Capítulo 13

No lo oyó salir. Al abrir las celosías, por la ventana se derrama un jueves espléndido que la hace sentir llena de vida. El reloj le revela que durmió doce horas corridas. El cuerpo agradecido. Piensa en Lascano, en su tristeza, en su no saber qué hacer con ella, con esta réplica de su amada que se le apareció y cuida como si de algún modo estuviera protegiendo a su mujer muerta. El tipo tiene edad suficiente para ser su padre, pero no lo es. Siempre se sintió atraída por los hombres grandes. En la secundaria, cuando sus amigas cuchicheaban sobre los chicos de quinto, ella prefería fantasear con los padres de sus compañeras. Unas buenas arruguitas sonriéndole desde los costados de los ojos tenían para ella más poder de seducción que las poses afectadas de los adolescentes, siempre queriendo parecer más hombres, siempre tratando de que se les despegue lo nene. A Eva la seducía mucho más un maduro bien plantado, cuyo niño se expresara libremente pero a voluntad, y no a traición cuando menos se lo espera.

Tocada con un pañuelo floreado que la avejenta diez años y empujando el carrito de las compras, sale. Va al mercado que todos los jueves corta una calle cercana al estruendo de los automóviles. La libre importación derrama sobre los puestos frutas de todos colores: mangos, ciruelas, peras, papayas y melones en lo más crudo del invierno. Los verduleros en sus tinglados gritan sus ofertas, los carniceros piropean a las vecinas, distrayéndolas, mientras las trampean con la balanza. Es éste un mundo aparte, un breve recreo, un oasis de mandarina que dura medio día y llena los changuitos de ensaladas. Mire qué huevos, vocea pícaro el de la granja al paso de Eva. Y ella le mira los huevos y en verdad que son lindos. Marrones, grandes, lisos. Lleve, doña, son de doble yema.

La tarde es en la cocina. Mete en el horno un peceto mechado con panceta, ajo, perejil y zanahoria, y rodeado de papas, como hacía su abuela. Diez minutos de horno a fuego grande, para que se dore, luego baja a media llama y en una horita estará listo el manjar. Algo simple y sabroso con lo que quiere agasajar a su protector. ¿Por qué? Porque la cuida y porque, sabe, él será el salvoconducto que la alejará de esta pesadilla en la que se ha convertido esta patria en la que no quiere pensar, y también porque sí. Ahora quiere adelantarse, verse en la playa con su niña disfrutando del horizonte, y quererla y contarle de tal modo que ella no tenga que pasar por todo lo que su madre tiene que vivir. ¿Y si es varón? Ahí la cosa se le pone más difícil, no logra imaginarse con un niño. ¿Cómo, de qué se le habla a un varoncito? Así que para sus sueños, resuelve que será niña, si no ya veremos. La casa se llena de olor a comida. Tiene la sensación de que es domingo y se descubre ansiosa por la llegada de Lascano, que hoy está más demorado que de costumbre. La aprensión de que pueda haberle pasado algo le aguijonea el pecho, pero en ese momento la puerta se abre.

El Perro, con la precisión de un cirujano, parte en dos la rodaja de peceto que humea en su plato, justo por donde el amasijo de vegetales le aroma el corazón. Corta un triángulo que incluye parte de la verdurita, de la pulpa roja del centro y de la fina costra dorada y se lo lleva a la boca. No se ha equivocado la chiquita en la elección del corte. ¡Ah, carne argentina! Consistencia perfecta, no tiene la blandura dócil del lomo, al peceto hay que darle batalla, triturarlo con las muelas para que derrame sus jugos sobre la lengua con la gustosa complicidad del ajo y el perejil. Reconfortante la proteína le cae por la garganta alegrándole el alma. A la hora de comer vuelve a ser el niño que regresa del colegio. Lascano sirve vino. Eva espera su reacción.

Los ojos de Lascano saltan de la carne a las papas, a la copa, a Eva, a su boca, y sonríe francamente.

A ella, la insinuación le sale sin aviso, como una traición.

Silencio. Lascano, arrinconado en un extremo del sofá, simula estar curiosamente interesado en la punta de sus zapatos. En el otro rincón, a horcajadas sobre el brazo, Eva lo contempla. Cada uno de sus músculos está en tensión. Toma aire y se afloja, se deja caer blandamente hasta el asiento y, haciéndolo, lo patea suavemente. No va a dejarlo escapar tan fácilmente. Él levanta la cabeza, sus ojos nublados la llenan con una mezcla de piedad y bronca. Lo que necesita ahora es un hombre. Se acerca, él dice: Déjese de macanas. Ella, bueno, y le pasa los brazos por el cuello y acerca su cara y se aprietan los labios cerrados, y mientras le suben a la cabeza los aromas de ella, perra caliente, puta, madre, hermana, hija, y se le incrustan los pechos en el torso y se le abre la boca para que ella lo penetre con su lengua, se le ablanda el cuerpo de caricias postergado, de noches solitarias, y se siente tocado por manos que no son las suyas, por manos llenas de sorpresas, ¿adónde irá ahora?, con ritmos nuevos, con suspiros y le renace triunfal el sexo y quiere volar y le crecen alas dolorosamente y se aferra a ella que responde recitando…

… y entonces yo le pedí con mis ojos que me lo pidiera nuevamente, sí

y entonces él me preguntó si yo querría, sí

y primero puse mi brazos alrededor de él, sí

y lo bajé hacia mí para que pueda sentir todo el aroma de mis pechos, sí

y su corazón se puso como loco

y sí yo dije sí yo quiero sí…

… y él se siente hombre nuevamente, ahora es el momento, y ya están desnudos y las pieles se tocan se rozan se erizan y las bocas entreabiertas lanzan vapores y las luces se ponen más brillantes al punto que es necesario interrumpir el abrazo bajarlas porque en la penumbra se ven mejor y esa breve separación recuerda tantas otras y urge el reencuentro de los cuerpos salados y pide que la encastre rápido y siente cómo lentamente entra la carne armada en la carne amada suscitando la mueca de dolor dulce y la mirada de vampiro cuando el sexo se pierde y ¿quién es quién ahora?, machito mío hembra habitada muslos como tenazas rígidos los músculos todo es canción de venas y huesos de pelos y sangre que corre y quiero más y más y dame todo puta mía y le besa los labios y mete sus dedos entre las dos bocas para que las manos certifiquen el juego de las lenguas fluidos que van y que vienen y que crecen y se multiplican y de abajo emergen olores a mar a moluscos a tormentas repentinas y a la arena después de la lluvia y quieren perderse en el otro ir más profundo a recobrar el paraíso perdido y dice matame o me estás matando y sentirse morir y abrazame fuerte no me dejes estás aquí sos real no hay más realidad que este placer y este dolor y son la lluvia y la tierra la tierra que finalmente nos devorará a todos pero que ahora le canta a las humedades que son una y son dos espaldas que deben acariciarse porque han quedado a la intemperie cabalgando la recta final donde el desmayo y la confusión de los sentidos son uno solo cuando huelo toco siento me siento y acabo y lentamente se ablanda el abrazo para permitir que las almas regresen a sus respectivos cuerpos dejando en el otro cicatrices de amor huellas de soledad. No digas nunca te quiero.