Capítulo 25

La mañana es clara. Giribaldi se impacienta al volante de su auto. Se pregunta por qué Maisabé tarda tanto, si cuando él salió hacia el garaje ya estaba lista. Por fin aparece llevando al chico medio escondido. Giribaldi le abre la puerta trasera. Por el retrovisor nota que tiene la cara desencajada y que ha estado llorando. ¿Quién la entiende? Decide que lo mejor será ir por el bajo. Toma la 9 de Julio, dobla por Diagonal Norte y desemboca frente a la Casa de Gobierno. Un grupo perteneciente a las Madres de Plaza de Mayo, con sus pañuelos blancos en la cabeza, da vueltas alrededor de la Pirámide.

Maisabé repara en esas mujeres silenciosas, mientras el auto las bordea por Hipólito Yrigoyen. El semáforo de Defensa les corta el paso. Quedan en línea recta con ellas. Una de las madres ha detenido su marcha y mira hacia el lado donde se encuentra Maisabé, que se siente descubierta. La mujer comienza a caminar hacia el auto con gesto duro. A Maisabé el miedo le cierra la garganta, le atenaza los músculos y no se da cuenta de que está apretando al niño con excesiva fuerza. El bebé se pone a llorar. Giribaldi pregunta qué le pasa. Suena una bocina detrás, las luces han cambiado, pone primera y arranca. Maisabé se vuelve, la madre está ahora junto al cordón, saludando y abrazando a otra mujer. Maisabé comienza a temblar y a sollozar.

Continúan viaje por Leandro Alem hacia el norte, sin más alternativas que el caótico tránsito de un día cualquiera a las diez de la mañana. Giribaldi hace un alto en The Horse, bajo las vías de ferrocarril, en Juan B. Justo y Libertador. Deja a su mujer y al niño esperando y va al encuentro de Amancio. Está sentado a una mesa revolviendo ansiosamente el café. Ser blando, despreciable, demasiado preocupado por la esposa. Una putita, por más apellidos que gaste. Siempre pidiendo, siempre ahogándose en un vaso de agua, aunque en su caso sea de whisky. Es lo que sucede siempre con los civiles, tienen más vacilaciones que fuerza de voluntad. Se acerca a la mesa de Amancio y le habla desde arriba, haciéndole sentir su mayor estatura, su superioridad. Amancio le dedica lo que cree es su mejor sonrisa.

Levanta la vista y ve que su mujer se ha bajado del auto y acuna nerviosamente al bebé, que manotea y berrea. Amancio cree que él ha provocado el malhumor que se pinta en la cara de Giribaldi.