A juzgar por la forma en que se ha estado metiendo bacalao en el cuerpo, el capullo ese debe de estar a un pelo de escroto de diñarla. Salgo dando bandazos de donde me quedé sobado, encima de las frías y asquerosas baldosas de linóleo de la cocina, y apoyo la cabeza en su pecho: un latido débil y poco perceptible.
—Matty, despierta.
Enseguida me arrepiento de haberlo hecho, porque el capullo resucita y ahora es todo tormento y desesperación. Primero él y luego Alison, que ni me había fijado que estaba acostada en el sofá. No hacen más que quejarse de lo mal que están, y de lo chunga que es esta movida y las ganas que tienen de dejarla. Luego Maria sale temblequeando de la habitación donde han sobado ella y Sick Boy, lloriqueando acerca de su madre y su padre. Sick Boy aparece detrás de ella, también temblando como un gatito recién nacido, con un ojo parpadeándole espasmódicamente y diciendo:
—¡Callaos de una puta vez! ¡Vaya una panda de plastas! ¿Soy el único cabrón que sabe divertirse aquí o qué?
Me voy al baño y echo una meada; estoy demasiado asustado para mirarme en el espejo. Cuando acabo, la chiquilla esa, Jenny, la colega de Maria, sale del dormitorio. Parece aterrada, con esos ojos grandes y llorosos, y aparenta unos diez años, mientras se me acerca de forma vacilante.
—Dicen que van a pillar un poco más de eso —gimotea mientras se restriega una postilla roja que lleva en la cara interior del codo. ¿Gajes del oficio? ¿Iniciación cultural? Dejémoslo en accidente laboral—. Me pinchó Maria, justo ahí —me dice—. Pero ya no quiero más, quiero irme a casa. —Me mira a mí como si fuese una especie de carcelero y me estuviese suplicando que la pusiera en libertad—. ¿Tú qué crees que debería hacer?
—Vete a casa —le digo, negando insistentemente con la cabeza y volviendo a mirar hacia el salón—, no vuelvas a entrar ahí ni a decirles adiós siquiera, si no quieres que te líen —y abro la puerta y la acompaño a la escalera—. Ya les digo yo que te encontrabas mal y tuviste que irte a casa. Tú vete —le insisto, y entonces oigo voces histéricas gritando desde el salón y quiero que la chica se pire ahora mismo—. ¡Vete a casa! Rápido…
Y se pira saludándome con la cabeza, llena de temerosa gratitud. Cierro la puerta y recorro el pasillo frío y mohoso hasta llegar al salón.
Sick Boy, que está tirado en un puf que está apoyado contra la pared, se hace oír entre el barullo.
—Me voy de caza. —Nos escudriña a todos con esos enormes ojos que tiene—. ¿A quién le hace?
Se quedan todos ahí sentados, temblando y gimiendo. Esto parece una especie de funeral palestino de masas, rebosante de angustia, para conmemorar a los últimos mártires lanzadores de piedras. Maria dice no sé qué de que quisiera estar muerta, y Ali se levanta del sofá para consolarla.
—No digas eso, Maria, no eres más que una chiquilla…
—Pero es como si ya estuviera muerta…, esto es un infierno —balbucea, arrugando la cara y completamente hundida en la miseria.
—Más putos melodramas —dice Sick Boy mirándome a mí y poniéndose en pie con ayuda del radiador—. ¿Quién viene?
—Yo me apunto… —le digo, y salimos al pasillo.
Sick Boy me mira con esos ojazos tristes y me posa la mano suavemente en el hombro.
—Gracias, Mark —me dice en voz baja—. Alejémonos de estas tías asquerosas, joder. Ya pasaron los tiempos en que podías mantenerlas calladas llenándolas de lefa, ahora lo único que quieren es jaco, jaco y más jaco.
—Ya —le digo yo—. Pero la vida sigue, ¿no?
Asiente secamente y vamos desfilando hacia la puerta principal.
—No tendríamos que haber vuelto aquí —se queja—. Podría haber pillado donde Andreas…, teníamos montado el chanchullo de cobrar el paro con Tony…, allí estábamos de vicio, tío, de puto vicio…
Maria grita:
—¿Dónde está Jenny? ¡Como se haya pirado sin decir nada la reviento!
Oigo a Ali decirle algo para calmarla, mientras Sick Boy y yo nos escabullimos rápidamente por la puerta principal, como unos ladrones huyendo de la escena del crimen. Oímos la voz de Matty, aterrado, chillando a nuestra espalda:
—¡Dadnos un toque si pilláis!
No paramos, ni miramos atrás. Cuando abandonamos la escalera y salimos a la calle, alguien grita por la ventana, pero no pensamos volvernos para ver quién es.