Capítulo 18

Al terminar de cruzar la calle, Lascano aprieta la colilla entre el pulgar y el índice y la arroja con fuerza al pequeño torrente que fluye junto al cordón de la vereda. El portero es un provinciano hermético que enseguida se ha dado cuenta de que es policía. Lascano sabe inmediatamente que ese hombre ha estado preso y decide no interrogarlo por el momento. Pasa a su lado, se ignoran sin dejar de vigilarse. El edificio está en silencio. Sube al ascensor. La puerta tijera se traba cuando intenta cerrarla. Hay algo en la guía que no permite que corra suavemente. Con un pequeño tirón, logra descorrerla. Se agacha para recoger el pequeño trozo triangular que obstaculiza el cierre. Es un pedacito de plástico rugoso en el que ha quedado un cuarto de orificio, donde obviamente va un tornillo de fijación. Está seguro de que pertenece a la cacha de una pistola. Se lo mete en el bolsillo. Comprueba con satisfacción que ahora la puerta se desliza con fluidez.

Mientras Horacio cierra la puerta, Lascano saca la foto Polaroid de su bolsillo, se vuelve y la planta frente a él observando su reacción.

Con las manos en los bolsillos, para evitar tocar cualquier cosa, a Lascano le da la impresión de que la oficina está demasiado ordenada. Algo le dice que este lugar no es normalmente así. Sobre el escritorio hay una chequera del Banco de Crédito Comercial. Nota que una esquina está astillada y que el golpe fue reciente, porque de la rotura brotan unos pelitos de viruta fresca. En la pared hay una mancha negra que han tratado de limpiar. Le gustaría comprobar si todavía está húmeda, pero Horacio lo está estudiando con mirada de conejo y se abstiene. Pasa junto a él en silencio. La corredera de la cortina está caída y de ella pende un jirón de tela.

Cuando abandona la oficina de los Biterman, Lascano ya sabe que Elías fue asesinado allí. Horacio no tiene ninguna señal de pelea y además se le ve muy pusilánime, pero no duda de que sea instigador, cerebro o cómplice. Como siempre, la pregunta es: ¿quién se beneficia con esta muerte? Horacio. Pero hay alguien más metido en el asunto, tengo que identificarlo antes de darle el apretón al hermanito. Mientras estas ideas le rondan la cabeza mientras aguarda la llegada del ascensor siente un ruido al costado. Finge una tos y con un golpe de vista pesca a la vecina curioseando a través de la mirilla. Cuando comienza a caminar hacia allí, se cierra de un golpe. Llama con los nudillos suavemente, por debajo de la puerta se cuela la sombra de dos pies. Sonríe. La puerta se abre inmediatamente y aparece una mujer que andará por los setenta años, menuda, enérgica y tensa. Sus manos duras aferran un trapo rejilla inmaculado. Huele a lavandina, viste un batón y calza pantuflas. Parece salida de una publicidad de detergente.

Lascano chapea.

Es un dos ambientes parecido al de Biterman. Todo habla de una habitante obsesionada con la limpieza. A través del vano de la puerta del dormitorio, puede ver la funda de plástico que cubre la tele, rematada por un gallito de vidrio que predice el clima cambiando de color. El piso brilla. Si no fuera porque detrás de toda esa pulcritud puede adivinarse una vida mortalmente aburrida, o precisamente por ello, el lugar es de lo más tranquilizador.