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Del quark a Murray Gell-Mann

Entendemos por Civilización un enorme pedazo de cultura que tiende a ser universal, es decir, que tiende a ser independiente de los grupos humanos que la han elaborado, es decir, independiente de sus particulares contextos y coyunturas. Casi toda la buena ciencia, buena parte del arte bueno y, casi me atrevería a decir, cierta buena religión, es civilización porque tiende a ser válida y valiosa para cualquier humano. Digamos que la unidad de la materia civilizada es la propia humanidad. En ocasiones se fuerza el lenguaje para hablar, por ejemplo, de civilización oriental y occidental, pero es, me temo, un abuso. En términos de civilización sólo existe un concepto de individuo (insistamos): la humanidad.

Entendemos por Cultura una porción de conocimiento, transmisible por vía no genética, que tiende a pertenecer y a servir preferentemente al grupo que la ha elaborado. Se trata de un grupo que se reconoce a sí mismo por una historia o proyecto colectivo. La unidad de materia culta podría denominarse quizá nación (que, en su concepción amplia, debería extenderse incluso a ciertos grupos de chimpancés). Y hay que reconocer que todo arte (bueno o malo) parte de una cultura, que toda cultura está repleta de conocimiento revelado (intuiciones que cohesionan e identifican el grupo) e incluso que existe cierta excelente ciencia de ámbito cultural, como por ejemplo ciertas gastronomías de mérito (no muchas, tres o cuatro a lo sumo). En el planeta hay miles de individuos culturales, todos diversos, todos interesantísimos. La identificación colectiva de sus miembros es un verdadero cemento de cohesión aunque, en general, se trata de material inflamable… o explosivo.

Entendemos por Inteligente cualquier pedazo de materia capaz de construir conocimiento (cualquier representación de la realidad) a base de intercambiar información con el entorno. La unidad es un «individuo biológico». Muchos son humanos, pero no todos. Al parecer, ningún individuo vegetal es inteligente. Como se sabe, existen miles de millones de individuos inteligentes en el planeta.

Entendemos por Vida un pedazo de la materia empeñada en conservarse parecida a sí misma independientemente de la suerte del resto del universo. Exhibe ciertas curiosísimas funciones, funciones fáciles de reconocer, pero difíciles de definir como un conjunto compacto de condiciones necesarias y suficientes. Todas ellas, sin embargo, están relacionadas con el prefijo «auto»: autorreplicación, autoorganización, automoción… La unidad de la materia viva no coincide, necesariamente, con el concepto de individuo vivo. En efecto, la unidad es la célula y el individuo vivo podría definirse como aquel conjunto de células dotadas de un mismo «texto» genético inscrito en su DNA. No sé cuántos individuos vivos hay en el planeta. Pero no hay duda de que el número de individuos vivos es sideralmente mayor que el de individuos inteligentes ¿Billones? ¿Trillones? Digamos que se trata de trillones de individuos vivos. ¡Individuos! Es decir: ¡todos diferentes!

Entendemos por Materia toda combinación de ciertos entes «indivisibles» (durante mucho tiempo así considerados) llamados átomos. El átomo, la unidad de la materia, ya no define individuos simplemente materiales. Ni los átomos ni sus combinaciones, llamadas moléculas, son razonablemente distinguibles entre sí cuando pertenecen a la misma clase. Un átomo de hidrógeno o de calcio siempre será, esté donde esté y como esté, eso, un átomo de hidrógeno o de calcio. Hasta donde hoy sabemos la materia está formada por sólo sesenta y una partículas elementales diferentes. La materia, sólo la del planeta, está formada por un número impronunciable (sin hacer el ridículo) de partículas elementales. Pero ni ellas ni sus ultimísimos constituyentes (éstos, al parecer, ya sí irreductibles) los quarks tampoco son ni definen individuos diferentes. Los dedos de las manos sobran para contar el número de clases de quarks.

En otras palabras, el soporte material de la vertiginosa complejidad de la civilización, de la cultura, de la inteligencia, de la vida, así como de toda su profusa población de individuos diversos e irrepetibles, está construida por combinaciones de unos pocos ladrillos regidos por leyes físicas simples, elegantes y compactas. No digo que un poema sea reducible a un puñado de quarks, pero sí lo digo del soporte material de quien lo ha escrito o de quien lo ha leído.

Digamos que unos muchos quarks se han combinado para confinarse en el seno de unas partículas elementales que, a su vez, se han organizado en unos, también muchos, átomos que han dado lugar a muchísimas moléculas, algunas de las cuales han formado células vivas complejísimas que se han asociado para dar lugar a cierto irrepetible individuo vivo, inteligente, culto y civilizado capaz de inventar el concepto quark. En efecto, se puede decir que en 1963 un complejísimo montón de quarks propuso y bautizó la existencia del quark. Se trata de Murray Gell-Mann, y acabo de compartir con él una botella de vino de la ribera del Duero mientras hablamos de palabras.