Lunes al mediodía
Marsha tuvo que echar a correr para que Víctor no la dejara atrás. La parte habitada del complejo quedó pronto a sus espaldas. A la luz del día los edificios abandonados perdían su aspecto siniestro.
Víctor entró en el edificio y fue derecho a la trampa, golpeándola varias veces con fuerza.
Poco después asomó la cara de un hombre uniformado. Los miró con suspicacia y luego les indicó que pasaran.
Víctor iba delante. Cuando Marsha llegó al final de las escaleras, él ya bordeaba la rueda y se dirigía resueltamente a la gran puerta metálica que cerraba el acceso a la parte inexplorada del laboratorio de VJ. A ella el ambiente le parecía tan amenazante como en su visita anterior. Sabía que los frutos de la investigación científica se podían usar para el bien o para el mal, pero el clima sobrecogedor del lugar creaba la sensación de que allí se hacían cosas con fines inconfesables.
—¡Oiga! —gritó uno de los guardias al ver que Víctor se acercaba a la puerta prohibida. Se levantó de un salto, cruzó la sala corriendo y cogió a Víctor por el brazo—. Nadie puede pasar —dijo con su fuerte acento español.
Ante la sorpresa de Marsha, Víctor puso su mano abierta sobre la cara del hombre y le dio un fuerte empujón. Sorprendido, el guardia se tambaleó. Pero sin soltarle el brazo, Víctor se liberó de un tirón y nuevamente trató de abrir la puerta.
El guardia sacó una navaja de la bota y la abrió con rapidez. La hoja lanzó un destello.
—¡Víctor! —gritó Marsha, y él se dio la vuelta con rapidez. El hombre avanzó hacia él con la navaja por delante, como si fuera un minúsculo florete. Víctor esquivó el navajazo, pero su contrincante le cogió de la manga y levantó el arma.
—¡Basta! —gritó VJ al irrumpir en la sala por la puerta que Víctor había querido abrir. Los otros dos guardias separaron a los contrincantes. Uno cogió a Víctor por los brazos y el otro trató de alejar al hombre de la navaja.
—Suéltelo, es mi padre —ordenó VJ.
—Iba a entrar —exclamó el guardia de la navaja.
—¡He dicho que lo suelte! —repitió VJ con firmeza.
Lo soltó de un empujón. Víctor se dirigió tambaleante hacia la puerta, pero VJ lo cogió del brazo:
—¿Estás seguro de que quieres saber lo que hay dentro?
—Lo quiero saber todo.
—¿Recuerdas el árbol de la Ciencia?
—De la Ciencia del Bien y del Mal —replicó Víctor—. No me convencerás.
—Como quieras —dijo VJ, y lo soltó—: Tal vez no te gusten las consecuencias.
Víctor miró a Marsha, quien le indicó con un gesto que estaba dispuesta. Al abrir la puerta lo bañó una luz azulada. Cruzó el umbral seguido por Marsha y VJ.
La sala medía algo menos de veinte metros de largo y era más bien estrecha. Sobre una mesa larga, de madera sin cepillar, cuatro depósitos de cristal de unos doscientos litros cada uno, con los bordes cerrados con silicona. Cada uno estaba iluminado por una lámpara calorífica, y la luz refractada a través del líquido de los depósitos adquiría un extraño tinte azulado.
Al ver el contenido de los depósitos, Marsha abrió la boca, horrorizada. En cada uno, envuelto en membranas transparentes, había un feto de unos ocho meses, nadando en su matriz artificial. Sus ojos azules, muy abiertos, contemplaban a Marsha. Gesticulaban, sonreían e incluso bostezaban.
Con un aire despreocupado y a la vez arrogante, VJ les dio una explicación superficial del sistema. En cada depósito, la placenta estaba sujeta mediante una red de material plástico a una bolsa membranosa que contenía el aparato de respiración y circulación.
Cada aparato estaba provisto de su propio ordenador, conectado a su vez a un sintetizador de proteínas. La superficie líquida de cada depósito estaba cubierta por unas bolas de plástico que retardaban la evaporación.
Marsha y Víctor se quedaron sin habla ante la visión de los niños en gestación. Estaban preparados para lo peor, pero esto superaba todo lo imaginable.
—Supongo que querréis saber de qué se trata —dijo VJ. Se acercó a uno de los depósitos y consultó los indicadores. Golpeó uno de ellos con la mano, y la aguja atascada señaló la escala normal, de color verde—. En mis primeros estudios de la implantación, hice modelos de úteros con tejidos cultivados. Al resolver el problema de la implantación, también descubrí por qué era necesario el útero.
—¿En qué mes está estos niños? —preguntó Marsha.
—Tienen ocho meses y medio —dijo VJ, confirmando la primera impresión de Marsha—. Voy a prolongar la gestación bastante más tiempo de los nueve meses. Cuanto más la prolongue, más fácil ser criarlos.
—¿Cómo conseguiste los cigotos? —preguntó Víctor, aunque conocía la respuesta.
—Tengo el placer de comunicaros que todos son hermanos y hermanas míos.
La mirada incrédula de Marsha saltó de los depósitos a VJ, que se echó a reír.
—Bueno, no hay por qué sorprenderse. Saqué los cigotos del congelador del laboratorio de papá. No tenía sentido desperdiciarlos ni permitir que los implantaran en otras personas.
—Había cinco —dijo Víctor—. ¿Dónde está el que falta?
—Te felicito por tu buena memoria —replicó VJ—. Por desgracia perdí uno en el curso de los primeros protocolos de implantación. Pero cuatro son suficiente para una extrapolación estadística, al menos para la primera camada.
Marsha contempló de nuevo los niños en gestación. ¡Eran sus hijos!
—No hay por qué sorprenderse tanto —repitió VJ—. Vosotros sabéis que esta tecnología estaba en marcha. Yo no he hecho otra cosa que acelerar el proceso.
Víctor se acercó a un ordenador que se había encendido automáticamente y que arrojaba una hoja de datos. Cuando finalizó la impresión, el sintetizador empezó a producir una proteína.
—El sistema percibe la falta de algún factor de crecimiento —explicó VJ.
Víctor leyó la hoja impresa. Contenía los signos vitales del feto, análisis clínicos y recuento de glóbulos sanguíneos. La sofisticación del dispositivo era asombrosa. VJ había reproducido en condiciones artificiales la interrelación extraordinariamente compleja de las fuerzas necesarias para producir un organismo completo a partir de un huevo fecundado. Eso representaba un salto cualitativo en la biotecnología, infinitamente superior incluso a la tecnología de la implantación, ya de por sí importante. Víctor se estremeció al pensar en las posibilidades diabólicas de los descubrimientos de su criatura.
Marsha se acercó tímidamente a uno de los depósitos y observó más de cerca al feto, un varón. El bebé la miraba como si quisiera tocarla, y apoyó la diminuta palma de su mano contra el cristal.
Marsha posó la suya en la del feto, separadas sólo por el grosor del vidrio. Pero la apartó bruscamente con una mirada de asco.
—¡La cabeza! —exclamó.
Víctor se inclinó sobre el depósito.
—¿Qué le pasa a la cabeza?
—Mira las cejas. La cabeza nace directamente ahí. No tiene frente.
—Son mutantes —dijo VJ con indiferencia—. Eliminé el segmento que había agregado Víctor y luego destruí algunos puntos del FDN normal. Quiero lograr un nivel de inteligencia similar al de Philip. Philip me ha sido más útil que nadie en mi trabajo.
Marsha sintió un escalofrío por la espalda y apretó la mano de Víctor, tratando de que VJ no advirtiera el gesto. Víctor pareció no darse cuenta y señaló el otro extremo de la sala:
—¿Qué hay al otro lado de esa puerta?
—¿No te parece suficiente por hoy?
—Quiero verlo todo —dijo Víctor dirigiéndose hacia la puerta.
Marsha contempló un instante al pequeño ser de cejas prominentes y cabeza aplanada. Un ejemplar humano involucionado en quinientos mil años. VJ había hecho retrasados mentales a sus propios hermanos, siguiendo una lógica maquiavélica inconcebible.
Se apartó de los depósitos de gestación y siguió a Víctor, dispuesta como él a verlo todo. En todo caso, nada podía ser peor de lo que acababa de ver.
En la sala contigua había unos enormes recipientes de acero inoxidable dispuestos en hilera. Marsha recordó las calderas gigantes de la fábrica de cerveza que había visitado cuando era estudiante de secundaria. El ambiente era cálido y húmedo. Varios hombres, vestidos sólo con pantalones, introducían sustancias en uno de los recipientes. Interrumpieron su trabajo al ver a Víctor y Marsha.
—¿Qué es esto? —preguntó ella.
—Fermentadores para el cultivo de microorganismos, como bacterias o levadura —respondió Víctor, volviéndose hacia VJ—: ¿Qué cultivas?
—Bacterias escherichia coli —dijo VJ—. El animal de trabajo de la tecnología del ADN recombinante.
—¿Qué producen?
—Prefiero que no lo sepas por ahora. Ya has visto las unidades de gestación. ¿No te basta por hoy?
—Quiero saberlo todo. Quiero ver todas las cartas sobre la mesa.
—Producen dinero —sonrió VJ.
—No estoy de humor para adivinanzas —dijo Víctor.
—Bueno, está bien. El nuevo laboratorio requirió una gran cantidad de capital a corto plazo. Evidentemente, no podía ofrecer mis servicios al público. De manera que hice traer plantas de coca de Sudamérica y extraje los genes apropiados. Luego inserté los genes en una preparación operativa de la escherichia coli y por medio de un plásmido resistente a la tetraciclina volví a meterlo todo en la bacteria. El producto es de primera. Las escherichias coli se vuelven locas por él.
—No entiendo nada —dijo Marsha.
—Yo sí —dijo Víctor—. Dice que estos fermentadores producen cocaína.
—Y trabaja en sociedad con Martínez —dijo Marsha, estupefacta.
—Es una línea de producción provisional —explicó VJ—. Un medio necesario para reunir capital a corto plazo. Dentro de poco, el laboratorio se financiar con productos legales y prescindir del contrabando. Y es verdad que Martínez es mi socio. Estamos en condiciones de presentar un pequeño ejército en cuestión de minutos. Por ahora, algunos hombres está en la nómina de «Chimera».
Víctor examinó los fermentadores. Eran de una asombrosa sofisticación y muy superiores a los que se utilizaban en «Chimera».
—Bueno, ahora ya lo sabéis todo —dijo VJ—. Ha llegado el momento de que hablemos seriamente.
Se dirigió de nuevo hacia la sala principal, seguido de Víctor y Marsha. Cuando atravesaron la sala de gestación, los fetos se acercaron nuevamente a la superficie de los depósitos, como si anhelaran el contacto humano. Tal vez VJ no lo advirtió, pero en todo caso no les prestó la menor atención.
Atravesaron la sala principal hacia el dormitorio sin decir una sola palabra. Había otro cuarto, más allá del dormitorio principal, que Víctor no había visto. A juzgar por el decorado y las publicaciones especializadas, debía de ser la habitación privada de VJ. Había una cama, una mesa pequeña, sillas plegables, una estantería con revistas especializadas y un sillón. VJ les ofreció asientos y él se sentó a la mesa.
VJ apoyó los codos, juntó las manos y miró a sus padres con ojos fríos y brillantes como zafiros.
—Quiero conocer vuestras intenciones. He sido franco con vosotros, ahora os toca a vosotros ser francos conmigo.
Víctor y Marsha intercambiaron una mirada, y fue ella quien abrió el fuego.
—Quiero saber la verdad sobre David, Janice y el profesor Cavendish.
—Por el momento no me interesa tratar las cuestiones subsidiarias, sino mis proyectos en toda su magnitud —dijo VJ—. Quiero creer que sois capaces de apreciar lo que está en juego. El valor de mis experimentos está por encima de cualquier otra cuestión, que de otro modo podría ser oportuna.
—Lo siento, pero antes de juzgar tendré que saber algo de esas tres personas —respondió Marsha con serenidad.
VJ miró a Víctor:
—¿Eres de su misma opinión?
Víctor asintió.
—Me lo temía —murmuró VJ. Los miró con severidad, como un padre a sus hijos descarriados—. Está bien, os lo contaré todo. Las tres personas en cuestión querían delatarme, lo que en ese momento hubiera sido catastrófico para mi trabajo. Hice lo posible para que no supieran nada de mi laboratorio ni de mis experimentos, pero eran implacables. Tuve que poner el asunto en manos de la Naturaleza.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Víctor.
—Mis investigaciones sobre los factores de crecimiento que intervienen en la gestación, que me sirvieron para resolver el problema del útero artificial, me llevaron a descubrir ciertas proteínas que actúan como promotores de los protooncogenes. Las envolví en membranas de glóbulos rojos y dejé actuar a la Naturaleza.
—O sea que las inyectaste —dijo Víctor.
—¡Por supuesto que las inyecté! —exclamó VJ con fastidio—. Esa clase de sustancias no se pueden tomar por vía oral.
Marsha trató de dominarse:
—Quieres decir que mataste a tu hermano… ¿Y no sientes ningún remordimiento?
—Yo fui un intermediario. A David lo mató el cáncer. Le supliqué que me dejara en paz. Pero no, me seguía a todas partes, quería destruir mi trabajo. Lo mataron sus propios celos.
—¿Y qué me dices de los dos niños?
—¡Basta! —exclamó VJ, dando un puñetazo sobre la mesa—. Vamos al grano de una vez.
—Nos has preguntado cuáles eran nuestras intenciones —dijo Marsha—. Bueno, antes tenemos que conocer los hechos. ¿Qué pasó con los niños?
Tamborileó impaciente con los dedos sobre la mesa. Se le estaba agotando la paciencia.
—Se habían vuelto demasiado inteligentes. Empezaban a adquirir conciencia de sus posibilidades. Yo no quería tener competidores. Bastó con echar un poco de cefaloclor en la leche de la guardería. Estoy seguro de que a los demás niños les sentó bien.
—¿Y qué sentiste cuando murieron?
—Alivio.
—¿No sentiste tristeza ni remordimiento? —insistió Marsha.
—Esto no es una sesión de terapia, mamá —dijo VJ bruscamente—. Mis sentimientos no tienen nada que ver. Ya conoces los secretos. Ahora te corresponde a ti ser franca y decirme cuáles son tus intenciones.
Marsha miró a Víctor, a la espera de que reprobara las acciones demoníacas de su hijo, pero él miraba a VJ, desconcertado y atónito.
Marsha interpretó su silencio como una muestra de resignación, tal vez incluso de aprobación. ¿Acaso pensaba que los descubrimientos de VJ justificaban cinco asesinatos, entre ellos el de su hijo? Ella no lo iba a aceptar en silencio.
—Bueno, ¿qué contestas? —preguntó VJ.
Sus ojos azules se clavaron en ella, serenos y expectantes. Marsha contempló esos ojos, ese rostro angelical con sus rizos rubios, y se sintió embargada por la tristeza. También él era su hijo. ¿Y era verdaderamente responsable de los horribles crímenes que había cometido? Era un monstruo creado por la ciencia. Víctor le había dado inteligencia, pero al parecer lo había despojado de toda conciencia. Era tan culpable como VJ. Marsha sintió lástima por el chico.
—VJ, me parece que Víctor no ha comprendido las consecuencias de su experimento…
—Al contrario —interrumpió él—. Víctor sabía muy bien a dónde quería llegar. Y al ver lo que soy y lo que he logrado, puede tener la certeza de que su experimento ha sido un éxito total.
Soy lo que él esperaba y anhelaba. Soy un producto acabado de la ciencia. Soy el futuro. —Sonrió—: Tendrás que acostumbrarte a las personas como yo.
—Tal vez eres lo que Víctor quería lograr en términos científicos —prosiguió Marsha sin amilanarse—. Pero no pensó en la personalidad que estaba creando. Lo que quiero decir es que si cometiste esos asesinatos, si estás fabricando cocaína, si no comprendes que existen objeciones morales a tus acciones…, bueno, no es culpa tuya.
—Mamá —dijo VJ exasperado— siempre te dejas llevar por los aspectos secundarios: sentimientos, síntomas, personalidad… Acabo de revelarte el descubrimiento más grande de la historia de la biología, y lo único que se te ocurre es hacerme otro Rorschach. Es demencial.
—La ciencia no es la ley suprema. Tiene que estar sometida a la moral. ¿Es qué no lo entiendes?
—Te equivocas —dijo VJ—. Al crearme, Víctor demostró que para él la ciencia está por encima de la moral. De acuerdo con las normas morales convencionales, no tendría que haber realizado el experimento FDN. Pero lo hizo. Es un héroe.
—Lo que hizo Víctor al crearte fue un acto de soberbia irresponsable. Víctor estaba tan obsesionado por los medios y por el fin puntual, que no pensó en las consecuencias. La ciencia liberada de la moral y de la conciencia de las consecuencias es una locura homicida.
VJ chasqueó la lengua con desdén y sus duros ojos azules se clavaron en Marsha.
—La moral no puede dominar a la ciencia porque es relativa es decir, variable. La ciencia no lo es. La moral corresponde a la sociedad humana, que varía en el curso de los años, de una civilización a otra. Lo que es tabú para una es sagrado para otra.
Esos caprichos no tiene cabida aquí. Si hay algo inmutable en este mundo son las leyes de la Naturaleza que rigen el universo actual. El juez supremo es la razón, no los caprichos de la moral.
—No es culpa tuya, VJ —dijo Marsha moviendo la cabeza con tristeza. No se podía razonar con él—. Tu inteligencia superior te ha aislado de los demás. Careces de las cualidades humanas de compasión, empatía, e incluso amor. Crees que no tienes límites. Pero los tienes. No tienes conciencia, pero no puedes comprenderlo. Es como querer explicar el concepto del color a un ciego de nacimiento.
VJ se puso en pie de un salto, con el rostro crispado.
—Con el debido respeto —dijo—, estoy harto de sofismas.
Tengo mucho que hacer. Quiero conocer vuestras intenciones.
—Antes, tu padre y yo tenemos que hablar.
—Bueno, pues hablad —dijo, con los brazos en jarras.
—No hablaremos de esto en presencia de un niño —dijo Marsha.
VJ apretó los labios, furioso. Su respiración era agitada, y sus ojos lanzaban chispas. Salió del cuarto y cerró la puerta. Se oyó un chasquido. Los había encerrado con llave.
Marsha volvió la cara hacia Víctor, que movió la cabeza con desaliento e impotencia.
—¿Te queda alguna duda sobre el asunto que estábamos discutiendo? —preguntó ella.
Víctor negó con la cabeza.
—Muy bien. ¿Qué estás dispuesto a hacer?
—Jamás pensé que este sería el resultado —dijo Víctor, mirándola a los ojos—. Marsha, por favor, tienes que creerme. Si hubiera sabido…
No pudo seguir. Quería que Marsha le expresara su apoyo, su comprensión. Pero le era difícil concebir la magnitud de su error.
Si alguna vez dejaban todo aquello atrás, le parecía imposible volver a estar en paz consigo mismo. Entonces, ¿qué podía pedirle a Marsha?
Se cubrió la cara con las manos.
Marsha le puso la mano en el hombro. La situación era espantosa, pero al menos Víctor parecía haber adquirido conciencia de ello.
—Tenemos que tomar una decisión —dijo suavemente.
Víctor se levantó decidido del asiento.
—La responsabilidad es mía. Tienes razón sobre VJ. No sería lo que es si no fuera por mis manipulaciones científicas. —Se volvió hacia ella—: Bueno, lo primero es salir de aquí.
—¿Crees que VJ nos va a dejar salir alegremente? ¡Vamos, piensa! Recuerda cómo ha resuelto sus problemas. David, Janice, el profesor, los niños. Y ahora, sus fastidiosos padres.
—¿Cuánto tiempo crees que nos tendrá encerrados aquí?
—No tengo ni la menor idea. De lo que estoy segura es de que no va a ser fácil salir. Creo que no le somos indiferentes. En caso contrario, no se hubiera tomado la molestia de explicar nada ni de preguntar cuáles son nuestras intenciones u opiniones. No va a dejarnos salir hasta que tenga la seguridad de que no vamos a causarle problemas.
Permanecieron en silencio unos minutos ensimismados en sus pensamientos, hasta que Marsha dijo:
—Tal vez podríamos llegar a un acuerdo. Uno sale y el otro se queda.
—¿Quieres decir que uno de nosotros se quede como rehén?
Marsha asintió.
—En ese caso, debes salir tú.
—No —dijo Marsha—. Si llegamos a eso, debes salir tú. Tienes que encontrar la manera de detenerlo.
—No, me quedaré yo. Creo que puedo controlar a VJ mejor que tú.
—Nadie puede controlar a VJ. Vive en un mundo propio, sin límites ni conciencia. Estoy segura de que no me hará daño, al menos mientras piense que no estoy en situación de causarle problemas. Creo que confía en ti más que en mí. En ese sentido, tú estás en mejor posición que yo para tratar con él. Creo que busca tu aprobación. Quiere que te sientas orgulloso de él. En eso es como cualquier chico de su edad.
¿Pero qué podemos hacer? —dijo Víctor, paseando por el cuarto—. No creo que la Policía pueda ayudarnos. Tal vez podamos recurrir al departamento antidroga. La droga es su flanco vulnerable.
Marsha asintió en silencio y sus ojos se llenaron de lágrimas.
No terminaba de dar crédito a lo que sucedía, porque pese a todo VJ era su hijo. Pero la manipulación genética había hecho de él un monstruo. No había manera de imponerle límites.
—¿Podríamos intentarlo en un hospital psiquiátrico? —preguntó Víctor.
—Sería muy difícil lograr que lo aceptaran sin que demostrara una conducta psicótica, o sin que lo declararan culpable de asesinato, con eximente por locura. Pero me parece difícil que podamos llegar a los tribunales. Un crimen de alta tecnología me parece difícil que deje huellas. Tiene un trastorno de la personalidad, pero no está loco. No, tendrás que pensar en algo más viable. Por desgracia, no sé cómo ayudarte.
—Ya pensaré en algo —dijo Víctor. Se ajustó la americana y se alisó el pelo con los dedos. Tomó aliento y se dirigió a la puerta.
Estaba cerrada. La golpeó con fuerza con el puño.
Después de unos minutos se abrió la puerta y apareció VJ seguido por varios sudamericanos.
—Quiero hablar contigo —dijo Víctor.
VJ lo miró un instante y luego clavó los ojos en Marsha, que apartó los suyos.
—A solas —dijo Víctor.
VJ se apartó para dejarlo pasar. Víctor salió directamente al laboratorio principal y oyó cómo cerraban la puerta tras él. Así pues, no cabía duda: Marsha y él eran prisioneros de su propio hijo.
—Está muy alterada —dijo Víctor—. Eso de matar a David no tiene perdón.
—No me quedó otra alternativa —dijo VJ.
—Para una madre es difícil de aceptar —dijo Víctor. VJ no parpadeó.
—Hicimos mal en traerla al laboratorio —dijo VJ—. No respeta la ciencia como tú y como yo.
—Sí, tienes razón —dijo Víctor—. Esos úteros artificiales la horrorizaron. Es algo asombroso. Yo sí puedo apreciar la magnitud de la hazaña. Va a tener un impacto increíble en la comunidad científica. Y las perspectivas comerciales son incalculables.
—Cuento con grandes beneficios para abandonar la producción de cocaína.
—Me parece bien. El negocio de la droga representa un grave peligro para tu trabajo científico.
—Eso ya se me había ocurrido hace tiempo —dijo VJ—. Tengo varios planes alternativos en caso de que haya problemas.
—No me cabe la menor duda.
VJ lo miró con suspicacia:
—Creo que ha llegado el momento de que me digas cuáles son tus intenciones con respecto a mi laboratorio y mi trabajo.
—Lo primero es ocuparme de Marsha. Creo que se hará a la idea, cuando se recupere del shock inicial de lo que ha visto.
—¿Cómo te ocuparás de ella?
—La convenceré de la importancia de tu trabajo y de tus descubrimientos. Cambiar de opinión cuando comprenda que tus descubrimientos no tienen parangón en la historia de la biología.
Y sólo tienes diez años…
VJ parecía no caber en sí de orgullo. Marsha tenía razón: anhelaba complacer a su padre, en eso era igual que cualquier otro chico. Ojalá lo fuera en todos los sentidos. Pero eso es imposible por culpa de mis experimentos, pensó Víctor con tristeza.
—Quisiera ver la lista de factores de crecimientos proteínicos del útero artificial —prosiguió Víctor—. Cuanto antes, mejor.
—Son más de quinientos —dijo VJ—. Puedo darte la lista, pero no se puede publicar, desde luego.
—Comprendo —dijo Víctor. Miró a su hijo y sonrió—. Bueno, tengo que volver al trabajo, y a Marsha la esperan sus pacientes.
Así que nos vamos. En casa seguiremos hablando.
—No me parece bien que os vayáis —dijo VJ, moviendo la cabeza—. Será mejor que os quedéis unos días. Tengo una línea telefónica; podrás dirigir tus asuntos por teléfono. Mamá tendrá que disculparse con sus pacientes. Aquí estaréis cómodos, ya lo verás.
Víctor rio sin convicción.
—Supongo que es una broma, ¿no? No podemos quedarnos. Tal vez Marsha pueda recibir a sus pacientes otro día, pero yo no puedo atender «Chimera» por teléfono. Tengo mucho trabajo. Además, todos saben que estoy aquí. Tarde o temprano empezarán a buscarme.
VJ meditó unos instantes.
—Está bien —dijo—. Puedes salir. Pero mamá se queda.
Asombrado de que Marsha hubiera previsto la reacción de su hijo con tanta exactitud, Víctor aún intentó que los dejaran salir a los dos.
—No la perdería de vista en ningún momento.
—Ella o tú —dijo VJ—. No voy a discutir.
—Está bien, ya que insistes —dijo Víctor—. Hablaré con Marsha. No me entretengo.
Víctor volvió al cuarto, y uno de los guardias abrió la puerta.
—Accede a que salgamos uno de los dos —le susurró al oído—. ¿Estás segura de que no quieres salir tú?
—No. Habla con Jean, dile que no volveré hasta nuevo aviso.
Que remita los casos urgentes a la doctora Maddox. Víctor asintió. Besó a Marsha en la mejilla y volvió a salir.
En el laboratorio, VJ impartía órdenes a dos de los guardias.
—Te presento a Jorge —dijo, señalando a un sudamericano sonriente. Era el mismo que había tratado de apuñalarlo. Aparentemente no era hombre rencoroso, porque además de la sonrisa le tendió la mano—. Jorge se ofrece a acompañarte.
—No me hace falta niñera —dijo Víctor, tratando de contener la ira.
—Me parece que no comprendes la situación —dijo VJ con una sonrisa siniestra—. No tienes alternativa. La presencia de Jorge te recordar que no debes tratar de hablar con nadie que pueda causarme problemas. También te recordar que Marsha está aquí, con uno de sus amigos. —La amenaza era tan clara como si la hubiera expresado abiertamente.
—Pero es innecesario. Y además, ¿cómo voy a explicar su presencia? No esperaba esto de ti, VJ.
—Tengo plena confianza en que hallarás la manera de justificar su presencia —dijo VJ—. Gracias a Jorge, todos dormiremos más tranquilos. Y te lo advierto: la intervención de la Policía o de cualquier otra autoridad demoraría mis proyectos, pero no los detendría. No me decepciones, papá. Juntos revolucionaremos la biotecnología.
Víctor tragó saliva con dificultad. Tenía la boca reseca.