Por los huecos de las persianas del cuarto de estar de Dorothy entran rayos de luz brillante y dorada a raudales. Me viene a la mente esa gran letra de Oasis: Nobody ever mentions the weather can make or break your day[26].

Estoy examinando su nutrida colección de cedés. Dada mi morriña, busco algo con un toque escocés, pero no tiene nada de Primal Scream, Orange Juice, Aztec Camera, Nectarine No. 9, Beta Band, Mull Historical Society, Franz Ferdinand, Proclaimers o los Bay City Rollers…, lo único que encuentro es una grabación con portada tartán. El artista es la estrella «escocesa» de country and western «Country» George McDonald y el disco se llama Savin For Another Raing Day. Pongo la canción que da título al álbum. El coro es pegadizo:

Ain’t expectin nuthin no good’s ever gonna come my way,

So I’m just savin for another rainy day.[27]

Le sigue un tema titulado «(You Cernid Get) A Bottle of Whisky (For the Price of That)» y después una versión del «Taxman» de George Harrison tan sincera como acertada. Dorothy aparece enfundada en una bata verde y con el pelo envuelto en una toalla, y me pilla leyendo las notas de la carátula. «Ah, veo que encontraste el álbum de Country George. Lo conseguí en Texas. Es escocés».

«¿Y de qué va?».

«Ah, acababa de salir de la cárcel. Algo que ver con Hacienda, creo», me explica mientras se lima las uñas. «Las muy cabronas no paran de romperse», me informa. «La culpa la tiene el teclado».

Hoy Dorothy trabaja, y yo he quedado con Greg para comer. Me voy arreglando a mi aire y nos vemos en un café de North Beach. Es un sitio muy concurrido, bien iluminado, lleno de madera de pino lavada y cromo: uno de esos garitos abarrotados de yuppies y de estudiantes con portátiles y carpetas, todos ellos trabajando sin parar como hormiguitas. Parece más una puta oficina que una cafetería. Me río yo de todos esos capullos que te dicen en tono de superioridad moral: Yo trabajo en casa. Y una mierda trabajan en casa, están en la puta cara de todo el mundo: en los cafés con el portátil, en la calle y en los trenes gritando por el móvil acerca de pedidos, perfiles de ventas y cuentas consolidadas, forzándonos a todos a enterarnos de todos sus rollos de mierda. Pronto no habrá separación alguna entre trabajo y ocio. En cada cagadero habrá una terminal de ordenador incorporada equipada con webcam, para que uno nunca tenga necesidad de estar off-line o ilocalizable.

Greg luce moreno de rayos UVA; él pide un San Pellegrino y yo también. «Tengo la cabeza hecha un lío», le cuento. «Son demasiadas cosas para asimilarlas todas».

«A mí me lo vas a contar», dice con un toque auténticamente gay, en plan locaza ultraescandalosa. Me sorprende pensar que nunca he conocido realmente a un homosexual (aunque quizá el recto de Kibby disienta al respecto) y que ahora es bastante posible que mi viejo lo sea. Pero ¿será del todo cierto? Seguro que cuando era chaval había mogollón de maricones reprimidos por ahí que se dieron cuenta de que Leith no era el territorio más prometedor para el despliegue de su sexualidad y que se dieron el piro para otras metrópolis cuando el nivel de testosterona alcanzó un punto crítico. Todos esos tíos que hablaban un poco amaneradamente y no se mezclaban demasiado con los demás desaparecían luego misteriosamente… «Es extraño que seas gay…».

«Para mí no. Más extraño me resulta a mí que tú seas hetero».

Tendrá jeta el viejo bujarra este. Pero lo pienso por un segundo. «No, lo que quiero decir es que en los libros incides mucho en tu faceta heterosexual. Das la imagen de haber sido un follador de primera, pero ahora me dices que estuviste con el tal Paul durante diez años».

Greg parece incómodo, y me mira con expresión bastante triste, pasándose la mano por una cabellera cada vez menos poblada, como si quisiera sacarse el pelo de los ojos. Supongo que en otro tiempo tendría el suficiente para esos menesteres y que los viejos hábitos no mueren con facilidad. «En un principio quise complacer a mi familia. Mi padre era —y supongo que seguirá siendo— un maniático irlandés del sur de Boston que detestaba ver cocinar a los hombres. En su opinión, eso bastaba por sí sólo para clasificarle a uno como mariquita. De manera que en aquel entonces cultivé una imagen muy macho y muy hetero, pero era todo mentira. Me di cuenta de que estaba destrozándome la vida tratando de complacer a un intolerante al que ni siquiera quería y con el que no tenía nada en común. No me conocí a mí mismo hasta que llegué a San Francisco».

Empiezo a sentirme un poco inquieto. «¿Y qué me cuentas de Escocia? ¿De verdad eras amigo de De Fretais?».

Tomlin sonríe sin alterarse: «Sólo en la medida en que Alan tiene amigos en lugar de rivales favoritos».

Asiento. De Fretais es la clase de persona a la que resulta muy difícil imaginar cayéndole bien a nadie. Al menos sé que con una tripa como ésa el muy cabrón no puede ser mi viejo. No hay posibilidad de elegir, pero entre una reinona escandalosa y un gordo cabrón me quedo con la primera de todas todas. Al menos sé que el día de mañana no voy a volverme gay. Pero la cuestión sigue siendo: ¿se cepilló a mi madre?

«Sabes, llegué a Edimburgo con intención de quedarme a pasar un fin de semana, pero me gustó y encontré trabajo en el Archangel. Es extraño, porque probablemente sea uno de los lugares más inhóspitos para homosexuales del mundo occidental, o lo era en aquel entonces, pero fue allí donde más o menos salí del armario. Solía beber en el Kenilworth y el Laughing Duck».

«Entonces, ¿estabas trabajando en el Archangel en enero de 1980?».

«Uy, sí, desde luego. Me fui para conseguir un empleo en Francia, y después me trasladé a California…», contesta en tono evasivo, antes de pararse en seco. «Danny…, hay algo que debo decirte». Conozco esa puta mirada; se la he visto a Foy cuando era mi jefe, a los profesores en el colegio, a los polis también, pero sobre todo a los camareros cuando llega la hora del cierre y la última ronda. No augura nada bueno. En absoluto. «Nunca estuve con tu madre. Nunca tuve nada con ninguna mujer mientras estaba en Edimburgo».

Me siento como si me hubiesen sacado de debajo de los pies el suelo de contrachapado, las vigas sobre las que reposa y la tierra que hay debajo. Tengo la sensación de que me caigo, de que me hundo. Aparto la mirada y veo el rostro gomoso de un camarero marica, riéndose y soltando pluma. Me vuelvo de nuevo hacia el rostro charro y estúpido de Tomlin. Noto un pitido en los oídos que significa que ya no soy capaz de captar lo siguiente que dice, sólo veo fruncirse esos gomosos labios de maricona. ¿Cómo iba a ser mi padre este capullo? «¿Nunca estuviste con una mujer mientras vivías en Escocia?», le pregunto, con una voz que me suena mortecina.

«No, pero conocí a unas cuantas, y fui muy amigo de una de ellas. De tu madre, Bev».

Mi vieja. Una fag bag punk. Cojonudo. La vida está llena de sorpresas.

«En aquel momento ella tenía novio. Se veían al acabar sus respectivos turnos. Creo que trabajaba en hostelería…».

«¿Quién era?», pregunto con virulenta urgencia, sintiendo que se me ulceran las tripas.

«Por lo que recuerdo era un tío muy majo, pero no consigo acordarme de su nombre…».

La ira me tensa. Respiro hondo. «¿Qué pinta tenía?».

«Fue hace mucho tiempo, Danny», dice Tomlin, ahora con cara de preocupación, «lo único que recuerdo es que era un joven de lo más majo…, no recuerdo mucho más…».

«¡Inténtalo!».

«No puedo…, de verdad que no puedo, hace más de veinticinco años. Ya te he llevado al huerto más de la cuenta, no voy a inventarme nada más. Danny…, lamento no poder ser la persona que querrías que fuera…», dice con tono casi suplicante, antes de ocultarse la cara entre las manos. «¿Sabes qué es lo más marciano de todo?».

Yo no digo nada. Lo más marciano de todo eres tú, puto monstruo de mierda.

«Que tenía una foto de tu madre y de su novio en casa, pero Paul… se llevó mis fotos a Atlanta por error cuando cortamos y se marchó…». Me mira con los ojos llenos de lágrimas. «Dios mío, qué pobre suena todo esto».

«No hace falta que lo jures», digo, levantándome. Vaya una triste maricona abuelítica hay que ser, pienso, para tomarme el pelo sólo porque quiere petarme el culo. Durante unos instantes odio a Tomlin más de lo que jamás haya aborrecido a nadie. Pero sé adonde conduce el odio, así que me limito a asentir con gesto pensativo y marcharme, dejando al chef y su sonrisa boba en la mesa a la espera de dos comidas.

Salgo y echo a caminar rápidamente por la calle; me parece importante no permitir que salga detrás de mí, porque si lo hace me las pagará in situ. Salgo disparado colina abajo, por Grant, atravesando Chinatown, viendo cómo las furgonetas descargan sus productos en las tiendas, y a todos los chinos ocuparse de sus asuntos. Apuesto a que la mitad de ellos no ha estado en China jamás, pero seguro que todos saben de dónde vienen. El sol pega fuerte y camino durante siglos; en algún punto, cruzo Market Street y cometo el error de salirme de las vías principales; estamos en pleno día pero no se ve un alma; hay viejos almacenes abandonados por todas partes; bueno, casi abandonados, pues de repente sale un chaval de un portal y se me planta delante. «¡Eh, tú! ¡Dame la puta cartera ya!».

Que me jodan, el chaval lleva una especie de pistola en la mano. Qué digo, de especie nada: es una puta pipa. Tiene mi edad, puede que un poco menos, puede que un poco más. Es difícil saberlo. No viste mal pero tiene ampollas y postillas en la boca. Tiene esa mirada de chiflado de ojos saltones propia de los adictos al crack, aunque podría no ser más que la adrenalina. «No llevo cartera, colega», le digo con aire de suficiencia, como si se tratara de una especie de broma privada. Seguro que no es una pipa de verdad, se la ve demasiado pequeña, joder.

Al chaval le desnorta un poco mi acento pero con todo me espeta: «¡Tú dame todo el puto dinero que lleves encima, so imbécil, si no quieres arrepentirte del día que te parió tu madre!».

Pienso en mi madre, en Tomlin y en toda la mierda que he tenido que aguantar. «Tú no conoces a mi madre. Arrepentido ya estoy», digo riéndome. A continuación, desafiante, le suelto: «Dispara. Venga, no te cortes». Aparto los brazos del cuerpo. «Pégame un puto tiro, me da igual. ¡Venga, cabrón! ¿¡A qué esperas!?».

La prueba definitiva.

«Serás hijo de…, serás…», jadea él, mirándome de un modo primario, infrahumano. Su vida está tan en juego como la mía. Si no utiliza el arma sabe que se la quitaré y le enviaré al otro barrio. Sé que lo capta en mi mirada.

Mientras él amartilla la pistola yo me acuerdo de Kibby.

La prueba definitiva.

No, ni hablar…, es demasiada desesperación, demasiada pérdida.

No, no…

«No, por favor…, coge el dinero, por favor, no dispares. No le mates…». Caigo de rodillas. Sollozo sin lágrimas, el aliento se me obstruye en el pecho mientras me arranco los billetes del bolsillo y se los entrego al tío, con la cabeza gacha y mirando fijamente las grietas de la acera.

Aguardo la bala mientras pienso en mi vieja, en Kay, en Dorothy; espero el momento de oírla incrustarse en mi cerebro; sin duda, con tanta esquirla ósea y tanta materia gris desparramada por todas partes, el daño será excesivo para que la demencial alquimia nocturna del hechizo lo recomponga y lo transfiera al pobre Kibby…, me imagino a Joyce, llegando al hospital y viendo los sesos de Brian desparramados sobre la almohada…

Aguardo…, aguardo…, y entonces siento que me arrancan los billetes de las manos.

«Eres un triste comemierda de lo más grillao…», grita el jovencito, mientras se embolsa el dinero y sale de naja calle abajo, volviéndose para mirarme una sola vez; yo sigo de rodillas. No sabe que estoy rezando, rezando por su alma, por la de Kibby y hasta por la mía. Sí, por la mía. Guárdate de aquel que llora, pues llora sólo por sí mismo. No, no sólo por sí mismo…, es la oración del amor.

AMOR

AMOR

AMOR

AMOR

Insanity laughs under pressure we’re breaking why don’t we give love one more chance…

Why don’t we…[28]

No parece que suceda nada, pero de repente sale el sol de detrás del edificio, desplegando una luz cegadora donde antes sólo había frías sombras. Nervioso y eufórico, me pongo en pie tambaleándome, y camino por Market Street, y luego un poco más, hasta llegar al Click Ass Internet Café.

Para: skinnyboy@hotmail.com

De: shannon4@btclick.com

Danny:

Ante todo, siento lo de tu amigo Rab. Nunca llegué a conocerle bien. Sólo le vi aquella vez en el Café Royal, pero me pareció un hombretón agradable y amistoso.

Me he puesto en contacto con la madre de Brian y por lo visto ha salido del quirófano muy bien. Sigue en la unidad de cuidados intensivos, pero parece que la intervención ha sido un éxito y —toquemos madera— que no hay rechazo del nuevo hígado.

Tengo que contarte que me estoy viendo con alguien, y que ya llevo así un tiempo. Te lo oculté porque es alguien que conoces y me preocupaba que pudiera mosquearte. Se trata de Des, Dessie Kinghorn. ¡Aquella noche del karaoke en el Grapes hiciste de Cupido sin querer al portarte tan mal y hacer que los dos nos largáramos! Los dos estábamos angustiados y a nuestra bola, solos y en la calle. Empezamos a hablar, fuimos a tomar una copa y las cosas fueron cuajando lentamente a partir de ahí.

No quiero interponerme en ninguna disputa entre tú y Des, eso es asunto vuestro. Pero la cosa se ha salido de madre y ambos deberíais hacer borrón y cuenta nueva. Por curioso que parezca, Des está de acuerdo. Me enseñó unas fotos de cuando ambos erais pequeños y todavía te tiene mucho afecto.

Por supuesto, a él también le afectó mucho lo que pasó con Rab McKenzie.

Sé por tus correos electrónicos lo preocupado que has estado por Brian. De verdad, debajo de la fachada de tipo duro y bromista empedernido hay una persona maravillosa, Danny. Sé que ello tiene que ver con todo lo relativo a tu padre y espero que consigas resolver satisfactoriamente ese tema. Siempre tendrás en mí a una amiga.

Besos

Shannon

¡Santo Dios!…

No queda otra que teclear. Teclear y quedarse boquiabierto, pasándonos toda la vida ante la pantalla: informes de inspección, tele, videoconferencias, descargarse música, mirar el correo electrónico…

Para: shannon4 @ btclick.com

De: skinnyboy@hotmail.com

Shannon:

Me alegro de saber que Brian se recupera. Nunca llegamos a congeniar y es probable que yo fuera demasiado duro con él por culpa de mis propios malos rollos. Rezo por él, de verdad.

Muchísimas gracias por tus amables comentarios acerca de Rab el Grande. Todos echaremos mucho de menos al grandullón.

Tus comentarios acerca de mí son perspicaces y generosos. Valoro muchísimo tu amistad. He de reconocer que me preocupé un poco cuando intimamos más y temí que aquello pudiera afectarnos como amigos. Creo que fui un tanto displicente en aquella época, en la que sentimentalmente ambos estábamos en carne viva. Sólo quiero que sepas que nunca quise faltarte al respeto. Los dos reaccionamos ante lo mismo de forma opuesta, y la tuya fue la correcta.

Me ha sorprendido, aunque no de forma desagradable, enterarme de lo de Des y tú. Ahora soy yo el que debe dar la cara y reconocer que me comporté de forma egoísta respecto del reparto del dinero de la indemnización. Sigo sosteniendo que Des, por su parte, fue muy poco realista, pero eso no anula mi propio egoísmo: sólo yo puedo asumir la responsabilidad por mi propia conducta. De todos modos, ahora no me apetece volver a entrar en todo eso. Transmítele por favor a Des mis sinceras disculpas por mi comportamiento de aquella noche. Es un tío excelente que en tiempos fue muy buen amigo mío, y espero que pueda volver a serlo en el futuro.

Os deseo a ambos lo mejor.

Besos

Dan

¡Dessie me ha robado a mi titi! ¡Cabrón! Me pregunto a cuánto ascenderá eso en su mente de profesional de los seguros. ¿A uno de los grandes? ¿Dos? ¿Estamos en paz? Probablemente, él diría algo como: «Nah, vosotros no erais más que compañeros de cama, de modo que queda tasado en quinientas libras más daños por contingencias de celibato, pero como tengo entendido que al poco rato te cepillaste a la guarra obesa de detrás de la barra, esa cláusula queda sin efecto».

Bueno, en fin, al menos él cuidará de ella mejor que yo. Fui un poco cabrón con Shannon, aunque ella tampoco fuera precisamente la Señorita Dulzura y Luminosidad. Pero me lo montaré mejor con Dorothy, porque aquí estoy libre de la maldición de Kibby, de su maldición contra mí, que precede a la mía contra él. Aquí no hay ni pizca de ese odio irracional y omnipresente que distorsiona mi vida y jode a todo aquel o aquella con quien entro en contacto. Aquí podré hacer cosas buenas y ambos podremos vivir en paz.

Pero primero tengo que poner orden en algunos asuntos. Tengo que estar informado acerca de Kibby y la mierda esta que nos pasa. Y tengo que encontrar a mi viejo, que desde luego por aquí no anda. Tomlin queda descartado, al igual que el viejo Sandy. Tendré que hacer de tripas corazón y encararme con ese gordo cabrón y viscoso de De Fretais, sacándoselo a hostias si es preciso.

Tengo que regresar a casa antes de poder hacer cualquier otra cosa.