BOTULISMO POR HERIDA

Tam entra como caminando sin prisa por la planta, me ve y viene derechito hacia mí. Tiene careto de preocupación y me dan ganas de gritarle: ¡respiro, tío, puedo respirar! ¿Mola o no? Me apetece contarle que me han dicho que me voy a poner bien, pero no puedo decir nada y tal, con el tubo este metido en la garganta no puedo responder a sus preguntas. Sólo puedo respirar. Y Tam lo pilla, y me da un apretón en la mano. Así que empieza a largar: me cuenta que ha estado fuera una semana, en el norte, pateando por la montaña con Lizzie y tal, y que volvió pitando en cuanto pudo. Pienso que fijo que si yo hubiera estado con ella yo también habría venido pitando, aunque sé que él no ha querido decir eso y es un detalle por su parte haber venido. Ahora me mira todo triste y va y dice:

—Ay, Danny, tontolculo. ¿Qué vamos a hacer contigo?

Yo le señalo el tubo, pero entonces entra la enfermera de turno, Angie. Tommy le pregunta por el Hampden Roar[162].

Oigo a Angie dándole los detalles, como ha tenido que hacer con todos los que han venido a visitarme.

—Llegó a urgencias tambaleándose, veía doble, no vocalizaba bien, tenía los párpados caídos y debilidad en el músculo ocular.

Tommy asiente, y luego me mira como diciendo:

—¿Y? ¿Eso qué tiene de nuevo exactamente?

—El diagnóstico ha resultado ser botulismo por herida —le dice Angie.

—¿Y eso qué es?

Angie pone cara de circunstancias. Es una tía de puta madre, Angie, ¡aunque sea una Jambo de Slighthill! O a lo mejor una Jambette, si es así como se llama a las titis Jambos. Pero no, igual sería sexista.

—Algo muy desagradable —le dice a Tommy—. Pero por suerte los médicos lo diagnosticaron enseguida, así que pudimos aplicarle el tratamiento adecuado, que consistió, entre otras cosas, en ponerle a Danny este respirador artificial y administrarle la antitoxina botulínica. Esperamos que se recupere por completo.

—¿Ha sido por el ja… por la heroína? Tommy hace la misma pregunta que hizo mi madre la semana pasada, cuando me desperté. Hablan todos de mí como si no estuviera y eso me saca de quicio; que tenga este tubo metido por la garganta no quiere decir que no pueda oírles y tal, ¿sabes?

Angie no le contesta directamente, sino que se limita a poner cara de mosqueo pero amable a la vez, como solían hacer los mejores maestros en el colegio y dice:

—Has sido un chico de lo más tontorrón, ¿a que sí, Danny?

A eso no es que pueda objetar gran cosa, aunque no tuviera un tubo metido en la garganta y tal.

—Tú haz todo lo que te digan, y ponte las pilas cuando salgas —dice Tommy clavándome sus penetrantes ojos castaños mientras me da otro apretón en la mano.

Intento decirle «guay», pero noto que los músculos de la garganta se contraen alrededor de esta especie de cañería rígida y me entra una pequeña convulsión, así que le estrujo la mano y asiento con la cabeza. Entonces Tommy se pone a contarme lo que ha estado haciendo en las Highlands y tal. No quiero cortarle el rollo a un tío enamorado de una titi de buen ver, pero es todo que si «Lizzie y yo esto» y «Lizzie y yo lo otro». Supongo que así es su vida, pero la verdad es que los rollos sentimentales de otra peña son un muermo total, sobre todo cuando tú estás pillando cero Ian McLagan[163] y tal. Al final me pega un apretón de manos que casi me parte los dedos y me dice:

See ye behind the goals[164].

Después se va, pero entonces aparece el médico paki, el señor Nehru, el que, según dicen todos, me salvó, acompañado por una chica. Lleva una especie de traje y gafas, pero no parece asistenta social. Tiene un pelo negro y lustroso bien chulo que le llega como hasta los hombros.

—Danny… Danny boy[165]… ¡mañana vamos a quitarte el aparato este! ¡Eso es bueno! ¿No? —me suelta el señor Nehru.

Le muestro el pulgar al colega, porque este tipo mola mazo y me ha salvado totalmente la vida, tronco. Me mola la voz cantarina que tiene, y esa forma de mover la cabeza de un lado a otro cuando habla. Sí, tío, cuando alguien se entusiasma tanto, yo me dejo llevar también, ¿sabes? Eso es lo que necesito, colega, tener un motivador a mi lado todos los días. Que me asista y me anime, ¿sabes? Alguien que me diga que soy guay y que me lo monto bien. Alguien como el señor Nehru.

El señor Nehru mira a la chica, que lleva unas gafas rojas guapísimas ligeramente tintadas, y que es muy flaca, en plan zancudo, y va y le dice:

—Danny contrajo botulismo por herida. Es una enfermedad potencialmente mortífera que se produce cuando las esporas de la bacteria Clostridium botulinum contaminan una herida y germinan, generando la neurotoxina botulínica. Eres un tipo muy afortunado, ¿no es así, Danny boy? —me canturrea y yo le respondo guiñándole un ojo. Le dice a la titi flaca con gafas que la incidencia del botulismo por herida está aumentando, y que se debe a la inyección subcutánea de heroína o en los músculos.

—¿Y a qué es debido? —le pregunta la chica con acento pijo.

—Las razones no están claras, pero podría tener algo que ver con la contaminación de determinadas partidas de heroína, así como a cambios en las prácticas de inyección.

—Parece muy preocupante… ¿Podría hablar con él?

—¡Claro! Puede oírla perfectamente. Los dejaré a solas para que se conozcan.

La chica sonríe forzadamente al señor Nehru, pero cuando se sienta a mi lado los ojos se le iluminan y parece emocionadísima. Y yo pienso, «¿aquí qué pasa?», ¡pero sin poder decir nada!

—Danny… Entiendo que lo has pasado muy mal debido a tu enfermedad y tu dependencia de la heroína. Pero he venido aquí a ayudarte, y para ayudarte a dejar todo eso atrás.

Yo sigo sin poder decir nada, pero el sol sale por detrás de la chica y arroja sobre ella un gran resplandor, enmarcándola en una luz suntuosa y cegadora; igual es que todas mis plegarias han sido escuchadas, tío, porque esta chica tiene como una pureza tipo Virgen María, ¿sabes?

—Quiero ayudarte, trabajar contigo en una unidad nueva e innovadora que hemos creado. En este centro puntero habrá otra gente como tú, y trabajaremos con Tom Curzon, que es de lo mejorcito que hay en este campo, y seguramente el mayor experto de todo el Reino Unido en programas de rehabilitación centrados en el cliente. ¿Querrás trabajar con nosotros y dejar que te ayudemos a ponerte bien?

Yo asiento y digo sí, sí, sí mentalmente y levanto los pulgares.

—Ésa es una noticia realmente estupenda —me dice sonriendo—. En cuanto te sientas más fuerte, me encargaré de que te trasladen al centro de rehabilitación —y de verdad que se la ve entusiasmada—. Me llamo Amelia McKerchar, y estoy aquí para ayudarte, Danny —dice estrechando mi mano sudorosa.

Y yo siento que me acaban de salvar a tope, tío, ¡que me ha salvado un ángel misericordioso! ¡Ahora ya sólo puedo ir para arriba!