MIGUEL GILA CUESTA (Madrid, 12 de marzo de 1919 - Barcelona, 13 de julio de 2001), humorista nacido en el barrio madrileño de Chamberí. Huérfano de padre a temprana edad y con dificultades económicas en su hogar, abandonó los estudios a los 13 años. Al estallar la Guerra Civil, como militante de las Juventudes Socialistas Unificadas se alistó como voluntario en julio de 1936 en el Quinto Regimiento de Líster.
En el Viso de los Pedroches (Córdoba) fue puesto frente a un pelotón de ejecución pero logró salvar la vida.
Poco después, en diciembre de 1938, fue hecho prisionero en Extremadura y fue internado hasta mayo de 1939 en un campo de prisioneros, donde coincidió con el poeta Miguel Hernández. Pasó después por los penales de Yeserías, Carabanchel y Torrijos, y a continuación cumplió un servicio militar de cuatro años.
Empezó su trabajo como humorista gráfico en La Exedra, revista editada en Salamanca por un grupo de universitarios hacia los años 1943 y 1944 y, más tarde, en La Codorniz y en Hermano Lobo; pero, según su autobiografía, el éxito le llegó en 1951, cuando actuó en Madrid como espontáneo en el teatro de Fontalba, donde contó un improvisado monólogo sobre su experiencia como voluntario en una guerra. En la década de 1950, actuó en la radio.
En 1968, se exilió para huir de una paternidad no reconocida, fijando su residencia en la ciudad argentina de Buenos Aires. Allí puso en marcha una compañía de teatro y la revista satírica La gallina, también se destacó por sus actuaciones unipersonales en el programa Sábados Circulares. Hizo varias giras por toda Latinoamérica, incluyendo Venezuela, donde participó en el programa de humor Radio Rochela en Radio Caracas Televisión, invitado por Tito Martínez del Box, y desde 1977 realizó giras también por España. Regresó definitivamente a España en 1985.
El modo más frecuente de expresar su humor era mediante diálogos figurados (en realidad monólogos) al teléfono, cuyo costumbrismo ingenuo lindaba a veces con el surrealismo. En sus monólogos, cabe destacar que no utilizaba palabras malsonantes o polémicas. En tales fingidos diálogos telefónicos tenía una muletilla que se ha hecho famosa: tras preguntar por su supuesto interlocutor, Gila decía «¡que se ponga!».
Falleció en Barcelona, a causa de una insuficiencia respiratoria debida a una enfermedad pulmonar crónica que sufría.