Al despacho de Marraco se llega a través de un intrincado laberinto de estanterías colmadas de expedientes, en el sexto piso del Palacio de Tribunales. Lascano cree que la justicia casi siempre queda enredada en este mar de papeles que van y vienen, plazos, términos, oficios, cédulas, notificaciones, días de nota, casilleros, pase a la fiscalía, pase a los asesores, días que pasan, expedientes que crecen, abogados que suman más y más escritos, documentos, pruebas, traslados, pericias, trámites y más trámites hasta que nadie recuerda cómo comenzó todo o a nadie le quedan ganas de leerse un expediente de tres o cuatro volúmenes. El delincuente que tenga medios suficientes para alquilarse un abogado ducho quedará libre. Si carece de recursos, terminará contando los días que le faltan para salir, mientras aprende de sus errores y hace tiempo en «la escuelita», como llaman sus habitantes al penal de Devoto, porque allí se aprenden muchas cosas.
El juez está indicándole a un meritorio la forma de agregar los escritos a los expedientes y ubicar éstos en los anaqueles que están a sus espaldas. Es un muchachito de unos diecisiete años, un estudiante de Derecho que trabaja gratis para ir abriéndose paso en el escalafón judicial. Vivaz y curioso, ha estudiado rápidamente a Lascano. Hay entre ellos un reconocimiento familiar inmediato. Le cae bien el pibe. Lascano se sienta frente al juez y, mientras conversan, admira los movimientos precisos del joven clasificando y acomodando.
Comisario, tengo que felicitarlo. La operación de Gaspar Campos fue un éxito. Así que algunos se fueron caminando. Dos. ¿De dónde eran? Un coronel y su asistente. Bien, pero usted no vino para que lo felicite. No, vine por este otro asunto que también le cayó a usted. Los tres NN. Dos NN…
Marraco le pide al pinche que le alcance el expediente. Lo abre, pasa dos o tres folios y señala un renglón con el dedo.
Acá dice tres. Pero hay uno que dejó de serlo. Se llamaba Biterman, Elías Biterman, era prestamista. Cuénteme cómo va ese asunto. Recibí una llamada porque un camionero informó sobre dos cadáveres tirados cerca del Riachuelo. ¿En qué quedamos, no eran tres? Ahí vamos. El tipo dijo dos. Ajá, ¿y entonces? El asunto es que cuando llego al lugar, una hora más tarde, me encuentro con tres cadáveres. Puede haber visto sólo dos, o haberse confundido. Es posible, pero me parece poco probable. ¿Por qué? Dos de ellos eran jóvenes y tenían la cabeza destrozada a balazos. ¿Y eso qué significa? Eso significa Fuerzas Armadas. ¿Cómo es eso? Bueno, en sus incursiones, todos los integrantes del grupo de tareas son obligados a dispararles a las víctimas a la cabeza. En fin, para que ninguno quede afuera del hecho… Mire usted… Bueno, lo cierto es que desde un principio me llamó la atención este Biterman. Tenía la cabeza intacta, los otros dos eran mucho más jóvenes y había grandes diferencias en el vestir. Por otra parte, mientras que los chicos estaban mojados por el rocío, Biterman estaba completamente seco. Bueno, unas cuantas diferencias… Pero eso no es todo. Cuando estaba llegando al sitio, vi un auto que se alejaba. Entonces no me llamó particularmente la atención, pero después me puse a pensar si no habrían transportado el cuerpo de Biterman en ese auto para plantarlo allí. Parece razonable. ¿Qué hizo entonces? Lo de siempre, los llevé a la Morgue. Usted es un policía de alma, Lascano. ¿Es un piropo? Un reconocimiento, cualquier otro en su lugar habría enterrado a los tres y olvidado el asunto. Pero usted no, se puso a investigar. ¿Qué averiguó? Bueno, en principio pude establecer la identidad. También interrogué, suavemente, al hermano de la víctima, un tal Horacio, y a una vecina de ellos. ¿Y? De una cosa estoy seguro. Horacio está metido hasta el caracú en la muerte de su hermano. ¿Por qué lo cree? Biterman era rico. Horacio era su empleado. Biterman era muy amarrete. Horacio es una especie de playboy. Se llevaban muy mal y es su único heredero. Tenemos el motivo. ¿Y la oportunidad? Todavía no se estableció la hora de la muerte. Pero me juego la vida a que Horacio tiene una coartada de hierro. Me montó una escenita de hermano acongojado de lo más sospechosa. ¿Usted qué piensa? No creo que él lo haya matado, es muy delicado para eso, tiene que haber por los menos un cómplice. Sigo trabajando, todavía tengo algunas cuestiones que aclarar. ¿Por ejemplo? Está el tema de quién trasladó el cuerpo, y quien lo haya hecho, ¿cómo supo que en ese lugar iban a tirar a los otros dos? Puede ser casualidad. Me extraña, doctor, que justamente usted hable de casualidades. En un momento se me ocurrió que tal vez los militares hubieran estado tirando cadáveres en ese lugar con frecuencia y que el asesino tuviera ese dato. No está mal pensado. Pero después descarté la idea. ¿Por? Porque me habría enterado. Usted piensa entonces que a Biterman lo mataron en otro lado y lo tiraron allí para hacer creer que murió por acción de las Fuerzas Armadas. Lo que creo es que fue alguien que participó en la operación el que trasladó el cuerpo, o alguno del grupo le pasó el dato a Horacio o a su cómplice. Puede ser. Ahora, Lascano, usted, yo, todo el mundo sabe lo que está sucediendo con esto de la subversión. Por todos lados se está matando gente. Los guerrilleros ponen bombas, asesinan. Los militares también hacen lo suyo. En ese tema, lo sabe mejor que yo, nosotros no podemos hacer nada. Pero el caso de Biterman es distinto. Estamos de acuerdo, pero si en el asunto hay involucrado personal militar la cosa se puede poner fea. La muerte de Biterman no tiene nada que ver con la subversión o lo que sea. Es posible. Muchos en su lugar se olvidarían del asunto. Con tantos cadáveres por todos lados, ¿a qué preocuparse por uno más o menos? Es mi trabajo. La verdad es que los tiempos que corren son terribles. Me parece que la confusión es total. Yo también, lo confieso, estoy confundido y muchas veces no sé qué pensar. Pero ¿sabe qué?, haciendo mi trabajo me concentro, tengo objetivos. Si no lo hiciera, creo que me volvería loco. Mi única recomendación, Lascano, es que no intente hacerse el héroe. Este asunto puede ponerse muy desagradable. ¿Quiere que abandone la investigación? Al contrario, quiero que siga investigando. Pero le voy a pedir algo. Usted dirá. Seamos prudentes en este asunto. Le pido discreción. Todo lo que averigüe, háblelo conmigo antes de hacerlo con nadie. Vamos con cautela, ¿de acuerdo? Usted manda. Me asombra la velocidad con que está avanzando en este caso. La verdad es que no sé si los asesinos son muy chambones o si se sienten impunes, porque han dejado los dedos por todos lados. Son unos chambones que se sienten impunes. Bueno, lo dicho. Manténgame al tanto. Creo que en pocos días dejaré el caso resuelto.
Se saludan con un apretón de manos. En realidad, el apretón corre por cuenta del Perro porque la mano de Marraco es como un agua viva con uñas de manicura. Saluda con un chau pibe al meritorio, que responde con una sonrisa que lo hace sentir como un padre. Marraco, pensativo, agarra el expediente.
Che, pibe, andá a comprarme cigarrillos.
Abre un cajón del escritorio, mete el expediente y lo cierra con llave.