Hable… Qué tal, Amancio… ¿Quién es Horacio?… ¿Quién?… ¿Lezama dijiste?… ¿Cuándo?… ¿Y qué le dijo?… No entiendo qué pudo haber pasado… ¿Y él qué sabe?… ¿Qué sabe de mí?… Bueno… No. No hagas nada. Dejame a mí… Sí… Yo te llamo… Te dije que me dejes a mí, ustedes los civiles no sirven ni para espiar… Vos te quedás callado, sin moverte de tu casa hasta que yo te lo diga, ¿entendiste?
Giribaldi lanza con furia el tubo contra la horquilla. Rebota y cae ululando al piso. Repentinamente, pasa de la agitación colérica a una calma contenida. Se agacha lentamente, recoge el aparato y lo coloca suavemente en la horquilla sin soltarlo. Permanece así uno o dos minutos. Por su cabeza comienzan a caer las fichas de las personas a quien debe tocar para resolver el entuerto que armó el imbécil de Amancio. Vida regalada, como lo llamaba él en la adolescencia. En el fondo, Giribaldi, que viene de una familia de clase media baja, desprecia a Amancio. Le parece blando y torpe, sin ningún propósito en la vida. Se considera a sí mismo un producto de su propio esfuerzo, todo se lo ganó con sacrificio, mientras que a Amancio todo le vino de arriba. Fortuna, posición social, la mujer, las mujeres, propiedades, todo gratis. Con un solo llamado a su amigo Jorge, averigua que el policía que anda metiendo la nariz en el asunto Biterman no se llama Lezama sino Lascano. Se entera también de que los cadáveres han ido a parar a la Morgue y que el médico que hizo el informe es Antonio Fuseli. Le parece oportuno, antes que nada, pegarle una visita al tal Fuseli.
Por la entradita de Lavalle, desciende a los sótanos del Palacio de Justicia, sede del Cuerpo Médico Forense. El encargado de la mesa de entradas no pone reparos a que pase sin anunciarse. Entra al despacho sin llamar a la puerta. Encuentra a Fuseli sumergido en una pila de informes. Cuando Giribaldi le da el «buenos días», el médico levanta los ojos por encima de sus gafas, sorprendido de que alguien entre de ese modo.
¿Sí? ¿Doctor Fuseli? El mismo. Soy el mayor Giribaldi. Mucho gusto, ¿en qué puedo serle útil? Tengo entendido que usted está interviniendo en el caso de tres subversivos que fueron muertos en un enfrentamiento en el Riachuelo. ¿Tres subversivos? El caso lo investiga el comisario Lascano. Ah, usted se refiere a Biterman y los dos NN. Correcto. Bien, ¿qué necesita? Ver su informe. Lamentablemente fue girado hace unos momentos al despacho del juez que entiende en la causa. ¿Quién es el juez? El doctor Marraco, tiene su despacho en el último piso. Cuénteme qué encontró. La verdad, mayor, con todo respeto, esa información se la tiene que pedir a él, si se la quiere dar, por mí no hay objeción.
Giribaldi se sienta frente a Fuseli. No dejan de medirse ni un instante. No dicen una palabra ni hacen movimiento alguno. Fuseli rompe el silencio.
¿Puedo servirlo en algo más? Sí, ¿conoce al comisario Lascano? Lo conozco. ¿Qué opinión le merece? Si hubiera más policías como él, todo andaría mucho mejor en la fuerza. Sin embargo, por algunas averiguaciones que he realizado, no parece muy querido por sus superiores. Lo que yo decía, si hubiera más como él… ¿Es su amigo? Conozco su trabajo. ¿Nada más? ¿Qué más quiere saber? Me han dicho que está sospechado de ideas de izquierda. Hoy la mitad del país está sospechado de eso. ¿Usted incluido? No lo sé, yo ya tengo edad para ser equidistante. A mí no me engañan izquierdas ni derechas. ¿No le parece que el momento exige cerrar filas contra la subversión? Mayor, ¿quiere que le sea franco? Por favor. Mire, ustedes están completamente equivocados en la manera en que están enfrentando el problema de la guerrilla. ¿Ah, sí? Sí. Se lo han planteado exclusivamente en el terreno militar y, como disponen del aparato del Estado, lo más probable es que terminen ganando la batalla. ¿Entonces? Pues que la van a ganar con los medios y el método equivocado. Disculpe la franqueza. Está disculpado, pero continúe, me interesa su opinión. No han tomado en cuenta las causas que han dado origen a la guerrilla y se limitan a atacar los síntomas con la metodología más corta de vista que haya visto jamás. ¿Cuáles serían esas causas? La causa es el pueblo, mayor. Los pueblos, cuanto más desposeídos, más de izquierda son. ¿Por qué?, porque la izquierda promete repartir la guita entre más gente. Y, por poco que repartan, siempre estarán mejor que ahora. El que nada tiene, tiene todo para ganar, el que lo tiene todo siempre corre el riesgo de perderlo. Tome el caso de los bárbaros. ¿Qué pasa con los bárbaros? A ellos no les importaban nada las posesiones, hacerse de una casa, un castillo o riquezas. Eso habría significado asentarse y utilizar sus energías en defender sus propiedades. Lo único que ellos querían era asaltar, saquear, violar, incendiar. Pero los pueblos no son bárbaros, se mueven siempre por sus intereses. Si usted no les da nada, entonces son bárbaros, pero en cuanto se hacen de una posición, se convierten en burgueses. O sea: la necesidad los lleva a la izquierda, la satisfacción, a la derecha. La verdad es que no lo entiendo. Esta problemática, mayor, se puede ver desde dos perspectivas distintas. Por un lado está el enemigo armado, a ellos los enfrenta con las leyes y la justicia y, si es necesario, con las armas. Por el otro lado se halla el pueblo. Para que la delincuencia no haga pie en él, hay que darle cosas que valore, que pueda conseguir y que quiera defender. La gente sólo aspira a vivir bien, comer todos los días, educar a sus hijos e irse de vacaciones de vez en cuando. A mí me parece que usted lo mezcla todo. Es que está todo mezclado. ¿No se da cuenta de que no hay tiempo para tantas contemplaciones? Ahora es el momento de la acción. Tiempo…, es precisamente el factor tiempo el que no están teniendo en cuenta. ¿Ahora me viene con el tiempo? Sí, el tiempo pasa, las situaciones cambian y los errores que están cometiendo ahora les van a explotar en la cara en algún momento. Usted tiene ideas muy raras. Es verdad. Y muy peligrosas. Lo admito, no hay nada más riesgoso que estar en lo cierto cuando todo el mundo está equivocado. Pero ya estoy acostumbrado a ello. Vea, doctor, yo no tengo su instrucción, pero de una cosa estoy seguro, lo que proponen los comunistas no es lo que yo quiero para mis hijos. ¿Tiene hijos? No…, sí. ¿Tiene o no tiene? Sí, uno. Es muy afortunado, yo perdí al mío hace muchos años y no he dejado de extrañarlo un solo instante. Al menos pude enterrarlo. Muchas veces me pongo a pensar en todas las madres y padres cuyos hijos están siendo muertos y desaparecidos. ¿Qué será de sus vidas, cómo harán para sobrellevar el dolor? Se lo digo por experiencia, la muerte de un hijo es algo que nunca se olvida. ¿Qué me quiere decir con eso? Nada, no me haga caso, es esta pérdida que nunca abandona a un padre. En fin, mayor, si esto es todo, debo seguir con mi trabajo.
Giribaldi se pone de pie de un salto, como obedeciendo una orden. Las palabras del forense lo han confundido. Odia sentirse confundido. Rápidamente transforma esa sensación en ira, y la ira, cree, vuelve a poner todo en su lugar. Ridículamente golpea los talones y reprime el movimiento de hacerle la venia al médico. El «buenos días» se le atraganta y le sale tímido a su pesar. Gira y se va. A Fuseli lo recorre un escalofrío. El miedo que emana ese hombre se queda flotando como un churrasco quemándose en la parrilla.
Durante toda la mañana trata de localizar a Lascano por teléfono, pero no logra dar con él.