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Aprender de los que aprenden

Se puede llegar a adulto sin dejar de ser un niño. Es algo más que una frase: se puede alcanzar la madurez sexual, y con ella la capacidad de reproducción, y sin embargo conservar muchos de los rasgos peculiares de la fase juvenil. En biología esta situación se llama neotenia, y tiene el prestigio de estar asociada con algún salto notable en la evolución. Se ha dicho incluso que la especie humana alcanzó neoténicamente su nivel justamente humano; en otras palabras, el primer ser humano no sólo sería el descendiente de un mono, sino que lo sería de un mono inmaduro. En efecto, compárese, por ejemplo, lo mucho que se parece un bebé de gorila a uno de persona, en contraste con lo poco que se parecen cuando se hacen adultos. El gorila, cuando crece, se transforma profundamente tanto en su aspecto como en su comportamiento. El humano, en cambio, crece sin abandonar sus patrones infantiles. Un detalle importante de la infancia es el aprendizaje, y uno de sus métodos más universales es el juego. Un cachorro de mamífero, por ejemplo, sobre todo juega, y casi todo lo que juega es para aprender. Aprender a correr, a saltar, a medir distancias, a cazar, a huir, a adquirir un nivel jerárquico en su grupo, a defenderse… Por ello, en general, cuando ya ha crecido y ya nada más esencial tiene que aprender, entonces pierde interés por el juego, hasta que, de repente, deja de jugar del todo. ¿Quién no ha visto un niño gorila jugar como un poseso ante la mirada cansina de los adultos del grupo? La especie humana difiere en este aspecto. Detrás del topicazo de un abuelo jugando a gatas con el tren eléctrico «que acaba de regalar» a su semimarginado nieto hay algo más que un estereotipo. Quizá sea incluso una de las señas de identidad más significativas de la especie. Porque el humano no deja nunca de jugar; se trata, probablemente, de un lance neoténico. Y no sólo eso. Como el adulto ya ha aprendido todo lo esencial, el juego se libera de tener que cumplir una misión concreta y surge otra clase de juego, un juego más creativo y trascendente a largo plazo: el juego inútil, el juego absurdo, el juego para (y sólo para) disfrutar, el tipo de juego que conduce, no a sobrevivir, sino a la creación científica y artística.

En resumen, es más que probable que el éxito de la especie humana se base en la extensión de ciertos rasgos infantiles a su edad adulta. Por esa razón, no es mala idea escuchar y atender a los niños, no sea que todavía quede algo que aprender de los que están aprendiendo. Hay que reconocer que, en el límite, sólo los niños escuchan a los niños. El genuino diálogo niño-adulto es raro, incluso cuando el adulto es el educador o un progenitor. No ha sido por tanto una sorpresa constatar en el espacio el «Clik dels Nens» del Museu de la Ciència (dedicado a ciudadanos de tres a siete años) que el mejor profesor de un niño es siempre… ¡otro niño! El Museu de la Ciència se dirige, en principio, a todo el mundo, sin distinción de edad o formación. Pero la cuestión es: en el oficio de transmitir conocimiento científico, ¿no habrá ideas claves procedentes de los más jóvenes que resulten ser luego universalmente válidas? Hace tiempo que tengo la costumbre de espiar con disimulo todo lo que dicen los niños en el Museu, ya sea en las salas, en la cafetería, en la cola antes de entrar… en cualquier lugar. Algunos detalles no tienen desperdicio.

Sigo a un joven padre que lleva de la mano a un niño de unos siete años. Se detienen ante una planta singular que reacciona retirando las hojas cuando alguien la toca; es la Mimosa pudica.

PADRE: ¿Has visto lo que sucede?

NIÑO: ¿Qué? ¿Qué pasa? …¡Oh! Pero esto… ¿es de verdad o es de mentira?

PADRE: Es de verdad, hombre…, ¿no lo ves?

Continúo tras ellos hasta una maqueta de la selva amazónica en la que se simulan 24 horas de la selva en 10 minutos, incluida una gran tormenta con aparato eléctrico, lluvia cerrada, arcoiris, etc. En medio del espectáculo multisensorial (incluso huele a lluvia y a fermentado fresco) el niño levanta la vista boquiabierto y pregunta:

NIÑO: Oye… pero ¿es de verdad o de mentira?

PADRE: Es de mentira, niño…, ¿no lo ves?

Pocos minutos después, en una exposición sobre arqueología submarina y ante un gigantesco acuario en el que se ve el camarote del capitán de un barco hundido, con enormes morenas nadando entre los muebles…

NIÑO: Son de verdad… ¿verdad?

PADRE: ¡Claro! ¡Ya sabes que sí!

NIÑO: ¿Y los muebles?

PADRE: Mmm… pues los muebles no lo sé…, yo diría que unos sí y otros no…

La fijación metafísica del joven (diferencia entre realidad y modelo, entre experiencia y teoría, entre proceso natural y simulación, entre la representación de la cosa y «la cosa en sí») es mucho más trascendente y profunda de lo que parece sospechar su padre. Y puedo declarar que ha tenido, además, la virtud de replantear en el Museu un debate crucial: ¿cuándo un objeto real?, ¿cuándo una simulación? ¿Pueden mezclarse ambas cosas? ¿Se avisa de lo uno o de lo otro?

En otra ocasión sorprendo a una niña de no más de seis años lanzando enormes pedruscos contra un quiosco en forma de casita de madera que se utiliza en verano para vender helados en un espacio al aire libre. Es invierno y el quiosco está cerrado. Me acerco a la niña justo cuando se dispone a lanzar un nuevo proyectil. En cuanto descubre mi sombra suelta la piedra y se mira los pies, un poco avergonzada. Ante mi presencia pertinaz y silenciosa, la niña levanta lentamente la vista, mira la casita, luego me mira a mí y pregunta:

NIÑA: ¿Es tuya?

Este episodio tiene que ver con el mantenimiento de un museo de la ciencia. ¿Cómo conseguir que nuestros jóvenes visitantes traten con cariño los objetos que el museo les ofrece? Pues está claro. Hay que conseguir que los consideren suyos. No es fácil, pero se puede intentar.

Otro episodio interesante. Dos chicas muy jóvenes apuran su refresco en la cafetería:

NIÑA A: ¿Qué será el Toca-Toca?

NIÑA B: No lo sé…, pero corre, corre, porque tiene que ser la…

Conclusión: la importancia de acertar con el título. En la comunicación científica ocurre como en la creación científica, artística o de cualquier otra índole. Tan importante es crear o descubrir como conseguir que los demás se den cuenta de ello. Y, para esto último, nada mejor que un buen título.

Y para terminar, a la salida de la gran sala de exposiciones temporales, me cruzo con una madre acompañada de dos niños, uno de unos diez años y otro de unos cinco que tiene que correr para mantenerse al paso de los demás. El niño de diez años parece muy excitado e impaciente:

NIÑO DE DIEZ AÑOS: Mamá, mamá…, ¿qué hay en la Amazonia?

MADRE: Ahora lo vereeeeeeemos…, tranquilo, a lo mejor te llevas una decepción ¿sabes?…

Y ya de lejos tras de mí, apenas perceptible:

NIÑO DE CINCO AÑOS: Mamá…

MADRE: Sí, vida…

NIÑO DE CINCO AÑOS: … ¿Qué es una decepción?