MARY WOLLSTONECRAFT SHELLEY
Frankenstein (1818)
La energía se acumulaba progresivamente en los millones de neuronas desde su gestación, seis meses atrás. Las células nerviosas hervían de energía eléctrica que se galvanizaba progresivamente hacia un umbral voltaico. La arborización de las dendritas neuronales y de las células de la microglía aumentaba en progresión exponencial: cada hora se formaban centenares de miles de conexiones sinápticas. Era como un reactor nuclear a punto de alcanzar la masa hipercrítica.
Y sucedió. El umbral fue alcanzado y superado. Las micro corrientes de energía eléctrica se extendieron como un reguero de pólvora a través del plexo de conexiones sinápticas hasta alcanzar toda la masa. Las vesículas intrasinápticas segregaron sus neurotransmisores y neuromoduladores, hasta que la excitación alcanzó un nuevo nivel crítico.
De esta actividad celular microscópica surgió uno de los misterios del universo: la conciencia. Una vez más, la materia había engendrado a la mente.
La conciencia era la facultad que daba lugar a la memoria y a la intelección; también al terror y al miedo. Traía consigo el peso adicional del conocimiento de la propia muerte. Pero en ese momento la conciencia creada carecía de conocimiento. El conocimiento era el paso siguiente, y no tardaría en llegar.