Violinista sin violín

Les voy a dar un concierto de violín que no lo van a olvidar mientras vivan. A mí personalmente no me gusta ningún instrumento musical y menos el violín, pero lo toco en memoria de un hermano de mi padre que murió a causa del violín. Ya había tenido un conato de muerte a los veintidós años: estaba tocando la Danza del fuego, se le prendieron las cejas y si no estamos listos con un sifón se nos quema; y otro día estábamos en una reunión y dijo su madre: «Toca algo, José Ramón». Lo que son las madres. (Por cierto, que había una gorda en la reunión, se puso contra la pared y armó un escándalo. Empezó a gritar: «A mí que no me toque porque le rompo la cara, porque yo soy muy decente y muy limpia y lo del sargento fue un accidente». El accidente se llama Carlitos, está muy alto). La cuestión es que mi tío tocó La muerte del cisne y se murieron el cisne y él.

Yo interpreto música moderna. En primer lugar voy a tocar una balada que acaba de ser estrenada en Estados Unidos en el Palace Hollyday de Brooklyn por los Bing Caspey. No está hecho ni el disco, está hecho el agujero, pero le falta lo de fuera, con eso digo todo. Se titula: Deja que el autobús de las ocho cuarenta y cinco pase por casa de James a ver si están Johnny y Patsy con los niños en el jardín para después hacer pic-nic con los Williamson. Éste es el título en español, o sea la traducción, el título original de la balada en americano es Jet Wolff.

Con los idiomas pasa como con la moneda, que al cambio se queda en nada. Entras en una casa de cambio con un discurso y te lo cambian por un refrán. En fin, pongan atención que ahí va la balada.

(Abre el estuche y no hay nada dentro). ¡Anda! Pues como me lo haya dejado donde he estado cenando… Es un restaurante que todo lo que se queda encima de la mesa lo pican para hacer albóndigas. Con su permiso voy a llamar a mi casa, a ver si me lo he dejado allí y me lo traen.

Esto de la memoria es una cosa de familia. Mi hermana Julia, cuando ya tenía tres niños, dice: «Huy, pero si no me he casado», y en un viaje que hicimos a Egipto, llevamos a la bisabuela, ciento dos años, y se nos olvidó en el Museo de El Cairo. Cuando fuimos a buscarla la habían embalsamado y le habían puesto un cartel debajo, que decía «Momia española».

(Al teléfono). ¿Quién eres? Por favor, puedes mirar encima de mi cama a ver si me he dejado el violín… Sí, mi vida; sí, tesoro; sí, cielo mío; sí, mi amor. (Es la asistenta, la trato bien porque sí no lo hago se me va. Es más bestia, arranca los clavos con los dientes y los clava con la frente).

(Al teléfono). Sí, sí, sí. Pues un violín, una cosa larga, de madera, con pelos… Eso es una brocha. ¿No está mi cuñada Rosario? ¡Que se ponga! (Mi cuñada es una solterona. Cuando nació le dijeron al padre: «Ha tenido usted una soltera», cómo la vería el médico, y las ganas que tiene de casarse, a todas las bodas va, se pone en la parte de atrás y cuando dice el cura: «¿Quiere por esposo a fulano de tal?», da un grito y dice: «Si ésa no lo quiere, para mí»).

(Al teléfono). Rosario, ¿yo no me habré dejado un violín encima de tu cama?, anda a ver si lo encuentras… (No ha encontrado novio y va a encontrar un violín… Es fea, pero fea, a veces me cruzo con ella en el pasillo y no puedo reprimir un grito, cualquier día me da un infarto). Dime, sí, sí, sí, sí. ¿Y no lo tendrá la abuela? ¡Que se ponga la abuela! (Mi abuela es otra solterona… y sorda. Cuando la guerra cayó una bomba en casa y dijo: «No deis portazos», y el día que explotó la bombona de butano salió de los escombros con una copa en la mano; «¡Champán, champán!». Hace dos años le compramos un aparato de esos que funcionan con pilas, se le acabaron las pilas y lo enchufó a la corriente, se le encendieron los ojos que parecía un coche). (Al teléfono). ¡Abuela! ¿Tú has visto mi violín? Que si has visto mi violín. No, abuela, no te llamo desde Pekín, te pregunto que si has visto mi violín. Abuela, abuela… Dice: «No soy Manuela», y ha colgado. Bueno, lo siento. De todas maneras no se han perdido gran cosa porque toco de oído y no me dejo aconsejar. En fin, otra vez será.