Les voy a contar a ustedes por qué fui a la guerra. Yo trabajaba de ascensorista en unos almacenes, y un día, en lugar de apretar el botón del segundo piso, apreté el ombligo de una señora gorda, que era la mujer del gerente, y me despidieron.
Me fui a mi casa y me senté en una silla que teníamos para cuando nos despedían, y vino mi tío Cecilio con un periódico que traía un anuncio que decía: «Para una guerra importante, se necesita soldado que mate deprisa». Y dijo mí abuela: «Apúntate tú, que eres despabilado». Y dijo mi hermana: «Pero habrá que comprarle un caballo». Conque fuimos a comprar el caballo, pero no lo vendían suelto, tenía que ser con carro y basura, y dijo mi madre: «Vas a llenar la guerra de moscas, es mejor que la hagas a pie, pero limpio». Entonces mi madre me hizo una tortilla de escabeche y me preparó un termo con caldo y me fui a la guerra.
Cuando llegué estaba cerrada, pero había en la puerta una señora que vendía bollos y torrijas, y le pregunté: «Señora, ¿es ésta la guerra del catorce?». Y me dijo: «No, ésta es la del veintiséis, la del catorce es más abajo». «¿Y sabe usted a qué hora abren?», pregunté otra vez. Y me dijo: «No creo que tarden mucho porque ya han tocado la trompeta».
Entonces me senté en un banco, con un soldado que no mataba porque estaba de luto, y cuando abrieron la guerra entré, pregunté por el comandante y me dijeron que no estaba porque había ido a comprar tanques y albóndigas para el ejército, así que me esperé, y cuando llegó el comandante le dije: «Que vengo por lo del anuncio del periódico, para matar y atacar a la bayoneta y lo que haga falta». Y me preguntó: «¿Tú qué tal matas?». Y dije: «Yo flojito, pero cuando me entrene voy a matar muy deprisa». Y me preguntó: «¿Traes cañón?». Dije: «Yo creía que la herramienta la ponían ustedes». Y me dijo: «Es mejor que traiga cada uno el suyo, así el que rompe paga». Dije: «Yo lo que traigo es una bala que le sobró a mi abuelo de la guerra de Filipinas. Está muy usada, pero lavándola un poco…». Y dijo el capitán: «Y cuando se te acabe la bala, ¿qué?». Dije: «La ato con un hilo, disparo, tiro del hilo y me la traigo otra vez». Y dijo el comandante: «Y si se te rompe el hilo, pierdes el hilo y la bala». Y dije: «Lo que puedo hacer es disparar, ir a buscar la bala y traerla otra vez». Y dijo el teniente: «Es que no vamos a estar pidiéndole una tregua al enemigo cada vez que tengas que ir a buscar la bala. Además, esta bala es muy gorda para los fusiles nuestros». Y dijo el sargento, que era bajito por parte de padre: «Pero limándola un poco…». Y el teniente le llamó imbécil y le arrestó a seis días de calabozo, por tonto.
Entonces me dieron un fusil y seis balas y me dijo el comandante: «¡Hale, ponte a matar! Aquí se mata de nueve a una y de cuatro a siete, y los sábados por la tarde hacemos semana inglesa».
Y me fui a la trinchera, y estaba yo matando tan calentito, con mi tortilla de escabeche y mi fusil, y dijo el capitán: «Prepárate, que vas a ir de espía».
Me pusieron una peluca rubia con tirabuzones, un minifalda, una blusita de seda natural, unos zapatos de tacón alto y me fui hasta el enemigo y dije: «¡Hola!». Y dijo el centinela enemigo: «¿Qué quieres?». Dije: «Soy Mari Pili». Y dijo: «Tú hace poco que trabajas de espía, ¿no?». Dije: «Desde hace dos horas». Y me dijo: «Te lo he notado en los pelos de las piernas. ¿Y qué quieres?». Dije: «Que me ha dicho mi comandante que nos deis el avión». (Como nos llevábamos bien con el enemigo, con un avión nos arreglábamos todos: los martes, jueves y sábados lo usábamos nosotros y los lunes miércoles y viernes lo usaba el enemigo, y los domingos se lo alquilábamos a una agencia de viajes, para cubrir gastos). Y me dijo que no me podía dar el avión porque le estaban poniendo un grifo para que fuera de propulsión a chorro.
Volví a mi trinchera, le dije al comandante que n me habían querido dar el avión y dijo: «¡Déjalos, si arrieros somos, y en el camino nos encontraremos! Y ahora vas y les bombardeas a pie».
Así que me pusieron una bomba debajo del brazo y llegué otra vez donde el enemigo, y me dijo el centinela: «¿Otra vez, Mari Pili? ¿Y ahora qué quieres?». Dije: «Vengo a tirar la bomba». Y me dijo el comandante enemigo: «A ver si vas a dar a alguien, gracioso». Dije: «Yo soy un mandado, y obedezco órdenes». «Pues muy bien, si obedeces órdenes yo te ordeno que tires la bomba en un charco para que se moje y no explote». Y así lo hice. Tiré la bomba en un charco y no explotó y no maté a nadie. Y cuando volví a mis trincheras, dijo el coronel: «¡A buenas horas vienes!». Dije: «¿Qué ha pasado?». Y dijo: «Que se ha terminado la guerra, que ha venido la policía y como no teníamos al día la licencia de armas se nos han llevado los tanques, los cañones y las ametralladoras». Entonces nos repartimos las albóndigas y las patatas y el perejil de Intendencia y nos fuimos cada uno a su casa y ya no maté a nadie.