El poli me mira con absoluto desprecio. No me extraña: lo único que ve delante de él es a un capullo asqueroso, retorciéndose y temblando en la dura silla de la sala de interrogatorios.
Estoy apuntado al programa —le digo—. Puede comprobarlo, si quiere. Estoy chungo porque no me han dado suficiente metadona. Dijeron que tenían que ajustarme la dosis. Compruébelo con la chica de la clínica si no me cree.
—Ay, qué penita —me dice con una expresión ruin—. ¿Por qué será que no se me caen las lágrimas por ti, querido amiguito mío?
El capullo tiene unos ojos fríos y negros en una cara muy blanca. Si no fuera por ese pelo oscuro cortado a lo tazón y si tuviese una napia más grande, se parecería a uno de los periquitos de Moira y Jimmy. El otro policía, un muchacho rubio con un aire libertino y ligeramente afeminado, hace de bueno.
—Tú dinos quién te pasa el material, Mark. Venga, macho, danos algunos nombres. Eres un buen chaval, tienes demasiada cabeza para andar metido en estas tonterías. —Cabecea con aire triste y luego me mira, con los labios fruncidos y aire reflexivo—. De la Universidad de Aberdeen, nada menos.
—Pero si lo comprueba verá que estoy apuntado al programa…, en la clínica y tal.
—¡Seguro que las estudiantes esas follan que te cagas! En las residencias universitarias esas. Ahí debéis estar encamados a todas horas, ¿no, macho? —suelta el Capullo del Corte Tazón.
—Sólo un nombre, Mark. Venga, amigo —me ruega Captain Sensible[173].
—Ya te lo he contado —digo tan sinceramente como puedo—, voy a ver un tío donde la casa de apuestas, y lo único que sé de él es que se llama Olly. Ni siquiera sé si es su verdadero nombre. De verdad. El personal de la clínica les confirmará…
—Supongo que la cárcel es como una residencia de estudiantes, menos por una cosa —dice Cabeza Tazón—, ahí no hay muchas posibilidades de echar un polvo. En todo caso —añade riéndose—, ¡no sería el tipo de polvo que te iba a gustar!
—Sólo tienen que darle un telefonazo a la clínica —suplico.
—Como te vuelva a oír decir la palabra «clínica», chaval…
Siguen con esta mierda durante un rato más, hasta que, por suerte, el abogado de oficio que me han asignado entra y pone fin al tormento. Los polis se marchan y el abogado me da la noticia que quiero oír. Las opciones son crudas: en definitiva, o cárcel (al menos la preventiva hasta que vaya a juicio) o rehabilitación, en un centro nuevo, al que tendría que firmar para apuntarme durante cuarenta y cinco días si no quiero que me imputen el delito inicial.
—No es la opción blanda —me explica—. Supone prescindir completamente de todo tipo de drogas. Te quitarán hasta la metadona.
—Joder… —digo con voz entrecortada—. Pero tampoco es seguro que me caiga una pena de cárcel, ¿no? ¿Sólo por robar una hucha apestosa?
—Hoy en día no hay nada seguro. Pero no pinta bien, ¿verdad? Ese dinero formaba parte de una colecta realizada por la anciana dueña de un comercio para una protectora de animales.
—Dicho así… —reconozco encogiéndome de hombros.
El tío se quita las gafas. Se frota las marcas que le han dejado en los lados de la napia.
—Por un lado, el gobierno está incitando a las autoridades a reprimir con dureza el consumo de drogas, y por otro, son conscientes del problema cada vez mayor que plantea la adicción a la heroína. Así que hay muchas posibilidades de que te impongan una pena de cárcel si no colaboras con el programa de rehabilitación. Tus padres están fuera, y les han informado de la situación. ¿Qué quieres hacer?
Decisiones, decisiones.
—Me apunto al programa.