FUMANDO CHINOS

Voy de tranqui porque todavía no se me ha pasado el Shakin Stevens[192], después de lo de la rehabilitación y la temporadita en el hospital. La otra noche me puse a sudar de mala manera y apreté el botón de alarma: tenía miedo de haber pillado el bicho ese que está pillando todo el mundo. Llegó un momento en el que ya no podía respirar; fue como si se me hubiera olvidado cómo se hace. Sé que me he hecho la prueba y tal y me dijeron que estaba perfectamente, pero algo no va bien. Antes decían que sólo lo pillaban los maricones, y con eso no quiero decir que se lo merezcan, pero me preocupa que se pueda pillar sólo chutándose con Jeremy Beadles[193] y tal. Así que casi no pegué ojo en toda la noche, intentando recobrar el aliento y oyendo a los gatos esos de la parte de atrás peleándose y apareándose. Fue un alivio total cuando llegó la luz de la mañana, porque eso quería decir que por fin podría dormir.

Últimamente todo el mundo le pega al jaco. Antes sólo eran cuatro mendas hippies, como Dennis Ross y Sambuca Agnes, y luego aparecieron los notas aspirantes a ser guays, como Rents, Sick Boy y moi, que igual nos habíamos dejado liar demasiado por la cultura rockanrolera del «que os den por culo» y eso, ¿sabes? Demasiado esfuerzo invertido en intentar escandalizar a la sociedad establecida y eso, tío. Como si a esos mendas les importara una polla lo que hacen los arrabaleros, siempre y cuando no los moleste a ellos. Pero ahora ha llegado con fuerza a los bastiones de hormigón de la periferia (como los llama Sick Boy) de la hermosa Edina y todos los tíos que le pegaban a la Tennent’s lager y se reían de nosotros hace seis meses andan detrás de él, sobre todo porque no tienen otra cosa que hacer. Johnny Swan está sacando pasta a punta pala, pero anda paraca total, conque, con tanto zumbao pululando por ahí, la poli acabará llamando a su puerta.

Así que me estoy quedando mogollón en casa. Al menos con mi madre las cosas van mejor y tal, y eso es bueno. Está siempre dándome la brasa con que vuelva a casa con ella, pero la verdad es que me gusta bastante estar aquí, en Monty Strasse. Mola tener queo propio una temporada, en plan rollito de hombre de mundo sofisticado, ¿sabes? Rents sigue con lo de la rehabilitación y Sick Boy está en la madre patria. O más bien en la madre patria de su madre. El queo este mola para dos, pero puede que tres sean demasiados, y para uno solo es de lujo total, así que seguramente volveré a trasladarme a casa cuando el par de mendas estos vuelvan a asomarse por la rendija del correo. Ahora mismo estoy de vicio, aquí sentado, viendo la peli esta de Stallone, pero no acaba de engancharme. Demasiada violencia, tío, y para moi eso es un corte de rollo total. Peña como Begbie, que está en el talego, hace cosas chungas en la vida real, y todos los actores esos, como Stallone, sólo son malos de mentira, para que les paguen un pastón por fingir que están tan zumbaos como la basca tipo Franco o Nelly. Y eso quiere decir que un tipo como Franco no tiene ningún incentivo para ser mejor persona, y menos si todos los mendas ricachones de Hollywood quieren jugar a ser como ellos y eso.

Pero es cierto, ¿no?

Así que la quito y pongo El mago de Oz. Ya sé que igual es viejísima y que no soy maricón, pero esta peli podría verla yo sin problemas todo el día, todos los días, ¿sabes? Entonces se me mete en la olla la idea completamente idiota de que ver esta peli podría traer mala suerte, por eso de que todos los maricones están pillando el bicho y ellos siempre andan viendo El mago de Oz. Pero no, tío, eso es una tontería sin pies ni cabeza; no hay que ser un zumbao tan supersticioso. Y es cojonudo verla a mi bola, tranquilamente y sin que me pongan a parir y tal, ¿sabes?

Aquí estoy, con mi taza de té, que en realidad es un tazón de sopa lleno de té (¡tiene asa y tal, no os vayáis a pensar que soy tan inculto!), con la leyenda Souper Hibernian, y medio paquete de galletas digestivas de chocolate McVitie’s. ¡Paraíso total! Aunque me he pasao un poco mojándolas y una se me ha roto del todo y ha ido a parar al fondo del mar. Da igual, recuperaré los restos del naufragio en cuanto drene este océano de té calentito y dulce. Estoy totalmente metido en el rollo, pensando en los Munchkin esos y en que, en los estudios de Hollywood, los trataron como a ciudadanos de segunda clase, un poco como Maggie ha tratado a los parados-de-por-vida de por aquí, como yo y tal, cuando oigo girar la llave en la cerradura y alguien entra por la puerta.

Jo, tío…

Tiene que ser Rents; no puede ser Baxter, el casero, porque Gav Temperley me dijo que al pobre viejo lo encontraron potted heid[194] en su piso de London Road. Eso sí, Sick Boy me recomendó que estuviera ojo avizor, por si aparecía su hijo, que, por lo visto, es una alimaña de garras rapaces, pero no he visto ni rastro de él ni he sabido nada, ¿sabes? Pero qué pena, tío, vaya pecado, que un viejales que es casero y que tiene tantos pisos y tantos clientes se muera solo y tarden la tira en encontrarlo. Al pobre menda habría que llamarlo Eleanor Baxter…,[195] toda la gente solitaria, vaya que sí.

Conque me levanto a investigar y me encuentro a Sick Boy en el pasillo, con el equipaje y con un ejemplar del Evening News bajo el brazo.

—Spud.

—Sic… Simon. ¿Qué tal, tío?

—Danny boy…, has perdido peso —me dice, antes de soltarme—: ¿Todo en orden?

—Sí, claro que sí —salto yo, porque eso es lo que ha empezado a decir la peña cuando en realidad te pregunta por el sida. Como el cowie, el David Bowie[196], ¿sabes?— ¿Qué haces ya de vuelta? Creía que estabas en Italia y tal.

El Sickerino está como un poco avergonzado y va y dice:

—Eh…, política pueblerina. Allí no te puedes portar como aquí, Danny —dice, dándose una palmadita en los huevos—. Tienes que tener cuidado con dónde la metes; el Santo Padre pilota una nave más estricta que esta cochambre de tugurio de infieles que tenemos nosotros. Empezaron a caldearse un poco los ánimos y me pareció prudente hacer mutis por el foro. —Tira el News a la mesa—. Fíjate, esta noche canta Claudia Rosenberg en The Venue. A ver si pillo unas entradas para los dos. —Me aparta para entrar en el cuarto de estar—. ¿Dónde está el teléfono? —Entonces ve lo que hay puesto en el vídeo—. Fuaa, con esa falda a cuadritos, Judy Garland está de lo más follable…, perdona, colega, ¿te he interrumpido mientras te la machacabas tranquilamente a tu bola?

—No…, sólo estaba viendo la peli y tal… —le suelto, mientras él coge el teléfono y empieza a marcar un número.

—Hola…, ¿está Conor?… Dile que ha llamado Simon David Williamson, él sabrá quién es… —Sick Boy tapa el auricular con una mano—. Puto gilipollas. «¿Se puede saber quién llama…?». —Pone los ojos en blanco—. ¡Hola! ¡Con…! ¡Guay…! No me va mal, colega, nada mal. ¿Y a ti…? Excellento! Oye, compadre, el tiempo vuela, así que, aunque sea imperdonable por mi parte, iré al grano. ¿Hay alguna posibilidad de conseguir entradas por el morro para ver a cierta cantante holandesa esta noche…? ¡De putísima madre! ¡Eres un puto genio, jefe!

Y ya está, ya las ha gorroneado. La verdad es que yo no estoy tan contento, porque últimamente no me molan nada las aglomeraciones, llevo un punto claustrofóbico total, ¿sabes? Pero El Sickerino parece encantao y me da totalmente por saco cortarle el rollo a la peña cuando está tan entusiasmada, ¿sabes? ¡Además, es Claudia, la cantante holandesa, una leyenda total!

Sick Boy se acerca a una de sus bolsas de viaje, abre la cremallera y saca una botella de vino tinto.

—¡Friega un par de vasos, Danny, que es la hora del Chianti! ¡Otro tanto a favor de los muchachos de Leith, porque además nos invitan a una fiestecilla privada después del concierto! ¡Venga, compadre, jildy![197]

Así que me voy a la cocina, pero como que sólo queda un vaso y tal. Pues para él. Friego para mí el tazón del Souper Hibernian, que contiene los restos deshechos de galleta. Nos echamos un par de tragos y vemos El mago de Oz un rato. Luego nos vamos a pata al concierto; paramos por el camino en Joe Pearce’s a tomarnos una birra. Estoy guay y hasta me da igual la multitud que nos encontramos en The Venue al entrar. Lo guapo de Sick Boy es esa forma que tiene de hacerse con el control de la situación; el nota tiene sentido de…, no de la autoridad, sino más bien de lo que hay que hacer; se ha malacostumbrado porque era el bambino italiano que se crió con su mamma, rodeado de hermanas; al menos eso dice Rents, y ahí lleva toda la razón, porque es algo que canta a kilómetros. Aunque Sick Boy es un tío legal. Puede ser un poco hechicero malote con las titis, pero, por lo que se ve, a él le funciona. A veces me pregunto si me iría mejor con las chicas si las tratara peor, pero luego nunca me sale hacerlo.

Esto está hasta los topes, y de lo que se trata es de llegar más allá de esas columnas tan incordionas. Sick Boy se abre paso entre la multitud como si estuviera en su casa, y yo sigo su estela total. Le chasquean la lengua un par de veces y le ponen alguna que otra mala cara, pero luce esa gran sonrisa que desarma a todo el mundo y enseguida llegamos a la parte de delante. Poco después, un grupo de cuatro músicos —guitarra, bajo, batería y teclados— sale al escenario y empieza a tocar un tema instrumental. Una chavala enrollada que está a nuestro lado grita:

—¡CLAUDIA! ¡CLAUDIA! ¡TE QUEREMOS! —y dicho y hecho, The Woman sale al escenario vestida de negro gótico entre grandes vítores.

Sé que está feo decirlo, pero me decepciona un tanto, porque siempre pienso en Claudia Rosenberg como la supermodelo esbelta y de pelo rizado que sale en la portada de Street Sirens, aunque supongo que eso fue hace siglos, ¿no? Esta edición que veo ahora podría ser la madre de alguien. Bueno, supongo que lo será, pero a ver si me explico, parece una maruja madura de Leith, de las que se ven en el bingo. Está superhinchada y demacrada y fuma un cigarrillo tras otro en el escenario. La chica de al lado vuelve a gritar:

—¡TE QUEREMOS, CLAUDIA! —y Claudia lo oye y le echa al público una mirada gélida y amargada; después se lanza a todo trapo con They Never Stay. Eso sí, su voz suena más chula y tenebrosa que nunca, y el grupo es más compacto que el chumino de un pato, así que todos nos volvemos radio rental[198].

Aun así, Sick Boy no puede dejar de comportarse como un gato malo, y me suelta:

—Fíjate en el cuello de prepucio que tiene esa vieja nazi. ¡Con lo mona que era en tiempos!

—Es que está cada vez más pureta, tío, y de nazi no tiene nada, es four-by-two[199] —grito yo.

—Es holandesa y los holandeses no son más que alemanes marinos —se burla él—. Que le den por culo a la Europa septentrional, la que mola mazo es la Europa meridional —brama Sick Boy, y luego sonríe a la gatita guapetona que tengo al lado.

—Pero ya no es una chavalina, así que no se puede esperar que tenga la misma pinta que en sus buenos tiempos —insisto yo.

—Ese pescuezo es de jaco —dice señalando al escenario—, no es envejecimiento normal. Nos hemos bajado de la noria en el momento justo, Danny boy.

—Y que lo digas —suelto yo. No quería decir más, porque tampoco es que me haya quitado y tal. Sólo quiero no volver a engancharme a tope y eso. Según dicen, el jaco rejuvenece, pero paso de discutirlo con Sick Boy, porque el concierto este me está molando cantidad. Me encanta el tema My Soul Has Died Again. Va de estar hecho polvo, y eso es algo con lo que más o menos me puedo identificar. Claudia repasa lo mejor de su repertorio y hace un bis chulísimo con A Child to Bury y una versión absolutamente sublime de The Nightwatchman’s Cold Touch.

Luego, Sick Boy me dice:

—Vámonos entre bastidores. ¿Te imaginas la envidia que le va a dar a Renton?

Yo pienso: pues sí, para Rent Boy será una putada perderse esta movida y tal.

Entre bastidores, el rollo es bastante fuerte; los seguratas no dejan pasar a casi nadie, pero Sick Boy consigue que un individuo lo vea y entramos directamente a una habitación llena de priva y papeo. Hay un par de chicas que están de buen ver y Sick Boy se va de cabeza hacia ellas. Ojalá tuviera yo su confianza en presencia de las titis; pero no es el caso, tío, no es el caso. Después de un ratito, aparecen los del grupo, que empiezan a charlar y a sentarse, ¡y de repente me doy cuenta de que tengo a Claudia sentada justo a mi lado! En la mano lleva un vaso de plástico con licor.

Me entran ganas de decir: «¡Qué concierto más guapo!», pero me corto a tope y no hago más que sonreír nerviosamente y eso. Y entonces ella me habla y me pregunta, ¡imaginaos!:

—¿Y a ti cómo te llaman? —con esa voz áspera y cantarina que tiene. La verdad es que el aliento le apesta a fumeque. A ver, eso le pasa a todo el mundo; bueno, a Rents no, porque él no fuma, ni a Tommy, porque él casi tampoco fuma, sino a la gente normal. Pero el aliento de esta mujer está tan cargado de humo como el apodo del señor Smoky Robinson.

—Pues…, Danny…

—Me gustas… —dice ella con una sonrisa. Se ve que tiene los dientes fatal, tío, todos amarillos y algunos rotos. Un poco como los míos, supongo—. ¿Tú cómo te ganas la vida, Dah-nii?

—Es que estoy como… sin curro…, parado y tal.

Entonces me pega un codazo en el costado. ¡Tío, está tan zumbada como Begbie!

—Sé lo que quierre decirr parrado. Erres uno de los «millones de Maggie», ¿no?

—Ahí le has dao, tía. Sin curro y sin perspectivas de tenerlo, por culpa del thatcherismo y tal, ¿sabes?

Ella mira alrededor y luego se agacha y me dice al oído:

—Creo que voy a llevarrte conmigo a mi habitación de hotel; allí podrremos beberr brrandy del bueno. —Levanta el vaso de plástico al trasluz y hace una mueca—. Brrandy de verrdad. ¿Eso te gustarría, Dah-nii?

—Bueno, sí…, ¡guay! —le suelto yo—. Eh, voy a decirle a mi amigo que nos vamos.

Entonces ella pone cara de amargada y mira a Sick Boy, que está en su elemento con las dos tías esas, él y el guitarrista del grupo. La veo bufar, pero ¡qué guay que no esté tan impresionada con él como conmigo! Así que me acerco a él y me lo llevo aparte.

—Eh, parece que tengo plan, tronco. Claudia quiere que vaya con ella al hotel. Aunque la verdad es que no sé muy bien qué hacer.

Sick Boy mira a Claudia, que está hablando con una chica. Luego se vuelve de nuevo hacia mí.

—¡Es una carrozona del carajo, pero tienes que enrollarte con ella! ¡Piensa en la de puntos que vas a ganar! ¡Imagínate la envidia que le va a dar a Renton! ¡Me cago en la puta, Iggy se la tiró! Lennon también. Y Jagger. Y Jim Morrison. ¡Podrías meter la polla en el mismo sitio donde la metió Iggy!

Nunca lo había pensado así, pero supongo que sí que sería un poco apuntarse un buen tanto y tal.

—Y que lo digas, tronco. Visto así, es una oportunidad que no se puede desperdiciar, ¿eh?

—Por supuesto, joder —dice Sick Boy; se le endurece la expresión y baja la voz—: Hablando de pillar puntos, voy a darte un pequeño consejo: ¡no te cortes y clávasela en la puta bombonera!

—¿Eh?

—Que se la metas por el culo. Y lo que te encuentres por el camino, sea blanducho o duro, se lo vuelves a embutir por el puto tubo de la mierda.

Eso no me parece nada respetuoso, así que le digo:

—Eh…, la verdad es que esa forma de hablar no me mola demasiado, ¿sabes?…

Los ojazos de Sick Boy brillan mucho. Se ha metido algo, seguramente coca. Fijo que el guitarrista ese estaba repartiendo.

—Escúchame —dice, tirándome de la manga—. Tendrá el conejo sudoroso y más grande que el cañón del Colorado. Iggy Pop escribió la canción aquella, «Rich Bitch», la de Metallic KO, pensando en ella. ¿Te acuerdas cuando canta lo de que el coño de la chica era tan grande que se podía entrar en camión? Bueno, pues se supone que se refería a ella. Y estamos hablando de Iggy, que la tiene como un burro, y eso fue en los años setenta, antes de que ella tuviera un montón de críos a los que dejó huérfanos, un útero prolapsado y una histerectomía. A no ser que lo que tengas dentro de los pantalones sea la Torre Eiffel, ni siquiera vas a rozar los putos lados. Así que lubrícate el manubrio y se lo metes bien prieto por el alijo de las castañas —me dice, como si fuera una orden, mientras me mete un paquete en el bolsillo de la chaqueta.

—¿Qué?… Llevo gomas encima —le digo. Con el sida y tal, tío, tiene más sentido llevarlas encima. Nunca se sabe con quién vas a toparte, ¿eh?

—Es lubricante. Úntate bien el manubrio, dóblale las piernas hacia atrás en la posición del misionero, apunta abajo, y entrará sin ningún problema. Tú persevera. A ella le encantará. A las europeas les va ese rollo. En Italia lo usamos para evitar bambinos y seguir a bien con el Papa de Roma. ¡Tú eres irlandés, estas cosas ya tendrías que saberlas! ¡Ensarta la estrella de mar con tu viejo shillelagh[200] y no sabrá si habla en chino o tiene glosolalia, cacho cabrón!

—Vale…

Así que vuelvo con Claudia, que se levanta del asiento, echa la cabeza atrás y se va de la habitación. Yo la sigo y, según salgo, echo un vistazo atrás y veo a Sick Boy enseñándome los pulgares y al guitarrista imitando el gesto de rebanar un pescuezo. Aparto la vista. Veo a un tipo canijo con Claudia, y me preocupa un poco que la movida esta pueda ser un trío en ciernes; ya sabéis lo liberales que pueden llegar a ser los holandeses, con eso de ser tan permisivos y tal, pero entonces me doy cuenta de que es el chófer. Salimos fuera, él se sube a la parte de delante del coche y ella y yo montamos atrás. La chavala mona que estaba a mi lado en el concierto está esperando fuera y le grita a Claudia:

—¡TE QUEREMOS!

A mí no me habría importado nada que se hubiera venido con nosotros, pero va Claudia y le dice:

—Que te den por culo, cretina —mientras el coche se aleja. Vamos al Caledonian Hotel. Tío, ahora estoy nervioso que te cagas, así que empiezo a charlar por los codos a tope, le hablo del concierto y le digo que me encantó la versión nueva de The Nightwatchman, y el trabajo de guitarra de Darren Foster. Entonces ella me tapa la boca con la mano y me suelta:

—Calla. No me gusta cuando te da por hablarr tanto.

Así que no digo ni mu, pero enseguida llegamos al Caley; sale el portero a abrir la puerta del coche, nos bajamos y entramos en el hotel. Los dos tenemos pinta de borrachines callejeros, pero la basca de plantilla está ultrañoña porque ella es quien es. Me doy cuenta totalmente de que yo solo nunca habría llegado a pisar un trecho tan largo de este vestíbulo de lujo, lleno de candelabros gansos de cristal y columnas y terciopelo y con una alfombra mullida bajo los pies… Nos metemos bajo una especie de baldaquín y llegamos al ascensor… jo, tío…

Así que nos montamos en el ascensor y subimos a su habitación. ¡Vaya preciosidad! En una como ésta caben dos pisos de Kirkgate. El cuarto de baño es descomunal; Claudia se deja caer en el catre, que tiene dosel, y da unos golpecitos con la mano en el espacio que queda junto a ella. Estoy cagado de miedo, porque siempre me pasa lo mismo con las chicas; esto no se lo contaría a los chicos, pero hasta ahora sólo lo he hecho con tres. La clave consiste en estar tranqui, tío, pero en cuanto me suba la adrenalina, esa tensión y esa agitación, la cosa será completamente imposible, tío, porque noto que los nervios se me van fundiendo por dentro unos con otros. Me corto totalmente con las tías que me gustan, es mi perdición, ¿sabes? Y la verdad, no es que Claudia me guste mucho, porque se está quitando esos vaqueros ajustados y veo que tiene los muslos grandes y fláccidos, y me fijo en los pliegues de la barbilla y vuelvo a pensar en la portada de Street Sirens y me pregunto: ¿de verdad ésta es Claudia Rosenberg?

Ahora ha sacado no sé qué y, tío, se pone a fumar jaco a tope con una pipa de papel de plata. Se llena los pulmones de humo y se pone como toda amodorrada. Me pasa la pipa y ya sé que ahora estoy intentando no ponerme mucho, pero estoy tan nervioso que tomo un poquito y empiezo a toser, y entonces ella se ríe a carcajada limpia, pero a mí no me importa, porque me quedo todo desmayao y pesado, y el jaco le ha quitado todo el hierro al miedo, tío.

Guay.

Ahora no estoy nada nervioso.

Así que empiezo a quitarme la ropa y me acuesto a su lado en esa cama tan gansa. Ella me mira con su carota gorda de maruja.

—Erres un chico majo —me dice, al tiempo que me soba los pezones como si fuera yo el que tiene las tetas y eso.

—Yo… siempre… eeeh… he admirado… tu…

—Calla… —Otra vez me tapa la boca con el dedo; luego me mete la otra mano en los calzoncillos, que me he dejado puestos. Tío, hace tanto tiempo que hasta con esa pizquita de jaco se me ha puesto dura que te cagas—. Tienes un pene muy bonito y muy larrgo. No es muy grrueso, ¡perro es muy, muy larrgo!

No es muy grueso…

Pienso todo el rato en lo que me dijo Sick Boy, así que me pongo el condón y abro el lubricante y me lo froto por encima. Ella se ha quitado las bragas y huele mucho como a hojarasca, pero yo no digo nada. Como que te das cuenta de que lo suyo con el jaco es crónico total y que se ha abandonado un poco en la cosa de la higiene íntima, ¿sabes? Yo era exactamente igual antes de la rehabilitación. Pero eso hace que me pregunte unas cuantas cosas sobre Janis Joplin o Billie Holiday, es decir, cómo serían en el apartado conejil, ¿sabes?

Así que la tal Claudia empieza a tronar:

—¡Métemela! ¡Métemela!

—Vale… —Así que la monto, me pongo en posición y echo esas piernas gordas hacia atrás, apunto abajo contra el ojete, y empujo…

Entonces me mira con ojos desorbitados y tensa el cuerpo.

—¿QUÉ HACES?

—Eh…, intentaba como… metértela por el culo y tal —le digo.

Pues, tío, entonces me empuja a tope para sacarme de encima y me coge del pelo.

—¡ALÉJATE DE MÍ! ¡LARRGO DE AQUÍ!

Yo me aparto, pero el cuero cabelludo me arde a tope y ella está en plan sirocazo total, me persigue en cámara lenta alrededor de la cama, porque los dos vamos colocaos, yo en pelota picada y ella desnuda de cintura para abajo pero con una camiseta negra puesta; intento coger mis pantalones pero fallo y le digo:

—Perdona…, perdona…, ¡tranquilízate!

—¿Te crrees que porrque soy vieja puedes utilizarrme de rretrrete?

—No…, sólo pensé…

Se abalanza sobre mí y me arrea un puñetazo por encima del ojo.

—¡LARRGO DE AQUÍ! —ruge, y le digo que ya me voy, pero que me deje coger la ropa, pero ella venga a pegarme patadas y puñetazos, y yo sin parar por toda la habitación, y no puedo devolverle los golpes porque es una mujer, así que me voy al cuarto de baño ese tan ganso y me encierro hasta que se calme.

—Métete más jaco… —le suelto. Pero ella sigue gritándome que me vaya, así que abro la puerta, pero como me ha agobiado tanto me equivoco de puerta y resulta que da al pasillo del hotel, ¡y entonces ella me saca fuera de un empujón y la cierra!

Jooo, tíoooo…

Miro el pasillo, no hay nadie; llamo a esa puerta tan maciza y suplico, le ruego que al menos me tire la ropa y la oigo gritar:

—¡Voy a tirrar toda tu estúpida rropa porr la ventana!

—¡NO! ¡NO, POR FAVOR! —suelto yo, sin dejar de aporrear la puerta, pero un tipo que está en la habitación de al lado me mira y le digo—: Tienes que ayudarme, necesito que me prestes un…

Lo único que hace el tipo es volver a meterse en la habitación y cerrar de un portazo. Miro por todo el pasillo y sólo se me ocurre coger los cubreplatos metálicos de la bandeja del servicio de habitaciones de algún menda y taparme los huevos y el culo con ellos. Sigo por el pasillo y entonces el ascensor se para, se abren las puertas y sale una pareja que empieza a reírse. Me meto dentro, pero el ascensor para en el piso siguiente; una mujer y su hijo pequeño están a punto de entrar pero luego se paran.

—Ese señor no lleva ropa —dice el crío, y su madre pija lo aparta. Le doy al botón, el ascensor baja y las puertas se abren cuando llega al vestíbulo, donde hay mucho ajetreo.

Estoy completamente perdido, tío. ¿Qué le voy a decir a la poli? ¿Que una vieja cantante holandesa me tiró la ropa por la ventana porque intenté meterle la polla por el culo? ¡Fijo que acabo en el maco de cabeza! Así que voy a por todas, tío; salgo pitando a toda pastilla por la sala de recepción sin mirar a nadie, con los cubreplatos bien pegados, y oigo todas las voces escandalizadas según llego a la puerta.

El tío del sombrero de copa que hace de portero dice:

—¡Esos cubreplatos son propiedad del hotel!

Pero ya estoy fuera. Veo mi chaqueta tirada bajo la lluvia, en la acera, al lado de la parada de taxis, y ahí está mi Fred Perry, en la alcantarilla…, pero ¿dónde están los vaqueros?… Jo, tío; levanto la vista y veo los pantacas colgando del mástil de la bandera, pero a punto de caerse en cualquier momento…, oigo las carcajadas de las chicas que están en el tugurio de enfrente…, es el Rutland, tío…, el peor sitio en el que podría estar…, pero aquí llegan los pantacas…, sólo hay una zapatilla, así que paso de cogerla, tiro los cubreplatos y hago un bulto con la ropa. El portero, que decía a grito pelao que iba a llamar a la policía, sale detrás de mí y recoge los cubreplatos, mientras yo salgo corriendo con el culo al aire por la calle lateral, abrazando la ropa. Un taxista que estaba mirando y tronchándose me dice no sé qué, me anima a voces desde el taxi, pero yo sigo brincando por Rutland Street y bajo unas escaleras que llevan a un sótano viejo y apestoso. Pero a mí me da igual; me embuto los pantalones y se me hielan los pies, el suelo está asqueroso y mojado porque han caído chuzos de punta, y me pongo la camisa y la chaqueta. Cuando vuelvo a la calle, no tengo ánimos para ir a la parada de autobús pasando por el Caley y el Slutland[201], así que tiro calle abajo, hacia Rutland Square. Con los pies congelados, paso por delante de todos los edificios de abogados pretenciosos y despachos pijos que hay en esa plaza georgiana con columnas gansas, y me alegro de que sea tarde y no haya nadie por aquí. Llevo las zarpas negras de suciedad y me duelen de frío; fijo que pesco una pulmonía y vuelvo al hospital ese, como si lo viera. No hago más que mirar las grietas de la acera y voy farfullando una vieja rima de la infancia:

Stand oan a line n brek yir spine

Stand oan a crack n brek yir back[202].

Nunca he entendido cuál era la diferencia porque, pises donde pises, la jodes igual; igual es que iba de eso, de la vida en Escocia y punto, ¿sabes? Doblo la esquina, salgo a Shandwick Place, cruzo la calle a la altura del Quaich Bar y me pongo a esperar en la parada que hay junto a la iglesia tan gansa esa, St. Dodes, y la gente me mira los pies descalzos como si fuera un desgraciao que depende de los servicios de asistencia social. Aparece un 12 y gracias a Dios llevo en el bolsillo suficiente calderilla, que no se cayó cuando Claudia me tiró los pantacas por la ventana. Para el autobús, subo y meto la viruta en la ranura. El conductor me mira los pies.

—Se ha dao mal la noche, ¿eh?

—Sí.

Y, sentado en el autobús, empiezo a pensar que igual es una especie de rollo kármico. Igual Dios nunca tuvo intención de que el culo de las tías fuera para esas cosas. In Through the Out Door[203], como igual hubieran dicho los Zeppelin. Así que vuelvo a Monty Strasse, subo las escaleras y entro en casa. Allí están Sick Boy, las tías guapas esas con las que estuvimos entre bastidores después del concierto y el guitarrista, fumando chinos. Rents también está; parece ir colgadísimo y me saluda perezosamente con la mano. Está con Hazel, que pasa del tema y que no parece muy contenta.

Sick Boy echa más jaco en el papel de plata.

—Has vuelto pronto, supersemental. ¡Aun así, entiendo que no quisieras quedarte a pasar la noche! Hala, cuéntanos los detalles escabrosos, so cabrón —me salta.

—Me dicen que te has apuntado un tanto… —dice Mark, arrastrando las palabras y riéndose en voz baja.

—Eh, tío… ¿Qué tal la rehabilitación?

—Se ve de todo —dice él, encogiéndose de hombros y mirando a Hazel como disculpándose, pero ella se aparta y mira a otro lado.

—No eres de los que luego va presumiendo por ahí, ¿eh? Me parece admirable. Eso demuestra que tienes clase —dice Sick Boy, al tiempo que me pasa la pipa de papel de plata—. Toma un poco de esto, amiguete. ¿Dónde has dejado las putas zapatillas, cacho zumbao?

—Es una historia muy larga, tío —le suelto, y cojo la pipa, porque la verdad es que no estoy de humor para hacerle ascos a nada, ¿sabes?