Capítulo 21

Fuseli está en el patio de la Morgue entretenido con el cielo desde hace un rato. Hoy fue uno de esos días de invierno con un solcito de lo más alentador. Luego, como sucede en esta época, repentinas nubes de lluvia se alzaron sobre la urgencia de la ciudad, evidenciada en la impaciencia de los automóviles que se embotellan por Viamonte, tras los portones. Por allí aparece la conocida figura de Lascano con su andar de oso. Se alegra, siempre le da gusto ver a su amigo. De alguna manera considera su obra el hecho de que esté vivo, de que haya podido atravesar la catástrofe que se le vino encima con la muerte de Marisa. Él fue el puerto de aguas profundas desde el que Lascano pudo salir adelante, esto sin entrar a preguntarse ¿hacia dónde? No está hoy de ánimo para asuntos existenciales. La vida es ahora este descanso que se ha tomado en el patio, este amigo que llega, que tiene con él una deuda, dulce, de las que nunca habrán de pagarse sin que nadie se sienta agraviado.

Lascano se fija en las manos de Fuseli enrollando la picadura en un finísimo papel Gentelman. Sus dedos de artesano maniobran con agilidad. Humedece la laminilla engomada con su lengua, termina de cerrarla y hace girar con sus yemas un cilindro perfecto, liso y delicado. Lo pasa repetidamente sobre la llama de su viejo Monopol hasta que la mancha oscura de la saliva desaparece por completo. Se lo pone en la boca y lo enciende, aspira profundamente y contiene un hipo. El patio se llena de un aroma acre que hace picar la nariz. Observando los adoquines brillantes, Lascano tiene la sensación de que están frente al mar, pescando.

De un tirón, Fuseli destapa el cadáver, que ahora tiene una costura que le parte en dos el esternón.

La puerta se abre y un consigna les anuncia la llegada de Horacio. Fuseli vuelve a cubrir el cadáver. Lascano nota que Horacio viene vestido con ropa flamante.

Deliberadamente, se han colocado junto a la camilla dejando a Horacio enfrente, para controlar mejor sus reacciones. Fuseli lo distrae, Lascano está atento.

Con un ademán, Fuseli descubre el cuerpo. Horacio muestra un instante su estupor. Se tapa la boca con la mano, baja la cabeza y solloza sin mucha convicción. Lascano y Fuseli cruzan una mirada escéptica.

El Perro toma a Horacio por el brazo y lo conduce de regreso al patio.

Horacio se retira, Lascano repara en la suela de sus zapatos, están nuevas.