¡Qué pisos!

El problema más grave para el matrimonio es el de la vivienda, que no es que no haya pisos porque los hay, pero… Hace dos sábados me invitó un amigo a comer en su casa y me dijo: «Es muy sencillo, verás. Sales por la carretera de Toledo, cruzas Cuatro Vientos, verás una plazoleta que tiene en medio una farola, la pasas, y a unos doscientos metros giras a la izquierda, y te metes por la segunda calle a la derecha, que se llama Obispo Nicolás. Cuando llegues al tercer semáforo, después de pasar el puente doblas a la izquierda, y a unos seis o siete kilómetros, verás una plaza, la pasas de largo, cruzas el paso a nivel y a unos doscientos metros te encuentras con dos avenidas, no te metas por la de la izquierda porque te vas a Cascajuelos y para dar la vuelta tendrías que llegar hasta Butrillos. Te metes por la de la derecha y a ocho kilómetros hay una desviación que dice: “A la colonia Aire Fresco”, la pasas y cuando hayas recorrido dos kilómetros verás un restaurante que se llama La Sopa Caliente, y apenas pasar el restaurante verás una desviación a la derecha, te metes por el túnel y nada más pasar el túnel, verás dos caminos, uno que dice “Al Hospital de la Salud” y otro que dice “Al moñigal”. Coges el del moñigal, y verás unas casas con el techo de pizarra negra, las pasas e inmediatamente después te metes por la primera a la derecha, verás unas casitas con jardín, la tercera a mano derecha es la nuestra. Vas a ver qué lugar tan tranquilo. En las capitales ya no se puede vivir, el ruido, la contaminación. Por eso yo vivo en las afueras». ¿En las afueras? ¡¡Vive en Logroño!!

Qué distinto cuando yo era pequeño. Había pisos… los que querías. ¡Y qué pisos! Nosotros teníamos un piso que yo creo que lo hicieron con lo que le sobró a Felipe II del monasterio de El Escorial. Seis habitaciones, cuatro cuartos de baño, dos comedores, uno para diario y otro para los días festivos, dos cocinas, seis balcones, todos mirando al mar (y eso que vivíamos en Madrid), una ducha, una terraza, tres pasillos. Y pagábamos al mes…, el mes que pagábamos, porque en aquella época, ibas a pagar el piso y te decía el casero: «Déjelo, no se moleste, cómprele algo a los chicos». ¡Qué piso! Nos sentábamos todos en el comedor, se iba mi madre a la cocina y decía mi padre: «¡Tráete la sopa!», y se escuchaba en el pasillo: «… opa, … opa, … opa». Y cuando venía mi madre por el pasillo, la esperábamos en la puerta del comedor: «¡Eh, madre, aquí, aquí!», como si viniera del Canadá, y llegaba mi madre con la sopa, fría, claro, y decía: «Tú estás más delgado, tú has crecido, y éste quién es…».

¡Qué diferencia con los pisos de ahora! Mi sobrina Laura se casó hace dos años. Paga setenta y cinco mil pesetas de alquiler y tiene una cocina… bueno, cocina, una cosa cuadrada, así, que cuando quieren cenar huevos fritos los tienen que freír de uno en uno porque si ponen en la sartén los dos huevos, uno le asoma por la ventana. Y un comedor que comen de pie, porque si se sientan se rompen las rodillas y el culo con la pared. ¡Y qué paredes! Finitas, que no puedes escuchar lo que hablan los vecinos porque te ven la oreja. Un dormitorio con una cama plegable, que para vestirse por la mañana tienen que recoger la cama para poder abrir el armario. Y como no les cabe la cuna del niño, le acuestan en un capacho que tienen colgado en la puerta de la cocina, y nada de baño, el poliván, esa cosa que tiene un chorro para arriba y otro chorro para abajo con una palanquita que cuando estás esperando el chorro de abajo sale el de arriba y cuando esperas el chorro de arriba sale el de abajo, o sea que siempre te chorras lo que no quieres.

Lo mejor es comprarse un piso aprovechando que ahora los bancos dan créditos. Los banqueros tienen un corazón que no les cabe en el pecho. ¿Necesita piso? Venga a vernos. Y total, por unos intereses del veinte o el treinta por ciento mensual te hacen una hipoteca y ya tienes tu pisito a pagar en veinticinco años.

Hace unos días me encontré con un amigo que tiene setenta y siete años, y me dijo: «Me he comprado un piso a pagar en treinta años». Y le dije yo: «¿Y por qué no te has comprado un panteón?».

Y tengo otro amigo que lleva de novio diecinueve años. Y le digo: «¿Por qué no te casas?». Dice: «Es que no tengo piso», y le dije: «Vete a vivir con tus padres». Dice: «Si están igual que yo, no se han podido casar por lo mismo».