Sé que yo puedo con todo esto. Puedo soportar estas circunstancias y trascenderlas. Lo sé no sólo porque consigo conceptualizarlo todo, sino también porque lo siento en mi carne, emocionalmente. Inteligencia emocional y racional: esa mierda se me da bien. No soy un puto yonqui, sólo juego a serlo. Los yonquis de verdad son pringaos como Swanney o Dennis Ross, o si me apuras, el guarrete de Matty Connell. Asquerosos que llevan pegándole al tema desde el principio de los tiempos. Tom tiene razón, es una fase, y yo no soy más que un tío joven haciendo el chorras, joder. Es cierto: se me quedará pequeño.
Estaré perfectamente.
Tengo demasiados sesos y estoy demasiado al cabo de la calle para caer en una trampa como ésa. Ya sé que parece arrogante decirlo, pero es la puta verdad. Sé que a cierta clase de tías les molo y que soy capaz —cuando opto por esforzarme lo suficiente— de conseguir que se interesen otras.
Esta mierda no significa nada para mí. Ya sé que eso es lo que dice todo el mundo; ahí reside todo el atractivo del asunto, claro, pero en mi caso es cierto, porque yo no tengo ni trampa ni cartón. Puedo meterme a tope que te cagas y sin problemas. Y puedo parar en cualquier momento, mediante el ejercicio puro y duro de mi puta voluntad.
Dejarlo así sin más.
Pero no ahora mismo.