Los ojos del buscador
Aunque los estallidos cesaron por fin a primera hora de la tarde, la calma no regreso enseguida. Jakub escondió a Manu y a Nell en una despensa y les hizo prometer que abandonarían la casa en cuanto los huéspedes regresaran. Sin embargo, Tam y Faun no regresaban, y a Jade le sorprendió lo mucho que eso la intranquilizaba. Apenas sonó el último disparo, ella salió a hurtadillas y subió sigilosa las escaleras. Alguien había apartado la escalera que subía a la tercera planta. Jade tuvo que buscarla, pero al final dio con ella en una habitación, medio escondida detrás de una puerta. Se encaramo por el orificio del suelo para pasar a la tercera planta y a continuación se aproximo cuidadosamente a la escalera de piedra. Era evidente que Tam tenía las puertas de sus estancias abiertas. O podía ser que, con la explosiones, una ventana se hubieran roto y hubiera corrientes de aire. Sin embargo, no se oía nada sospechoso.
Así que Jade subió la escalera, paso a paso. Al llegar al quinto escalón, un poco antes de vislumbrar el recodo del rellano superior de la escalera, oyó, aunque no muy fuerte si claramente intimidatorio, el gruñido de un perro. El segundo perro de Tam. Al parecer, aquella mañana solo se había llevado uno. Jade se mordió el labio decepcionada. Debería haberse figurado que Tam no iba a dejar sus jaulas sin vigilancia. Retrocedió con el máximo sigilo. Al llegar a la planta, aguzo el oído durante un buen rato temerosa de que el perro guardián la siguiera. Sacó silenciosamente las llaves que llevaban de la habitación contigua a la sala azul.
Sobre la Ciudad Muerta se extendía, como un velo, el rojo sangriento de la tarde. Al encaramarse a la ventana, Jade procuro no mirar, pero no lo consiguió. La visión de los muros carbonizados le recorrió la garganta y le hizo brotar lágrimas de los ojos. La ciudad. ¡Su ciudad! Parecía un guerrero abatido. Los puentes habían sido demolidos, y en muchos lugares en los que antes había edificios unos cráteres negros abrían sus fauces: habían sido destruidos y perdidos para siempre.
Noto que algo seco se le adhería a los labios y, al frotarse la barbilla en el hombro, descubrió que era polvo de ceniza. Trago saliva y contemplo su reflejo desdichado en el agua.
En esta ocasión, la altura la mareo, como si alguien le hubiera arrebatado la seguridad y el apoyo. Por primera vez desde que vivía en el Larimar, Jade Temió perder el equilibrio. Había planeado entrar por una de las ventanas de la cuarta planta directamente desde la cornisa. Sin embargo, al final, se acerco trepando con las rodillas temblorosas y las manos nerviosas a la ventana redonda y se dejo caer al abrigo de la piedra y de las paredes sin puertas. Una sensación de consuelo la embargo, se sentía como quien regresa a su hogar después de un periodo triste y lleno de privaciones. Solo necesitaba unos minutos para descansar y apaciguar el temblor del cuerpo.
Tuvo que tomar aire varias veces para darse cuenta de que había algo allí que no encajaba. Todo estaba en su sitio, incluso la manta estaba tan revuelta como la había dejado hacia unos días, que en ese momento le parecían años. Fue al notar el olor a aceite cuando supo que había ocurrido: la lámpara había caído al suelo y una mancha oscura se había ido abriendo paso en el suelo. Junto a la lámpara, el diario yacía abierto, con las páginas cara abajo como un pájaro abatido. A su lado había unos jirones de papel, y daba la impresión de que alguien se hubiera dedicado a desgarrar las hojas. Jade profirió un grito y se precipito hacia su más preciado tesoro. Lo alzo con cautela. Cuando el retrato de su madre asomo intacto, Jade se echo a llorar. El alivio trajo consigo el espanto. ¡Alguien había entrado allí! No pudo ser Jakub… pues solo ella tenia la llave de la habitación contigua. La última seguridad que le quedaba se desvaneció, como si su mundo se disolviera para siempre. Era como si alguien le hubiera hundido un puñal en la garganta mientras dormía.
“¡Faun!”, se dijo de pronto. ¿Cómo habría entrado en la habitación? Palpó cuidadosamente las páginas dañadas. El papel había sido rasgado por algo puntiagudo. ¿Unos dientes, quizá? Si. Eso parecía: que un animal le había destrozado su tesoro. Observo detenidamente la mancha en el suelo y descubrió en ella unas hullas que conducían a la ventana. Eran apagadas y pequeñas. ¿Podrían ser huellas de marta?, se pregunto. ¿Ratas? ¿Cuervos? Fueran lo que fueran, lo cierto es que el animal tenía que haber entrado por la ventana.
Jade se precipitó hacia la ventana y se asomó. Justo encima de su cabeza, dos ventanas se abrían y se cerraban con estrépito al compás de viento. Repasó mentalmente la distribución de la planta superior. Luego se metió la fotografía de su madre en el bolsillo interno de su chaqueta y se encaramo decidida al exterior.
Jamás había subido por la fachada exterior que recorría la planta superior, pero comprobó que no resultaba difícil. La forma arqueada de los cuerpos de las anguilas de piedra proporcionaba un buen agarre a los pies.
Solo vaciló un instante antes de extender e introducir los dedos cuidadosamente en una hendidura del saliente de la ventana. Bajo la yemas de los dedos oyó el crujido de las paredes, secas y finas como el papel de un nido de avispas olvidado. Se alzo con cuidado para evitar que el batiente oscilante de la ventana le diera un golpe. Una ráfaga de viento le meció el pelo hacia atrás; la corriente silbaba suavemente por la planta. Perfecto. Soplaba por el lado adecuado. Así, el perro no percibiría su olor de inmediato. Lentamente siguió aupándose, dispuesta a bajar de nuevo de inmediato en caso de que el perro apareciera junto a la ventana. Agarro a continuación el postigo de madera y echo un vistazo rápido a la magnifica habitación que días atrás ella misma había preparado.
Estaba irreconocible. ¡Todos los objetos, las mesas y las sillas yacían derribados y rotos por el suelo! La lana de relleno asomaba en una butaca rasgada; las cortinas estaban desgarradas o yacían en el suelo, y las cajas de las jaulas estaban apiladas alrededor de la enorme cama con dosel, la cual había sido desplazada hasta el centro de la habitación. Jade hizo pasar con sigilo las piernas por encima del alfeizar y se deslizo al interior de la habitación. Dio un par de pasos con cuidado y miro a su alrededor con desconcierto. El viento henchía el dosel desgarrado. Las puertas laterales y la puerta que se abría al pasillo estaban abiertas, y en el suelo había objetos que impedían que se cerraran de golpe.
Había cajas de jaulas por todas partes. Jade desvío la mirada y se deslizo sin hacer ruido hacia la puerta. Aquello era lo más prudente, y por unos instantes creyó que no era el recuerdo de aquel ojo malévolo lo que le impedía acercarse de inmediato a las cajas. Levanto en silencio un candelabro de bronce que había en el suelo y lo sopeso con la mano. Como arma serviría. A continuación se apresuro hacia una de las habitaciones laterales.
Había tres puertas: una que daba al pasillo, otra que llevaba a la habitación contigua y una puerta de servicio escondida que apenas destacaba en el contrachapado de madera de la pared. Jade calculo la distancia y comprobó los impedimentos posibles y las cerraduras. A continuación, cerro con llave la puerta lateral, abrió las otras dos y echo un discreto vistazo al pasillo. No vio al perro; posiblemente, todavía estaba en su sitio junto a la escalera.
Jade tuvo que humedecerse varias veces los labios para emitir un suave silbido. Para más seguridad, golpeó también el marco de la puerta con el candelabro. Ahora solo podía confiar en que el perro no fuera más rápido y listo que los astutos chuchos que ella había logrado esquivar tantas veces.
Sin emitir ni un solo ladrido, el perro doblo la esquina como una flecha y apareció con tanta rapidez que el susto dejo a Jade por unos instantes sin sangre en las venas. Estuvo a punto de cerrar la puerta de forma refleja, pero entonces se volvió y atravesó a toda velocidad la habitación en dirección a la puerta de servicio. Cuando el perro entro en la habitación y detuvo su carretera deslizándose por el suelo liso, ella se escurrió por la puerta de servicio y la cerró detrás de si. Las garras rascaban el suelo. Jade se escabullo por el estrecho corredor, abrió la puerta que daba al pasillo y entró de nuevo en la habitación. Justo a tiempo. En la décima de segundo antes de cerrar la puerta, logro entrever por la hendidura que el perro había visto la maniobra y se abalanzaba contra ella. Entonces cerró la puerta con todas sus fuerzas. Casi a la vez oyó un ruido sordo y noto la vibración de la madera en el momento en que el perro se abalanzo contra ella. Jade giro la llave en la cerradura y retrocedió con un traspié. El gruñido del otro lado de la puerta la penetraba por completo. Corrió de nuevo hacia la habitación lujosa agarrando el candelabro de bronce con fuerza.
Solo cuando tuvo otras dos puertas entre ella y el perro, Jade se detuvo con la respiración entrecortada. La sangre le silbaba en los oídos. A su alrededor todo se había vuelto siniestramente silencioso. Entro con sigilo en los dominios de Tam. La misma imagen por doquier: desolación, manchas de lluvia y polvo. El viento había traído por la ventana hojas secas y plumas que se erizaban al borde a merced de la corriente de aire, como si fueran espuma del mar. La visión de aquel desorden apeno a Jade. ¿Por qué Tam había hecho eso? ¿O tal vez no era obra suya?
De nuevo hizo acopio de todo su valor y se aproximó, con el corazón encogido, a las cajas de las jaulas. Esperaba oír en el interior un crujido, alguna señal de vida, pero el silencio era mortal. Cuidadosamente, extendió el brazo y palpo con el candelabro una de las cajas. El chirrido que se oyó la hizo retroceder. La trampilla se abrió, se movió con la corriente de aire, pero no ocurrió nada más. Jade rodeo con cautela y a cierta distancia la caja y se encontró con que el interior estaba vacío. Tanto en las paredes como en el fondo, se veía el dibujo abstracto de unos arañazos. Volvió a dar un golpecito en varias de las portezuelas de las cajas. No había duda: estaban todas vacías. El pensamiento que le vino a continuación a la mente no tenía nada de tranquilizador: ¿donde estaban los moradores de las jaulas?
El ruido del ascensor la sobresalto. ¡Tam estaba de vuelta! El chasquido metálico sonaba algo sordo y amortiguado, de modo que era difícil averiguar en que piso se encontraba la cabina en ese instante. ¿Cuánto tiempo tenia? ¿Veinte segundos?. Al final las piernas la obedecieron. Salió a toda prisa y se precipitó por la puerta de la habitación a la ventana por la que había entrado. En la ciudad, el rojo del atardecer desaparecía pronto.
El cielo ya no refulgía en color encarnado; en su lugar, un ocaso de color violeta claro se cernía sobre las casas y las ruinas. Jade tropezó con el pliegue de una alfombra y estuvo apunto de caerse. Se incorporó y llego por fin a la ventana. Estaba tan pendiente del ascensor que solo se percató de otro ruido cuando era demasiado tarde. Era el ruido de un aleteo muy cercano. Vislumbro de forma fugaz unas plumas de color azul brillante y unos cuellos negros también emplumados. Luego todo aquel nubarrón de alas revoleteó y dirigió todos los picos hacia ella. Jade retrocedió con un jadeo. Al menos había vente pájaros: una bandada que entraba por la ventana en la habitación suntuosa. ¡Unas urracas azules!
Por instinto, se hizo a un lado para esquivar la bandada, pero cuando los pájaros dibujaron un arco inclinado con las plumas firmemente unidas al cuerpo, se dio cuenta, con un espanto tremendo, que su intención no era delatarla.
Jade soltó un grito cuando el primer picotazo estuvo apunto de darle en un ojo y se le clavo dolorosamente en la sien. Unas garras se enredaron entre su melena rizada. Unas alas le golpearon las mejillas como bofetadas. Percibió el hedor de las plumas de los pájaros y noto en la boca el sabor amargo del polvo de las alas. Las manos empezaron a escocerle a causa de esos picos afilados, pero logro protegerse la cara. Se volvió como un prestidigitador de feria para intentar librarse de los animales, pero estos atacaron con más fuerza aun. Cuando el candelabro dio contra dos urracas azules, se oyó un ruido sordo. Un pájaro le atrapo el labio inferior con el pico, y aquel intenso dolor la hizo gritar. Unos ojos negros la miraban con rabia. Jade se dio la vuelta, se inclino bajo una nueva acometida e intento huir. Tropezó con la alfombra que se había corrido y perdió el equilibrio. El candelabro se le soltó de la mano y ella se precipito al suelo; sin embargo, el impacto no se produjo. Noto en la cara un mechón de pelo, y una mano se poso como una pinza en su cintura y algo le tiro con rudeza del pelo.
—Corre —le susurro al oído una voz familiar.
Jade obedeció tapándose los ojos con las manos, entre tropiezos e inclinada hacia delante. Oyó que el perro gruñía detrás de la puerta cerrada y, fue entonces cuando se dio cuenta de que se encontraba en el pasillo de junto, la reja de latón se abrió con un chirrido justo delante de ella, y un empujón la dejo sin aliento, y cayó deslizándose al suelo en la pared lisa, con las rodillas apretadas contra el cuerpo y mirando entre los dedos.
El aun, llevaba la camisa desgarrada y el cuello alto le colgaba hacho jirones sobre el hombro. Tenía la cabellera rubia revuelta y oscurecida por el hollín. Manchas de humo en la piel, olor a fuego y… estaba agitando en el aire la casaca de Moira.
Así mantenía en jaque a la bandada como un furioso, y podía defenderse también de los pájaros con el brazo. Una urraca azul lo ataco precipitándose hacia su cara, pero Faun levantó el brazo tan rápido que el pájaro cayo abatido al suelo. Jade se acurruco todavía más en el rincón.
A continuación, con una rapidez que apenas permitía vislumbrar sus movimientos, Faun arrojó la capa contra la bandada y aprovechó los segundos de desconcierto entre los pájaros para saltar a la cabina con Jade. Cerró la reja con un golpe iracundo que hizo añicos el botón del ascensor, por fin, la cabina se puso en movimiento. Sin aliento apenas, Faun se volvió hacia Jade con los puños apretados, los ojos encendidos, y el rostro demudado. Iba tan cubierto de hollín que parecía que llevaba una mascara bajo la cual brillaban sus ojos. Con todo, lo más inquietante era la expresión de odio que dejaban adivinar. Jade se apartó instintivamente a un lado, dispuesta a defenderse. Él se abalanzó hacia la joven con una rapidez tal que ella apenas se pudo percatar. Hasta entonces solo había sentido pánico, pero, en aquel instante, Jade supo lo que era el miedo a morir. Antes de que le diera tiempo para reaccionar, él ya tenía los dedos, como garras, hundidos en sus hombros con los pulgares peligrosamente cerca de la garganta de Jade. Ella jadeó y lo asió por las muñecas.
—¡Suéltame! —masculló con los dientes apretados. Le golpeó la rodilla con una patada bien dirigida, pero el ni se inmuto.
El ascensor alcanzó la tercera planta y ahí se detuvo suavemente. Al parecer, el ruido y el movimiento que hizo lograron sacar a Faun del estado en que se encontraba sumido y que ella no se atrevía ni siquiera a imaginar. Faun parpadeo, y Jade noto como el agarre en torno a su cuello se aflojaba.
—¿Cómo se te ocurre subir allí? ¿Te has vuelto loca? —mascullo él.
Ella se zafó e intentó guardar la máxima distancia posible entre ambos. En aquella cabina estrecha, no podían estar a más de un brazo de separación.
Se quedaron mirándose cara a cara con la respiración entrecortada. Las aletas de la nariz de Faun se agitaban, y su boca se le había vuelto una línea pálida y dura. Aunque entonces él la miraba de hito en hito, jade hubiera preferido que no lo hiciera.
El cosquilleo frío de una gota recorriéndole la mejilla le hizo darse cuenta de que tenía una herida en la sien. En ese instante se dio cuenta de que Faun también estaba herido. Entre los restos de su manga, bajo un vendaje de urgencia, asomaba una mancha roja.
—¿Qué… qué a ocurrido? —pregunto ella.
—¡Maldita sea! ¡Eso no es asunto tuyo! —le espetó el.
—¿Por qué estas tan enfadado conmigo?
—Porque eres estúpida —le replicó el— ¡Y, por si fuera poco, ciega y sorda!
Jade se sobresaltó. ¡Tenia toda la razón del mundo! De todos modos como si esa ofensa hubiera reactivado la rabia que sentía, la conmoción por lo ocurrido la abandono.
—Si, he sido tan estúpida como para creer que erais huéspedes de hotel. Tan estúpida incluso como para pasarme todo el día preocupada por si habías caído en la línea de tiro. Pero vosotros, en realidad, os dedicáis a destrozar todo y nos ponéis a todos en peligro. Fisgoneáis en otras habitaciones, y…
De pronto, el volvió a adquirir un aspecto peligroso. Bajo la luz parpadeante del ascensor, sus ojos tenían el brillo de color rojo y miel de los felinos. Olía a amenaza, a nieve y al frío de una noche de invierno.
—¡Escucha de una vez lo que voy a decirte! —dijo el con tono amenazador—. Déjalo ya, ¿vale? Yo me he adelantado esta vez, pero Tam está a punto de regresar al hotel. Y ya puedes rezar para que el tenga algo mejor que hacer que concentrarse en los pájaros.
—Tú no eres nadie para darme órdenes —repuso ella— ¿Qué pretendes hacer con esas urracas azules? ¿Acaso matan ecos?
—Realmente, en tal caso seria útil que el adversario se quedara sin ojos —replicó Faun con sarcasmo frío—. Pero quizás en tu caso por lo menos debería haberles dejado hacer…
—¡Deja ya de amenazarme, Faun! ¿Por qué los pájaros de Tam atacan a los humanos? Ningún pájaro normal hace esas cosas.
—Pero los pájaros de las Montañas de los Hombres Indómitos si lo hacen. Les gusta atacar, sobretodo cuando ven a un intruso. Tam los ha adiestrado para ello. El sabe como hablarles.
—Pues parece que se le olvidó decirles que no pueden despedazarnos.
Los ojos de Faun parecían chisporrotear de rabia.
—¿Es que no te has enterado? ¿No te das cuenta de que si Tam quiere es capaz de ver lo que están viendo los pájaros? Ellos son sus ojos.
Jade se estremeció. De modo que eran espías… Espías de la Lady. ¿Acaso había un modo mejor para controlar a una ciudad entera que utilizando unos pájaros capaces de actuar como ojos?
—Así pues, ¿no habéis matado ningún eco?
Faun la miro como si ella no estuviera en sus cabales.
—¿Es que no puedes pensar en otra cosa? —masculló—. Vamos, desaparece antes de que Tam te encuentre.
En el preciso instante que iba a tirar de la reja de latón, el ascensor se puso en marcha con una sacudida y empezó a descender hacia la planta baja. La expresión del rostro de Faun cambio por completo. El temor le ensombreció el rostro. Por primera vez, Jade vio de nuevo al otro Faun y quedó sobrecogida.
—¡Tam está abajo!
El pánico se había apoderado de la voz de él, y Jade también se puso nerviosa. Si Tam le veía las heridas de los picotazos…
—¡Vamos, ayúdame! —le ordenó ella—. Subiré al techo de la cabina por la trampilla de servicio. ¡Vamos!
Al instante notó que dos brazos fuertes la sostenían y la alzaban. Faun a duras penas logró ocultar en su rostro el dolor que sentía en el brazo, pero consiguió sostener con firmeza a Jade… tal vez demasiada firmeza. Durante un instante en que el tiempo se detuvo, un segundo entre ser descubiertos o huir, los dos se detuvieron en aquel extraño abrazo. En cuanto pasaron la segunda planta, Jade alzó los brazos, descorrió el cerrojo de la trampilla, tomó impulso y apoyó el pie sobre el hombro de Faun. Luego se trepó rápidamente sobre el techo de la cabina del ascensor. El rostro de él oscilo bajo sus pies, sombrío como una mascara, enjuto y teñido de preocupación.
—¡Mañana hablamos! —le susurró ella—. Vendré y…
El negó con vehemencia.
—¿Todavía no lo entiendes? —repuso— No te soporto, ¿comprendes? Por lo tanto, aléjate de mí.
Tras pronunciar esas palabras, Faun extendió el brazo hacia arriba y cerró la trampilla. Jade se incorporó y se forzó por respirar profundamente. El chasquido metálico del ascensor le taladraba el celebro. Estuvo a punto de no acertar con el momento en que la reja de latón de la primera planta se deslizaba junto a ella. Saltó en el momento preciso, se agarró a la reja y se encaramó al suelo mientras la cabina continuaba su recorrido descendente dentro de la caja.
Luego se vio en la primera planta, aturdida, confusa y ensangrentada. Con todo, más que las heridas de los picotazos, lo que más le dolía eran las ultimas palabras de Faun.