Aparto los ojos de las páginas de mi novela de bolsillo, amarillentas como el pis, y por la ventana del autobús juno la luminosa media luna que se ve detrás de las torres de alta tensión, proyectando nítidas sombras sobre el arcén de la autopista. Estamos a finales de diciembre y hace un frío como para helarte las gotitas esas que se te quedan en la uretra, pero por fin empieza a notarse la calefacción del autobús y por la parte de la ventana donde tenía apoyada la cabeza corren riachuelos de sudor y de condensación.
Nicksy y yo nos hacemos caso omiso mutuamente bajo el tibio glaseado de nuestras luces de techo individuales mientras van haciendo erupción en la penumbra, asaltándonos, los pedos, gruñidos, ronquidos y carcajadas de los borrachuzos que viajan en este fétido autocar, como si fueran los ruidos de los animales salvajes del bosque. Pero el silencio que reina entre los dos es guapo; nos conocemos desde hace tiempo suficiente como para no tener que llenar el vacío sólo porque sí. A cada uno nos gusta tener su espacio, y más cuando andamos un poco jodidos.
Sick Boy tenía muchas ganas de que me llevara a Nicksy a nuestra casa, contándome que no para de hablar de ir a ver a Matty y diciéndome que es lo menos que podemos hacer después de que nos haya alojado él. Me explicó que había decidido quedarse en Londres a pasar el Año Nuevo para ir de fiesta con Andreas y Lucinda, ya que «el histrionismo» de Edimburgo no le atraía. Me dice que sigue cabreado con Begbie a cuenta de sus «calumnias» y que no le apetece andar por ahí con él hasta que haya recibido al menos alguna clase de disculpa. Le dije que más le valdría no esperar sentado. Yo encantado de dejarle ahí a su rollo: ya le pueden dar por culo a pasar la fiesta de Hogmanay en Inglaterra.
En cuanto el autobús entra en St. Andrews Square vamos directamente a Montgomery Street y por el camino pillamos un lote de bebida para llevar. Llegamos una hora tarde a cuenta de la cantidad de tráfico que hay intentando entrar en Edimburgo; capullos que vuelven a casa por Año Nuevo. Son pasadas las diez cuando llegamos al chabolo de Monty Street, que en cierto modo Spud y Keezbo han heredado. Hay una fiesta en pleno apogeo y nos apuntamos con ganas. El ambiente es chachi, quitando que Matty apenas le dice una palabra a Nicksy, que no para de hablarle, pero el muy cabroncete se comporta como si fuera un desconocido en vez de ser el tío que nos tomó bajo su protección y nos hizo de guía de Londres durante la época culminante del punk. Estoy mosqueado con el gilipollas este. Por lo menos Franco está amigable con él:
—Así que eres de Londres, ¿eh, colega? —pregunta a Nicksy—. Una vez, en Benidorm, me follé a una tía de Londres. ¿Te acuerdas, Nelly? ¿De Benidorm y del par de tías londinenses aquellas?
Nelly parece no tener ni zorra de lo que le dice pero asiente con la cabeza.
Alguien saca los instrumentos y empezamos a enredar. La cosa desemboca en una pequeña jam session en la que Nicksy rasguea la acústica de Matty con una destreza que su dueño es incapaz de igualar, mientras Franco canta acerca de beber vino y sentirse más que contento con voz fuerte y clara, plena de nostalgia.
Yo y Keezbo punteamos y aporreamos a la vez que intentamos mantener el ritmo y acompañar un poco a Franco y Nicksy. La voz de Franco es digna de oírse; es como si por ser Hogmanay hubiera absorbido la cantidad justa de alcohol y buenas vibraciones y éstas hicieran intersección en tan maravilloso vector mientras él se convierte por unos instantes en un ser distinto, en una fuerza llena de gracia y de espíritu.
Yo voy mirando los rostros de todo el mundo, iluminados por las velas; Nicksy, Keezbo, Tommy, Spud (que ya no lleva el cabestrillo), Alison, Nelly, Franco, June, Matty y Shirley, además de una tía hecha polvo y con una larga cabellera azabache que ha venido con Nelly pero que éste no se ha molestado en presentarnos. El cabrón este tiene el don de gentes de un matón fascistoide. Un gran fuego de carbón arde en la chimenea; los del ayuntamiento pueden meterse en el culo sus chorradas acerca de la zona libre de humos y a todo el mundo le emociona visiblemente cómo canta Franco. Nos sumamos a él al llegar el estribillo y nos convertimos todos en uno solo y compartimos ese sueño roto[115]…
Begbie está tan absorto en su interpretación que casi cuchichea con los ojos entreabiertos no sé qué de la hora a la que la gente se va a sobar…
Pobre Spud; al capullo sentimental, se le llenan los ojos de lágrimas mientras Franco canturrea suavemente con voz grave. Matty sigue de morros a pesar de que Shirley le sonríe y le sacude por el hombro, y yo me fijo en que Kelly y Alison miran a June, que mira boquiabierta a Franco, como si fuera una estrella de rock and roll, cosa que en cierto modo esta noche es. Franco es el blanco de todas las miradas y Nicksy rasguea con firmeza y convicción. Keezbo marca un ritmo suave, que me lleva de modo casi imperceptible a tocar un ritmo simple y discreto en el bajo Shergold sin trastes, y a desear que en su lugar estuviera tocando el Fender, porque cuesta ver los puntos de guía del mástil a la exigua luz de estas velas. Finalmente, Begbie se llena los pulmones de aire para el gran clímax, el último estribillo de la canción, que de verdad es cien por cien él.
Terminamos entre vítores, cosa que Franco logra soportar por los pelos. Yo le guiño sutilmente un ojo, algo que me doy cuenta de que le gusta más por el discreto reconocimiento que transmite. Mi raquítico meñique se ha quedado insensible y dormido de tanto intentar pulsar esas octavas.
Spud tiene los ojos enrojecidos y húmedos.
—Franco, tío…, ha sido… asombroso…, como quien dice… —suelta, pero sus comentarios llevan a todo el mundo a mirar al cantante.
—Ya —suelta Begbie, pero se nota que Spud le ha mosqueado al hacer tantas alharacas—. Pa Año Nuevo Rod Stewart es insuperable, joder —y llena de whisky el vaso de Spud para dejar de ser el centro de atención.
Pero el pobre Spud va demasiado pedo para enterarse de por dónde van los tiros, y sigue dale que te pego:
—No, pero es que ha sido asombroso. Sabes, si yo cantara como tú, Franco…
—Cierra la puta boca —le dice Begbie en tono suavemente amenazador. Nicksy me mira a mí con gesto tenso y enarcando una ceja.
—Pero si sólo digo… —declara Spud.
—¡He dicho que cierres la puta boca, coño!
Spud se queda callado, al igual que los demás. Todos comprendemos en el acto que Begbie se da cuenta de que un pedacito de belleza de su alma ha quedado al desnudo, y que a pesar de su ego y de los cumplidos que le han hecho, lo considera una debilidad en potencia, algo que algún día podría ponerle en una situación comprometida.
—Sólo me he puesto a cantar un poco, ¿vale?
Nicksy guarda la acústica de Matty en la funda. Yo miro con mucho teatro el reloj de la repisa de la chimenea y suelto:
—¡Venga, gente, será mejor que nos pongamos en movimiento si queremos llegar a casa de Sully a tiempo de oír las campanadas!
Para todos es un alivio cambiar de escenario. Salimos a la calle, donde el aire está frío y en calma. La ciudad está aprisionada por el hielo, como un pisapapeles hecho de árboles, muros y nieve. Todo el resto de la peña está subiendo por Leith Walk camino del centro y hacia the Tron para escuchar las campanadas. Nosotros, sin embargo, vamos en la dirección opuesta, con las suelas deslizándose y chasqueando sobre las aceras heladas, rumbo a Leith. Kelly y Alison van cogidas de mis brazos, cada una por un lado; sólo es por motivos de seguridad mientras dure este traicionero recorrido, pero sienta bien de todas formas. Kelly vuelve rápidamente la cabeza, como si fuera un lémur, tomando una instantánea visual de mí antes de volverse hacia Ali. Noto el latido de la cicatriz de magnesio que su sonrisa me ha dejado por dentro.
—Siento muchísimo lo de tu madre —le cuchicheo al oído a Ali—, y también no haber estado aquí para el funeral. No me enteré hasta que todo había terminado.
—No pasa nada. La verdad, ha sido un alivio, porque al final sufría muchísimo. Sé que sonará horrible, pero yo estaba rogando: déjate ir de una vez.
—Pues siento muchísimo que te hayas quedado sin ella y que tuvieras que pasar por todo eso.
—Qué adorable es Mark, ¿verdad? —dice Kelly mientras me mira y me produce otra punzada en el estómago, antes de volverse de nuevo hacia Ali.
—Tiene sus momentos —reconoce acerbamente Ali, pero me da al mismo tiempo un fuerte apretón en el brazo. Una gran sonrisa ilumina el rostro de Kelly y por un instante pienso que le molarían unas pelotas color canela, pero la idea es ridícula; está saliendo con el tal Des Feeney, ese tío que es una especie de pariente de Spud.
In your rents, Dream Boy[116].
Las chicas tienen una belleza etérea en semiperfil mientras hablan entre sí conmigo en medio, y la luz de las farolas de sodio resplandece en la mirada traviesa de Kelly y los ojos desolados de Ali. Ennoblecido por mi estatus de consorte, una gracia golfa se asienta en mi alma gracias al cálido fulgor del whisky. Hace una noche cruda, pero no sopla el viento, y cuando me vuelvo veo a Nicksy fundido con Spud y Tommy en una risotada salvaje, mientras Franco, June y Keezbo van caminando un poco más adelante.
—Está como una puta cabra, y me quedo corta —cuchichea Ali mientras señala con la cabeza para indicar a Begbie—. ¡Danny sólo quería hacerle un cumplido!
Estoy a punto de decir algo, pero decido no hacerlo cuando de pronto Begbie se para en seco y arrastra violentamente a June hasta un portal. Cuando pasamos por delante la oímos decir:
—Frank, no —riéndose de forma estentórea y temerosa—. Aquí no.
El cochino hijo de puta se la va a cepillar allí mismo.
—Es un sentimentaloide total, de esos que cantan serenatas a la luz de la luna —intento sugerir cuando ya los hemos dejado bien atrás. Alison levanta desdeñosamente los ojos hacia el cielo y Kelly ladea la cabeza, sonriendo de esa forma tan mona y tan sexy que tiene. Está guapísima con la cara llena de pecas y ese pelo corto rubio oscuro en punta, y rebosa esa extravagante confianza recién adquirida de quien se encuentra de pronto muy a gusto en su piel. Eso es lo que dice a veces el viejo, y nunca lo había pillado hasta ahora. Me pregunta por Aberdeen, y me cuenta que ha empezado a hacer el curso de acceso para la Universidad de Edimburgo. Yo le cuento que me he tomado un año sabático y que estoy pensando en marcharme a Glasgow o al sur.
Los demás se han parado a esperarnos, pero no hay ni rastro de Franco, que seguramente estará tirándose a June con la máxima dureza en ese piojoso portal.
Seguimos avanzando hacia Easter Road, ya que el queo de Sully se encuentra en ese extremo de Iona Street. Mañana es el partido del derby, así que estamos al ladito.
—Estos capullos no nos han ganado en Año Nuevo desde 1966 —declara Matty mientras blande una botella de whisky y mira con gesto desafiante a Keezbo.
—Ese récord caduca mañana —dice Keezbo.
—Anda y vete por ahí, cacho mongolo. ¡Y una puta mierda! —le espeta Matty, y luego añade maliciosamente en voz baja—: tocino de los huevos.
Esto último ha sido un tanto borde y no venía a cuento para nada, pero Keezbo lo deja estar. Shirley pone mala cara y mira al suelo. Matty siempre anda metiéndose con Keezbo. Algún día de éstos el grandullón se dará media vuelta y le partirá los morros al cabrito picajoso este. Y no seré yo quien llore cuando ocurra.
Vemos a Begbie y a June saliendo del portal. Vienen hacia nosotros, Franco luciendo una sonrisa obscena, y June con una pinta cada vez más incómoda y tímida a medida que se van acercando. Les esperamos en silencio. Franco capta las vibraciones. Pese a que actúe a tontas y a locas cuando se trata de armar bronca por su cuenta, puede llegar a ponerse de lo más susceptible cuando es otro cabrón el que crea un ambiente propicio. Igual al final Sick Boy sí que acertó con sus planes para las fiestas.
—¿Qué coño os pasa?
Matty rompe el silencio y señala a Keezbo.
—¡Joder, sólo le estaba diciendo al capullo del Jambo tocino este que su equipo es una mierda!
—No pienso discutir de fútbol contigo antes de que den las campanadas, Matty —suelta Keezbo.
—Eso —le dice Franco a Matty—, ¿por qué andas metiéndote con el puto Keezbo, puto zumbao?
—Porque es un gordo cabrón de los Hearts.
El brazo de Franco sale disparado y le mete una colleja a Matty. La leche es de las que duelen, pero también es una puta humillación porque Shirley está delante.
—¡Cierra la puta boca! ¡Hoy somos todos colegas, joder, haya puto fútbol o no! —Acto seguido, mira a Keezbo con una sonrisa de depredador—. Como vea a este gordinflón zanahorio por la mañana, le meto un viaje que se traga todos los putos dientes. —Y entonces mira a Matty—. Pero esta noche todos somos amigos del alma a tope, ¿vale?
A falta de argumento alguno en contra, doblamos la esquina, aparecemos en Iona Street y subimos las escaleras por un callejón que está justo al lado del Iona Bar. Me muero de ganas de entrar en calor. Sully nos saluda a todos; es un anfitrión grandullón, afable y con voz ronca, con unos rasgos muy marcados y un corte de pelo rockabilly peinado hacia atrás que yo siempre pienso que le quedaría mejor a un menda más mayor. Me voy para la cocina y veo a Lesley, Anne-Marie Combe, una morena delgadita y de pelo corto que, cómo no, trabaja de peluquera, y a la que le metí mano en el apartadero hace años, cuando iba hasta el culo de vodka, y a Stu Hogan, un tipo rubio corpulento muy aficionado a las bromas pesadas que me sirve un chupito de whisky. Yo prefiero con mucho el vodka, pero alguien dice algo acerca de que si es Año Nuevo, y a todo el mundo le ponen uno. Ahora mismo el jaco ni lo toco, y ni siquiera me meto speed. Me estoy poniendo un poco las pilas. Stu me pregunta por Londres; me cuenta que Stevie Hutchinson anda por ahí abajo y me pasa un número de teléfono de una libreta de direcciones vieja y cutre. Ésa es una buena noticia; Stevie es un tío legal, y además es bastante buen cantante, o por lo menos lo era cuando estábamos los dos en Shaved Nun. Como cualquiera que tuviera talento, no tardamos en quedarle pequeños.
—Vive en Forest Hill —me cuenta Stu—. ¿A ti eso te queda cerca?
—Sí, bastante —suelto yo—. Aunque en realidad no. Bueno, sí y no, en términos londinenses—. ¿Sigue saliendo con la capulla empanada aquella?
—¿Con Sandra? —suelta Stu.
—Sí, esa, Chip[117] Sandra solían llamarla. Además de comérselas le gustaba llevarlas puestas en el hombro.
—Nah…, cortaron antes de que él se bajara a Londres.
—Me alegro, porque es una zorra amargada de mierda. No la soporto, joder. ¿Te he contado la historia de…? —empiezo, pero titubeo al ver la cara tan seria que pone Stu.
—Da la casualidad de que ahora soy yo el que sale con Sandra —me interrumpe—. Ahora mismo viene de camino para acá. Es más, antes de que hagas más comentarios insidiosos acerca de otras personas, creo que debería informarte de que la semana pasada ella y yo nos comprometimos.
Joder…
—Ah…, quería decir…, en realidad yo no conozco a Sand…
A Stu se le ilumina la cara mientras le brotan las carcajadas de algún lugar de las profundidades de su pecho.
—Te pillé —me suelta sonriendo antes de sacudirme una palmada en el hombro y pirarse.
—¡Hijo de puta! ¡Coño, ésta te la guardo, Hogan!
Me la acaba de clavar hasta la empuñadura, pero en fin, qué más da, la fiesta está en pleno apogeo. Tommy está rellenando un vaso de media pinta hasta arriba con un gran chorro de whisky.
—¿Dónde está Segundo Premio?
—Quién coño sabe, no lo he visto. Estará tirado en alguna canaleta en algún sitio.
Tommy esboza una sonrisa cómplice y me llena el vaso hasta arriba, pero no disfruto nada con esta bebida, joder. Me abrasa las entrañas. Lesley ve la mueca que hago, y mientras Tam se encarga de Nicksy, se me arrima.
—¿Tienes algo de jaco?
—No.
—¿Te apetece un chute?
—Sí —digo. He estado intentando evitar el jaco escocés y las agujas, porque el bacalao ese es letal que te cagas, y notas que se te apodera de verdad. Con el turrón es más fácil: no parece que le joda a uno tanto. Pero que le den por culo, estoy más o menos de vacaciones…, de vacaciones en casa…
Nos largamos a uno de los dormitorios y nos sentamos, con las piernas cruzadas, sobre una enorme cama con armazón de latón cubierta con un edredón de tartán mientras Lesley prepara los chutes. Me deja atónito, porque creí que acababa de fumarse un chino, pero tiene un juego de herramientas completo y es de lo más competente. Enciende una vela, la mete dentro de una lata de tabaco y apaga la luz principal. Cada uno preparamos nuestro equipo respectivo, y yo voy primero. Mi vena absorbe tan ávidamente el bacalao que es como si apenas tuviera que hacer presión sobre el émbolo.
Ahhh…, DE PUTA MADRE…
De puta madre…, ay, tío… aaah…, qué bien, qué bien…
Me había olvidado de lo potente que es la manteca esta. Lesley no había preparado demasiada pero me desplomo sobre el Royal Stuart[118]…
—El otro día me lo encontré en el bolsillo de mis vaqueros —me explica recogiéndose el cabello rubio detrás de las orejas y poniéndose a dar golpecitos pacientemente antes de chutarse, mientras yo me recuesto, completamente derretido—. Hacía semanas que me había olvidado por completo de que lo tenía. Lo llevé a la Bendix y estuve en un tris de echarlo a lavar. Menos mal que no lo hice, porque hay una sequía… ¿Pero de qué te ríes?
… ay, qué guapo, coño…
Intento contarle el chiste de la Bendix pero apenas puedo articular palabra, y en cualquier caso, ella ya se ha chutado y al cabo de unos segundos se encuentra en idéntico estado que yo.
Madre de Bendix, dioses de la lavandería, os doy las gracias por el rey jaco; gracias por ese lavado más blanco que la cal…
La luz de la vela se apaga y ambos nos quedamos despatarrados sobre la cama; a continuación nos abrazamos con emoción pero de manera más o menos casta. Lesley lleva puesto un top azul de tela resbaladiza que parece de seda pero no lo es. Luego nos quedamos como fritos, yo con la cabeza apoyada en su estómago, con el top enrollado y escuchando los ruidos que hacen sus tripas.
—Borbotones y chisporroteos, borbotones y chisporroteos —suelto yo.
—Estoy colgada…
—Yo también. Hace frío… —Me sacudo las zapatillas, me quito los vaqueros y me meto debajo del edredón tartán. Ella hace otro tanto, gateando hasta colocarse a mi lado y dándome un beso guay en los labios. Luego mete el índice dentro de mi jersey y me recorre la caja torácica.
—Estás flaquísimo, Mark.
—He perdido algo de peso. Supongo que tengo un metabolismo acelerado. —Y me levanto sobre los codos y la miro a mi vez.
Lesley me sonríe lúgubremente en la penumbra. Por debajo de la puerta entra luz a chorros, y también por detrás de las cortinas desde la farola de la calle.
—Un metabolismo de jaco, más bien. Eres un tío bastante raro —me suelta sin dejar de trazar el contorno de mis costillas con los dedos.
—¿En qué? —pregunto, interesado por saber si quiere decir raro en plan molón o raro en plan bicho raro tarado. Tampoco es que me importe en cualquiera de los dos casos, porque me siento guay que te cagas.
—Pues… a la mayoría de los tíos se les nota si les molas. —Bajo esta luz tan exigua, las pupilas de Lesley se estrechan felinamente—. Pero contigo no sé…
—Claro que me molas —le cuento—. Tú le molas a todo el mundo. Eres una chica muy guapa —le suelto mientras le echo el pelo tras la oreja, como hizo ella cuando estaba preparando los chutes. Lo es. En cierto modo.
—Sí, ya —dice ella dubitativamente, pero sin dejar de sentirse un tanto halagada. Así que estira la mano hasta mi entrepierna, la mete dentro de los calzoncillos y coge un puñado de plastilina—. Entonces, ¿cómo puede ser que estemos en la cama juntos y a ti no se te ponga dura?
—Es que estoy demasiado colgado. Después de chutarme la manteca esta cuesta siglos que se me levante…, cuando fumo un poco de turrón no hay problema, se me pone como una secuoya californiana, pero como me meta de esto…
En realidad Lesley, con ese gran busto que tiene, no es mi tipo, pero por supuesto que aun así me la tiraría si no estuviera tan hecho polvo. Los dos nos quitamos las camisetas y acto seguido nos abrazamos y nos besamos un rato, pero ella está tan colgada como yo, y balbuceamos chorradas otro rato más antes de sumirnos en algo afín al sueño mientras ella sigue con la mano ahuecada en torno a mis blandos genitales.
Soy consciente de que ha transcurrido cierto lapso de tiempo, cuando Alison y Kelly, bebidas hasta el culo, entran en la habitación, seguidas por Spud, inundándola así de áspera luz matutina.
—Uuy —dice alguien antes de cerrar la puerta rápidamente. Luego la abren un poco y gritan—: ¡Feliz Año Nuevo!
Yo intento contestar algo entre dientes. Tanto Lesley como yo estamos en ropa interior, y fuimos quitándonos el edredón de encima a lo largo de la noche, a medida que empezó a notarse más la calefacción. Lo vuelvo a subir para cubrir esos pechos voluminosos, firmes y blancos como azucenas.
—Me cago en la puta… —suelta ella al despertarse, mientras los demás, soltando risitas como unos críos atontados, cierran la puerta.
—Mmmm… —concuerdo yo más o menos, sintiéndome chungo y con un sabor metálico en la boca.
—¿Qué hora es? —pregunta Lesley incorporándose con el edredón delante de las tetas. Bosteza y me mira.
—Quién coño sabe… —rezongo, pero suena como si la fiesta todavía coleara. Oigo el «Cum On Feel the Noize» de Slade y deduzco que Begbie sigue monopolizando el tocata. Según vamos regresando, lenta y dificultosamente, al estado consciente, Lesley y yo nos sentimos bastante avergonzados, por lo de tener las herramientas encima de la mesilla de noche, pero también por la situación general. Nos quedamos fritos antes de las campanadas y ni siquiera hemos follado. Alguien vuelve a llamar a la puerta con una sucesión de golpecitos suaves. No abren, pero detrás de ella oigo a Spud:
—El fútbol, tronco, el fútbol. Pub. El derby. The Cabbage.
—Dame un minuto. Llévate a Nicksy al Clan contigo y os veo ahí dentro de un rato.
Lesley y yo oímos cómo el piso se va vaciando. Te tiras a alguien cuando vas salido y hasta el culo, y por la mañana suelen tener una pinta horrorosa que te cagas. Con ella pasa todo lo contrario, es preciosa y es como si me diera cuenta por primera vez. Ahora tengo una erección de campeonato, y ella tiene una pinta sexy y morbosa del carajo, pero ya pasó el momento y ella se levanta y empieza a vestirse, dejándome sin otra opción que hacer otro tanto.
—Vale, nos vemos luego —dice ella.
Eres un puto tarado, Renton, un puto memo simplón y retrasado.
—¿No te apetece bajar al pub a tomarte una?
—No. Voy a casa de mi madre en Clerie para celebrar el Año Nuevo.
Salimos al frío, y cada uno se va por su lado. Enseguida lamento no haberme ido a Clerie con ella, pese a que no me haya invitado a hacerlo. El pub está hecho un caos, y todo el mundo anda cantando canciones de los Hibs. Un tío maduro con unas gafas de culo de vaso se ha desnudado y está bailando en el escenario de las gogós. En las nalgas lleva tatuado con tinta china el nombre de PADDY STANTON[119] acompañado por un par de ojos y ELVIS en la polla, que una maruja entrada en años intenta ocultar con la calceta que estaba tejiendo mientras él se menea.
—Es su madre —explica alguien.
Nicksy se lo está pasando bomba; por lo visto, el cambio de aires le ha sentado bien. En cambio, a mí me está costando mucho beber. El alcohol me pone malo; la Reina Heroína es una zorra bastante celosa, y no le gusta que otras drogas, sobre todo la Princesa Priva, intenten usurparle sus presas. Ali y Kelly parecen estar en plena conspiración, Nicksy le está contando a Tommy y Spud una historia sobre Sick Boy, y yo me veo obligado a ocupar el asiento del dolor junto a Begbie, que me arrea su codazo de marca en las costillas.
—¡Qué bien te lo has montado…, con Lesley! ¡Qué suerte tienes, guarro cabrón! ¡No te cortas, coño! ¡Yo me la tiraba pero ya mismo, joder! Supongo que se la habrás metido por todos lados, ¿no, cabrón pelirrojo?
—No, sólo han sido unos arrumacos —le suelto yo—. Mimitos de Año Nuevo. —Miro a Tommy, que parece llevar una resaca del carajo. Menea la cabeza, asqueado consigo mismo.
—¡Sí, ya, y yo me lo creo, cochino hijoputa pelirrojo de los huevos! Se la estuviste metiendo toda la noche, cabronazo suertudo —sentencia mientras hace el cambio ese de chupito a pitillo y de vuelta al chupito con una mano que curiosamente impresiona—. ¡A ésa le tuve yo echao el ojo durante siglos! No se corta el cabrón este —anuncia a toda la mesa.
Los demás se suman a él, negándose a creer en mis honorables protestas. Habría sido mejor decirle a todo dios que estuve tirándome a Lesley de todas las maneras posibles y que ella no paraba de pedir más. Entonces habrían pensado: «Sí, claro». Al decirles la simple verdad, ahora creen que se la he metido en todos los orificios. Tiene que ser una mierda ser tía. Me acerco a la gramola y pongo Lido Shuffle, de Boz Scaggs, a la vez que pienso en «Baws Skagged»[120], el nuevo apodo que me he puesto y que me guardaré para mí.
Cuando vuelvo a mi asiento, Kelly está como escuchando a Nicksy y a Ali largando con gran seriedad sobre problemas de relaciones; él sigue babeando sobre la tal Marsha de unos pisos más arriba de nuestro queo en Dalston, y ella no para de largar sobre un tipo casado del curro con el que se ve. De pronto, Ali mira a Nicksy de modo penetrante y le pregunta:
—¿Qué va a hacer Simon en Año Nuevo?
—No sé —dice Nicksy encogiéndose de hombros.
—¡Adoro a Simon!
—Ya —dice Nicksy recelosamente—. Es un tío fenomenal.
Franco se me arrima un poco más para decirme en voz baja y en modo confidente:
—Oye, colega, que tú eres el único cabrón de aquí en el que puedo confiar…
—Vale…
—¿Conoces a Tyrone el Gordo?
—Sólo de oídas —le suelto. Sobre Tyrone el Gordo, también conocido como Davie Power, circulaban toda clase de historias. O bien regía la ciudad con mano de hierro, o bien era un tocino saco de mierda y un chota cobarde, dependiendo de quién contase la historia. A mí todo el rollo gángster ese nunca me interesó.
—Le estoy haciendo unos trabajitos.
—Vale.
—Pero no estoy seguro de estar haciendo bien.
—¿Qué es lo que haces?
—Ayudarle a colocar sus máquinas tragaperras. Es todo en negro, así que es superguay. Además es cobrar por no hacer nada. Yo, Nelly y un cabrón enorme llamado Skuzzy nos dedicamos a ir por los pubs y dejarles una copia del catálogo de las tragaperras. La mayor parte de las veces los capullos captan y saben que tienen que elegir la que va a instalar Power —dice mirando a Nelly, que está dotado que te cagas para ese trabajo, ya que no para de acercarse a la máquina tragaperras, haciendo caso omiso de su chica mientras mete las monedas una tras otra, con un careto que es el vivo retrato de la concentración.
—Vale, pues si no estás seguro, déjalo.
—Ya —suelta él— pero Nelly también está haciendo cosas para él, y no quiero que ese cabrón vaya pavoneándose por ahí como si él fuera el hijo de puta que tiene el rabo del tamaño del puto monumento a Walter Scott. No tiene ningún sentido cortarse la polla para picar a los huevos, ¿sabes cómo te digo?
Ahora aquello tenía sentido; si Nelly estaba trabajando para un gángster de altos vuelos, no había manera de que Begbie pudiera dejar eso fuera de su currículum. Los muy cabrones decían ser grandes colegas, pero llevaban compitiendo el uno con el otro desde los tiempos del colegio.
—Es algo a tener en cuenta, supongo —suelto yo, procurando que suene como si me importara una mierda, y consiguiéndolo por los pelos.
—Al principio, pensé: «joder, a Nelly le ha salido un chollete y estaba ofreciéndole una tajadita a su amiguete, coño». Pero ahora lo veo de otra forma, joder. Es como si quisiera decir que no tiene muy buen concepto de mí, carajo, y que pensara que la voy a cagar; por eso me lo deja a mí, para que yo me dé de putos morros —declara Franco mientras me fulmina con la mirada. El muy zumbao está cogiendo carrerilla.
Yo lo único que puedo hacer es asentir. De pronto Tommy vuelve a la vida, con la cara más fruncida que un farolillo chino, y todos nos volvemos y lo miramos, asustados, mientras se lleva la mano a la boca. De entre los dedos le sale una rociada de potas mientras corre frenéticamente hacia el retrete entre grandes vítores de todos los que estamos alrededor de la mesa.
Salvo Franco.
A mí me importaban una puta mierda estos cabrones y su negocio, y también la guerra encubierta que libran entre sí, pero no quiero que la cosa pete aquí.
—Nah, yo creo que Nelly va de legal, Franco. Tal y como lo veo yo, lo que pasa es que sí tiene buen concepto de ti, y que él queda mejor con Power si le presenta a un tipo evidentemente capaz de manejar las situaciones.
Franco medita un poco al respecto. Mira hacia donde está Nelly y luego me mira a mí. Parece estar de acuerdo.
—Sí, me parece que estoy siendo un poco duro con el cabrón. Nelly es un capullo legal y siempre lo ha sido —dice mientras Nelly mira hacia donde estamos nosotros—. ¡Todo bien, Nelly, cabronazo! ¡Págate una ronda, pues! ¡Una rubia y un whisky para mí, y una rubia y un vodka para este cochino hijo de puta zanahorio! ¡Y para los chavales y las chicas también! Venga, Tam, que eres un puto flojo —le ruge a Tommy, que regresa del tigre con cara de fantasma. Vuelve a arrugar el rostro con el gesto crispado de dolor mientras alguien le pasa una copa.
Nelly le dedica un saludito encantador y se aparta de la tragaperras para pedir una ronda a gritos. Nos sumamos todos al coro de «Somos el Hibernian FC» que sale a todo volumen de otra mesa, y luego apuramos las bebidas y nos marchamos a ver el partido.