Se lo dije a la puta June hace un rato: menos mal que ya casi ha pasao enero, joder. Vaya una puta mierda de mes. Hace un frío que se te congelan las pelotas y todo dios se queda en casa todo el rato. Y Renton largándose otra vez de extranjis al puto Londres de las pelotas con el capullín ese al que trajo aquí con él. No era mal tipo el cabrito, pero todo quisque debería quedarse en el puto sitio del que venga. Es lo que digo yo siempre, coño. Al menos Rents volvió a casa; Sick Boy ni siquiera hizo acto de presencia, joder.
Al cabrón ese de Cha Morrison, de Lochend, lo encerraron después de reventar a Larry. Sigue yéndose de la puta boca, encima, o al menos eso me cuentan, joder. ¿Cómo es que Begbie nunca acaba en el maco? Eso hace que te preguntes si el cabrón no será un chota, coño. Insinuaciones de mierda. Ya le daré yo putos chotas a ese cabrón. Ese cabrón es hombre muerto: mira que ir difundiendo insinuaciones de mierda. El capullo está mosqueao porque la gente como Davie Power quiere liarse a hacer putos negocios conmigo, no con un mangui barriobajero, que es lo que es ese puto pringao. Pero el que de verdad me ha decepcionao es el Hong Kong Phooey aquel, el capullo de Pilton al que le partí la boca cuando se pasó de listo después de que le hiciera un bombo a la guarra de su hermana. Ése no ha dicho ni pío, pero supongo que se habrá puesto enfermo de usar putas pajitas pa tomarse la cena. Aun así, le hará compañía al crío de los huevos cuando llegue; eso es lo que le dije al puto Nelly el otro día, joder: ¡el crío de los huevos estará comiendo putos alimentos sólidos antes que ese cabrón!
La puta June no me da ninguna conversación; no vale más que pa meterla. Ahora que va a tener una criatura, está contenta quedándose en casa viendo la caja tonta con su tabaco y sus Babychams[122]. Así que yo encantao de salir a la calle, firmar en el puto paro y luego irme al centro a currar un poco. Gav Temperley es un tío legal, y sabe que es mejor no tocarme las pelotas haciéndome ir a putas entrevistas, porque le dije en secreto que llevo un tiempo haciendo pequeños encargos para Tyrone Power el Gordo.
Así que les firmo el autógrafo y luego me subo al buga con Nelly y salgo escopeteao hasta George Street, a la oficina. Subo a ver a Power el Gordo y me lo encuentro ahí dentro con el grandullón de Skuzzy. Me pongo a mirar un mapa de Edimburgo grande que te cagas que hay en la pared; tiene clavadas chinchetas con todas esas etiquetas de plástico de colorines, pa marcar donde Power tiene colocadas sus tragaperras. Son todas verdes, salvo un par de ellas que son blancas. Power señala una con un dedo tan regordete que parece una de esas putas salchichas que ponen en el escaparate los carniceros.
—Esta tasquilla de mala muerte. Se la han traspasado a un carcamal de lo más bocazas y respondón. No quiere poner una tragaperras en el local. Su misión, caballeros, en el caso de que decidan aceptarla —dice el tipo riéndose de su propia gracia a lo Misión imposible, pero yo sigo serio porque no estoy aquí pa reírle las gracias a nadie y si el cabrón tiene algún puto problema con eso que se joda—, es convencerle de los considerables beneficios que obtendría si reconsidera su postura.
Nelly suelta unas risillas de nena y hasta Skuzzy luce una sonrisa en el puto careto. Pero ni de coña voy a hacer yo el papel de secuaz de un villano de tres al cuarto: si quiere que le den el carnet de actor que se suba al escenario del King’s Theatre de Glasgow pa la puta comedia musical de Navidad. Así que Nelly y yo le decimos chao a Skuzzy y al cabrón del gordo este y nos largamos rumbo a la taberna a ver al galápago ese.
Llegamos al bar y me doy cuenta de que en este sitio las alarmas se me disparan que te cagas. Aquí hay algo que no cuadra, joder.
—Esto déjamelo a mí —le digo a Nelly—. Tú espérame aquí.
Me pone cara de estar a punto de decir algo, pero luego se encoge de hombros mientras yo salgo pitando del buga y me meto en el bar.
Cagüen la puta, no me equivocaba yo en lo del garito este. Tengo un puto sexto sentido. Yo soy de los que creen que hay peña que lo tiene; yo lo tengo que te cagas y me ha venido de puta madre mogollón de veces. Por supuesto que conozco este local, pero me sorprende todavía más ver al viejales que curra aquí. Es el tío Dickie, Dickie Ellis; bueno, en realidad es colega de mi tío Gus, que era el hermano de mi madre, pero para mí él también era como un tío, y el cabrón se alegra de verme que te cagas.
—¡Frankie, muchacho! Cuánto tiempo sin verte, hijo. ¿Cómo te va? ¿Qué tal está tu madre?
—No le va mal, Dickie, está muy bien… —le digo yo—. ¿Cuándo te traspasaron este local?
El bar es uno de esos locales forraos de paneles de caoba repleto de whiskies de todas clases. Tiene un suelo de linóleo limpio y huele a barniz. Viejo y en buen estado: poco más o menos como Dickie, que tiene el pelo tirando a blanco pero lo bastante escaso pa que se vean cachos coloradotes en el cuero cabelludo; lleva la barba y el bigote recortaos y unas gafas de montura fina y dorada. Arruga el careto como un acordeón viejo:
—Me concedieron la licencia hará unos tres meses.
Echo un vistazo alrededor para estudiar el antro.
—¿No tienes una tele para ver las carreras de caballo o qué?
—Ni tele, ni gramola ni tragaperras —suelta él—. La gente viene aquí a beber y a charlar, Frank. ¡Así es como tendría que ser un pub!
—Claro —digo yo. Ya veo: aquí vienen a beber estudiantes rojillos y vejestorios. Todos hablando de política. Como Dickie. Pienso que no le puedo hacer nada al abuelo este, pero que tampoco puedo darle un disgusto a Power. Si hago eso no cobraré mi puta paga y el cabrón de Nelly o Skuzzy vendrán aquí y arreglarán cuentas con el viejo Dickie. ¡Y luego Power contratará a algún cabrón como Cha Morrison pa hacer mi puto curro! Es como si oyera la voz perturbada de ese pedazo de carne de trena en la cabeza ahora mismo: Begbie no estuvo a la altura, es demasiao sentimental…
Una situación de mierda en la que haga lo que haga, salgo yo perdiendo.
El viejo Dickie parece que se huele algo, porque me suelta:
—Los matones de Power me han estado dando la lata para que ponga una de sus putas máquinas tragaperras en el local. —Lo dice sacando pecho. Lo que no sabe el carroza este es que a los matones todavía no los ha visto—. Pero los mandé a tomar por culo. ¿Qué van a hacerme? ¿Pegarme una paliza? Y a mí qué. Yo a Power no le tengo miedo, lo conozco desde los tiempos en que se le caían los pantalones porque le faltaba chicha en el culo —me suelta con una gran sonrisa.
Power no es el único capullo que conoce de aquellos tiempos.
—A mi tío Gus lo conocías bien, ¿no, Dickie?
Al vejete se le humedecen los ojos.
—Frank, Gus y yo éramos como hermanos. Conocí a toda la familia de la parte de tu madre, los McGilvary. Buena gente. —El viejo capullo me coge de la manga—. Gus y yo, que en paz descanse, no éramos como hermanos: éramos hermanos. Y tu madre, Val, ¡mi Maisie y ella fueron amigas del alma durante un montón de años!
Me lo quedo mirando, así que me suelta y pone cara de circunstancias.
—Mira —le suelto—, como tú y yo nos conocemos desde hace mucho, no te voy a venir con cuentos ni chorradas. Estoy currando pa Power —le cuento—. Y me ha mandao aquí pa que te apriete las tuercas.
Veo cómo al viejales el alma se le cae a los pies que te cagas, como si se le fuera a estrellar la cara contra el puto linóleo.
—Pero tal como lo veo yo, tú y Gus erais como hermanos. Eso te convierte casi en mi tío. ¿Te acuerdas de que siempre te llamaba tío Dickie?
—Me acuerdo perfectamente, Frank.
—Eso es porque eras como un tío para mí. Y ahí no ha cambiao nada. ¿Te acuerdas de cuando me llevabas al cine?
Ese rostro viejo y reseco se ilumina.
—Claro. Las matinales de los sábados. Tú y Joe. La sala State y la sala Salon. ¿Cómo está Joe, por cierto?
—Ahora mismo no nos hablamos —le cuento.
—Vaya…, lo siento.
—En fin, la pelota está en su tejao —suelto yo antes de cambiar de tema, porque de mi puto hermano no me apetece hablar—. Eso. Y también me llevaste a Easter Road.
—Claro…, estuvimos allí la noche en que Jimmy O’Rourke marcó el hat-trick aquel durante la segunda mitad contra el Sporting de Lisboa, ¿te acuerdas?
—Sí… —digo yo. Me acuerdo muy bien, y además fue un partidazo chulo que te cagas—. Jimmy O’ Rourke…, ese tío sí que sudaba la camiseta, joder. ¡Anda que no nos vendrían bien unos cuantos como él hoy día!
También me llevó a Hampden y a Dens Park. Lo bueno de Gus y Dickie era que cuando te llevaban a un partido fuera y se iban a la taberna a echar unos tragos, te dejaban quedarte dentro del buga con patatas fritas y Coca-Cola. No como el viejo, que cerraba la furgona costrosa aquella con llave y me decía que me quedara jugando en la calle, cerca del pub, por lo general en alguna puta barriada Weedgie. «Para que te hagas un hombre, carajo», me decía el cabrón. Es un milagro que no me raptaran unos putos maricones. A ningún hijo mío le va a tratar nadie así, cagüentodo.
Pero el viejo capullo este de Dickie no para de sonreír que te cagas con cara supertriste, como si fuera a romper a llorar, y dice encogiéndose de hombros:
—Para mí cualquier pariente de Gussie siempre fue como de mi familia, Frank.
—Claro. Y como te he dicho, para mí eras como un tío mío, y ahí no ha cambiao nada, joder —suelto yo. Porque yo me acuerdo de lo que pasó: en pocas palabras, después de que el pobre Gus se cayera de ese puto puente, el galápago este se hizo cargo. Así que apuro el chupito—. Y ésa es la historia que le pienso contar a Power.
Dickie menea la cabeza.
—Oye, Frankie, hijo, pondré la máquina. Por respeto al compromiso en el que te encuentras —asiente todo triste con esa vieja cabeza canosa—. Si trabajas para Power, no quiero que estés a malas con él.
—Que no —suelto yo—. Tú no vas a poner ninguna puta máquina que no te apetezca poner, coño, me da igual lo que diga Power o quien sea. Si el cabrón quiere montar un drama, que se suba al escenario, joder.
—¡No seas bobo! La pondré, Frank. —Ahora el viejales me está suplicando, joder—. Pondré la máquina. En realidad da casi lo mismo.
—Que no. Esto lo arreglo yo, joder —le suelto mientras salgo pa la calle—. Ya nos veremos.
Una vez fuera, me subo al coche y entonces me suelta Nelly:
—¿Ya está resuelto?
—Lo estará —le digo—. Llévame otra vez al despacho de Power.
Nelly se encoge de hombros y enciende un pitillo sin ofrecerme siquiera, lo cual es de un maleducao que te cagas. Arranca el coche y nos largamos. Volvemos al centro, y yo salgo y me voy al despacho. El cabrón este se queda en el buga con una cara de cabreo que flipas.
Estoy otra vez en el despacho de Power mirando a la joven recepcionista que antes no estaba, y con el corazón haciéndome bum-bum-bum. Pero entonces pienso: ¿qué va a hacer? Si quiere pararme tendrá que matarme, coño. A mí me importan una puta mierda Power, Skuzzy o quien sea; eso lo tienen que tener claro, joder. Pero iré de tranqui. A fin de cuentas, conmigo el cabrón se ha portao.
Cuando entro, Skuzzy no está y Power está reclinao en el sillón.
—Frank, hombre, apoltrónate. ¿Cómo ha ido?
—Oye, Davie —le suelto, sentándome en el asiento que está del otro lado del escritorio—, ¿te acuerdas de que cuando empezamos me dijiste que si alguna vez necesitaba un favor no tenía más que pedírtelo?
—Sí, Frank…, claro que me acuerdo —me suelta Power, desconfiao de pronto. A la peña como él no le gusta que les contesten una pregunta con otra puta pregunta.
—Se trata de Dickie Ellis. No sabía que era él el que llevaba la taberna esa. Es una especie de pariente mío. Mi tío. Sé que tú te has portao bien conmigo…
—Tú te has portado bien conmigo, Frank —me dice Power mientras apaga el puro—. Me gusta cómo llevas los asuntos…
—… pero no quiero que al viejo lo agobien. Así que te agradecería, como favor personal y tal, que en este caso dejaras estar lo de la tragaperras. Cualquier otro capullo me importa una mierda, pero no el viejo Dickie.
Power se reclina todavía más en ese pedazo sillón acolchao que te cagas, y de repente se echa hacia delante, pone los codos encima del escritorio y apoya esa enorme cabeza afeitada sobre los puños. Me mira directamente a los ojos.
—Ya veo.
Yo le sostengo la mirada, y también le miro fijamente.
—Te lo estoy pidiendo como favor personal. Sin condiciones. Si tú me dices que nasti, que no puedes, vuelvo ahí ahora mismo y le coloco la tragaperras sí o sí. Me da igual lo que haya que hacer, joder —suelto yo, asegurándome de que el capullo entienda de qué cojones voy.
Power coge una estilográfica y tamborilea con ella sobre la mesa sin dejar de mirarme en ningún momento.
—Tú eres leal, Frank, y eso me gusta. Entiendo que esto te ha colocado en una posición difícil. Pero dime —y ahora el capullo se da golpecitos en los dientes de delante con la estilográfica antes de señalarme a mí con ella—, ¿por qué crees que te envié allí a ti?
—Para hacer que pusiera la puta máquina —suelto yo.
Power niega con la cabeza.
—A mí la máquina me importa una puta mierda. No se lleva un negocio intimidando y amenazando a todo dios. La mayoría de las veces la gente entra en razón, y cuando no lo hace, nos vamos a otro lado y respetamos su decisión; suponiendo, claro, que tengan tablas suficientes como para ser discretos.
Y entonces enarca las cejas pa asegurarse de que me entero de por dónde van los putos tiros y me suelta:
—Pero el viejo Dickie es un puto bocazas, Frank. A mí me parece perfecto que no ponga ninguna de nuestras máquinas en su pub, pero es tan bocas que confunde la benevolencia con debilidad. En pocas palabras, el carcamal ese se cree que yo —dice indicándose a sí mismo con la estilográfica—, y por extensión tú —dice señalándome ahora a mí—, somos un par de putas nenas.
Noto que me tenso. Pienso en el viejo capullo de la taberna. ¡El muy cabrón me ha estao tomando por un puto primo!
Tyrone Power el Gordo se percata de que llevo un mosqueo que te cagas.
—Lo que yo te sugeriría, Franco, es que volvieras ahí y tuvieras una pequeña charla con tu tío Dickie. Le dejamos que siga sin tener máquina en el local, como favor personal que yo te hago —dice Power sonriendo como un gato grande y gordo que acabara de echarse un periquito al puto coleto—, pero asegúrate de que le quede claro que eso se debe exclusivamente a su relación contigo, al respeto que yo te tengo como colega y —entonces el capullo sonríe aún más—, a ese temperamento bonachón que me caracteriza.
—De acuerdo…, se agradece —le digo mientras me levanto y me vuelvo para marcharme.
Pero entonces el tío me dice:
—Favor con favor se paga. Yo también quiero que me hagas un favorcillo.
—Tú dirás. —Y me vuelvo a arrellanar en el asiento.
—El puto jaco ese está por toda la ciudad. Todo dios anda metiéndose.
—A mí me lo vas a contar. Putos gilipollas —suelto yo.
—Desde luego. Es cosa de pringaos, de eso no hay duda; pero se puede ganar dinero con él. Un montón de dinero. La ciudad está inundada de jaco, y algún cabrón que no soy yo se parte de risa cada vez que va al banco. Me encantaría saber quién lo está moviendo y de dónde lo saca. Si pudieras mantener los ojos y oídos abiertos, te lo agradecería.
—Muy bien —suelto yo—. Eso haré, —y pienso en Rents y Sick Boy y Spud y Matty y en todos los tontos del culo que le están pegando a la puta mierda esa. Veo lo que les hace a esos gilipollas, sobre todo al capullo pelirrojo ese de Renton, y como me entere yo de dónde sale, no le pienso dar el chivatazo a Power para que lo controle él. ¡Lo tiraré al puto Forth y a los putos cabrones que trapichean con él los ahogaré!
Así que vuelvo directamente al buga. Nelly está leyendo el Record y comiéndose un hojaldre con beicon. El muy cabrón ni siquiera me ha dicho que iba a ir a por un puto hojaldre. ¡A todos nos gustaría dedicarnos a leer el periódico y papear putos hojaldres con beicon! Puto espabilao. Así que le digo que volvemos al garito. El cabrón me pone una cara de sarcasmo total y me suelta:
—¿Te ha dicho Power que hay que ponerla de todas todas?
—A mí Power no me ha dicho una puta mierda —le digo al cabrón, y eso le cierra la puta boca.
Nelly asiente con la cabeza despacito, como hace siempre este capullo cuando está impresionao pero no quiere reconocerlo. Le pega un bocao a su hojaldre. El muy cabrón sabe que eso quiere decir que la puta mano derecha de Power en Leith soy yo, no él, aunque a mí eso me la sude. Cuando volvemos al pub, le digo que deje el puto motor en marcha.
Me voy pa dentro y me llevo a Dickie a la trastienda.
—Ya está todo arreglao, aquí no vas a poner ninguna máquina.
—Gracias, hijo, pero no tendrías que haberte molestado —gimotea, y entonces se pone a hablar sin parar de mi tío, mi madre y mi abuela hasta el mismo instante en que le cierro el pico al galápago este de un cabezazo en el puto careto. Las gafas salen disparadas de su cara y acaban en el suelo, mientras yo le cojo por esa garganta vieja y escuchimizada con las dos manos y lo asfixio encima del escritorio—. Yo… yo… Frank… la pondré… pondré la tragape…
—¡NO QUIERO QUE PONGAS LA PUTA TRAGAPERRAS! —Entonces bajo la voz hasta el nivel de un susurro—: ¡Ya te lo he dicho! ¡Todo eso ya está arreglao, joder!
—Eeeuughhh… Francis… eeeuughh… es que… no…
—Pero como te vuelvas a ir de la boca sobre Power —digo arrastrando al viejo hasta el suelo y arreándole una patada en las costillas—, ¡esa puta tragaperras será lo último de lo que tengas que preocuparte, coño! ¡¿Entendido?!
—En… entendido —dice el viejo con voz entrecortada.
Al muy cabrón le pego otra patada, y entonces se le escapa un gemido enorme y empieza a potar. Pegarle un palizón a un viejo no tiene ningún aliciente ni da punto ninguno, pero odio al hijo de puta este por haberme puesto en esta puta situación, así que le meto una buena somanta.
Después de un rato, me acuerdo de que es mi tío Dickie, el que me llevaba a la sala Salon al cine y a Easter Road para ver el fútbol cuando mi viejo siempre pasó olímpicamente de salir del puto bareto. Así que le ayudo a levantarse y a encontrar las gafas, se las pongo y le acompaño hasta el bar.
—Lo siento, Frank…, siento haberte puesto en esta situación… —me dice entre jadeos.
Me llega el puto tufillo ese y me doy cuenta de que el viejo se ha meao encima. ¡Como un puto borrachín! ¡Será marrano el viejo hijo de puta! Una gran mancha oscura y húmeda le cruza las pelotas y los muslos. Y la chavala de la barra también tiene pinta de estar a punto de cagarse encima, mecagüen.
—¿Se encuentra bien, señor Ellis?
—Sí…, no pasa nada, Sonia…, encárgate tú de momento…
—¿A ti te parece que tiene pinta de estar bien, joder? —le suelto a la puta zorra atontada esta—. Ha sufrido una mala caída. Lo voy a llevar al hospital.
Conque me llevo al viejo quejica al tigre y le digo que se limpie lo mejor que pueda antes de sacarle por la puerta lateral y meterle en la parte de atrás del buga. Nelly le echa una mirada.
—Dickie se ha asustao y se ha meao encima —le suelto. Nelly no dice na, pero se nota por la forma en que mira a Dickie que tampoco a él le ha impresionado mucho que digamos, joder. Ya te digo. Joder, cómo me ha decepcionao el viejales.