—Te voy a contar un chiste buenísimo.
—¿Qué chiste?
—El del médico y el pez. ¿Lo conoces?
—No.
—Es buenísimo, muy gracioso, escucha. Es un médico que está pescando en la orilla de un río y se asoma un pez y le dice: «Doctor, ¿me puede recetar algo contra las lombrices?». ¿A que es buenísimo?
—No lo entiendo.
—¿Cómo que no lo entiendes? Los peces se pescan con lombrices. ¿O no?
—¿Y eso qué tiene que ver?
—¿Cómo que qué tiene que ver?
—Sí, ¿qué tiene que ver que los peces se pesquen con lombrices?
—Pues eso, que el médico le puede recetar algo contra las lombrices.
—¿Y por qué sabe el médico que el pez tiene lombrices?
—No, Lucas, el pez no tiene lombrices.
—Entonces, ¿cuál es el chiste?
—Escucha con atención. Los peces se pescan con lombrices. ¿O no?
—Sí, pero no veo la relación entre que los peces se pesquen con lombrices y la receta del doctor.
—No tienes sentido del humor.
—¿Qué quieres decir con que no tengo sentido del humor?
—Pues eso, que no tienes sentido del humor.
—Claro que tengo sentido del humor, lo que pasa es que lo que cuentas no es un chiste, es una estupidez. ¿Cuándo has visto un pez que hable?
—Es una fantasía.
—Y si es una fantasía, ¿por qué dices que es un chiste?
—De acuerdo, tienes razón. Lo que no sé es por qué se me ocurre contarte un chiste a ti.
—¿Y por qué a mí no? ¿Crees que no entiendo de chistes?
—Yo no digo que no entiendas de chistes; pero conociendo tu sentido del humor…
—Lo que no tiene sentido del humor, ni sentido común es que un pez tenga lombrices.
—¿Y quién ha dicho que los peces tienen lombrices? Lo que yo he dicho es que el pez dijo…
—¿Te das cuenta? Ya estamos en lo mismo, el pez dijo. ¿Desde cuándo hablan los peces?
—De acuerdo, los peces no hablan, olvídalo, sólo trataba de contarte un chiste. Los peces no hablan, tienes razón.
—Un momento, no me des la razón como a los locos, porque lo que yo te digo tiene fundamento, tiene lógica, los peces no hablan, a lo sumo pueden emitir algún sonido, está comprobado en el caso de los delfines, pero nada más que un sonido. Ahora bien, si el que habla con el médico es un loro, la cosa es distinta, ya tiene cierto sentido, aunque los loros tampoco hablan, lo único que hacen es imitar con su garganta el sonido de las palabras de las personas.
—Pero el chiste ya no es lo mismo, porque el médico no está pescando loros. ¿O los loros se pescan?
—Claro que no se pescan, se cazan. De manera que el chiste se podría centrar en un médico cazador, pero no en un médico pescador.
—Ahora resulta que tú me vas a enseñar a mí cómo se cuentan los chistes. Sabes que cuando nos reunimos los amigos, el que mejor cuenta los chistes soy yo. ¿O no?
—Yo no digo que no sepas contar chistes, yo lo que trato de explicarte es que el que me acabas de contar es un disparate sin ningún sentido.
—Está bien, no hablemos más, como tú digas.
—Porque sabrás que yo entiendo mucho de chistes aunque no los cuente. Escucha esto, y pon atención a lo que te voy a decir. Freud en su obra El chiste y la relación con lo inconsciente dice que la elaboración del chiste se sirve de desviaciones del pensamiento normal, y el filósofo Thomas Vischer define el chiste como la habilidad de ligar con una muy sorprendente rapidez y formando una unidad varias representaciones que por su valor intrínseco y por el nexo a que pertenecen son totalmente extraña unas a otras, y Kraepelín sostiene la teoría de que el chiste debe ser una caprichosa ligadura o conexión conseguida generalmente por la asociación verbal de dos representaciones que contrastan entre sí de un modo casual.
—No lo sabía.
—Pues ahora ya lo sabes, así que cuando quieras contar un chiste procura que tenga coherencia.
—Pues sí, eso es lo que haré.