(Mira una guía de teléfonos. Marca un número). Señorita, ¿usted me puede dar el número de algún teléfono erótico?, porque lo estoy buscando en la guía y viene erodinámico, eropa, erovisión, eroplanos y no encuentro erotismo. Sí, gracias. ¿Me lo puede repetir? Gracias.
(Se mira en un espejo, se arregla el pelo, marca un número). ¿Cómo estás, tesoro? ¿Yo? Como una moto. Bueno, ¿qué me dices? ¿En serio? ¡No me digas! ¿Cómo te llamas, reina? Yolanda. Qué nombre tan bonito. ¿Yo? Carlos Alfredo. ¿Te gusta? No, no hago telenovelas, el nombre es de nacimiento. Bueno, ¿y qué me cuentas? ¿Cuántas piernas tienes, reina? ¿Dos? No me digas, igual que yo. ¿Y senos? Dos también. ¡Qué me dices! ¿Y ojos? ¿Cuántos ojos tienes? ¿Tres? ¡No me digas! ¿Y eso? ¡Ah, claro, qué tonto, no había caído yo! ¿Y ombligos? Uno, como yo. Está visto que somos el uno para el otro. ¿Y cómo eres? Sí, sí, sí. No sigas, por favor, no sigas. ¿Quién, yo? Pues soy moreno, mido uno ochenta y cinco y tengo los ojos verdes, o azul celeste, no lo sé muy bien. Depende del día. ¿Y qué más me cuentas? ¿A quién, a mí? No te puedo creer. No sigas, por favor, no sigas, que no sigas… Bueno, reina, te corto, porque esto sube un huevo. Adiós, mi vida.
¡Cómo se disfruta con el teléfono erótico!