongo que también habrán pasado por allí…
—Sí, han estado hace un momento.
—¿Y qué le han preguntado?
Mientras Yasuko hablaba, Ishigami ponía en orden, analizaba y memorizaba cuanto le contaba. Por el momento no parecía que la policía sospechase de Yasuko. Lo de comprobar su coartada debía de haber sido un mero trámite. Seguramente tenían detectives sin nada mejor que hacer, y por eso podían permitirse llevar a cabo esa clase de comprobaciones.
Sin embargo, si la policía llegaba a descubrir que Togashi había estado visitando a Yasuko, iría a por ésta, y con una actitud muy distinta. En tal caso, lo primero que le preguntarían era por qué había dicho que últimamente no se había visto con él. Pero Ishigami ya la había aleccionado al respecto.
—¿Los policías han hablado también con su hija?
—No. Misato estaba en la habitación del fondo.
—¿Sí? Bueno, pero seguro que intentan hablar con ella también. Ya saben lo que hay que hacer en ese caso, ¿no?
—Sí, está claro. Ella dice que por su parte no hay problema.
—Sé que le pareceré pesado, pero permítame que le recuerde que no hace falta hacer teatro. Basta con contestar de un modo mecánico, y únicamente a lo que nos pregunten.
—Lo sé. Y también se lo recordaré a ella.
—¿Y los resguardos de las entradas de cine? ¿Se los mostró a los policías?
—No. Como usted me dijo que, si no me los pedían, no hacía falta que se los mostrara, pues…
—Muy bien. Por cierto, ¿dónde los tiene?
—En un cajón…
—Pues métalos dentro de un folleto o algo así. No creo que haya mucha gente que guarde cuidadosamente en su casa ese tipo de cosas. Si la policía se percata de que usted se tomó la molestia de guardarlos en un cajón, seguro que sospechará.
—Entendido.
—Por cierto… —Ishigami tragó saliva y apretó con fuerza el auricular sin ser consciente de ello—. ¿El resto del personal de Bententei sabe que voy a menudo a comprar allí?
—¿Cómo? —La pregunta pareció sorprender a Yasuko, que por un instante no supo qué decir.
—En definitiva, lo que le pregunto es qué opinan sus compañeros de trabajo sobre el hecho de que su vecino pase por allí a menudo a comprar bento. Se trata de un detalle de la mayor relevancia, así que le ruego que me responda con toda franqueza.
—Pues… el jefe decía que era muy de agradecer que usted viniera a comprar tan a menudo.
—Él sabe que soy su vecino, ¿no?
—Sí. Pero… ¿es importante?
—No, no pasa nada. Ya me ocupo yo. Usted por el momento limítese a actuar como hemos acordado, por favor.
—De acuerdo.
—Bien, pues eso es todo… Adiós.
Se disponía a colgar el auricular cuando Yasuko dijo:
—Señor Ishigami…
—¿Sí?
—Muchísimas gracias por todo. Estoy en deuda con usted.
—No es nada. Bueno… Adiós. —Dicho esto, Ishigami colgó.
Las últimas palabras de Yasuko habían conseguido alterarlo. Tenía el rostro colorado y el frío viento lo hacía sentir bien. Sus axilas estaban empapadas de sudor.
Envuelto en esa sensación de felicidad, Ishigami inició el camino de regreso a casa. Pero su romántica excitación no duró demasiado. De hecho, se desvaneció en cuanto recordó lo que Yasuko le había comentado sobre Bententei.
Cayó en la cuenta de que había cometido un único error con los detectives. Porque, cuando le habían preguntado sobre su relación con Yasuko Hanaoka, había respondido que se limitaba a saludarla cuando se veían. Debería haber añadido que, además, solía ir a comprar bento al establecimiento en el que ella trabajaba.
—¿Habéis comprobado la coartada de Yasuko Hanaoka? —preguntó Mamiya a Kusanagi y Kishitani, a quienes había llamado a su despacho, mientras se cortaba las uñas.
—En cuanto al karaoke, sí —respondió Kusanagi—. El que atiende el establecimiento se acordaba de ellas, pues ya las había visto en otras ocasiones. Además, sus nombres estaban anotados en el registro de entradas. A partir de las diez menos veinte, estuvieron cantando durante una hora y media.
—¿Y antes de eso?
—La proyección de la película empezaba a las siete en punto y terminaba a las nueve y diez. Pero como antes de ir al karaoke pasaron por el restaurante, parece que, desde el punto de vista cronológico, lo que dicen encaja —informó Kusanagi consultando las notas de su agenda.
—Ya, pero yo no he preguntado si lo que dicen encaja sino si habéis conseguido verificar su coartada.
Kusanagi cerró su agenda y se encogió de hombros.
—No…
—¿Y entonces? —dijo Mamiya en tono airado al tiempo que elevaba los ojos al cielo, como si implorara.
—Es que… Bueno, jefe, usted ya lo sabe, ¿no? Las salas de cine y los restaurantes de ramen son los lugares más complicados para llevar a cabo este tipo de comprobaciones.
Sin dejar de oír lo que Kusanagi le decía, Mamiya arrojó una tarjeta de visita sobre el escritorio. En ella se podía leer «Club Marian», un lugar que, al parecer, se encontraba en Kinshi-cho.
—¿Y esto qué es?
—El lugar en que Yasuko trabajaba —respondió Mamiya—. El cinco de marzo Togashi se dejó ver por allí.
—Cinco días antes de que lo mataran…
—Al parecer, estuvo allí preguntando por Yasuko y luego se marchó. Llegados a este punto, supongo que incluso tú te habrás dado cuenta de qué quiero decir, ¿verdad? —Mamiya señaló la puerta que estaba detrás de Kusanagi y de Kishitani—. ¡Id a comprobarlo ya mismo! ¡Y si algo no queda claro, de ahí os vais a ver a Yasuko!