Dot y yo nos lo estamos pasando de puta madre, saliendo por ahí, follando y fumando costo. Pero en estos momentos su trabajo la tiene frustrada y cuando salimos a comer está un poco temperamental. No le gustan ni la mesa ni la decoración del local, y sospecho que la comida tampoco va a dar la talla. «Este sitio es postpuntocom», dice con expresión crispada y malhumorada dentro de este garito yuppie un tanto hortera de Mission.
En efecto, es como si hubieran pasado ya sus días de gloria y hubiesen tirado la toalla. Una mancha de goteras que hay en el techo apenas ha recibido una desganada capa de pintura. Aún no han reemplazado el cristal rajado de la mampara que separa el comedor de la cocina. Le indico a Dorothy dichas imperfecciones. «Vaya asco», dice frunciendo el ceño. «Cuando en un sitio como éste dejan de esforzarse…». Entonces se le ilumina el rostro con una sonrisa casi teatral mientras el camarero se aproxima y poco menos que canta: «… ¡pero la comida es siempre tan, tan buena!».
Dorothy está programada, quizá por experiencias recientes, para expresar su desaprobación, pero está dotada de una especie de mecanismo autorregulador innato. Casi a su pesar, lleva música en el alma y suena con fuerza. «El marisco es una apuesta segura. Prueba la langosta al Martini caliente con salsa de cilantro, naranja y champán».
«¿No hay nada que lleve menos alcohol?», pregunto, pensando en mi amigo del otro lado del charco.
«Santo Dios, sólo es el condimento, y en cualquier caso, el alcohol se evapora al reducir la salsa. No seas tan obsesivo, joder», me reprende, mientras los ojos se le van involuntariamente hacia la botella de tinto aparcada en una mesa adyacente. El camarero hace un montón de aspavientos al servirla y la pareja destinataria le echa mucho teatro a la cosa; son todo grandes sonrisas poscoito y roncos ronroneos de aprecio. Yo me fijo en el rostro de Dorothy, en sus ojos entre verdes y castaños, entusiastas y ansiosos, y pienso que a lo mejor debería subir la apuesta inicial.
Entonces ella me pilla y me echa una mirada ligeramente apremiante, pero el camarero está a nuestro lado y mi momento ya ha pasado. Le entrega la carta de vinos a Dorothy, pero ella vuelve la palma hacia arriba y dice: «No será necesario». Al pobre cabrón se le ponen los ojos saltones, como los de un perro triste cuando le han pegado por algo que no entiende.
Lo irrevocable del gesto hace que me sienta eufórico y totalmente abatido a la vez. Vuelvo a mirar el menú; veo que la ternera tiene buena pinta: un filete glaseado con soja acompañado de una mermelada de berenjenas y pimientos, pero eso significa vino tinto. Malditos seáis, Foy, tú y tu educación. Para mí la carne roja siempre es sinónimo de vino tinto. Si se trata de pollo o pescado, puedo resistir la tentación del blanco y permanecer fiel al agua mineral con gas, pero tratándose de carne roja…
«No te veo demasiado cómodo, Danny», dice Dorothy poco menos que en tono desafiante.
«Eh, estoy bien».
«En realidad no te apetecía salir, ¿verdad?».
«Yo…», empiezo, pero entonces me quedo en blanco. ¿Qué puedo decir? Lo de mi relación con Kibby y el alcohol no puedo contárselo ni a ella ni a nadie. Pensarían que estoy como una cabra, retorcido, delirante. Puede que así sea. No tiene ningún sentido, y menos aún estando aquí.
«Hay que hacer frente a la tentación. En cualquiera caso tenemos que salir. No vamos a pasarnos toda la vida encerrados en mi piso».
Sonrío mientras lo pienso. ¿Habrá de ser ésa la índole de mi enfermedad, tener que permanecer exiliado en el queli de Dorothy para proteger a Kibby y a su hígado nuevo, situados al otro lado del mundo? ¿Y por qué no quedarme aquí, casarme con Dorothy, conseguir el permiso de residencia y de trabajo, asistir a clases de ciudadanía, jurar lealtad a la bandera, marcharnos quizá a una pequeña localidad de Utah, engancharse a alguna orden religiosa y vivir una existencia libre de priva? Esposa, hijos, coche, casa, jardín. Aíslate del mal que está al acecho, del diablo en la botella, del demonio del alcohol.
«Lo sé, lo sé, hay que hacerlo», asiento. «Eres una tía muy guay, Dorothy», le cuento. A continuación, agrego con emoción: «Me das fuerzas, me haces mejor de lo que soy».
Ella se reclina en el asiento, ligeramente desasosegada: «Qué rarito eres», dice. Y en efecto, lo soy. Me fijo en la pareja de al lado; si les levantase la copa de vino de la mesa y me la echase al coleto sería como descerrajarle un tiro por la espalda a un pobre pringao que vive en Edimburgo, Escocia.
«Lo siento, sé que a veces soy un poco torpe para lo social, pero sólo quería que sup…».
«Quise decir rarito agradable», me aclara con una sonrisa.
Después de la comida nos vamos derechitos a casa y a la cama. El sexo es muy bueno, y no cabe duda de que a Brian no le hará ningún mal el subidón de endorfinas. También es lo más parecido a un polvo que el pobre cabrito haya echado ni vaya a echar en mucho tiempo, al menos de ese lado de su cuerpo. Acostado junto a Dorothy, el fantasma de Kay se aleja de mí, suplantado quizá por un extraño remordimiento por no habérmelo montado mejor con Shannon o, ya puestos, con algunas de las otras chicas que pasaron bastante cruelmente por mis manos allá en casa.
Siempre hay algo, joder. Escocia: receta para el desastre. Cójase una tajada de represión calvinista, espolvoréese con algo de culpa católica, añádasele mucho alcohol y prepárese en un horno frío, oscuro y gris durante trescientos y pico años. Adornar con cuadros chillones y ridículos. Servir acompañado de navajas.
A la mañana siguiente, madrugo mucho y compruebo mi correo electrónico para ver si hay noticias acerca de Kibby. No hay nada, pero Gareth se ha puesto en contacto.
Para: skinnyboy@hotmail.com
De: gar.f-o@virgin.net
Re: Adiós, señor McKenzie
Hola Danny
Espero que te lo estés pasando en grande en la soleada California. Lamento mucho ser el portador de malas nuevas pero he de decirte que Robert McKenzie falleció súbitamente en un accidente ocurrido en Tenerife. Estaba allí de vacaciones en compañía de algunos de los muchachos. Estaban presentes Dempsey, Shevy, Gary T, Johnny Hagen, Bloxo y creo que Eric el Rojo y Peter No Tool.
En estos momentos los detalles relativos a las circunstancias del fallecimiento de Rab el Grande son un tanto borrosos.
Lo lamento. Por lo demás, por aquí las cosas han sido más bien sosas. Hace mucho frío. Llevé a los críos a ver el Hibs vs. Alloa Athletic en la Copa CIS. Los Hibs ganaron 4-0. Estuvo tirado.
Con mis mejores deseos,
Gareth
Rab el Grande…, el muy capullo debió volver a privar con los chavales…, o quizá le curraran los de una firm rival estando allí…, nah…, hay que tener una mala suerte del carajo para acabar seriamente lesionado en una reyerta futbolera… Brian Kibby no tuvo suerte…
Puede que le fallara el corazón, pero se suponía que ya estaba en buen estado…
Decido salir a la calle y telefonear a Gary Traynor. Es una llamada con muchas interferencias, pues se la hago al móvil, pero necesito que me dé los detalles.
«Gary, soy Danny. Ya me he enterado de lo de Rab el Grande».
«¡Skinny!», bulle él, emocionado.
«Sí. Cuéntame lo de Rab», le recuerdo.
«Una putada».
«Hostia puta…, ¿cómo fue?».
«Estaba en la sala de fitness del hotel, haciendo pesas en el multigimnasio. Llevaba dándole sin parar desde que dejó la priva. Bloxo y Shevy estaban con él, ya sabes cómo son los porteros con el rollo de las pesas. En fin, que aparece un puto mosquito y le pica, sufre una reacción alérgica y cae en estado de shock».
«No me jodas…».
«Los chavales guipan al mosquito, que está tan ahito de sangre que apenas puede volar. Como buenos porteros, lo conducen hasta la salida…».
«Traynor, ¿de qué me estás hablando?», me río. Este cabrón no se toma nunca nada en serio.
«¡Sólo es una bromita para poner de relieve lo grande que era el cabrón de mosquito ese! En fin, que llevaron a Rab al hospital, pero murió poco después. Reacción alérgica extrema, una posibilidad entre ocho millones. Pobre Rab. Abatido por un insecto insignificante…».
«Podría haber sido peor», digo yo, tomando relevo mientras ambos decimos al unísono, «¡podría haber sido abatido por un Jambo!»[25].
Siento una punzada de remordimiento, pero estoy seguro de que al grandullón le habría gustado.
«¿Piensas volver para el funeral? Es la semana que viene», pregunta Gary.
No, eso sería demasiada embolingada en potencia como para soportarla y, además, he de averiguar algo más acerca de Greg Tomlin, para ver si de verdad es él. «Ya veré», le digo, «pero puede que me resulte difícil coger un vuelo con tan poco tiempo. ¿Enviarás unas flores de mi parte?».
«No pasa nada, es mucho trecho. Al grandullón le habría gustado que disfrutaras de tus vacaciones».
«Ya…, gracias, Gaz», le digo, dejando que la tarjeta telefónica se agote.