Capítulo 15

Cuando el personal ya se apura para irse, Lascano llega al Departamento de Policía. Quiere revisar prontuarios, expedientes, en el momento en que ya no queda casi nadie en los archivos y puede hacerlo sin testigos y sin dejar constancia de los antecedentes que investiga. Trabajo de oficina, el que menos le gusta.

Cinco horas de lectura le han nublado la vista, y los cigarrillos fumados en cadena le han dejado los pulmones llenos de hollín. Camina desde el Departamento hasta la última cuadra de Diagonal Norte, donde dejó su auto. Cuando está llegando, se mezcla con la gente que sale en grupo de la última función del Cine Arte. Ve de reojo el afiche de Pasqualino Setebelleze y se está abriendo paso entre la multitud cuando un griterío convoca la atención de todos.

Enfrente hay un Ford Falcon estacionado en doble fila, junto a él está parado un sujeto con una escopeta. Otros dos salen de una vivienda con sus pistolas desenfundadas, llevando a la rastra al muchacho, que grita nuevamente y se suelta de un tirón. Uno de ellos intenta golpearlo, pero erra. El joven corre, en mitad de la calle, entre los espectadores y sus perseguidores, tropieza, cae y es reapresado. El chico grita su nombre. Uno de los hombres se abalanza sobre él y lo golpea en la cabeza con su pistola. Lo cargan entre dos, lo llevan hasta el Falcon y lo meten adentro. El de la escopeta le apunta a la audiencia y gruñe algo que no se entiende, pero que todos comprenden y comienzan a dispersarse. Lascano, solo en la vereda, ve el Falcon desaparecer rápidamente cuando tuerce por Libertad.

Donde muere la Diagonal, detrás de los frondosos eucaliptos de la plaza Lavalle, se alza el solemne Palacio de Justicia, ciego, sucio y mudo.