Los reyes de la ciudad
El agotamiento se convirtió poco después en una oleada de estremecimientos fríos que la arrastraron por un valle de sueños turbadores. Asomaban trozos de conversación, y Martyn, que sacudía incrédulo la cabeza mientras ella le hablaba de los ecos. ¿Por qué solo la ves tú en el río? Aquella pregunta le retumbaba en la cabeza. ¿De verdad que la muchacha te habló? Jade temía haberle hablado también de los rebeldes y se asustó mucho de su estado semiconsciente. Cuando se dio cuenta de que estaba tumbada en la hamaca de Elanor, rodeada del chapoteo familiar y agradable del agua rompiendo con golpes sordos contra la pared de la borda, se zambullo en un sueño muy parecido a un desvanecimiento. Despertar no era bueno, porque entonces aparecía de inmediato el rostro de Faun ante ella, y todo el dolor regresaba con tal ímpetu que los dientes le castañeaban de frío.
—Bueno, parece que a ti el amor te ha puesto enferma —oyó decir en algún momento a Nama a la vez que sentía en la frente una mano fría como el río. Jade parpadeo. La garganta le ardía de sed y naturalmente la realidad la alcanzó de pleno, como si alguien le hubiera lanzado un cubo de agua sucia a la cara. Al desperezarse con cuidado, gimió sin querer. No parecía tener ningún hueso en su sitio, y los músculos le dolían con cada mínimo gesto.
—Moretones e inflamaciones, ¿no? —comentó entonces Nama con tono compasivo—. Te mueves como si tuvieras esguinces en todos los músculos del cuerpo. La verdad es que parece como si alguien te hubiera echado escaleras abajo.
—Fue algo parecido —respondió Jade, abatida, asiendo la bota abultada y llena de agua que la mujer buzo le ofrecía. Entonces se dio cuenta de que la luz del día penetraba por la escotilla y que la otras hamacas estaban vacías.
—¿Es muy tarde? —murmuró.
Su cabeza parecía estar repleta de virutas ardientes. Apretó con fuerza las palmas de las manos contra las cuencas de los ojos hasta que por lo menos el dolor en la cabeza se calmó. Sin embargo, la herida de la mano empezó a hacerle daño.
Nama se pasó los dedos por sus cabellos lisos y húmedos.
¿Tarde? De aquí a dos horas el sol se volverá a poner. Te has pasado el día durmiendo.
¿Todo el día? Jade se incorporó rápidamente y sacó las piernas de la hamaca.
—¿Elanor ha vuelto?
La mujer negó con la cabeza con preocupación.
—Esta mañana, Arif ha ido a casa del prefecto. De allí lo han enviado a la Casa del Diezmo. Los llamados a consulta han sido acomodados en el almacén de la Casa del Diezmo. Pero seguramente mañana Elanor estará de vuelta.
Aunque cuando oyó aquello Jade tuvo un mal presentimiento, no dijo nada.
—¿Y ahora, que? —preguntó Nama con un tono más animado—. ¿Vas a continuar aquí lamiéndote las heridas, o prefieres hacernos compañía en cubierta? Martyn y Arif te esperan.
Era evidente que Martyn no había dormido mejor que ella. Jade casi contaba con que al verla se apartaría, pero él logró incluso dedicarle una sonrisa fugaz.
—¿Has dormido bien, Jade? —preguntó.
Antes la habría llamado, pero, desde el día anterior, Jade sabia que hay caminos sin vuelta atrás, y el camino que tenia por delante iba a ser incomodo y lleno de baches. De todos modos, Martyn, a pesar de su orgullo herido, parecía decidido a querer avanzar junto a ella. Después de los dos últimos días, aquel era un regalo inesperado e infinitamente valioso.
El hecho de que en el transbordador no hubiera privacidad alguna tenía sus inconvenientes. Sin embargo, en días como aquel, eso tenía sus ventajas. Como todo el mundo sabía lo que había entre Jade y Martyn, no tenía que fingir. No hubo comentarios, ni miradas elocuentes. Nadie criticaba a Jade y tampoco nadie tomaba partido por Martyn. Arif se limitó a indicar a Jade sus tareas, y luego todos se pusieron manos a la obra, como si no hubiera ocurrido nada.
Sentía un poco como si hubiera regresado a su hogar; Jade se dio cuenta de que el penoso recuerdo de Faun se hacia más soportable si se concentraba con todo empeño en pensar en la siguiente acción. No dejaba de escudriñar con disimulo las aguas, intentando descubrir en ella los rostros de los ecos que la habitaban. Ese día sintió con más intensidad que nunca el vínculo que tenia con la muchacha.
Ya cuando su reflejo la saludo con la cabeza por un instante, se sintió más aliviada. Por bien que el trabajo en común con Martyn descansaba en la confianza y la compenetración. Jade no sabía muy bien hasta donde podía llegar a contarle.
En una ocasión en que él hizo una de sus observaciones irónicas y ella se había quedado cavilando en el ceño fruncido sobre si debía o no replicar, Cal y Nama empezaron a sonreír con ironía.
—No pienses tanto, Jade —la gritó Nama—. Si estuvieras en el agua, ya haría tiempo que una morena te habría mordido.
Arif, incapaz de dejar de lado su preocupación por Elanor, fue el único que no se río, y dirigió una mirada de preocupación a los cazadores que observaban el transbordador desde la orilla.
La corriente se volvió más intensa y al final impidió a los buzos alcanzar el fondo. A pesar de su peso, el deslizador fue arrastrado y las sogas que mantenían el trasbordador en su sitio se tensaron hasta el punto que la nave gimió. Finalmente, Arif, inquieto, dio orden poner fin a las inmersiones. El ambiente era sombrío y esa noche ni siquiera Cal tenía ganas de bromas. Agotado, se tumbó en la hamaca y se durmió de inmediato. A Jade le hubiera gustado que Martyn se sentara a su lado, pero él le hizo un breve gesto de que no lo esperase y se marchó al almacén. Mientras los demás se disponían a limar piezas de repuesto y a engrasar, Jade se sentó bajo un fanal y contempló el agua. Los reflejos eran oscuros y ella apenas lograba distinguir su silueta, así que cerró los ojos e intentó percibir el rastro de los ecos. Evocó entonces los rostros que había visto en sueños. Con un gemido rebuscó a tientas el fragmento de espejo. Le pareció haber visto en otro lugar el dibujo de la fina resquebrajadura de la superficie, muy semejante a una tela de araña. Sumida en sus cavilaciones, atrapó la luz del fanal con el fragmento y observó el brillo en la palma de su mano.
La madera crujió al aproximarse alguien. Jade ocultó de inmediato el fragmento en la mano. Al principio deseo que Martyn se lo hubiera pensado mejor y fuera a hacerle compañía, pero, para su asombro, era Arif.
—¿Sigues buscando ecos, Jade? —Le preguntó sentándose a su lado—. Martyn me ha contado que te los has encontrado.
Jade, sin querer, se puso en guardia. Naturalmente, los dos hermanos hablaban de todo, ¿por qué le resultaba tan incomodo que Martyn hubiera reservado para él esa parte de la conversación? “¿Acaso —se preguntó— me he acostumbrado tanto a guardar secretos que me parece extraño tener confianza?”.
—Sí, a veces me parece verlos —repuso ella—. ¡Mira, allí!
Señaló un reflejo situado junto a la soga del ancla. ¿No eran aquellos unos rasgos borrosos y unas manos de cristal, unas figuras que vagan, como ahogados, bajo la superficie del agua?
—¿Y por que nosotros no los vemos? —Arif hablaba en voz tan baja que apenas era un murmullo—. Ni siquiera los buzos han visto algo así en el agua jamás. Les he preguntado, y me han dicho que solo es la corriente que tira de ellos.
Jade miró la orilla, pero allí no había cazadores. Aun así, ella bajó el tono de voz.
—No lo sé. Parece como si entre yo y los ecos hubiera una especie de vínculo. De lo contrario, la muchacha no se habría podido comunicar conmigo.
Arif la miró de soslayo. Bajo la penumbra de la luz, su rostro parecía más sombrío que nunca. En ese instante, a Jade la idea de formar parte del grupo de gente que se dedicaba a dañar las turbinas la apesadumbró.
—¿Has podido por lo menos hablar hoy con Elanor?
Arif jamás demostraba sus sentimientos, pero Jade observó que tenía los hombros hundidos, como si inminentemente él se doblara de dolor.
—No dejan pasar a nadie.
—Jakub podría ser de ayuda. Tiene buenos contactos en la oficina del prefecto.
Arif carraspeó.
—Ya se lo he pedido. Al volver de la Casa del Diezmo, me ha pasado por el Larimar. Hoy, Jakub no podía hacer nada, pero me ha prometido que mañana por la mañana ira a la casa del prefecto. Tal vez él consiga hacer algo.
No sonaba muy esperanzador. Jade apretó con fuerza los dedos en torno al trozo de cristal.
—¿Cómo va todo por el Larimar? ¿Jakub… esta bien?
—¿A ti que te parece? —preguntó Arif—. Cuando vio que te habías marchado del hotel, se puso furioso. Te ha estado buscando por toda la ciudad. Cuando le he dicho que estabas con nosotros, se ha tranquilizado un poco, pero sigue muy enfadado.
—¿Y… los nórdicos?
Arif se encogió de hombros.
—No están —dijo lacónicamente mientras clavaba la mirada en el agua.
Jade se imaginó apesadumbrada que su padre habría descubierto el estado lamentable de la cuarta planta.
Se sintió inundada de un gran odio contra Tam, y eso la ayudó a apartarse de la mente la imagen de Faun. Aquello era lo peor, mentalmente, podía abandonar a Faun tanto como quisiera, pero sus sentimientos hacia él no se podían aquietar con tanta facilidad, ni podía reprimirlos, como si fueran una hemorragia en la mano. Aunque se odiaba por esa debilidad, Jade no podía impedir echar de menos su cercanía y su risa. Durante un rato, permanecieron sumidos en un silencio incomodo, cada uno hundido en su propio dolor. Jade pensó si debía plantear a Arif la pregunta que impedía que la gente del barco pudiera dormir bien, se dijo haciendo acopio de fuerzas.
—Arif, ¿has pensado alguna vez que la Lady podría retirarles su favor?
Él ni siquiera apartó los ojos del agua. Solo se le estremecieron un poco los músculos de la barbilla. Jade se dio cuenta de lo difícil que era para ese hombre introvertido y orgulloso darle una respuesta.
—La verdad es que no dejo de darle vuelta día y noche —dijo en voz baja—. Pero eso seria más que una simple traición. Llevamos siguiendo a la Lady durante generaciones, de ciudad en ciudad. En todos los reinos que ha conquistado, ella nos ha confiado el río. Nuestros padres murieron por ella durante la guerra de Invierno.
—Lo sé —dijo Jade—. Martyn habla a menudo de ellos.
—A pesar que le costó la vida, ellos cumplieron con su cometido —prosiguió Arif sin el menor asomo de orgullo—. Y tanto Martyn como yo siempre hemos servido a Lady Mar.
—Mucha veces me he preguntado por que no os quejáis —se aventuró a decir Jade con cautela—. Tenéis vuestros privilegios, por supuesto, pero aun así necesitáis que os dé su permiso y tenéis que pagar tributos. Los funcionarios de la Lady los llaman.
Arif sonrío de forma sombría.
—Pero en el río —repuso él con énfasis—, aquí, somos libres. ¿Qué me importa lo que diga un funcionario cualquiera? Este es nuestro pacto con la Lady: para ella, la ciudad; y para nosotros, el río.
Un esturión se acercó a la superficie del agua y tiró de una soga cubierta de algas.
—Arif, vuestros padres ayudaron a la Lady a atacar el palacio.
—Sí, se podría decir así.
—¿Has estado alguna vez allí después de que la Lady accediera al trono?
Arif arrugó las cejas y miró a Jade con intensidad.
—Pues claro. Después de la victoria. Yo apenas tenia trece años, y el traje regional de mi padre, que llevé en su honor, me iba demasiado grande. Yo fui quien obtuvo, en lugar de nuestros padres, el permiso para vivir en el río y llevar el barco. Fue la recompensa por la guerra.
—¿Y a los reyes, nunca los vistes?
—Jade, durante el asalto, nosotros estábamos en el agua —respondió Arif de mala gana—. Detrás de la desembocadura, al norte del palacio. Veíamos de lejos que la ciudad ardía y se desplomaba, pero nuestra tarea era cortar el flujo de agua del palacio. De hecho, no conocíamos la ciudad, y entonces no sabíamos que la corriente es especialmente traicionera cerca de las bombas. De haberlo sabido, tal vez hoy en día nuestros padres todavía estarían vivos.
Agua. Aunque de pronto se había levantado una brisa cálida, de pronto Jade se estremeció de frío. La pareció encontrarse a un paso de la solución. Pero le faltaba un trozo diminuto para componer toda la escena, un fragmento, acaso tan solo una astilla.
—¿En el palacio había fuentes? —preguntó al azar.
—¿Por qué preguntas eso?
—Porque allí no hay agua cristalina. Y creo esto guarda relación con los ecos.
Arif no parecía estar convencido de aquella explicación, pero, de todos modos, respondió.
—En esa época estaba muy destruido. Los muros exteriores estaban muy dañados. Con todo, en el interior del palacio aun podía apreciase lo magníficos que tenían que haber sido los salones antes del asalto. Los suelos eran pulidos y, si, claro, también había fuentes. Al menos, yo vi una en la pared los restos de una conducción antigua de agua. Es posible que a los reyes les gustasen los juegos de agua. Pero ¿qué tiene eso que ver con los ecos?
—No lo sé —murmuro Jade.
Arif se la quedo mirando fijamente. Jade se dio cuenta de que a él solo le atormentaba la incertidumbre sobre lo que pudiera ocurrirle a Elanor.
—Cuando se trata de la Lady —dijo él al cabo de otro momento eterno en que ambos se quedaron callados y tensos—, solo hay vida o muerte; el bando correcto y el equivocado. Pues bien, los ecos y todo lo que se refiere a ellos pertenece al bando peligroso.
La advertencia era suficientemente clara, pero Jade ya no sentía ningún temor, y se limitó a mirar a Arif a los ojos.
—¿Y si la Lady os quita el río? ¿Y si no solo se lanza a una guerra contra los ecos y sospecha traición allí donde no hay? ¿Y si… Elanor tampoco regresa mañana?
Los ojos de Arif se empequeñecieron. A Jade le sorprendió la rapidez de la respuesta.
—En un caso así —afirmó él con tono amenazador—, habría guerra.
Dicho eso, Arif se puso en pie y se marchó por la cubierta a la puerta sin despedirse.
Aquella noche de verano era lo bastante cálida como para dormir en cubierta, y Jade se preparó un lecho en la proa. La proximidad del Wila la reconfortaba y le hacia más soportable la incertidumbre que le impedía dormir ni siquiera al cabo de unas horas. Seguramente el cansancio la provocó un sueño confuso. En esa ocasión, no era solo el rostro de Faun y el deseo de sus caricias lo que la atormentaba sino, sobre todo, otra imagen: la del eco muerto en el puente del Lomo de Gato. Jade volvía a estar allí, contemplando esos ojos verdes y las estrías que le cubrían las mejillas como el craquelado de los cuadros antiguos, le susurraba la muchacha. De la herida le brotaba sangre de agua.
Y cuando Jade se despertó del más profundo de los sueños, sobresaltada y con el corazón acelerado, y luego, despierta por completo, contempló el río, logró encajar la última pieza y obtuvo una imagen asombrosamente nítida.
Aunque era arriesgado, Jade sabía que no podía perder ni un solo instante. Dejo una nota escrita con tiza en el suelo de madera, justo al lado de la escotilla, donde estaba segura que Martyn la encontraría. Luego subió al bote auxiliar y hundió el remo en el agua. Los pájaros ya cantaban, y por la luz del cielo podía decirse que serian más o menos las cinco de la mañana.
Consideró un instante si debía ver primero a Jakub, pero luego tomó un atajo en dirección oeste donde, si no andaba errada, se ocultaban los espías de los rebeldes. Tuvo que contenerse para que la impaciencia no la hiciera actuar sin prudencia. Tenia ganas de echarse a reír por lo lógica y correcta que le parecía la solución. En su recorrido solo se topó con dos cazadores que hacían guardia sin galgos en una bocacalle. Los esquivó el sistema de canalización, y tuvo que arrastrarse a cuatro patas durante un buen trecho por debajo del suelo. Al salir de nuevo, se encontró con ventanas en barricada protegidas con tablas de madera, y con fachadas cubiertas de disparos. La entrada del sótano que buscaba también estaba protegida con maderos.
Jade se deslizo hacia una ventana del sótano, tomó un trozo de ladrillo que estaba allí como por azar y lo uso para enviar una señal por una tubería que podía alcanzar a través de la ventana. Apenas diez minutos más tarde, oyó que se abría una puerta en la casa contigua. Era Leja. Y le hacia señas nerviosas. Al poco, estaban hombro con hombro en un pasadizo estrecho entre dos paredes de una casa, ocultas para sus moradores e invisibles también desde la calle. Leja se arrebujó la túnica verde en torno al cuerpo.
—¿Qué haces aquí? —susurró—. ¡Creíamos que andabas con la gente del río!
—Y así es, pero ahora tengo que ver a Tania y a los demás cuanto antes.
Laja negó con la cabeza.
—No es buena idea. En este momento, no está en disposición de hablar contigo. Han apresado a Ruk.
—¿A Ruk?
Jade se acordó del corpulento buzo de voz quebradiza y tragó saliva. A pesar de su carácter desabrido, Ruk le gustaba.
Leja asintió con pesar.
—Le han interrogado y seguramente ha dado algunos nombres. Por eso Tania y los demás han cambiado su escondite.
Jade se quedó paralizada. Aunque sabía que su vida pendía de un hilo, nunca hasta entonces había sido tan consciente de ello.
—¿Y Nell? —preguntó temerosa—. ¿Y Ben? ¿Están bien?
—Nell esta haciendo una ronda de reconocimiento —contestó Leja—. Y Ben está con nosotros.
Jade suspiró con alivio. Al menos, eso era una buena noticia.
—Llévame con ellos.
Leja se mordió los labios, indecisa. Jade entonces perdió la poca paciencia que le quedaba y la agarró por los hombros.
—No hay tiempo para dudas. Llévame con ellos. ¡Se donde está el Príncipe de Invierno!
El nuevo escondite era un sótano profundo de paredes de ladrillos al que solo se podía acceder a través de una pared resquebrajada.
A la luz de la vela, Jade vislumbró unas veinte personas, pero posiblemente en la oscuridad debería haber instaladas algunas más. El lugar olía a aire viciado y a miedo, a ropa sucia de días, y a restos de comida. La gente miró adormecida a Jade cuando Leja la hizo entrar en la estancia. Había algo extraño en ese encuentro con los rebeldes. Algo había cambiado. Las miradas eran reservadas, nadie la saludó y todos parecían desconcertados.
—¡Mirad todos, la princesa Larimar ha abandonado su isla segura del río y nos honra con su presencia!
Jade volvió la vista a la derecha y atisbó a Tania. Estaba acurrucada en un lecho improvisado de abrigos viejos. Y sentado a su lado, bien despierto y erguido, estaba Ben.
—En efecto, y os traigo noticias —dijo Jade.
Su voz sonó apagada y hueca. Se abrió paso entre algunos cuerpos tumbados y se apretó contra la pared hasta llegar ante Tania. La cabecilla la miró sin dirigirle una sola sonrisa. Solo Ben compensó un poco aquella recepción tan gélida dirigiéndole una mirada burlona. Jade se puso de rodillas ante Tania en el suelo de barro aplanado por las pisadas.
—Conque noticias… —dijo Tania con tono seco—. ¿Y si ya las sabemos?
Jade suspiró.
—Leja ya me ha contado lo de Ruk. Y también que otros fueron abatirlos a tiros… Lo siento mucho.
Un dolor fugaz recorrió el rostro de Tania.
—Todos los ecos muertos —musitó Ben apesadumbrado—. Ayer dispararon contra el último. También al Príncipe de Invierno. La Lady celebra una fiesta sangrienta y vence sobre su enemigo.
—¿Todos los ecos? ¿Cómo lo sabéis? —preguntó Jade.
—No eres la única con espía como contacto en la Corte —repuso Tania—. Tenemos aliados en todas partes y nos han confirmado que es cierto. En la ciudad no queda ningún eco.
Jade quiso replicar, pero Tania alzó la mano y la obligó a callar con un gesto autoritario.
—Han sido derrotados. Así que ahora necesitamos un nuevo plan.
En ese instante, Jade se percató de qué provocaba ese ambiente distinto y aquella hostilidad: la falta de esperanza
—Nada está perdido —exclamó—. He sabido que…
—¡Hacedla callar de una vez por todas! —gritó uno de los rebeldes—. Todo se ha acabado, ahora solo nos queda confiar únicamente en nosotros.
Jade se incorporó y miró a su alrededor.
—Nada está perdido. ¡El Príncipe de Invierno vive! Y además, yo sé dónde nos espera.
Tomó aire y ordenó su pensamiento. ¿Por dónde empezar? Comenzó al fin por su reflejo en el río que saludaba desde las aguas. La desconfianza recorrió todos los rostros, luego le siguió la incredulidad, la sorpresa y, por fin, el desconcierto. Cuando terminó, se hizo el silencio durante un buen rato. Únicamente Ben se balanceaba adelante y atrás durante canturreaba una melodía en voz baja.
Tania se puso en pie y se acercó a Jade con los brazos cruzados.
—¿Crees que es verdad que surgen de los reflejos?
Jade asintió.
—Durante mucho tiempo, no lo comprendí. El eco que vi bajo el puente tenía una resquebrajadura en la mejilla, como si se hubiese mirado en un espejo roto y hubiera adoptado esa forma. ¿Cuántos fragmentos de espejo puede haber en el fondo del río? El Príncipe de Invierno tiene el poder de invocar estos reflejos.
—¿Así que, en cuanto adoptan la forma, pueden ser abatidos igual que los humanos? —preguntó Tania, dubitativa—. ¿Y qué significa eso de que el príncipe vive? ¿Quieres decir que los cazadores se han equivocado?
—El hombre al que mataron de un disparo de ningún modo puede ser el príncipe.
La mirada de Tania se posó en las manos de Jade, que las había entrelazado de puro nerviosismo. Al sentirse observada, las soltó e intentó conservar la calma. Lo que iba a decir a continuación era tan atroz e inconcebible que necesitaba todo su valor.
—El príncipe no tiene cuerpo ni sangre. No es humano.
Recorrió con la mirada aquellos rostros tensos.
—Es un eco y también aguarda a salir de su escondite para llamar a los demás.
El silencio que siguió casi resultaba doloroso para los oídos.
—Pero es hijo de uno de los reyes Tandraj —dijo Tania al rato.
Jade se limitó a asentir.
Parecía que aquella verdad atroz se abría paso con dificultad en la mente de los rebeldes. No querían admitirla, arrugaban la frente y resoplaban con desdén, como si Jade quisiera de convencerlos de que el cielo era verde.
—¿De verdad pretendes que nos creamos que los reyes eran ecos? —preguntó un hombre.
—Lo eran —repuso Jade—. Y el príncipe vive, aunque no está ni el la Ciudad Muerta ni en el río. Está en el palacio de Invierno.
—¿Y cómo lo sabes? —espetó Tania.
Jade se humedeció los labios, nerviosa. Deseó que al menos Ben la mirara, pero el anciano tenía la mirada clavada en el suelo de barro y seguía canturreando su cantinela absurda, como si la reunión no fuera con él.
—Ningún centinela ha sido asesinado en la Ciudad Muerta, ni en el osario —explicó—. Solo en la Puerta Dorada y cerca del palacio. Incluso aquel hombre que encontramos en el río hacía guardia en el canal junto al palacio. Yo creo que los ecos se dirigen allí porque es donde esta el príncipe.
—¿Por qué no tiene poder suficiente para llamar a todos los ecos? —quiso saber Leja.
—Es un reflejo incorpóreo, pero le falta el espejo en el que poder tomar forma. Antes en el palacio había agua. Arif me explicó que, antes del ataque, la Lady ordenó cerrar el suministro de agua. Había fuentes y muchos espejos. Pensad si no, ¿por qué la Lady retiró los espejos de palacio y, con ellos, todo cuanto brilla, incluso el oro, que, evidentemente, puede provocar reflejos? Quiso cerciorarse desde el principio de que ningún eco podría asomar en su palacio. Es solo por eso que bebe incluso vino mezclado con ceniza para que se vuelva turbio. La Lady venció a los reyes ecos e hizo borrar todo cuanto los recordaba. Tras la guerra de invierno, mató a los humanos de la ciudad y solo dejó unos pocos. Perdonó la vida a los niños, que no iban a acordarse de los reyes, y fomentó cuentos terroríficos sobre los ecos.
Tania apretaba los labios con rabia. Tenía el rostro pálido y, a la luz titilante de la vela, parecía más clara y más sombría. De pronto se volvió y agarró a Ben por el cuello. El anciano gimió cuando ella lo obligó a ponerse en pie.
—¡Tú! ¡Tú los conocías, ¿no?! ¿Los reyes Tandraj eran como ellos?
—Asesinos antiguos, sangre nueva —dijo Ben con tono apagado.
Jade se aproximo de un salto a él y posó la mano en sus hombros en actitud protectora.
—¡Déjalo en paz! —le espetó a Tania. Luego hizo volver a Ben hacia ella y clavó su mirada en sus ojos color verde grisáceos—. Ben, recuerda. Eran los que gobernaban la ciudad, ¿verdad?
Ben extravió la mirada, como si observara una imagen de un tiempo remoto.
—Lady Muerte —musitó con voz temblorosa—. Toda la ciudad ardía en llamas y el Wila rebosaba de sangre humana. Los peces se intoxicaron y llegaban muertos al mar.
—¡Los reyes! —Insistió Jade—. Los reyes no eran personas, eran ecos, ¿no?
Ben la miró como si acabara de regresar de un lugar remoto y se alegrara de encontrar un rostro conocido. A continuación, adoptó de repente una expresión grave y dijo con voz totalmente clara.
—Dos reyes ecos, gemelos, severos y coléricos. Si, me acuerdo.
Sospechar algo era una cosa, pero oír su confirmación era otra muy distinta. Jade, aturdida, soltó a Ben y se quedó petrificada. Se sintió invadida por una sensación de triunfo, así como por la satisfacción de haber resuelto el enigma. De buena gana se hubiera echado a reír.
—¡Imposible! —Chilló uno de los rebeldes—. ¡No me lo creo! ¿Estamos luchando por un trono que habían ocupado los ecos?
De pronto, todos empezaron a hablar y gritar. Los rebeldes se pusieron en pie. Tania renegó, se retiró y dio un puñetazo contra la pared.
—¡Mientes, loco chiflado! —Espetó a gritos una mujer a Ben—. ¿O es que tú lo supiste todo este tiempo y nos tomaste por idiotas?
Tania se acercó a ella con tres zancadas y le propinó un empujón en el hombro.
—¡Silencio! —bramó.
Al oír la orden, los rebeldes enmudecieron de inmediato.
—¿Sabes lo que significa si estás en lo cierto? —preguntó Tania con voz gélida.
Jade enderezó el cuerpo y levantó la barbilla.
—Estabais dispuestos a aliaros con el príncipe mientras creíais que era humano. ¿Qué es lo que ha cambiado?
—Todo —dijo Tania—. Simplemente, todo. Si derrocamos del trono a la Lady, ¿luego tendremos que someternos a los ecos? —¿Quién dice que os tengáis que someter? ¿Quién dice que ellos quieran someteros? ¿Y quien dice que un príncipe humano no se habría aprovechado de vosotros para hacerse con el poder?
—Con los humanos se puede negociar —repuso Tania impertérrita—. A un humano se le puede derrotar cuando su agradecimiento se convierte en ansia de poder.
—¿Así que ese era tu plan? —dijo Jade con sorna—. ¿Cómo medida para alcanzar un objetivo los ecos te valen, pero no confiáis en ellos como aliados?
—¿Quién eres tú? ¿La defensora de los ecos?
—¿Y quien eres tú, Tania? ¿Una luchadora contra la tiranía, o tal vez eres alguien no mucho mejor que los lores, capaces de clavar sin más un cuchillo en la espalda de sus aliados en cuanto dejan de requerir sus servicios?
Apenas había acabado de hablar cuando se dio cuenta de que la cólera en este caso tampoco había sido una buena consejera. Entonces incluso Leja la miraba con los ojos entrecerrados y con una mirada llena de desconfianza.
—No lo lograreis sin la ayuda de los ecos —afirmó Jade dirigiéndose al grupo—. Y con los ecos también es posible negociar: uno de ellos me ha hablado. No os dejéis impresionar por los cuentos de miedo que la Lady divulga sobre ellos.
Tania enarcó las cejas y al instante se dio cuenta, horrorizada, de que, sin pretenderlo, lo había dicho. Se mordió la lengua y maldijo su torpeza. Los rebeldes cruzaron miradas elocuentes entre ellos. Tania se limitó a sonreír con frialdad.
—Lo lograremos solos, puedes estar segura.
Con un gesto de despecho, mostró su trozo de cristal y lo arrojó al suelo de barro. Un murmullo de asombro recorrió el grupo cuando a continuación la cabecilla pisoteó el trozo con toda su rabia. El crujido del cristal al estallar hizo estremecer a Jade.
—¿Te has vuelto loca? —Espetó a Tania—. ¡Os precipitáis de cabeza a la muerte! No tenéis ni armas ni gente suficiente para atacar el palacio. Tú misma lo dijiste.
—Ah, ¿si?
Por un instante, Jade vislumbró detrás de esa apariencia dura a la joven desesperada que temía por la vida de su hermana.
—Tú no lo sabes todo, princesa —replicó Tania—. Tenemos más aliados de los que sospechas. A menudo, el resultado de una batalla no lo deciden los mejores dotados, sino los que emplean las armas de un modo más decidido. En la estancia, el silencio era tal que Jade no oía siquiera respirar. Comprendió que, por lo menos entre estos rebeldes, no importaría tanto el número de armas sino sobre todo la medida en que ellos se dejarían llevar por la audacia de Tania.
—¿Y bien? —preguntó Tania a su alrededor—. Los ecos han muerto. ¿Que estáis esperando?
Las manos desaparecieron en el interior de los bolsillos, pliegues de faldas, chalecos y botas, y a continuación arrojaron al suelo los trozos de espejo.
Unos reflejos de luz de formas distintas recorrieron las paredes. A la débil luz de la vela, los cascotes parecían arder. Jade tragó saliva para contener las lágrimas de decepción.
—Vais a morir —dijo en un nuevo intento por hacer cambiar de opinión a Tania.
—Es posible —repuso Tania en tono grave—. O puede que no. De todos modos, independientemente de cómo acabe todo, lo que no haremos de ningún modo es entregar el trono a un eco.
Jade recorrió con la mirada los rostros que la rodeaban. Muchos rebeldes parecían tan resueltos como Tania, pero otros conservaban aún los trozos de espejo en la mano, sin saber si abandonarlos o no.
Nadie la detuvo cuando Jade se dio la vuelta y fue a cruzar el boquete de la pared. A punto estuvo de chocar con Nell, que se precipitó en ese momento en la estancia prácticamente sin aliento. Al topar con Jade tuvo un sobresalto, pero era evidente que estaba demasiado alterada como para reconocerla en aquella oscuridad.
—¡La Lady! —farfulló—. Ha ordenado llevar a los detenidos a la plaza de la iglesia. ¡Hay detenciones por doquier! Y tenemos que marcharnos de aquí enseguida, porque los cazadores ya están forzando las ventanas de la casa contigua.