Mientras busco unos documentos aparecen, traspapeladas, unas notas tomadas durante un viaje a la Amazonia: «La verdad en ciencia, necesariamente, cambia. La verdad en arte, aunque no necesariamente, cambia. La verdad revelada, necesariamente, no cambia». Al poco rato doy por bueno el texto que sigue para una exposición sobre arqueología submarina.
Las minas de mercurio de Almadén se conocen desde la época de los romanos, y desde entonces no han dejado de suministrar este sorprendente mineral, el único líquido, con el agua, a temperatura ambiente. Algunas de sus aplicaciones, como la de separar los metales preciosos en las minas, se conocen desde muy antiguo. Uno de los primeros expertos de esta técnica fue el español Álbaro Alonso Barba, autor de una excelente publicación científica, aparecida en 1640, cuya portada dice textualmente:
Arte de los Metales en que se enseña el verdadero beneficio de los de oro, y plata por açogue, el modo de fundirlos todos, y como se han de refinar, y apartar unos de otros. Compuesto por el licenciado Albaro Alonso Barba, natural de la villa de Lepe, en la Andaluzia, Cura en la Imperial de Potosí. De la Parroquia de S. Bernardo. Con privilegio. En Madrid. En la Imprenta del Reyno. Año MDCXXXX.
Ciertas verdades científicas tienen larga vigencia. Las recomendaciones esenciales de este manual aún sirven hoy en día para la extracción de oro y plata en la cuenca amazónica. Pero no siempre es así. El problema, desconocido entonces, está en su altísima toxicidad. Más de un siglo después del científico de Lepe incluso se atribuían virtudes curativas al mercurio. Léase por ejemplo la crónica siguiente publicada en el libro Aforismos de Cirujía (Madrid, 1774):
«… al caerse del caballo se dio un golpe violento con el pomo de su espada cerca del ombligo; de momento su vivo dolor se calmó con tres o cuatro sangrías; pero más adelante tuvo vómito con dolores cólicos, y pasado un tiempo vomitaba ya materias estercorosas. Sospechándose un vólvulo, se le hizo tomar tres veces una onza de azogue (mercurio) y algunas balas de plomo. Desgraciadamente, a pesar de estos remedios, el enfermo falleció a los veinte días…».