Son las horas pálidas del alba. La hora de los fusilados. Desde hace varias noches no cumple sus funciones habituales al frente del grupo de tareas que tiene bajo su mando. Por la llegada del niño a la casa, le han concedido licencia. Giribaldi duerme en su cama con los brazos cruzados sobre el pecho y las manos en puño. No oye la sirena que atraviesa la ciudad. A través de las hendijas de la persiana comienza a colarse la claridad del día. En la calle hay ruido de motores, órdenes, pasos apurados, movimientos de tropa. A su lado, Maisabé no duerme. Tiene la vista fija en el techo, le duelen los ojos porque casi no pestañea. No ha dormido en toda la noche.
Ay, Dios, yo que te pedí tanto y tanto un hijo, y ahora me mandaste este que me odia. Es pequeño para odiar, pero lo sé, me odia. Debe de llevarlo en la sangre. Y no, no son cosas mías. Una madre lo sabe. Lo sé y no sé qué hacer. Cuando Giri lo trajo, ¿viste cómo me miró? Sí, me miró con los ojos muy abiertos. Y yo habría querido decirle que no tengo nada que ver, que lo voy a querer como su madre, más que su madre que no supo cuidarse, ni cuidarlo a él que lo llevaba dentro. Padre nuestro que estás en los cielos… Yo quiero quererlo. Pero no me sale. No me sale. Santificado sea tu nombre… Tan pequeñín y tan grande y tan sabiendo, tan dándose cuenta. Y Giri que no entiende, porque él es hombre de acción y no piensa, pero yo sí que pienso. Él dice que pienso demasiado. Venga a nos el Tu reino… ¿Y si cuando sea grande, cuando sea grande, busca venganza? ¿Y si él, que también es varoncito, cuando sea hombre, tampoco entiende como su padre y le sale todo ese odio? ¿Por qué? Hágase Tu voluntad… ¿Cuál es Tu voluntad? ¿Qué pague para siempre? Así en el cielo como en la tierra… ¿Entonces qué? Si hemos hecho mal pagaremos, así en el cielo como en la tierra… Entonces debemos devolverlo. Pero ¿a quién? ¿Cómo, dónde buscar? El pan nuestro de cada día… El pecado no termina hasta que se devuelve lo robado. Lo hemos robado y no tenemos a quién devolvérselo. Dánosle hoy… Sí, hoy, hoy, hoy, mientras duerme en su cuna. Mientras camino hacia su habitación. Pero, Padre nuestro, si su madre está muerta, la única manera de devolvérselo es enviándolo con ella. Pero ella ¿dónde está? Las dudas, siempre las dudas. ¿En el cielo o en el infierno? Porque si su madre fue tan mala como dice Giri para merecerse su destino, entonces debe de estar en el infierno. Pero este niño no ha pecado, no es malo. Ni siquiera está bautizado. Entonces si muriese se iría al limbo, que es donde van a parar los niños muertos sin cristianizar. Ni aun así lo estaría enviando con su madre. Duerme. Tiembla un poco. Pero odia, entonces no es tan bueno, odiar es pecado. Entonces, puede que si apoyo esta almohada sobre él y resisto la piedad, se vaya al infierno de su madre, entonces sí lo habremos devuelto y el pecado habrá terminado. Y no nos dejes caer en la tentación… Claro que sí. Fuimos tentados. Caímos, pero podemos recuperarnos, volver a la gracia. Mas líbranos del mal. Vaya, niño, con su madre que lo estará esperando en una dura celda de Satanás. Perdón, Señor, sé que no debo nombrarlo, pero me tiembla la mano. No matarás. Oh. También eso. Pero, bueno, no estamos obligados a devolverle la vida al que se la hemos quitado. Y sé que voy a arrepentirme de esto. Como siempre me arrepiento de todo. Sí, Señor. Ésta es la solución. La muerte me limpiará del robo y la confesión me lavará la muerte. Dame la fuerza, Señor, dánosle hoy. Es tan sólo un instante, un ahogo y todo habrá concluido.
Maisabé apoya la almohada sobre la cara del niño dormido, y vuelve la cabeza al cielo en el momento de presionar. No quiere sentir las convulsiones que ya adivina, detener el correr de toda esa sangre que está dentro, pero que ella ya ve afuera. En el momento de afirmarse con todo su peso sobre la almohada, el niño se mueve y ella lo golpea con los nudillos. Se despierta sobresaltado con un berrido. Como por encanto, aparece Giri en la habitación, toma a Maisabé por los hombros, no entiende, y se la lleva y ella se vuelve, ya saliendo, y el niño, que ha dejado de llorar, tiene para Maisabé una mirada más. Seria, de esas que sólo los muy pequeños pueden tener. Amén.