Los medios de locomoción

A mí lo que más trabajo me cuesta a la hora de viajar es decidirme por el medio de locomoción, porque empiezo a pensar. ¿Qué será mejor, el avión, el tren, el autocar, el coche? Porque cada cosa tiene sus pros y sus contras. A mí me gusta el avión, porque es cómodo, es rápido, es limpio, los pilotos son precavidos.

Apenas te subes al avión, te atan un cinturón, que un día viajaba una anciana a mi lado y me dijo: «Esto lo hacen para que no se desparramen los cadáveres». Y dije yo: «Señora, cada uno tenemos asignado nuestro día». Y dijo la señora: «Pues como sea el día del piloto…».

Bueno, después de atarte el cinturón, sale una señorita que es la zapata del avión, se pone en mitad del pasillo y dice: «Siguiendo normas internacionales de aviación civil, vamos a hacer una demostración de localización de puertas de emergencia y uso de los chalecos salvavidas». Que lo del chaleco salvavidas, cuando voy de Murcia a Madrid, me digo: también sería mala leche caer en un charco. Pues te lo explican.

Y te dicen: «Vamos a volar a una altura de catorce mil pies», que yo nunca he sabido cuánto es, pero calculando un cuarenta y dos para arriba,…, «y a una velocidad de novecientos kilómetros por hora», que eso está bien que lo digan, para que no te bajes en marcha, porque como ahora en los aviones ponen cine, había gente que al terminar la película se salía a fumar afuera y se daban unos hostiazos contra el agua…

A mí lo que me da más corte en el avión es ir al servicio, porque pienso: mira que si hay un campesino arando la tierra y le empapo, se va a acordar de mi padre, y con razón.

Lo que más me gusta del avión es la higiene. Todo te lo dan en sobrecitos cerrados. El descafeinado, la leche en polvo, el azúcar, la sal, la pimienta, la servilleta, el palillo y una toallita con colonia, que yo a veces me equivoco, echo la toallita en el café, y sabe… Me lo tomo por el qué dirán, pero sabe… Luego, para disimular, me limpio las manos con el azúcar.

O sea que el avión me gusta, y me gusta el tren. Ahora, porque aquellos trenes de antes, que algunos de ustedes los recordarán, que tenían los asientos de maderas a lo largo, una sí y otra no, que llegabas de viaje al hotel y te decían: «¿Le plancho algo?». ¡Pláncheme el culo!

Y qué gente viajaba en los trenes, estaban los que conocían todas las estaciones, que cada vez que paraba el tren, te daban un codazo en el hígado y decían: «¡Butrillos! ¡Vaya rosquillas que hacen aquí en Butrinos!». Y al rato, paraba otra vez el tren. Otro codazo en el hígado: «¡Cascajuelos, aquí hacen un conejo al horno, oiga usted, que te chupas los dedos!». Al rato otro codazo en el hígado: «¡Zarzamorilla, aquí hacen unas judías la manchega, oiga usted, que ya quisieran en León!».

Y había otro personaje en todos los trenes que viajaba con una maleta de madera con los cantos de hojalata, que cada vez que paraba el tren, cogía la maleta, te daba un maletazo en el menisco, salía, y al rato entraba otra vez y decía: «No es aquí». Y en la siguiente estación, otro maletazo en el menisco y otra vez: «No es aquí». Y así en todas las estaciones menos en la que tenía que apearse, que se la pasaba.

Otro personaje famoso en los trenes era ese que cuando llegaba el revisor no encontraba el billete. Decía: «Si lo tenía aquí y… espere, si hace un rato… No creo que lo haya perdido». Y el revisor con ironía, diciendo: «Sí, es normal, los billetes se pierden mucho». Y los que iban en los asientos de al lado mirando al del billete con una sonrisa, pensando: «Le va a costar el doble». Y cuando lo encontraba, los otros viajeros decían: «¡Bah, lo ha encontrado!».

Ahora los trenes son distintos, el AVE, el Talgo, con tu reserva, son trenes cómodos, bueno, cómodos hasta que vas al coche bar y pides un café con leche con una ensaimada. ¡Para meter la ensaimada en el café con leche! Como no vayas a un guardia civil y le digas: «¡A ése, a ése!». ¡Cómo se mueve! También me gusta mucho el autocar, porque va a mi pueblo. Otro día les contaré algo de mi pueblo.