Todos los años, en primavera, me pongo mis alas de papel y vuelo más arriba de la montaña que hay frente a mi ventana, ato las nubes con hilos y paso el otro extremo de los hilos alrededor de mi cintura; después los aseguro con un fuerte nudo y, cuando los tengo sujetos, pinto cada nube de un color distinto; luego dejo las nubes en libertad y en las ciudades llueve amarillo, rojo, verde, azul…
La gente no comprende cómo es posible que la lluvia sea tan hermosa. Esto es algo que hago cada vez que estoy solo, algo que no puedo comentar con nadie, la gente sabría que estoy loco. Estoy seguro de que si la gente me viese ponerme las alas de papel y volar hasta la Montaña, me encerrarían, y más si supieran que cuando llueve amarillo, verde, azul o rojo, es porque yo pinto las nubes de colores.
Hace algún tiempo, estando arriba de la montaña, pasó un pastorcillo. El pastorcillo se detuvo y miró con curiosidad las nubes que yo había pintado.
—¿Te gustan?
—Mucho. ¿Las ha pintado usted?
Le dije que sí. El pastorcillo se rascó su pelo enmarañado.
—¿No me pintaría mis ovejas?
—¿Te gustaría que te las pintara?
—Sí.
—¿De qué color?
—De todos. Cada una de un color distinto.
—Veamos. ¿Cuántas tienes en total?
—Veintiséis.
Yo no tenía veintiséis colores, pero me las arreglé. Cuando terminé de pintarle las ovejas, el pastorcillo no lo podía creer, saltaba de júbilo. Oveja verde y patas amarillas, oveja roja y patas azules, oveja naranja y patas violeta, oveja violeta y patas verdes. Estaba feliz con su rebaño multicolor.
—¿Por qué no me pinta el perro?
Fue muy difícil convencerle, el perro no quería que le pintaran de ningún color. Decía que le iban a confundir con alguna de las ovejas y no quería perder su personalidad, pero, finalmente, después de mucho acariciarle se dejó pintar.
El perro era de lo más divertido. Para que no se pareciese a ninguna de las ovejas, lo pinté a rayas, una azul y otra violeta, otra azul y otra violeta, otra azul y otra violeta. Cuando estaba colocándome mis alas de papel para regresar, el pastorcillo me preguntó si yo era Dios.
—¡No! ¡Qué disparate! Yo solamente soy un pobre loco.
Y una vez en el aire, volando de regreso miré hacia abajo. ¡Qué hermoso espectáculo! Las ovejas de colores vivos, el perro a rayas. El pastorcillo me saludaba agitando su mano. Y se hizo de noche y guardé mis alas para el día siguiente.