Capítulo 23

Mientras espera que lo reciba el gerente, Lascano se entretiene con el trajín del banco. Ya ha estado aquí en otra ocasión. Fue hace un año, cuando tuvo que investigar el abuso de confianza que involucraba al gerente y al tesorero de entonces. Los tipos habían cometido la estafa perfecta. Un lunes no aparecieron. Llegado el mediodía, alarmados, de la casa central enviaron un supervisor a abrir el tesoro. Estaba limpio. Inmediatamente denunciaron el asunto. Un perito contador determinó que faltaban cinco millones de dólares. Se puso en marcha la investigación y se supo que los empleados habían salido del país por Puente del Inca-Caracoles el sábado por la tarde en un coche alquilado y allí se les había perdido el rastro. Cuando todavía estaba fresca la tinta del pedido de captura internacional, los dos se entregaron mansamente a los carabineros en Santiago de Chile. En un trámite veloz, los trajeron esposados a Ezeiza y de allí fueron directamente al despacho del juez. Frente a su señoría, ambos manifestaron su arrepentimiento, dijeron que se habían visto tentados pero, pensándolo bien, se habían dado cuenta de lo errado de su proceder y, poniendo hechos a las palabras, revelaron el lugar donde habían ocultado el botín. Los millones fueron recuperados por un oficial de justicia custodiado por media docena de policías encabezados por Lascano. Con todo, ligaron una sentencia corta, en suspenso y en poco más de cuarenta días quedaron en libertad. Perdieron el empleo, por supuesto. A Lascano le llamó la atención que los directivos recibieran la fortuna recuperada sin que les cambiara el malhumor. Poco trabajo le costó averiguar la verdad. En el banco trabajaba Fermín González, un conocido de Lascano que tenía un pasado algo turbio. Cuando lo entrevistó, no necesitó amenazarlo con revelar su prontuario a los empleadores; al verlo llegar, Fermín le propuso encontrarse fuera y le contó cómo había sido la cosa. En el tesoro no había cinco millones, había quince. Pero los otros diez pertenecían a una mesa de dinero paralela. Los directivos no tenían manera de justificar ese capital negro. Tesorero y gerente vieron la oportunidad de quedarse con él sin mayores complicaciones. Fermín concluyó que si él hubiera estado en su lugar habría hecho lo mismo, después de todo, ¿quién es más ladrón, los empleados infieles o el banco? El Perro se limitó a encogerse de hombros y darle un consejo.

Y aquí está Fermín, haciendo buena letra. Cuando ve a Lascano le sonríe y se pone un dedo en la sien. En ese momento, una secretaria lo hace pasar al despacho del señor Giménez, el gerente.

Giménez carraspea y se inclina hacia el intercomunicador.

El gerente adopta un tono de confidencia.

Graciela le trae una carpeta.

Espera a que la secretaria salga, abre el legajo, se calza los anteojos y lee.

Giménez hace girar el extracto y le alcanza un anotador y una lapicera a Lascano.

Lascano garabatea la dirección, arranca la hoja y se la mete en el bolsillo.

El gerente pulsa el botón del intercomunicador repitiendo exactamente el gesto de antes.

Giménez deja su asiento y camina con el Perro hasta el salón.

En pocos minutos, Graciela le abre una cuenta y le habilita una caja de seguridad en la que Lascano guarda los dos fajos de dólares recuperados del quilombo de Tony Ventura. Más adelante verá con qué argumentos convence a Eva de darles un destino honesto. Ahora tiene el nombre y la dirección de este Amancio que le debe un montón de guita al muerto. El tipo vive en Barrio Norte y el olfato le dice que está sobre una pista más que firme. Decide hacerle una visita al tal Pérez Lastra, a ver qué tiene que decir.