PRISAS, HISTORIAS, MOVIDAS

Qué mañana más triste, gris y húmeda, tío; me voy a ver a Franco al maco, ¿sabes? Había quedado con June, su madre y su hermano Joe para ir cuando no hubiese nadie más, ¿sabes? Le han caído doce meses a la sombra, pero saldrá en seis. Un par de tíos de Lochend se fueron de pedo después del fútbol y Franco sacó la conclusión de que, ya que Cha Morrison había apuñalado a Larry, él tenía que rajar a dos muchachos de Lochend. Pero el tío al que rajó no era colega de Morrison, y resulta que es el primo de Saybo. Así que eso ha creado cierta fricción: Saybo no va a visitar al Pordiosero en la prisión de Su Majestad de Saughton. Ali fue a verle un rato antes esa noche, y dijo que estaba totalmente en pie de guerra.

Así que las visitas estamos todas mojadas y pasando frío, mientras echamos lo que llevamos encima en las cajitas esas, las llaves, los relojes y tal, bueno, no es que yo tenga reloj, ¿sabes?, pero ya me entiendes. Te dan una fichita y luego pasamos y esperamos donde las mesas y las sillas, con los boquis vigilando. Cuando aparece Begbie, tengo que decir que se le ve en forma total. Más mazas aún de hacer pesas en la cárcel. Lo único que parece rallarlo de verdad es que Cha Morrison está en Perth, y él tenía unas ganas locas de vérselas con el nota ese. Como él mismo dice, ésa es la única razón por la que quería pasar por la cárcel. Me pregunta por Leith y tal, luego se pone a darme la brasa por estar pegándole al jaco.

Justo cuando empiezo a pensar que ha sido un error venir, veo como que empieza a cansarse de todo.

—Oye, gracias por venir… —dice—, es sólo que es una mierda ver a la gente que viene a visitarte. Aquí dentro no pasa nada, joder, y se te acaban quitando las putas ganas de saber qué cojones pasa fuera.

—Ya, tío… —asiento, porque entiendo lo que quiere decir el menda, a mí tampoco me gustó nunca que vinieran a verme cuando estaba en el reformatorio de Doc Guthrie’s, ¿sabes?

—Así que no pierdas el puto tiempo con visitas. No me vas a sacar conversación —dice volviéndose hacia donde están los guardias—, y tampoco es que vayamos a poder salir de priva, coño. Si hay alguna novedad, vais a ver a mi madre y que me la cuente ella, joder.

Debí de parecer un poco incómodo y, bueno, como poco apreciado, tío, porque Begbie mira donde llevaba la escayola del brazo y me suelta:

—¡No me pongas esa cara de pena, cojones! ¡Ni que te estuviera mandando a tomar por culo, joder! ¡No te estoy mandando a tomar por culo! Es un detalle que hayas venido, ¿vale? Sólo digo que no pierdas el puto tiempo viniendo y esperando que te dé conversación, coño.

—Ya…, vale. Eh… A los Hibs les fue bien el sábado.

—Ya sé cómo les fue a los putos Hibs, Spud. Aquí hay periódicos y tele, capullo —dice el menda sacudiendo la cabeza.

Intento reorientar la conversación.

—¿Viste el programa sobre los monos de Gibraltar que echaron el otro día? Estuvo guay, tío. Nunca me había parado a pensar en los monos, bueno, sí que había pensado en ellos, pero no en serio, no sé si me entiendes. Pero el programa ese me dio que pensar, ¿sabes? Había un mono…

Levanta la mano para hacerme callar, como si fuese un emperador romano o algo.

—No lo vi —dice poniendo fin a la conversación. Luego me suelta—: ¿Qué tal va el brazo?

—Guay, tío, como nuevo, como si nunca hubiese pasado nada.

—¡Ya te dije yo que no te iba a pasar nada! ¡Tanto puto follón por un brazo roto! ¡Creí que la estabas palmando de tanto que llorabas, so capullo!

—Ya, eh, lo siento, tío —le digo, y luego le cuento que Rents y Sick Boy le mandan recuerdos de Londres, cosa que es mentira porque no hacen más que partirse el culo cuando alguien lo menciona, pero sólo en plan colegueo y tal. Pero, claro, eso al Pordiosero no le haría mucha gracia. El caso es que, en el fondo, creo que sí se alegra realmente de verme. Es que el tipo es así, ¿sabes?

Pero ver a un hombre enjaulado no es bueno para el alma y tal, así que cruzo encantado las puertas de la cárcel y vuelvo al mundo real. Y no es que aquí fuera se esté mucho mejor. Si en la trena no hay nada que hacer, fuera pasa casi lo mismo, sólo que sin muros. Pero al menos en el trullo comes tres veces al día, ¿sabes? Qué muermo, tío. Es como tener un grifito dentro que te va soltando gotitas de ácido en las tripas y corroyéndote los órganos. Lo peor es estar en la cama por las noches. Intento estirar los brazos y las piernas, pero casi antes de darme cuenta me dan calambres otra vez, se me cierran los puños y digo cosas raras en voz alta que me asustan. Eso no puede ser bueno, tío.

Y fuera con alguna peña todo son prisas, historias y movidas y tal, ¿sabes? A mí eso de andar corriendo nunca me convenció demasiado, y eso que en el colegio corría que me las pelaba. Pero cuando tienes veintiún tacos y llaves de casa tienes que tomarte las cosas con calma y relajarte y tal. Demasiado andar de aquí para allá, eso nos está matando a todos, tío. Tanto andar como pollos descabezados y todo eso. Te estresas si tienes curro y te estresas si no lo tienes. Todo el mundo a la suya, todo dios saltándole al cuello a todo dios y jodiéndonos los unos a los otros. Ya no hay solidaridad ninguna, ¿sabes? Ya no hay curro, se acabó, y ya no hay donde huir.

Llevo todo el día con la boca superseca, pero para mí que es cosa de ese jaco marrón tan raro que pillé en casa de Johnny anoche. Cuando lo sacó creí que el tipo me estaba vacilando, porque aquello tenía más pinta de cacao que de Salisbury Crag, ¿sabes? Estuve a punto de ponerme a cantar: Cup hands, here come’s the Cadbury’s![147] Pero dice que es lo único que pudo encontrar. Me remango y le echo un ojo a una costra que me ha salido en el brazo y que me pica. Me la rasco un poco y rezuma un poco de pus amarillento. Me bajo la manga rapidito; joder, tío, no puedo ni mirarla…

Cuando me bajo del bus en Leith, al último tío al que esperaba encontrarme en chándal corriendo por los ventosos bulevares del viejo puerto es Segundo Premio.

—Ey, Rab, tronco —le digo mientras el menda aparece brincando por Bonnington Road.

—Spud… —me dice, y se para pero sigue corriendo en el sitio mientras me va soltando en qué anda últimamente, entre una bocanada y otra, y yo entiendo que ha dejado la priva y tiene una novia nueva que se llama Carol, que es amiga de Alison, y que se está volviendo a poner en forma y va a hablar con un tío de Falkirk sobre una prueba, pero que igual llama a su antiguo jefe del Dunfermline. Y entonces se pira, dando botes sobre sus Nike, hacia Junction Strasse.

En fin, que sienta de fábula ver a un tío al que le van bien las cosas. Delgado, en forma, sobrio, disfrutando de sexo guapo con una Fräulein y con la posibilidad de ganarse los garbanzos jugando al deporte rey. Si lo piensas, el tío lo tiene todo, colega, pero supongo que todo eso da lo mismo si todo lo que tienes dentro de la olla peluda son malos rollos y desgracias. Eso sí, le tengo una envidia que no veas: más verde que Jimmy O’Rourke, el de los Hibs, en un huerto de repollos, tío.

Pero yo tengo mis propios negocietes a los que atender esta tarde, así que giro en la esquina de Newhaven Road, rumbo a Bowtow. Cuando llego al almacén Matty ya está allí. Tengo que decir ya de entrada que Matty es uno de los pocos tíos con los que no consigo llevarme bien. Siempre mantenemos unas relaciones totalmente de negocios, ¿sabes? Y sé que sólo me ha pedido que le eche una mano porque Rents y Sick Boy están en Londres, porque Tommy no quería saber nada —otro que anda ennoviado— y porque Franco está hospedado por cuenta de Su Majestad.

Antes pensaba que todo el mal rollo se debía a que Matty era de The Fort y yo de Kirkgate, que no es que sea la otra punta del mundo, pero no es eso, porque Keezbo es de The Fort y Matty es todavía peor con él. Pero sigo pensando que los tiros van más o menos por ahí. Allí tienen una mentalidad distinta a la mayoría del personal de Leith, como yo, que soy de Kirkgate, o Sick Boy, que es de los Banana Flats. Estos tíos, en fin, es que tienen una mentalidad muy Fort, no sé si me explico. Así que intento hablarlo con Matty. Le digo:

—Vosotros, la basca de The Fort, tenéis que tener una actitud defensiva porque estáis ahí metidos en esa barriada llamada The Fort, que parece un fuerte, y de hecho estáis ahí encerrados, separados del resto de Leith. Sick Boy y yo, por ejemplo, somos de barriada, tenemos una cartilla de alquiler de esas del ayuntamiento y todo, pero somos como más expansivos, porque no estamos encerrados como vosotros. Tenemos el mar abierto delante de nosotros. Eso tiene que generar otra mentalidad, Matty, ¿me entiendes?

Rents, Sick Boy o Keezbo, digamos, se pondrían a discutir del tema este fijo, pero Matty sólo me suelta:

—Joder, me van a dar las llaves de un piso en Wester Hailes. Ella quiere, pero a mí no me hace tanta gracia, ¿sabes?

Y punto, tío. Ése es el nivel de su conversación. Eso me hace pensar que Matty nunca podría triunfar en el mundo del rock, vamos, ni tocando mejor la guitarra y eso. A ver, imagínate al nota este en el estudio con Frank Zappa y The Mothers of Invention, ellos de juerga sin parar y él cogiendo y soltándoles:

—Me han dado las llaves de un piso en Wester Hailes. —A ver, ¿cómo iba a reaccionar esa basca ante algo así? ¿En plan: «Guay, chavalote, guay, va, venga, vamos a comernos un tripi»? Vamos, que en la cosa social tienes que poner algo de tu parte, ¿no?

Así que estamos descargando varias cajas de productos no perecederos ilegales y llevándolos de la furgona al almacén, y no hace calor ninguno pero yo estoy sudando a tope. Y le estoy contando a Matty lo del jaco raro marrón de Swanney, pero él lo único que dice es:

—Ya, es verdad, no hay manera de pillar del blanco.

Luego empiezo a hablar de ir a visitar a Franco, y resulta que Matty también ha ido a verlo. ¡Y por fin charlamos un poco! Se pone a contarme que Franco le estuvo dando la paliza sobre Swanney y otro elemento, Seeker, y sobre Davie Power, pero me doy cuenta de que en realidad no le oigo bien porque de repente lo veo todo distorsionado y borroso. Me entra un mareo y tengo que sentarme en la acera y pienso, ¿será que la manteca que me metí ayer era chunga o qué…? Me fijo en la costra llena de pus del brazo donde me pinché, pero fue con mi propia chuta y Keezbo también se metió un poco…

—¿Joder, de qué vas? —oigo decir a Matty mientras levanto la vista hacia la débil luz del sol—. Venga, mongolo, ¡que tenemos que organizar todo esto!

No me encuentro bien. Algo va mal. Estoy hecho polvo. Me encuentro chungo y es como si a mi alrededor todo estuviese a oscuras y a kilómetros de distancia…

—Tengo que ir al hospital, Matty, estoy que me muero…

—Joder, ¿pero qué te pasa?

—Me voy, tío —y me levanto tambaleándome, y es como una pesadilla y Matty diciendo que va a tener que descargar todas las cajas él solo, pero yo ya voy haciendo eses como un borrachuzo por Ferry Road. Echo la pota y me desplomo sobre la barandilla, y entonces una maruja y su crío me preguntan si estoy bien, y yo me incorporo y camino un poco más calle abajo… y luego…