Capítulo 24

Por la mañana, el Perro había dejado el Falcon en manos de Tito, el jefe de taller de la Federal, para que le arreglara el varillaje. Se toma un 61 destartalado y se entretiene unos minutos con el paisaje cambiante. En cuanto el tránsito se embotella y la marcha se hace más penosa, saca su libretita y relee las anotaciones que hizo la noche que se puso a revisar prontuarios en el Departamento. Allí, con letra imprecisa, está resumida la versión policial de la historia de Eva. Media hora más tarde, el colectivo lo deja a las puertas del Palais de Glace. La cuesta de Ayacucho no es apta para fumadores empedernidos, de modo que se lo toma con calma y la emprende lentamente, inhalando todo el aire que cabe en su disminuida capacidad pulmonar. El Alvear Palace está embanderado y muy agitado con la llegada y salida de automóviles oficiales. El asfalto está regado de pequeñas obleas celeste y blanco con una leyenda: «Los argentinos somos derechos y humanos». Sacude la cabeza y cruza la avenida. Atraviesa Quintana, Guido y Vicente López, hasta la formidable edificación, obra del arquitecto Bustillo. Allí vive Amancio. A la puerta, vestido con un conjunto Ombú gris, se encuentra el portero baldeando la vereda. Lascano se acerca. No necesita decir una palabra para que el hombre con ojitos de ratón reconozca su autoridad. En cuanto lo ve, se apoya en el mango del escurridor y lo saluda con la sonrisa servil de un cazapropinas.

El hombre cabecea hacia la vereda de enfrente. Lascano sigue el ademán. Invadiendo la zona de parada del transporte público, hay una Rural Falcon. El Perro cruza la calle y el portero retoma su tarea. Le da la vuelta al auto inspeccionándolo detenidamente. Se aleja unos pasos, saca su libreta y anota el número de las placas. En ese momento, Amancio sale con un paquete en la mano. Lascano guarda su anotador y lo ve arrojar el envoltorio junto al asiento del conductor, entrar y poner en marcha el coche. Pocos metros más atrás, una mujer de unos ochenta años sube lentamente a un taxi. Lascano trota hasta allí, llega cuando ella está a punto de cerrar la puerta y se lo impide, se mete en el vehículo y saca su chapa de policía.

A la mujer, de pronto, los ojos le brillan.

El chofer es hábil y se pone a la cola de la Rural. En pocos minutos están en Esmeralda y Viamonte. Amancio saca la mano por la ventanilla, indicando que va a entrar en un estacionamiento.

Lascano pone dos billetes en la mano del conductor, baja y se mezcla con la gente que va y viene. Amancio sale, cruza la calle y entra en el Banco Municipal de Préstamos, Lascano, detrás de él. Mientras Pérez Lastra se acerca a un mostrador, el Perro simula interés por los objetos de los anaqueles, desde donde puede vigilarlo cómodamente. Amancio habla con un empleado, abre el 9 mm. El dependiente la inspecciona y saca un paquete mientras habla. Amancio asiente con la cabeza. El oficinista coloca la pistola en una caja de madera y comienza a llenar un formulario con los datos del arma. Sigue conversando con Amancio quien saca su billetera y le muestra su documento de identidad. El empleado anota rápidamente, hace girar el talonario y le da la birome. Amancio firma y se la entrega. El funcionario firma a su vez y estampa un sello en las cuatro copias. Arranca la segunda y se la extiende señalándole las cajas, al otro lado de la sala. Amancio toma la copia y se coloca en la fila que aguarda el turno para cobrar, mide el largo de la cola, saca del bolsillo un ejemplar de la Palermo Rosa y se pone a leer. Lascano, sin perderlo de vista, se acerca al mostrador dando la espalda a las cajas. Disimuladamente chapea al empleado.

Levanta la mano para señalar en la dirección de Amancio. Lascano, rápidamente, lo toma por el brazo y se la hace bajar.

Saca la caja de madera y la pone sobre la mesa. El Perro la toma, se lleva el cañón a la nariz. El olor a pólvora está muy fresco. Le falta el cargador. Saca del bolsillo el pedacito de plástico que encontró en el ascensor y lo compara con el trozo de cacha que le falta. Encaja perfectamente. Copia en su libreta los datos fundamentales del formulario. Se despide del oficinista. Amancio aún está en la cola. Lascano sale a la calle y toma un taxi.

Se ubica cerca del acceso al palco oficial. Quince minutos más tarde hace su entrada Amancio con aires del sha de Persia y se aleja rumbo a la confitería. El Perro sonríe con suficiencia. Espera unos instantes y sigue el mismo camino. Al llegar, lo detecta sentado a una mesa junto a una mujer joven, bellísima y distante, con la actitud de las chicas bien a quienes todo les parece lo más natural del mundo. Demasiado consciente, quizás, de lo que su atractivo provoca. Se sienta junto a la ventana, desde allí puede vigilarlos sin riesgo. Una figura conocida se acerca a ellos. Saluda y conversan brevemente. Los parlantes anuncian la largada de la tercera carrera. Horacio se despide y sale. Amancio estudia el programa de las carreras y Lara se aburre. Por la ventana, Lascano tiene a la vista a Horacio, junto a la verja que separa al público de la pista. Hora de entrar en acción, se dice, y se dirige a la mesa de los Pérez Lastra. Exhibe su chapa y se sienta con ellos.

Lascano se pone de pie, les dedica una breve reverencia y se va.