Le llamaban Andy. Pese a que tenía pasaporte británico, por su acento la mayoría de la gente decía que era yanqui. Era un individuo muy circunspecto, pero eso no parecía importarle demasiado a nadie. Los forasteros aparecían e iban y venían, y eran libres de guardar silencio o de contar cuentos chinos según les conviniese, así como de probarse nuevas identidades antes de esfumarse como fantasmas. Si uno tenía jaco o dinero, no se le hacían muchas preguntas comprometidas.
Según una de las versiones más habituales de la historia de Andy, sus padres habían emigrado a Canadá desde Escocia cuando él tenía cuatro años. A medida que fue creciendo, se fue distanciando de su familia y sus andanzas le acabaron llevando a Estados Unidos, donde ingresó en el cuerpo de Marines a fin de obtener la ciudadanía estadounidense. Sirvió en primera línea en Vietnam. Quizá regresó con estrés postraumático no diagnosticado, o a lo mejor simplemente fue incapaz de adaptarse a la vida fuera de las disciplinadas estructuras militares. Vagó por varias ciudades norteamericanas hasta acabar en el distrito de Tenderloin de San Francisco. Se hizo activista político en el movimiento de los veteranos de Vietnam. Tuvo problemas con las autoridades. Éstas vieron su pasaporte británico y, pasando por alto su historial de servicio en el ejército estadounidense, le enviaron de vuelta a un país de origen que apenas recordaba.
Con independencia de que su origen estuviera en Vietnam o en el distrito de Tenderloin, fuera la consecuencia de compartir agujas, de las transfusiones de sangre o del sexo sin protección, Andy contrajo una enfermedad. En Edimburgo se juntó con un grupo laxamente federado de forajidos que le adoptó. Tenían acceso a la medicina que él necesitaba. Estaba formado por Swanney de Tollcross, Mikey de Muirhouse y el viejo hippie Dennis Ross. También estaban el esquivo y sospechoso Alan Venters de Sighthill, un ladronzuelo de Leith llamado Matty y un motero siniestro llamado Seeker. Éstos eran sólo algunos de los miembros más destacados de una comunidad difusa y a menudo refractaria, que fue creciendo de modo exponencial cada vez que cerraba una fábrica, un almacén, una oficina o una tienda. Fue en este entorno donde, sin que lo supieran él ni nadie más y a raíz de compartir las grandes jeringuillas hospitalarias de los chutódromos de Edimburgo, Andy se convirtió en el Johnny Appleseed[121] del sida.