WATERS OF LEITH

La luz volvió a encenderse. Siempre volvía a encenderse. Lizzie recordaba a aquel tío, el futbolista, del colegio. Siempre le había parecido un tío majo y era guapo. Pero ella aspiraba a ser artista y había seguido estudiando más allá de los dieciséis años de escolaridad obligatoria, y se movían en círculos diferentes. Desde una edad temprana, había estado cristalizando entre ambos una membrana invisible de ambiciones.

Nada más regresar al College of Art, y con los propósitos para el año nuevo todavía intactos, a Lizzie McIntosh le asestaron un golpe devastador. Mientras iba con su carpeta al despacho de su tutor, oyó a Cliff Hammond conversando con otro profesor. Estaba a punto de llamar a la puerta, que estaba entornada, cuando se quedó de piedra al oír su nombre, y se quedó ahí parada escuchándoles mientras la hacían trizas.

—… es una muchacha despampanante, pero completamente desprovista de talento. Me temo que la han mimado haciéndole creer que tiene facultades y algo que ofrecer cuando en realidad y con toda franqueza, ése no es en absoluto el caso… —había dicho Hammond en un tono desdeñoso y fatigado que le había oído emplear en relación con otras personas sin imaginar jamás que llegaría a oírle utilizarlos refiriéndose a ella.

De repente, el suelo de cristal que Lizzie había creado se resquebrajó bajo sus pies y se sintió caer. Con la cabeza a punto de estallar, pero notando al mismo tiempo una sensación de entumecimiento impregnando sus miembros y su rostro, se estiró el pelo hacia atrás como para formar una coleta. Acto seguido se dio media vuelta y se preguntó si lograría sacar fuerzas suficientes para llegar al final del pasillo. Dejó la carpeta apoyada contra la pared que estaba junto a la puerta del despacho de Hammond, bajó las escaleras y salió del edificio universitario. Hacía frío, pero Lizzie apenas reparó en ello al sentarse en un banco de the Meadows y ver el barro que se había pegado al reluciente cuero de sus botas. Al levantar la cabeza, Lizzie se fijó en el débil resplandor de la luna, que aguardaba impacientemente el momento de desbancar a la tenue luz anaranjada del sol de última hora de la tarde, cuyos rayos brillaban aún en un cielo que se iba oscureciendo. ¿Podía considerarse una artista ahora? ¡Cuánta vanidad y cuánta falsa indulgencia!

Apenas se había fijado en el partido de fútbol que estaba finalizando a escasos metros de donde estaba ella. Pero él sí la había visto, ensimismada, y rogó para que siguiera distraída hasta que el árbitro hiciera sonar el silbato y a él le diera tiempo de arreglarse rápidamente y emerger del vestuario. Tommy Lawrence había percibido que ahí estaba su oportunidad y que los hados estaban de su parte; una ducha somera, unas rápidas negativas antes las invitaciones a ir a echar unos tragos y salió escopeteado y atravesó el parque hasta llegar a aquella triste figura. De pie ante ella, apuesto y con gesto de sinceridad bajo una húmeda mata de cabellos color castaño pastel.

Lizzie no intentó llevarle la contraria cuando Tommy le dijo que la veía alterada. Él se dio cuenta de que en su tono de voz no había ira; le relató la historia con elegancia e imparcialidad, aunque es posible que esto hubiera que atribuirlo a lo conmocionada que estaba. Tommy comprendió de forma instintiva que tenía que ayudar a Lizzie a recobrar su rabia y su arrogancia.

—No es más que su opinión, el punto de vista de una sola persona —le dijo—. Por lo que dices, es un tipo de lo más asqueroso. Seguro que quiere rollo contigo.

Lizzie empezó a caer en la cuenta de que ése bien podría ser el caso. Se trataba de Cliff Hammond. En más de una ocasión la había invitado a tomar una copa o un café. Tenía cierta reputación. Todo encajaba. Había rechazado a aquel presumido petimetre, a aquel depredador arrugado, y ahora él estaba tomando represalias de la forma lamentable y amargada que le era propia.

—Pues entonces no es precisamente imparcial, ¿verdad? Es un baboso —declaró Tommy—. ¡No dejes que un gilipollas como ése te corte el rollo!

—Ni hablar —dijo Lizzie—. Pero ni de coña, vamos —añadió al darse cuenta de repente de que aquel chico acababa de reafirmarla y restablecer su confianza en sí misma.

—Deberíamos ir a buscar tu carpeta.

—Sí, joder, qué razón tienes —dijo Lizzie mientras se levantaba. Todo parecía haber recobrado su importancia. Gracias a Tommy Lawrence de Leith.

La carpeta estaba exactamente en el mismo lugar donde la había dejado. Lizzie la estaba recogiendo en el preciso instante en que Cliff Hammond salía de su despacho.

—Vaya…, Liz…, ahí estás. ¿No estábamos citados hace más de una hora?

—Sí. Vine a la hora acordada. Pero te oí hablando con Bob Smurfit.

—Ah… —Al reparar en que Lizzie iba acompañada, Hammond palideció un poco.

Entonces Tommy se colocó a una distancia incómodamente cercana a él; Hammond, tenso, retrocedió involuntariamente un paso.

—Eso, te oímos decir un puñado de cosas —dijo Tommy entornando los ojos y con mirada acusadora.

—Yo…, creo que ha habido un… —tartamudeó Cliff Hammond, con la palabra «malentendido» atascada sin remedio en la garganta.

—Es de muy mala educación hablar de los demás a sus espaldas. Y más cuando lo que se dice es bazofia. ¿Te importaría repetir lo que dijiste?

Para ser un hombre que hacía hincapié en el poder visceral del arte, que adoraba a las nuevas hornadas de pintores jóvenes contemporáneos de Glasgow, Cliff Hammond se sintió destrozado al tener que afrontar su propia debilidad al enfrentarse a una justificada indignación ajena. Si Lizzie hubiera estado sola, habría intentado explicarse, arreglar aquello de alguna forma, pero en ese momento se sintió pequeño y enclenque en comparación con aquel joven alto y de aspecto fornido, cuyo porte y acento remitían a lugares hostiles que hasta ese momento Hammond sólo había considerado nombres periféricos en el mapa de la ciudad, finales de línea que figuraban en la parte de delante de autobuses color granate, o escenarios de sórdidos reportajes periodísticos; lugares que él jamás se sentiría tentado de visitar. Uno de los lados de la cara comenzó a temblarle espasmódicamente.

Fue ese reflejo incontrolable el que libró a Hammond de la violencia física. El desprecio de Tommy por la cobardía de su verdugo dio paso enseguida a la aversión por sí mismo por haberle intimidado. Ambos hombres se habían quedado como paralizados hasta que Lizzie dijo:

—Vámonos, Tommy —y, tirándole de la manga, se lo llevó a un bar situado cerca de la universidad.

Así fue como Tommy había entrado en su vida hacía dos semanas. Desde entonces habían sido inseparables. Pero cualquier rapidez que poseyera Tommy Lawrence estaba circunscrita al terreno de juego, por lo que la noche pasada, Lizzie había tomado las riendas de la situación y había sugerido que salieran a tomar unas copas para luego arrastrarle hasta su casa y su cama. Qué bueno haberse quitado eso de encima.

Ahora la resplandeciente luz de última hora de la mañana atravesaba las cortinas y se extendía sobre ellos. Lizzie mira a Tommy, dormido y con una sonrisa que es como un baño de satisfacción. Como los libros que Lizzie tiene en los estantes y las fotografías que adornan las paredes, Tommy augura una especie de paraíso. Sin embargo, no sólo había oído hablar inequívocamente bien de él; conocía a alguna de las personas a las que frecuentaba, ante todo por su reputación. Al pensar en ellas, la bondad no era la primera virtud que se le venía a una a la cabeza. Puede que fuera la situación poscoito, pero ¿acaso alguien parecía malo cuando estaba durmiendo? Seguro que hasta hijos de puta malvados como Frank Begbie accedían a una inocencia angelical cuando estaban roque. Y no es que ella tuviera el menor deseo de averiguar si era cierto en este último caso. Costaba imaginar que un tío tan majo como Tommy pudiera ser amigo de un pirado como Begbie. Lizzie no entiende cómo puede frecuentar a gente así.

Una paloma arrulla ruidosamente en el alféizar de la ventana y Tommy abre de golpe los ojos. Los llena, agradecido, con la imagen de Lizzie recostada junto a él leyendo Matadero Cinco. Lleva puestas unas gafas para leer que nunca había visto y también lleva recogido en un moño su melena rizada color castaño. Se ha puesto una camiseta, y Tommy se pregunta cuánto tiempo llevará despierta y si no se habrá vuelto a poner aquellas bragas azules.

—Hola.

—Hola. —Lizzie lo mira con una sonrisa.

Él se incorpora y se apoya sobre los codos para ver mejor la habitación, aireada y fragante.

—¿Te apetece desayunar algo? —le pregunta Lizzie.

—Sí… —titubea él—. Eh…, ¿a ti qué te apetece?

—Creo que en la nevera hay huevos. ¿Qué tal unos huevos revueltos con tostadas?

—Estupendo.

Entonces alguien llama a la puerta de forma ruidosa y truculenta.

—¿Quién coño será? —se pregunta Lizzie en tono airado y voz alta, pero sin dejar de levantarse en el acto y ponerse una bata. Se vuelve a echarle una mirada a Tommy y le pesca mirándola a ella. Sí que lleva puestas las bragas azules, y el mero hecho de verla sigue haciendo que le ardan los labios.

—No vayas —le ruega él.

Ella se lo piensa. Entonces aporrean la puerta de nuevo, de manera insistente, como si fuera la policía.

—Parece importante.

Lizzie se pregunta por un momento si su compañera de piso, Gwen, acudirá a ver quién es, antes de acordarse de que ese fin de semana no iba a estar. Por eso había traído a casa a Tommy. Encuentra sus zapatillas con cara de gato y sale al pasillo mientras empiezan a aporrear la puerta otra vez, en sintonía con el ritmo marcado en su cabeza por el vino tinto que bebieron anoche.

—¡Vale! ¡Ya voy!

Cuando abre la puerta se queda atónita al ver delante de ella a Francis Begbie.

—¿Está Tommy?

Por un instante, Lizzie se queda sin habla. ¡Llevó a Tommy a casa y ahora el pirado este sabe dónde vive!

—Siento molestar —dice Begbie esbozando un sucedáneo de sonrisa, porque es evidente que no lo siente en absoluto.

—Espera aquí —dice ella dándole la espalda.

Begbie coloca el pie en el umbral para que la puerta no se le cierre en las narices. Lizzie se da cuenta de que la sigue con la vista mientras avanza por el pasillo. Entra en el dormitorio, donde encuentra a Tommy vistiéndose. Cree haber escuchado la voz de Franco, y piensa: no puede ser. Pero el ceño fruncido de Lizzie le dice sí puede ser.

—Preguntan por ti.

Mientras Tommy se marcha, Lizzie está que echa humo, y se pone a reconsiderarlo todo.

—¡Vaya puntazo, Tommy, chaval! —brama Franco cuando Tommy aparece por el vestíbulo. Eso desarma su ira por completo, y Tommy tiene que reprimir el impulso de sonreír.

—¿Qué haces tú aquí?

—¡Joder, pensé que estarías tú aquí, cabronazo! Mi prima Avril vive en este portal: Franco se entera de todo lo que pasa en Leith; entérate, cacho cabrón. Así que anoche un puto completo, ¿eh, Tommy? ¡Braguitas de adolescente y todo! ¡A Sick Boy eso le pondrá del hígado que te cagas, cabronazo!

Tommy sonríe mientras se vuelve a echar una mirada fugaz al pasillo. Vestido sólo con una camiseta, nota el frío en sus brazos descubiertos. Begbie, pese a que sólo lleva una camiseta Adidas y una chaqueta muy fina, no parece encontrarse en absoluto incómodo.

—¿Qué quieres, Franco?

—¿Tú qué coño crees que quiero? ¿Qué cojones llevo diciendo toda la semana, so tontolculo? ¡Tienes la cabeza demasiado llena con rollos de tías, eso es lo que te pasa! Hoy. Easter Road. El YLT[131]: vamos a enseñarles a esos capullos de casuals cómo se hacen las cosas. Tú, yo, Saybo, Nelly, Dexy, Sully, Lenny, Ricky Monaghan, Dode Sutherland, Jim Sutherland, Chancy McLean y un montón de peña más. ¡Larry ha salido del hospital! ¡Somos una banda que te cagas! ¡La vieja escuela vuelve a la carga y arrasa una vez más! No consigo encontrar a Spud, joder, pero es igualito que Renton y Sick Boy en Londres: no supone ninguna pérdida. A la hora de la puta bulla, esos cabrones son un puto lastre.

Tommy escucha atónito y sin dar crédito el rollo que le suelta Franco.

—Pues eso, que estamos todos en el Cenny, ¡hasta Segundo Premio! Y sin beber, encima. Se supone que ha dejado la priva. ¡Como que va a durar así mucho! Anda que no le gusta chupar a ese cabrón. ¡Eso sí que sería una risa, él y el puto capullo ese de Aberdeen que se parece a Bobby Charlton, revolcándose juntos en la puta cuneta! ¿Te acuerdas de él, ese que se ha quedado calvorota que te cagas con veintidós tacos?

—Scargill —dice Tommy, acordándose de un tío gordinflón con una cortinilla rizada que dirigió una emboscada del Aberdeen en King Street desde el Pittodrie Bar—. Os veo ahí luego —dice con todo el entusiasmo del que es capaz.

—Asegúrate de que así sea, mecagüen… —dice Franco lanzándole una mirada acusadora—. Ellos han bajado con una cuadrilla grande que te cagas, y la cosa está en plan «todos a sus putos puestos». Por Leith no van a andar fanfarroneando, eso ya te lo digo yo, joder. ¿Un montón de putos follaovejas con su Copa de la Champions de mamones bajando aquí, bebiendo en nuestros pubs y ligando con nuestras…? —Franco titubea, y mira a Tommy.

Tommy no lo puede resistir.

—¿… ovejas?

Durante unos segundos Franco está ausente. Se queda parado y en silencio; el oxígeno parece haberse esfumado del rellano de la escalera. Acto seguido asoma en sus labios una sonrisa casi imperceptible. Se ríe estrepitosamente, lo que permite a Tommy expulsar el aire que no se había dado cuenta de que estaba reteniendo.

—¡Vaya puntazo, cacho cabrón! Vale. Pues que no se te olvide y estate allí —dice Begbie dándose abruptamente media vuelta y bajando las escaleras dando saltos. Cuando llega al último escalón se vuelve, mira a Tommy y le dice gruñendo en voz baja y con gesto impasible—: Acuérdate, no nos hagas esperar.

Tommy cierra la puerta e intenta recomponerse. La pronta aparición de Lizzie con las manos en jarras y luciendo una expresión que dice «¿Y bien?», le hace pasar del desaliento a la desesperación.

—Franco…, me olvidé de que había quedado en ir al partido con los chavales.

—No me gusta que por las mañanas aparezcan putos psicópatas en la puerta de mi casa, Tommy.

—Franco no es mal tipo… —dice él sin convicción—. Su prima Avril vive abajo.

—Ya. Sé quién es. Tiene tres hijos, cada uno de un padre distinto… —empieza a decir en tono de condena, pero la desdichada y caricaturesca expresión de contrición que luce Tommy bajo ese flequillo de pelo castaño la apacigua—. No nos queda leche.

—Bajaré a buscar —dice él ofreciéndose voluntario.

Tommy se pone el jersey antes de salir. Echa a andar con brío en cuanto llega a la calle. Pero en su interior prende una sola idea: Lizzie y yo. Ni siquiera Franco puede aguar eso. Es un puntazo.

La calle va animándose poco a poco, a medida que los legañosos juerguistas que llevan toda la noche despiertos se van mezclando con quienes inician un nuevo asalto al fin de semana. Mientras pasa por delante de una cabina de teléfonos, Tommy se siente repentinamente inspirado cuando las palabras de Franco, taimadas e insensibles pero a la vez elogiosas, reverberan dentro de su cráneo iluminado. Así que anoche un puto completo, ¿eh, Tommy? ¡Braguitas de adolescente y todo! ¡A Sick Boy eso le pondrá del hígado que te cagas, cabronazo!

Retrocede sobre sus pasos y hace una llamada a Londres. Una voz lejana le responde a medida que va introduciendo las monedas.

—Hola, hola, qué bueno volver a…

Es Renton. Parece ir puesto.

—Mark.

—Tommy…, no te lo vas a creer, estaba a punto de llamarte…, ¿qué es lo que acabo de decirte, Nicksy?

Una voz cockney que Tommy reconoce; el tío pequeñajo ese al que conocimos en Blackpool, el que vino aquí arriba a pasar el Año Nuevo. Nicksy.

—¿Todo bien, Tommy, colega? Date un salto por acá y llévate a estos cabrones de vuelta a Jocklandia…, mañana nos espera un poco de curro y estos capullos no están en condiciones…

—De eso nada, colega, ahora que ya te los hemos endosao te los quedas tú. ¡No queremos volver a ver a esos pirados por aquí!

—Otra jodía cruz que me toca llevar… Vale, chaval, nos vemos…

—Hasta luego, macho…

Y entonces vuelve a ponerse Rents.

—¿Cómo va todo en la hermosa Escocia, Tam?

—Como de costumbre. Begbie ya la quiere volver a liar.

—Ya…, a ese tío lo que le hace falta es un poco de amor…

—Quiere ir al fútbol a pegarse con los del Aberdeen. El rollo del Lochend y tal ya es bastante malo, ¡y encima ahora quiere que me pegue con peña a la que ni siquiera conozco! ¿A mí qué más me da que los del Aberdeen inflen a leñazos a uno de Granton o de donde sea? Begbie está flipando con toda la mierda esa de los casuals. Tiene seis o siete años más que todos esos capullines. Es penoso.

—Ya conoces al Generalísimo. Cualquier excusa para montar follón es buena. Ése es su rollo… —dice Renton riéndose de una forma muy extraña que Tommy no le había oído con anterioridad.

—Ji… ji…

—¿Qué ha sido eso?

—Sick Boy, que acaba de decir que lo que necesita es echar un polvo.

—Eso da igual. La golfa esa de Samantha Frenchard, de Pilton, ya ha tenido un crío suyo, y ahora le ha hecho un bombo a June Chisholm.

—Ya, pero las tías esas tienen que estar un poco chaladas para dejar que Franco se las cepille ya de entrada. ¿Y qué pasa contigo, pues? ¿Algún rollo serio con alguna chavala? ¿O no haces más que seguir metiéndote drogas?

Se produce una pausa, y a continuación dice Renton:

—¡Ajá! ¡Adivina quién ha follado y no llama más que para restregárnoslo por la jeta!

—Bueno, pues sí, el fin de semana pasado conocí a alguien. Y va todo de putísima madre, si se me permite decirlo.

—Ya era hora de que echaras un Nat King[132]. ¿La conocemos?

—Lizzie. Lizzie McIntosh.

—¡No jodas!

—Sí jodo. Estamos saliendo.

—¡Qué suerte tienes, cabrón! La ultrabuenorra esnob de Lizzie, que vive donde los Links…

—¿Queeé…? —le oye decir a Sick Boy—. ¿Tommy se está cepillando a Lizzie Mac?

—Así es. Alucinante —suelta Renton antes de decir por el auricular—: En tiempos me hacía pajas pensando en ella… ¿Te he contado alguna vez lo de cuando pillé a Begbie haciéndose una paja con ella en el campo de deportes del colegio, no haciéndose una paja con ella, físicamente, o encima de ella, como en plan porno, sino pensando en ella…?

—¡He dicho que estamos saliendo, Mark! —protesta Tommy, acordándose de que en tándem Rents y Sick Boy suelen ser una combinación de una crueldad devastadora. Aunque decían ponerse de los nervios el uno al otro, nunca paran de espolearse mutuamente, como unos gemelos malévolos con fijación por el dolor ajeno.

A esto le sigue otro incómodo paréntesis al que Renton acaba poniendo fin.

—Ya…, eh, perdona Tam, tendríamos que ser más… más maduros… Te felicito. Todo un puntazo. Yo no me estoy cepillando a nadie, pero Sick Boy…, en fin, ya sabes: Sick Boy es Sick Boy.

—¡Festín de felpudos angloides! —grita Sick Boy en tono desafiante por el aparato.

—Eso sí, tenemos perro —prosigue Renton—. Nicksy quiso ponerle de nombre Clyde, por el futbolista Clyde Best y porque es un labrador negro, pero Sick Boy y yo empezamos a llamarle Giro, y ése es el nombre al que responde…

El teléfono empieza a hacer bip-bip.

—Bueno, Mark, ya nos vemos.

—Vale…, dile a Swanney… —Rents empieza a divagar y Tommy disfruta con la sensación del corte de la comunicación antes de colgar el auricular.

En la tienda, Tommy compra leche y un periódico. A él le tira más el Record, pero cree que quizá el Scotsman impresione más a Lizzie. Lo coge y está a punto de entregárselo al dependiente cuando decide cambiarlo por el Herald basándose en consideraciones de última hora acerca del sexismo del Scotsman. No sabe si Lizzie será alguna clase de feminista, pero tan a comienzos del partido siempre conviene marcar todas las casillas.

Lizzie contra Begbie. ¿Podía estar más claro? Con veintidós años ya cumplidos, es demasiado mayor para andar peleándose con los chicos de Aberdeen, o, ya puestos, con los del Lochend. Es una idiotez. A uno se le acaba quedando pequeña esa mierda. El Kevin McKinlay ese, del Lochend, es un tío legal. Lo conoció hace poco jugando los dos al fútbol. Las navajas ya habían salido a relucir en otra ocasión y al verle en el vestuario del Gyle, Tommy estaba preparado para un enfrentamiento o al menos para lidiar con una mirada llena de odio y un desaire. Pero McKinlay se limitó a saludarle con un gesto de la cabeza y a sonreírle como diciendo: Agua pasada. Niñerías. Todo eso ya pasó.

Con los piraos la cosa cambia. Nada es agua pasada jamás. Un buen día pasan a ser MALT: Middle Aged Leith Team[133] y siguen librando las batallas trilladas de su juventud. Eso no va a tirar por ahí. Ahora, por vez primera, ve que realmente existe una forma de escapar de todo eso y que es muy sencilla. No hace falta huir. Simplemente conoces a alguien especial, te apartas y te introduces en un universo paralelo. Tommy nunca había estado enamorado. Le habría gustado enamorarse de chicas anteriores pero no llegó a sentirse de ese modo. Ahora esa sensación le asalta por todos lados; hermosa, boba, obsesiva, ocupa todo su tiempo y todos sus pensamientos. Está ansioso por volver con Lizzie, y el desasosiego que experimenta le desconcierta por completo.

Mientras dejaba sobre la mesita de centro de cristal una bandeja con té y tostadas, Alison consideraba ahora el domicilio familiar como un batiburrillo de mobiliario de épocas diferentes. En el saloncito, un hogar de teca de la década de 1970 se disputaba el espacio con una cómoda victoriana de caoba y un tresillo contemporáneo de roble, mientras los goterones de cera de una lámpara de lava de los años sesenta engordaban antes de subir hacia arriba. Su padre, Derrick, jamás había podido renunciar a un mueble viejo, y se limitaba a cambiarlo de sitio dentro de la casa. Ahora parecía tener la cabeza igualmente llena de trastos inconexos mientras ella observaba sus intentos de interrogar a su hermano Calum.

—¿Te crees que no sé en qué andas metido? ¿Piensas que nací ayer?

La mirada desdeñosa de Calum parecía decir: Si hubieras nacido ayer, eso te convertiría en un crío llorón. Conque sí, poco más o menos.

—¿Eh? ¡Contéstame!

Calum guardó silencio; desde que había muerto su madre apenas había cruzado una palabra con nadie. Alison sabía que aquello no era bueno. No obstante, simpatizaba con su hermano, y no soportaba que su padre se pusiera así. Siempre le había considerado un hombre inteligente, pero el dolor y la ira habían acabado por volverle idiota.

¿Acaso tenía la menor idea de la pinta de retrasado que tenía con aquel bigote de subnormal, resacoso y ahí puesto en cuclillas delante del hogar eléctrico con aquel albornoz de tartán colgando de sus delgados hombros?

Derrick no pudo aguantarse las ganas de soltar a su hijo otra ración de cliché.

—Es que no quiero que cometas los mismos errores que cometí yo.

—Es natural, Cal —intervino Alison apoyando a su padre—. Papá no sería humano si no le importara…, ¿verdad, papá?

Derrick Lozinska decidió no hacerle caso a su hija mayor y concentrar su atención en su hijo. Calum tenía los ojos pegados a la tele, que habían dejado encendida sin voz, donde el Pato Lucas estaba estafando silenciosamente a un patidifuso Porky.

—Sabes muy bien lo que trae esa gente. Problemas. Problemas gordos. Lo sé. ¡Os he visto, acuérdate!

Aquello no tenía vuelta de hoja. Su padre aburría regularmente a Alison relatando aquella desgraciada ocasión en la que había visto al Baby Crew[134] en acción. Fue cuando aquella emboscada en el puente Crawford, en Bothwell Street, cuadrilla contra cuadrilla, y luego, cuando los vio persiguiendo a un grupo de hinchas de los Rangers en desbandada. Calum había estado en primera línea, con un trozo de muro en la mano. Cuando Alison le pidió a su hermano su versión de los acontecimientos, él no lo negó; se limitó a replicar que Derrick y el atontado de su amigo no tendrían que haber estado ahí, ya que nadie andaba por allá salvo los hinchas de los equipos visitantes y chicos que iban buscando pelea.

Calum pulsó el mando a distancia y cambió de canal. Alison se fijó en la pantalla. Está leyendo las noticias del mediodía esa vieja bruja que lleva el careto lleno de maquillaje. Es curioso, ella suele salir por las noches.

—¡Con un ladrillo en la mano y dispuesto a lanzarlo contra una aglomeración de gente! —exclamó Derrick mirando a Alison con gesto suplicante. Ella sacudió obedientemente la cabeza, aunque por alguna razón inexplicable la imagen de su hermano blandiendo un ladrillo en la calle le resultaba divertida.

Mientras Calum miraba a su padre, Alison poco menos que veía sus cavilaciones burlonas y silenciosas: ¡Un trozo de muro, zumbao, no un puto ladrillo!

Derrick se estremeció mientras sacudía su fatigada cabeza.

—En el reformatorio, ahí es donde va a acabar.

—Ahora los llaman correccionales. Como el de Polmont —le informó Calum.

—¡Tú no vayas de listo conmigo! ¡Da igual cómo demonios los llamen, tú no vas a unirte a los casuals, ni para este partido ni para ningún otro!

—¡No iba a unirme a nada! Sólo intentaba escuchar las noticias…

Calum estaba centrado en un plano de un local que Alison conocía. Era el pub Grapes of Wrath, y estaba cerca de los Banana Flats donde se había criado Simon. Oyó la voz en off de Mary Marquis: «… encabezando la nueva campaña para impedir que los taberneros locales se conviertan en víctimas de la violencia».

Acto seguido apareció un plano de un hombre maduro, el dueño del pub, en una silla de ruedas y con pinta de tarado, babeando por la comisura de los labios, hablando como un muñeco jadeante sobre cómo unos matones le habían dado una paliza y le habían destrozado el garito. Alison se acordaba de esa historia: se rumoreaba que habían sido tres tipos de Drylaw, pero nunca los encontraron.

Cortan y pasan a un policía de expresión adusta, Robert Toal, de la Policía de Lothian and Borders. «Éste es sólo uno de los inquietantes casos recientes en los que un miembro honorable de la comunidad ha sido brutalmente agredido y atracado en su propio establecimiento a plena luz del día. En este caso, las lesiones sufridas por la víctima le dejaron minusválido e incapacitado para seguir trabajando en la hostelería. Es muy triste que las personas que ofrecen un servicio a la comunidad ya no puedan sentirse seguras en sus propios establecimientos. Por desgracia, los negocios basados en el dinero en metálico son muy vulnerables a esta clase de agresiones».

La imagen vuelve a un anulado y abatido Dickson declarando desconsoladamente: «Yo sólo pretendía hacer mi trabajo…».

Cortan y pasan a un plano exterior de Water of Leith con el sol centelleando encima del río y ofreciendo un ambiente sosegado antes de que la cámara vaya ascendiendo lentamente hasta llegar a una deprimente fábrica abandonada situada en la orilla, evocando así una impresión de amenaza y de ruina, antes de volver, por último, a Mary en el estudio. «Una historia muy triste, sin duda», declara ella en tono compasivo, «pero ahora pasemos a la información deportiva. Esta tarde se celebra un encuentro entre dos equipos escoceses, ¿no, Tom?». «Así es, Mary —respondió un tipo joven y trajeado de aspecto esbelto—, al Hibernian de John Blackley le va a tocar la tarea nada envidiable de tratar de detener la imparable marcha triunfal del Aberdeen de Alex Ferguson. Eso sí, si el mandamás de los Hibs está nervioso ante esa perspectiva, lo disimula muy bien…».

Entonces cortan y pasan a Sloop[135], cuyo característico cabello pelirrojo empieza a estar canoso en las sienes. Alison se acordaba de la vez que vino al colegio a entregar unos premios para el día de los deportes. Se alegró de que echaran aquel reportaje sobre los Hibs, pues permitió a padre e hijo mantener una tregua temporal.

Alison no acababa de entender la movida casual. A ella le parecía que gastarse dinero en ropa buena para luego acabar revolcándose por los desagües pegándose era algo perverso y contraproducente. Su padre, después de haber dado inicialmente su visto bueno por aquello de ir elegantemente vestido, no tardó en profesarle hostilidad. Confesó que cada vez que veía asomar los ojos de niña de Calum por debajo de aquel flequillo idiota se ponía furioso. Le entraban ganas de coger unas tijeras y cortárselo. Decía que tenía algo de insolente.

No obstante, Calum y Mhairi estaban pasando las penas del infierno. Eran jóvenes y estaban llenos de ira y asustados. Y yo no estoy mucho mejor, pensó Alison mientras cogía una revista de encima de la mesa.

Mientras terminaba el reportaje sobre los Hibs, Alison vio a Derrick inspirar con dificultad y armarse de valor, y supo que iba a encararse otra vez con su hermano.

—No vas a ir al fútbol y se acabó. No quiero que te juntes con esos… casuals —dijo, escupiendo esta última palabra.

—¡Sólo he quedado para ir al fútbol con mis amigos!

—Ya, ¿como la vez que fuiste con esa piedra en la mano? Ni hablar. Tienes quince años recién cumplidos y vives bajo este techo. Dios mío, si tu madre estuviera aquí —dijo Derrick interrumpiéndose en seco y arrepintiéndose inmediatamente de haber dicho tal cosa.

—¡Pues no está! —exclamó Calum levantándose de golpe y saliendo por la puerta para subir a su habitación.

Derrick pronunció con voz débil el nombre de su hijo antes de dejarlo disolverse en un suspiro. Se volvió hacia Alison, perplejo y encogiéndose de hombros.

—No sé qué hacer con ellos, Alison, de verdad que no lo sé.

—Se pondrán bien. Estas cosas llevan tiempo.

—Gracias a Dios que a ti no te pasa nada —dijo Derrick—. Siempre fuiste una chica madura y sensata —comentó su padre, lleno de orgullo.

Qué poco me conoces, joder, pensó ella mientras se oía a sí misma protestar ligeramente.

—Papá…

—Siempre fuiste la más lista. Y tomaste las riendas y estuviste a la altura. Calum y Mhairi no; a ellos les está costando mucho. Me preocupa muchísimo —dijo Derrick con gesto abatido—, que ese muchacho acabe descarriándose.

—¿Acaso no hace las mismas cosas que hacías tú cuando tenías su edad? Llevan ropa nueva, tienen una jerga nueva, la música es distinta, pero todo eso es superficial. Seguramente habrá entre ellos algún psicópata que sea carne de talego, pero por cada uno de ésos habrá una docena de chavales normales que pasarán por esto y lo dejarán sin nada más que unas cuantas historias divertidas que contar.

Agradecido, Derrick le sonrió a su hija.

—No te falta razón. —Parecía que había reconocido su sabiduría, pero acto seguido sacudió la cabeza—. Es que es una insensatez. Alguien tiene que decírselo. Odio tener que reconocerlo, pero él no es fuerte, como somos tú y yo. Tiene algo de víctima.

Alison no pudo sino quedarse mirando a su padre, ahí sentado con el albornoz puesto.

—Lo que quiero decir —dijo Derrick, visiblemente turbado y ciñéndose la ropa más estrechamente—, es que eso le convierte en presa fácil para tipos menos escrupulosos, esos que saben que cuando las cosas se ponen feas de verdad, sólo queda el sálvese quién pueda.

—Te estás poniendo paranoico.

—No, porque sé quién va a ser el uno entre mil al que detengan durante la bronca y cumpla condena o tropiece y se caiga y lo pisoteen hasta dejarlo reducido a un vegetal. ¡Ese chico necesita que le aclaren las ideas!

Alison se preguntó cómo iba a hacer tal cosa su padre en albornoz y zapatillas raídas. ¿Por qué no se daba una ducha y se vestía, como hacía antes, en lugar de holgazanear de esa forma todas las mañanas?

Se abrió la puerta principal y entró Mhairi. Alison hizo pasar a su hermana a la cocina, ansiosa por aliarse con ella y determinar qué hacer con los hombres de la familia. Encendió la radio de la cocina para que hiciera de tapadera.

Mientras Duran Duran interpretaba The Reflex, y Alison hablaba de la discordia existente entre su padre y su hermano, se dio cuenta de que no conseguía retener la atención de Mhairi. Entonces su hermana se llevó la mano a la boca, y Alison se volvió y vio a Calum por la ventana de la cocina, escabulléndose por el tubo del desagüe tras recorrer el último tramo que le quedaba para llegar al área verde comunitaria.

—¡Calum! —gritó ella acercándose a la puerta trasera y viendo desvanecerse la silueta de su hermano tras la colada que estaba en el tendedero.

—¿Qué ha pasado? —gritó Derrick apareciendo en el umbral.

—Cal ha salido a hurtadillas y se ha escapado, ¿vale? —le dijo Mhairi con una sonrisa.

—¿Qué…? ¡Maldita sea, se lo advertí! —Derrick corrió hacia la puerta, pero al darse cuenta de que iba en albornoz se detuvo de golpe.

—Yo le encontraré —dijo Alison en un tono más condenatorio de lo que le habría gustado, antes de coger el bolso y salir al exterior. Lo buscó por toda la zona verde y no vio nada más que ropa tendida.

Calum debía de haber trepado por el muro del jardín para saltar hasta el sendero lleno de maleza que discurría junto al bloque de viviendas. Era un poco pronto para que hubiera ido a Easter Road, así que ella estaba segura de que andaría por el Foot of the Walk.

Lo vio un poco más adelante, hablando con Lizzie y Tommy Lawrence en la calle. Cuando Alison se acercó, Calum no hizo el menor ademán de irse.

—Hola, Ali —dijo Lizzie mientras Tommy también la saludaba.

—Hola.

—¿Vais a ir al partido? —preguntó Calum a la pareja ignorando a su hermana. Lizzie miró primero a Calum y luego a Alison, como si su hermano fuera un retrasado mental.

—Nah. Hoy va a ser un día de locura ahí arriba. Habrá piraos por todas partes —le respondió Tommy en tono displicente—. No se te ocurra acercarte por ahí hoy, amiguete.

—Eso es lo que ha dicho papá —dijo Alison mirando a Calum.

—A casa no pienso volver —contestó él.

—Haz lo que te dé la gana. Yo no soy tu carcelera —dijo Alison, esperando que el cambio de tercio le inclinase a ser más razonable. Miró a Tommy y Lizzie, y señaló con la cabeza hacia el café de enfrente—. ¿Os apetece ir a tomar un café?

—Buena idea —dijo Tommy. Alison no sabía si Calum se apuntaría, pero así fue. Entraron en el café Up the Junction. El local estaba a tope, pero había una mesa libre y se sentaron en ella.

Alison preguntó a Lizzie sobre sus estudios universitarios mientras ésta le preguntaba a ella por su trabajo. Durante todo ese tiempo, Alison intentó escuchar la conversación de Tommy y Calum para averiguar los planes de su hermano. ¿De verdad andaba con esa cuadrilla de hooligans?

—El Aberdeen es un equipazo de primera —comentó Tommy—. Leighton, McKimmie, Millar, McLeish, Simpson, Cooper, Strachan, Archibald, McGhee, Weir…, es increíble lo que han conseguido hacer bajo la batuta de Alex Ferguson.

—Ya —se mostró de acuerdo Calum mientras miraba tímidamente a Lizzie. A Alison le quedó meridianamente claro que su hermano estaba coladísimo por ella—. Qué putada que sean mucho mejores que los Hibs con diferencia.

—Pero no los puedes odiar de la misma manera que a los Rangers y al Celtic —argumentó Tommy—, porque lo han hecho utilizando medios justos, no haciéndole la pelota a los cretinos a los que les va toda la mierda esa del rollo sectario.

—Sí —volvió a mostrarse de acuerdo Calum; durante un embarazoso instante le salió voz de pito antes de que carraspeara violentamente para disimular—, ¡han ajustado cuentas con la Old Firm[136] y han conquistado Europa, y ahí están los Hearts y los Hibs subiendo y bajando entre divisiones!

—¿Es que no sois capaces de hablar de otra cosa? —preguntó Alison mientras miraba a Lizzie.

—Hay otras razones para ir al partido, no sólo el fútbol —respondió Calum.

Alison estuvo a punto de decir algo, pero se mordió la lengua.

—Por lo menos las cosas se están animando en las gradas —remató su hermano con una sonrisa, y volvió a parecer un chiquillo impertinente.

Tommy asintió con la cabeza.

—El descenso es bueno para el espíritu de la afición. Man U, Chelsea, West Ham, Spurs; todas esas hinchadas se forjaron a través de la adversidad, defendiéndose de los paletos locales que iban buscando pelea. A los Hearts les hizo bien; Keezbo me ha hablado de viajes alucinantes a lugares como Dumfries, donde había helicópteros de la policía dando vueltas por encima de Palmerston Park y todo.

—Ya, el descenso vino bien para reforzar las cuadrillas de casuals de los Hibs.

Alison era consciente de que Tommy estaba dándole gusto a su hermano. Él era demasiado sensato para frecuentar a los casuals o incluso a sus viejos amigos del YLT. Se notaba que estaba tanteando un nuevo futuro con Lizzie. Ella se había ido a hablar con la chica que estaba detrás del mostrador, a la que Alison reconoció como una exalumna de la Leith Academy. Tommy se levantó y se fue a los servicios. Alison decidió aprovechar la ocasión. Miró a Calum con ojos suplicantes.

—Vuelve a casa. Cogeremos un vídeo. Estaremos tú, yo y Mhairi. Nos reiremos y charlaremos.

—No tenemos nada de lo que reírnos, y toda la charla del mundo no lo va a cambiar —dijo Calum mientras se recostaba en la silla.

Mientras su hermano flexionaba los músculos de su cuerpo, que era delgado pero fibroso, Alison se dio cuenta de que se había vuelto físicamente más fuerte que ella. Ahora mi hermanito podría zurrarme, reconoció para sus adentros. ¿Cuándo había sucedido eso?

—Papá no quiere que…

—Él no va a hacer nada, y tú tampoco —le espetó Calum en tono desafiante mientras lucía una mueca burlona, antes de levantarse y sacudir la cabeza sonriendo amargamente.

Tommy volvió de los servicios, y habló un poco con el chiquillo antes de que se marchara. Alison vio a Calum salir al exterior y enfilar la calle como si Tommy Lawrence acabara de pasarle a su hermano un testigo.

Lizzie volvió a la mesa.

—¿Se encuentra bien?

—Últimamente anda un poco despendolado, y me quedo corta. Desde que murió mi madre —admitió Alison.

—Espabilará —aseveró con gesto esperanzado Tommy—. Calum es buen chaval.

—Ya —dijo Alison espirando sonoramente—. Vale, ¿y vosotros qué planes tenéis?

—Vamos a ver Indiana Jones y el templo maldito —respondió Lizzie.

—La ha escogido ella —precisó enseguida Tommy. Alison imaginó que eso era porque más de una persona había comentado que él se parecía un poco a Harrison Ford. Envidiaba a aquella pareja, imaginándosela en una sala de cine calentita incubando su amor en el invernadero silencioso de la oscuridad. De vez en cuando una sonrisa y un beso, un apretón de la mano, y luego entrelazar los dedos cuando Harrison hiciera restallar el látigo en la pantalla. Pensó en llamar a Alexander, y luego ansió que estuviera ahí Simon. Tenía ganas de preguntarle a Tommy si había tenido noticias de él, pero algo la retuvo. La relación que mantenía con Simon era no exclusiva y más que clandestina. De repente le pareció muy poca cosa comparada con la que tenían Tommy y Lizzie. La mano de él descansando sobre la de ella, la forma en que se miraban el uno al otro…

Renuente a seguir haciendo de carabina, Alison les dejó, se fue caminando junto al río y se sentó en un banco. El sol empezaba a ponerse sobre los almacenes abandonados que veía delante de ella, y de vez en cuando pasaba de largo una persona o un perro por el puente de peatones. Llevaba su libro de poesía en el bolso. Lo sacó y le echó una ojeada.

Ahora el libro parecía carente de sentido. La vida real no era reducible a la palabra escrita, y hasta el habla, nuestras interacciones con los demás, no parecían sino un teatro que no hacía sino distraernos. Bajó el libro y posó la vista en el río, negro y calmado. La vida real era esto; cuando, absortos en nuestros recuerdos, reflexionábamos en soledad.

Alison apenas se había dado cuenta de su presencia al aproximarse a ella. Cuando lo hizo, al principio él parecía más bien vacilante, y poco a poco se fue volviendo más atrevido, tras dejarse caer en el banco a cierta distancia de ella.

—¿El libro ese está bien?

Alison estaba demasiado distraída para levantarse e irse en ese mismo instante. En lugar de hacerlo, por tanto, levantó la vista. Él era joven; mucho más que ella incluso, poco más que un crío. Tenía cara de fresco, y unos ojos inquietos que la observaban desde debajo de aquel ubicuo flequillo.

—Así, así.

—Tú eres la hermana mayor de Calum, ¿no?

—Sí. ¿Conoces a mi hermano?

—Sí. Siento mucho lo de vuestra madre y eso.

—Gracias.

—Vaya mierda, ¿no? La mía murió hace dos años. Ahora vivo en casa de mi tía.

—Lo siento… —dijo ella antes de reconocer que tenía razón—. Es verdad. Es una mierda. —Estuvo a punto de añadir «y me quedo corta», pero Kelly, bromeando sólo a medias, le había leído la cartilla medio por emplear tanto aquella muletilla. Alison se dio cuenta de que su interlocutor estaba mascando chicle, y él se dio cuenta de que ella se había dado cuenta, así que le ofreció uno y ella aceptó. Sintiéndose obligada a corresponder de alguna forma, ella le dio un cigarrillo.

—Se suponía que iba a ir a Easter Road, pero pasé. Y luego me apeteció dar un paseíto —explicó el, inclinándose para aceptar el fuego que ella le ofrecía—. ¿Tú cómo te llamas?

—Alison.

Él le tendió la mano y ella estiró la suya y se la estrechó.

—Bobby —dijo él con una leve inclinación de la cabeza antes de levantarla y echar un poco de humo torpemente—. Eres una tía muy guay, Alison —dijo él con cierto pesar—. Ojalá tuviera yo una hermana como tú. —Y entonces le dijo adiós con la mano y se marchó por el puente de peatones. Sostenía el cigarrillo de forma extraña, como si no fuera fumador. Alison le observó mientras se iba, preguntándose durante todo ese tiempo cómo era posible que aquel chavalín tan bobo como adorable la hubiera dejado en un banco junto al río con el corazón hecho migas.

Al lado de las aguas empezaba a hacer frío pero se quedó allí durante siglos, hasta que los borrachuzos y los pervertidos comenzaron a molestarla con peticiones de pasta y sexo. Un hombre muy anciano y muy frágil, que pasó de largo con dolorosa lentitud con un andador, le preguntó lúgubremente:

—¿A quién hay que lamerle el coño para que te hagan una mamada por estos lares?

Había llegado la hora de irse.

Cruzando una de las aceras de Constitution Street, Alison dobló la esquina y llegó al Foot of the Walk. Lo vio de inmediato, en un banco que estaba debajo de la estatua de la reina Victoria, quieto y en silencio. Tiene pinta de estar esperando la hora de cierre de los pubs para reventar al primer tipo respondón al que le ponga la vista encima.

—Frank. ¿Qué tal estás?

Begbie entornó los ojos y la miró con gesto de concentración mientras ella se sentaba a su lado en el banco. Ella captó el olor a bebida que desprendía, pero todas y cada una de sus reflexiones y acciones parecían premeditadas y ejecutadas de manera deliberada; se estaba aferrando a una forma de sobriedad a través del ejercicio de la voluntad. Tardó un par de segundos en responder.

—Bien. Siento lo de tu madre y eso.

—Gracias. —Alison estiró las piernas y se fijó en los ribetes de piel que decoraban la parte superior de sus botas. Miró Walk arriba. Por encima de ellos titilaban los bordes de una luna llena, abriendo las capas de un cielo denso y nublado que proyectaba sombras curiosas. La reina Victoria descollaba sobre ellos, ocultándoles parcialmente de la luz de la farola—. ¿Dónde has estado?

—En el club de los estibadores. Algunos de los chicos siguen ahí. —Frank Begbie echó una breve mirada sobre Constitution Street—. Sólo he salío porque había un par de capullos que me estaban poniendo de los putos nervios. Varios de nosotros bajamos allí después del fútbol y nos pusimos a privar a saco. A mí me apetecía subir al centro, pero ellos querían quedarse ahí jugando a gángsters de medio pelo, haciendo como que una bronca de las de toda la vida con unos espabilaos no fuera digna de ellos. ¡Sobre todo Nelly, con sus putas chorradas sobre si Davie Power esto y Davie Power lo otro!

Alison se los imaginó perfectamente a todos, en torno a una mesa del club, con sus movimientos estilizados y su labia. No era de extrañar que aquello ya no le molara a Tommy. No era de extrañar que Simon y Mark se hubieran marchado a Londres. Bajo la luz ambarina de la farola, Alison volvió a pensar en Calum, dándose cuenta de en qué podía llegar a convertirse su desgarbado hermanito tontaina. Tenía ganas de preguntarle a Franco por el partido, y si había habido alguna clase de disturbios.

—Casi le reviento un puto vaso en la cara a ese cabrón —gruñó Francis Begbie—, así que salí a la calle a que me diera el aire pa despejarme la puta cabeza, ¿no? Ya nada es como antes. Ya nunca veo a Rents o a Sick Boy, cojones. No sé dónde está Spud. Todo quisque anda pegándole al jaco. Tommy ni siquiera apareció para ir al fútbol, joder.

Mientras Franco vomitaba su amarga letanía de agravios, el aire parecía ir espesándose, como un descenso barométrico antes de estallar una tormenta. Alison se sintió haciendo muecas de dolor por dentro.

—Han sido Londres y los cabrones esos de ahí abajo los que han echado a perder a Rents y Sick Boy, coño —declaró Begbie—. Estaban perfectamente hasta que bajaron ahí; no se daban aires de ninguna clase. El capullín ese que trajeron acá arriba era majo; contra él no tengo nada, pero a esos dos lo que les ha jodido la pelota ha sido Londres.

Aquello era una sarta de sandeces, pero Alison no tenía ganas de discutir. Los pirados. ¿Cómo conseguían seguir así sin parar? ¿Cómo lograban mantener los niveles de energía necesarios para alimentar tanta rabia e indignación? ¿Acaso no se cansaban nunca?

—Con Rents y Sick Boy y los demás te echas unas risas. Nelly y Saybo y todos esos no pillan mi sentido del humor —dijo Begbie abatido. Entonces miró a Alison de manera significativa—. June ha perdido al crío.

—Ay…, cuánto lo siento, Franco. Pobre June…, ni siquiera sabía que estaba…, ¿de cuánto tiempo estaba?…, ¿se encuentra bien?

—Pues claro que está bien. —Franco miró a Alison como si estuviera loca antes de explayarse—: El que no está bien es el crío, ella está de puta madre, coño. —Encendió un cigarrillo, y después, en el último momento, le ofreció uno a ella. Ella titubeó un segundo, lo aceptó y se inclinó hacia él para que le diera fuego. Franco echó una calada, se llenó los pulmones de humo y se recostó—. ¡Ella lo único que tenía que hacer era mantener a la puta cosa esa ahí arriba y ni siquiera pudo hacer eso! Joder, qué inútil. Pa mí eso es un asesinato o casi, cojones: ¡asesinato por priva o asesinato por fumeque! Se lo dije y empezó a llorar que te cagas, antes de enseñarme un montón de porquería roja y marrón que llevaba en las bragas. Yo se las cogí y se las restregué en la puta cara. ¡Le dije que la culpa había sido suya y que era una puta asesina!

Alison se quedó de piedra, sin dar crédito a sus oídos.

—Pues sí, la semana pasada la pesqué fumándose un piti. ¿Quién puede decir que no fue eso lo que hizo que saliera disparado antes de tiempo, joder?

A Alison se le escapó un grito ahogado de incredulidad.

—No es así como funcionan las cosas, Frank. Para una chica es algo terrible. Nadie sabe por qué sucede.

—¡Yo sí! ¡Yo sí lo sé! ¡Pasa por culpa del fumeque! Pasa por culpa de la priva —gimió mientras señalaba Walk arriba con el pitillo que sostenía entre sus dedos amarillentos. De repente sacudió la cabeza con un vigor inverosímil; a Alison le recordó a un perro saliendo del mar—. Igual es lo mejor que podía haber pasado, coño, porque si es tan mala ahora, ¿qué clase de madre habría sido cuando naciera el crío, joder? ¿Eh?

—No es culpa suya, Frank. Estará destrozada. Deberías ir a casa y consolarla.

—A mí no se me da nada bien esa mierda —respondió él negando con la cabeza.

—Sólo tienes que hacerle compañía, Frank; lo agradecerá.

Por un segundo, Alison casi consideró la posibilidad de que el reflejo borroso de la luz de sodio incandescente fuese una lágrima en el ojo de Franco, pero seguramente se trataba de su propio reflejo. A continuación, él apostilló con inamovible frialdad.

—No. Eso es cosa suya. Tiene amigas y hermanas para toda esa mierda.

Alison se levantó. La experiencia la había llevado a creer que el sufrimiento solo engendraba más sufrimiento. Sólo existía el consuelo, lo único que podíamos ofrecernos unos a otros. Y no obstante no se sintió del todo capaz de posar la mano, suspendida en el aire e inmóvil, sobre el fornido hombro de Franco. Comprendió que él y ella estaban condenados a sufrir sus respectivos dolores por separado, y darse cuenta de ello la alivió.

—Vale, Frank, cuídate, ya nos veremos.

—Sí, ya nos veremos.

Y Alison se marchó Walk arriba, ahora demasiado bloqueada como para notar el azote del frío. Veía los reflejos y de vez en cuando oía el crujido de la escarcha primaveral bajo sus pies mientras esperó que apareciera el autobús nocturno que la llevaría a Tollcross y a casa de Johnny Swan. Pilrig y la morfina de su madre muerta estaban todavía más cerca. La había expropiado de forma rauda e instintiva, diciéndole a su padre que iba a devolverla al hospital y que su amiga Rachel, que era enfermera, sabría qué hacer con ella. Para la mente aturdida y agradecida de su padre aquello no representaba más que otra tarea práctica que había completado su hija, igual que registrar la muerte, hacer una reserva en el crematorio y otra en el club de los estibadores para la ceremonia y la fiesta de despedida, encargarse del catering, anunciar la noticia de la defunción y del funeral en el Evening News o llevar la ropa vieja de su madre a la tienda de beneficencia.

El Walk se fue llenando de borrachos que canturreaban y le chiflaban a las chicas a la salida de los pubs. Luego, a cierta distancia tras ella, oyó ruido de cristales rompiéndose y gritos seguidos por una terrible quietud quebrantada dramáticamente por unos alaridos más animales que humanos. Alison siguió caminando, pues sabía quién sería el responsable. Y no obstante se sintió atribulada durante todo el trayecto a casa por el espíritu atormentado y malévolo de Begbie. En su propia psicosis de pérdida, la suya era la voz del demonio, e impregnaba todos los demás sonidos: el chirrido de las ruedas de los coches al subir por la calle, el temblor de los árboles pelados mecidos por el viento, las risotadas de las chicas borrachas, y los gritos de los hombres que iban entrando y saliendo de un pub a otro. Tenía el cerebro ensombrecido por el remordimiento, apelmazado como el polvo de anfetamina encerrado en una papela húmeda y sucia. Pensó en el dolor de June, en la calavera de su madre, y luego en las mujeres del grupo de poesía, aquellas muchachas que parecían haberse licenciado en una escuela de señoritas de algún planeta remoto. En hacer el amor con Simon, con Alexander, y luego con aquel tío al que había conocido la otra noche en el Bandwagon, ¿Andy? No, Adam. Durante un segundo pensó que a lo mejor, si cerraba los ojos, algo así como una pauta, una apariencia de orden, iría insinuándose, pero estaba demasiado asustada como para atreverse a intentarlo.

Un coche de policía que iba haciendo ulular la sirena, seguido por su hermana mayor, una furgoneta ambulancia, emergió de la oscuridad y pasó a su lado a gran velocidad.