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La tragedia del Guadalupe y La Tolosa

Santo Domingo, años 1995 y 1996 en el laboratorio de la Comisión de Rescate, el Monumento a Colón y en el Museo de las Casas Reales. Objetos y más objetos rescatados de diferentes naufragios. Conversaciones interminables sobre los objetos con María de las Nieves Sicart, Francis Soto, Tracy Bowden, Pedro Borrell, Fernando Vega… Tras los restos y rastros de nuestros ancestros.

Se dice y quizá sea cierto:

23 de agosto de 1724, el «Guadalupe»

El piloto mayor, Antonio Pérez Salcedo, con mucha experiencia en el Caribe (es su cuarto viaje) ha desaconsejado con vehemencia zarpar esta mañana. En su opinión, el riesgo de un huracán es muy alto. Pero el teniente general Baltasar de Guevara, comandante de la flota de azogues, ha impuesto su autoridad después de dejar constancia escrita de la oposición del piloto. En estos momentos, contempla el paisaje desde su cámara privada del Nuestra Señora de Guadalupe y San Antonio, la capitana.

Es un buen navío de 50 cañones construido, 22 años antes, en Campeche. Sus bodegas llevan un importantísimo cargamento de mercancías del Rey, azogue (mercurio, 250 toneladas, para explotar las minas de oro y plata de las Indias occidentales), bulas, aceite, aguardiente, vino, clavazón y herrajes con destino a los astilleros de La Habana. El Guadalupe se ha hecho a la vela al despuntar el alba en el puerto de la Aguada en Puerto Rico, donde la flota ha estado amarrada cuatro días para proceder a ciertas reparaciones que precisaba el otro navío de la flota, la almiranta San Joseph alias La Tolosa. También se ha cargado agua y alimentos frescos.

El comandante mira por la ventana y piensa que mañana al amanecer avistarán el cabo San Rafael de la isla de La Española. El viento ha cambiado de dirección y ahora sopla del norte y muy frío. El comandante está un poco preocupado.

El «Guadalupe», tres meses después

El piloto mayor, Antonio Pérez Salcedo, tenía razón. Ha sido una tragedia enorme; cien personas de las 650 que iban a bordo han perecido. Aquel día del 24 de agosto las dos naves iban costeando, la una a la vista de la otra, cuando el viento del norte alcanzó una fuerza tan tremenda que obligó al comandante Guevara a refugiarse en la bahía de Samaná a la espera de que el temporal amainara. Pero las cosas se pusieron cada vez peor y las dos naves hermanas comenzaron a separarse. A media noche, en el Guadalupe, las velas y aparejos empezaron a romperse, los mástiles se quebraron y se desplomaron sobre las cubiertas. Muchos de los pesados cañones de hierro se soltaron de sus amarras y rodaban de lado a lado aplastando cuanto encontraban a su paso. El comandante Guevara mandó tirar un ancla que encalló hacia las dos de la mañana. El barco se hundió dejando sólo la cubierta principal fuera del agua. Los infelices pasajeros que se habían reunido en las cubiertas inferiores para no entorpecer la lucha desesperada de los marineros se ahogaron inmediatamente.

Muy temprano, en la mañana del 25 y con el tiempo todavía muy agitado, Guevara mandó echar una lancha al agua, para, junto con algunos oficiales, tratar de alcanzar tierra y buscar ayuda. Pero estando todavía junto al galeón, una ola enorme estrelló la pequeña embarcación contra el costado de la nave matando a todos sus ocupantes.

Hace ya tres meses que el galeón yace en el fondo arenoso. Faltan casi tres siglos para que alguien, un pescador dominicano de caracolas, redescubra los restos del Guadalupe.

23 de agosto de 1724, «La Tolosa»

Pañol de pólvora del otro navío de la flota de azogues. Se trata de la almiranta: San Joseph alias La Tolosa, en honor de Alejandro de Borbón, conde de Tolosa. Es uno de los galeones mejor construidos y de mayor desplazamiento de la época. Está armado con 60 cañones. Ha sido comprado hace cinco años a Francia y lo manda el capitán de navío Sebastián de Villaseñor.

Al llegar al puerto de la Aguada en Puerto Rico, a los treinta y siete días de haber partido de Cádiz, Guevara quiso reparar las averías de La Tolosa y envió a tierra al maestre del Guadalupe, Francisco Barrero y Peláez, al alférez de fragata de La Tolosa, Martín Boneo, y a los maestros carpinteros. Cuatro días después, todo estaba listo para zarpar de nuevo. Pero no fue fácil salir del puerto. Los religiosos de la misión que viajaban en La Tolosa se negaban a embarcar; aún estaban indispuestos de una «gran resaca de mar» sufrida durante la travesía del Atlántico. Mientras les convencían, eso fue lo verdaderamente difícil, el Guadalupe navegaba a la capa esperando impaciente frente a la bocana del puerto. Ahora ya tenemos la proa rumbo a La Española (actual República Dominicana). Nos acompaña, como siempre, el Guadalupe. Siempre lo tenemos a la vista. Todo parece normal si no fuera por… las ratas. Están en todas partes, pero no son fáciles de ver. Hay primas para recompensar a todo cazador afortunado. Pero hoy se las ve más y se las ve un tanto nerviosas…

«La Tolosa», tres meses después

La Tolosa ha corrido peor suerte. Apenas treinta de las 600 personas que iban a bordo han podido salvarse. El furioso huracán lanzó la nave contra arrecifes más profundos. La escena a bordo ha sido un auténtico pandemónium. Los unos luchaban por salvarse y por ayudar a los demás, los otros buscaban sus pertenencias y guardaban entre sus ropas las pocas monedas de oro y plata que traían para establecerse en el Nuevo Mundo o las joyas de varias generaciones de sus familias, y los muchos que ni siquiera sabían nadar se arrodillaban alrededor de los padres franciscanos para encomendarse al Señor.

El impacto contra las rocas partió el casco y el galeón se hundió dejando sólo la cofa del palo mayor asomando fuera del agua. En ella consiguieron refugiarse siete marineros que fueron rescatados 32 días después (!) enloquecidos por la ingestión de agua de mar y las calamidades.

No hay consuelo para tal balance de pérdidas. Además de la preciada carga del rey, las 250 toneladas de mercurio, materiales para astilleros de La Habana y una cuantiosa y diversa mercancía, en La Tolosa viajaban también… animales. Algunos solían ser invitados especiales: caballos, perros, ovejas y, sobre todo, cerdos, un preciado alimento fresco para oficiales. Otros animales son en cambio polizones mil veces reincidentes: pulgas, piojos, gusanos y, sobre todo, ratas, muchas ratas. Nuevos y extraños habitantes han invadido la escena. Por ejemplo: hace días que una solitaria barracuda inspecciona, curiosa, el antiguo pañol de pólvora.