Estoy totalmente pelao, tío, y con la trampa sacapastas de las navidades y el Año Nuevo encima. Eso sí, estamos todos en el mismo barco. Begbie aparece por el queo, y en la vida había visto a un gallo de un humor tan de perros, ¿sabes?
—Spud —me suelta en plan saludo al entrar en el piso, y me hace a un lado para ponerse a buscar a Rents y a Sick Boy—. ¿Dónde cojones están esos dos cabrones?
—No lo sé, tío, aquí todo va y viene, ¿sabes? —le cuento. Estoy un poco chungo y me he puesto a limpiar un poco esto, ¿sabes? Como intentando currármelo un poco y tal.
Pero el Pordiosero no está contento, y le echa las culpas a Cha Morrison, el de Lochend. Lo juzgan el mes que viene por rajar a Larry Wylie, y todo el mundo menos Franco se alegra, tío. Dos piraos chungos retirados de la circulación vía las movidas carcelaria y hospitalaria; es como un puntazo total en todos los sentidos, ¿sabes? Para todo quisque, menos para Francis James Begbie, que se ha tomado lo de Larry como un ataque personal. Franny Jim no anda muy contento últimamente, así que cuando me viene con la noticia de una casa en la que dar un palo, me lo tomo con cautela, tenga problemas de tela navideña o no.
¡Porque una vez más he vuelto a ser un bocazas total! El caso es que es el mismo queo que le dije yo a él hace siglos y tal. Tenía información privilegiada, porque el año pasado entregamos allí un aparador. Pensé que le habría entrado por un oído y le habría salido por otro. Pero el Pordiosero es de esos tipos que lleva un rollo elefantino; como que nunca se olvida, ¿sabes?
—¡En esa casa no, Franco! La policía repasará la lista de toda la gente que haya pasado por ahí a lo largo del año pasado. Y adivina a quién le pondrán la orla, tío. ¡Al menda resentido de las mudanzas al que acaban de darle el finiquito!
—Y una mierda —dice Begbie despectivamente—. Estamos hablando de la puta policía de Lothian and Borders. Esos julandrones no valen pa una puta mierda que no sea poner multas, joder. Ahora ya será todo agua pasada, capullo, se habrá enfriado la pista que te cagas —dice, y descorre las cortinas y se pone a mirar la calle.
—¡Pero el tío es abogado, Franco! ¡Conrad Donaldson, letrado!
¿Sabes cuando alguien sencillamente no te oye? Ése es Franco de pies a cabeza. Cuando hay alguna noticia que ese felino no quiere oír, el nota gira las orejas puntiagudas para otro lado y todos los sonidos malos se pierden en el espacio.
—¿Hay algo de beber en esta puta pocilga?
—Eh, sí…
Las orejas vuelven a su posición normal, se va para la cocina y coge una botella de la nevera, una de esas Peroni que Sick Boy compró en una licorería pija. La abre y echa un trago gluglú, pone careto de asco, estira el brazo y se fija en la etiqueta.
—Joder, ¿cerveza italiana? Los italianos hacen vino, coño. Y Sick Boy es de los que tendría que saberlo, joder. ¡Ya le pondré yo las pilas a ese cabrón! ¡La madre que lo parió! ¡Cerveza italiana!
—Pero, oye, que el Conrad Donaldson ese es letrado —le repito, pero veo que sigue bebiéndose la garimba espagueti esa.
—Ya, pues con más motivo todavía, joder, porque el cabrón es abogado defensor —dice Franco, señalándome con la botella—. Defiende a piraos como Morrison, así que la poli lo tiene atravesado. No harán una puta mierda por ese hijo de puta —dice, y vuelve a leer la etiqueta de la Peroni.
—Pero Frank…
—¡La cosa no tiene ningún peligro, joder! Lexo, el de los casuals[77], me contó que el cabrón QC[78], este… QC, ¿y eso qué coño quiere decir…? ¿Queer cunt[79] o qué? —dice, y me mete un castañazo en el brazo. Ojalá dejara de hacerlo, tío, porque, aunque lo hace en plan cariñoso, es como un rollo tipo acoso, ¿sabes? Es como decir «yo soy el mazas tío duro y tú el piltrafilla» y eso—. Vale, el maricón de mierda este lo defendió en el juicio aquel y ahora se larga seis semanas de vacaciones a Estados Unidos. He ido a reconocer el terreno, es una casa grande que te cagas en Ravvy Dykes. No hay ni dios, así que vamos esta noche. Fin del puto rollo. —Vuelve a asomarse a la calle—. ¿Seguro que no tienes ni puta idea de dónde están Rents y Sick Boy? ¡Joder, podían haber dicho adónde iban! Cerveza italiana de los huevos… En fin, cortarse la polla para fastidiar a las pelotas no tiene ningún sentido. —Mata la botella de un trago y abre otra.
—Eh, creo que igual han ido a buscar ratoneras. Aquí hay ratones y tal.
Franco enarca sus pobladas cejas y echa un vistazo por la cocina.
—¡Y yo que creía que esta puta pocilga sería demasiao asquerosa para cualquier ratón que se preciara!
En fin, no digo nada, porque tuve una pelotera del carajo con Rents y Sick Boy sobre el tema; a mí eso de matar ratones no me parece bien. Tiene que haber una forma humanitaria de disuadirlos sin hacerles daño y tal. Mi idea era hacernos con un gato, sólo para asustarlos. Puede que matara uno o dos, pero los demás captarían el mensaje y se pirarían a otro lado. Pero Rents me salió con que si era alérgico y tal.
Franco y yo decidimos salir a buscarlos, así que ahora vamos pateando el Walk. Llegamos al Cenny y vemos a Tommy, y también a Segundo Premio, ciego perdido, con manchas de pis en los pantalones, pero como ya secas, ¿sabes? Ahora que, de Rents y Sick Boy, ni rastro.
—Será que todavía andan buscando ratoneras —suelto yo.
—Sí, ya —dice Tommy, enarcando las cejas—. ¿Es así como lo llaman ahora?
Begbie capta algo y parece percatarse.
—¡Estarán por ahí con Matty y el puto yonqui ese de Swan! Un capullo menos en mi lista de postales navideñas.
—No sabía que tuvieras una lista, Franco —suelto yo, mirando a Segundo Premio, que parece que murmure para sus adentros mientras se queda frito en el rincón; se le cierran los párpados como las persianas de los escaparates. Se acabó el horario de atención al cliente por hoy, ¿sabes?
Pero no para Franco; el menda me mira en plan felino de la jungla al acecho, con todos los pelos del pescuezo erizados y tal.
—Todo dios tiene una puta lista —dice, dándose con el dedo en la cabeza—. Una lista de postales navideñas, ¡y yo a ese capullo acabo de largarle de la mía!
Cuando el menda este está de mal humor no te queda otra que…, ¿cómo se dice?…, contem… contem…, tragar. Así que nos vamos a la sala de billar y dejamos a Segundo Premio echando una cabezadita.
—Ese capullo es un puto lastre —suelta Franco. Cruzamos Duke Street, llegamos al bar de los billares y Begbie se pone a hablar con dos sobraos de cabeza rapada que llevan cadenas y anillos con soberanos de oro. Veo a Keezbo doblado encima del paño verde, echando una partida con un tipo pequeñajo que lleva una sudadera roja con capucha y que tiene un poco pinta de tía, pero no de las que están buenas, ¿sabes? Después veo a Rents, Sick Boy y Matty en un rincón al fondo, mirándolos. Matty se acerca y me dice que tiene que volver con Shirley. Se nota que Franco lo mira con mala cara, como echándole el mal de ojo, ¿sabes?
—¿Habéis conseguido las Agatha Christies[80] y tal? —pregunto a Sick Boy y a Rents.
—Eh, ya —suelta Sick Boy, echando una miradita a Rents. Luego dice—: Eh…, el tío ha dicho que él nos lo soluciona. En plan humanitario. Echan unas bolitas y el ratón no se entera de nada.
—Me alegro, tío, no soportaba lo de la trampa, con ese resorte abatiéndose sobre un bichito peludo de sangre caliente, ¿entiendes?
—¡Deja ya de hablar de putas ratoneras, joder! —salta Franco, que se acerca con una botella de Beck’s en la mano y se pone a contarles lo del palo.
La verdad, no tiene que insistir mucho para convencerlos. En lo que piensan esos dos es en unas navidades blancas de otro género.
—Suena divertido —dice Rents, aunque es imposible saber si lo dice en serio o no es más que una maniobra dilatoria para distraer al Generalísimo e intentar llevarlo a otro terreno. Rents es uno de los pocos mendas a los que Franco a veces hace caso, y sabe manejarlo un poco.
Sick Boy enarca una sola ceja, como Connery cuando entra en un casino.
—Podría ser interesante. Fijo que una casa como ésa estará hasta arriba de objetos de valor.
—Sí, pues no te lo vas a meter todo por los putos brazos, so cabrón —le suelta Begbie; Sick Boy intenta bajarse la manga del jersey para taparse las marcas de pinchazos y luego mira para otro lado con cara de ofendido; le ha jodido mogollón que le hayan cortado el rollo.
Begbie le echa esa mirada gélida que dice «pues sí, cabrones, os tengo calaos», luego me la echa a mí y, por último, a Rents.
—Esto es superserio, joder. Más vale que nadie la cague. Tenemos que ser muchos, porque vamos a dejar ese tugurio pelao y a guardarlo todo en el almacén. No es un puto patio de recreo para yonquis, cabrones. Mira que meteros esa puta mierda en las venas…, menos mal que el capullín ese de Matty se ha pirao, joder…
—Yo me muero de ganas —dice Rents. Creo que Rent Boy quiere hacerlo de verdad. Normalmente suele ser él quien más controla, pero ahora es el que instiga todas las fechorías. El otro día apareció con una bolsa de deporte llena de libros. Eso sí, hay que decir que siempre los lee todos antes de venderlos. Sigue siendo un tío estudioso, incluso ahora que se pica. Y supongo que siempre le ha gustado allanar casas.
—Ya, pero que no se te olvide que esto es serio que te cagas —le dice Franco, fulminándolo con la mirada. Rents asiente—. Tommy, Sick Boy y yo podemos conducir. Me han dejado furgonas Denny Ross, mi hermano Joe y el lameculos ese de Madeira Street, ¿cómo se llama…? El del tupé. ¡Tú y Keezbo montasteis aquel grupo de mierda con él, Rents!
Keezbo iba a hacer una jugada, pero de repente levanta la vista, un tanto incómodo. Eso sí, parece tener al chico-chica completamente en el bote.
—HP —dice Rents—. Hamish Proctor: el Heterosexual Princesa.
—Justo —suelta Franco.
—Ese capullo no es heterosexual ni de coña —se mofa Sick Boy mientras Keezbo mete una roja-negra-roja-rosa. Muy buena, gordinflón—. Es el clásico apaño para disimular. Las tías con las que sale ése o son vírgenes profesionales o son unas putas fag-hags[81]. Ese mariquita no representa ninguna amenaza para ellas. Él y Alison bajaron juntos a Reading y luego se fueron a Francia. ¡Estuvieron por ahí una semana entera y no le puso un puto dedo encima! Me lo contó ella misma… después de un gentil interrogatorio.
Rents sonríe y mira a Franco:
—¿Les dijiste a HP, a Joe, a Dennis y tal para qué querías las furgonetas?
—Y una polla. Lo que no sepan no se lo podrá sacar nadie a leches. Y más vale que todos los que estáis aquí cerréis la puta boca, ¿entendido? —Nos mira de uno en uno. Lo del nota este es para partirse el culo, porque la mitad de la sala de billar oye todo lo que dice el muy zumbao, aunque nadie se lo diga. Eso sí, cuesta aguantarse la risa, tío.
—Ni que decir tiene —dice Rents con cara de póquer.
—Ya, pues os lo digo de todas formas, joder —le suelta Franco en plan sermón, aunque se nota que en realidad la cuestión de fondo es el jaco. El menda no se entera para nada, tío—. ¿Tú estás limpio? —le pregunta.
—Como una patena —contesta Rents con una sonrisa, pero tiene la mandíbula tensa y a Sick Boy se le ve un poco hinchado por la retención de líquidos, y los dos parpadean y se retuercen cantidad. Y que te lo has creído.
Ya sé que el jaco tiene mala prensa, pero a mí me parece guay. Es muy fácil criticar algo desde fuera, pero en esta vida hay que probarlo todo, ¿sabes? Imagínate lo mierderas que habrían sido las cosas para todo quisque si Jim Morrison no se hubiera comido unos tripis. No habría llegado al otro lado y, de resultas, todos esos temas tan guapos habrían sido más mierdosos. Pero el Salisbury Crag[82] tiene mucho peligro, así que no pienso volver a meterme. Goagsie me dio la paliza con que le hacía vomitar. Pero mola: el jaco no hace desaparecer la chifladura de Begbie, los chanchullos de Sick Boy, las quejas de Tommy ni los chistes cutres de Keezbo, ni, sobre todo, los mosqueos de la vieja, que no para de decirme que a ver si me largo y encuentro curro; sencillamente hace que todo eso ya no te agobie.
Aun así nos piramos; se nota un huevo que Tommy no está muy contento, pero se apunta. Recogemos las distintas furgonetas y nos encontramos todos en el lugar de la cita, el polígono industrial de Newhaven. Luego vamos conduciendo hasta la casa pija, aparcamos las furgonetas en la calle de al lado y escalamos el muro de la parte de atrás, cosa fácil para todos menos Keezbo, que suda la gota gorda.
—Date prisa, grandullón —le suelta Rents, que se sopla las manos aunque no haga tanto frío. Tenemos que ayudar a Keezbo a subir; Tam y yo lo sujetamos por ese culo mantecoso que tiene, hasta que más o menos consigue pasar, y luego hace ¡paf!, en el suelo, al otro lado. Es un pasote que haya notas capaces de cargar con todo ese peso por ahí, tío. Atravesamos el jardín de puntillas y forzamos la puerta, que se abre cuando Begbie le da un empujón con el hombro.
Estamos listos para salir pitando si suena la alarma, pero, en efecto, ¡no funciona! ¡Guay! ¡Ya estamos dentro!
Entramos en una cocina de esas gansas, con suelo de piedra y una isla enorme en el centro, como esas que se ven en Beverly Hills, en las películas y tal, ¿sabes? Keezbo mira a Rents y suelta:
—Esto es lo que tendremos nosotros, Mr. Mark, cuando el grupo empiece a tener éxito, pero en Los Ángeles o en Miami, y con piscina en la parte de atrás.
—Sí, claro —dice Rents despectivamente—. Lo único que tenemos nosotros de rockeros es la cantidad de drogas que nos metemos.
—A los de la sección rítmica eso no nos afecta tanto, Mr. Mark, aún podemos cumplir con nuestro cometido —le explica Keezbo, y se pone a registrar la despensa y a meter pan en la tostadora—. Fíjate en los músicos de jazz, se limitan a relajarse y pasarlo bien. Sobre todo los percusionistas. Por ejemplo, Topper Headon —dice, estirando la camiseta talla XXL de Clash City Rockers, que le queda ceñida.
—Lo echaron por picarse, Keith —dice Rents mirando al grandullón con cara de que no se entera. Tío, ¿cómo puede comer en un momento como éste?
—Ya, no les gustaba que se metiera jaco —reconoce Keezbo, al tiempo que encuentra un bote de Marmite—, pero volvieron a admitirle cuando se dieron cuenta de que eso no le impedía tocar la batería como siempre. Seguía siendo mejor percusionista que Terry Chimes.
Esta pareja es capaz de pasarse todo el día discutiendo de cualquier cosa que tenga que ver con el rock and roll. Begbie pone cara de asco cuando ve a Keezbo comiendo, pero saca unos pitillos y el muy desgraciao está a punto de encender uno, así que le suelto
—¡Franco, no! ¡Que se van a disparar las alarmas antiincendios!
—Sí, para eso tendrías que salir fuera, Mr. Frank —dice Keezbo.
A Begbie no le hace ninguna gracia.
—¡Fuera hace un frío que te cagas!
—Pero, Franco…
—Necesito puto fumeque, ¿vale? —y mirando a Keezbo añade—: ¡Todos los demás hacéis lo que os da la puta gana! ¡Algún capullo tendrá que ir a apagar esa puta alarma!
Nos miramos unos a otros y todos los ojos, redondos y brillantes, se posan en mí. Es la historia de mi vida, tío. Estoy marcado como tea leaf [83] pa los restos, por mi talento de niño-mono trepador. Empecé de crío, entrando en casas para ayudar a las viejas que se habían dejado las llaves en casa y se habían quedado en la calle. Y luego vino el día en que mi viejo me señaló un piso de un edificio, al final de Burlington Street, y me contó que su amigo se había quedado sin poder entrar en casa.
—Sube ahí arriba, Danny, hasta esa ventana, el pobre Freddy ha perdido las llaves, ¿vale? —me suelta el viejo, mirando a su amigo, que estaba ahí con careto triste. Así que trepo por el canalón y entro por la ventana; llego a la otra punta de la casa y les abro la puerta principal antes de que hayan terminado siquiera de subir las escaleras. El tal Freddy me suelta un par de libras y el viejo me dice que tire para casa. Pero me quedé esperando fuera, de extranjis, agachado detrás de un coche, y los juné llevándose el botín chorizado de la casa y metiéndolo en una furgoneta.
Así que en todo ello hay lo que los comentaristas deportivos llaman «una cierta inevitabilidad» y tal. Me doy por vencido y me fijo en un cuarto de lavar y planchar que hay en un hueco. «Ahí dentro hay una escalera de mano», y voy para allá y saco una gran escalera de aluminio. «Con esto nos valdrá».
—Date prisa, cabrón —me suelta Franco—. ¡Estoy que me asfixio!
Así que me subo a la escalera y me acerco a la luz roja que parpadea en el disco blanco. Mientras, oigo a Keezbo y a Rents, que siguen dale que te pego, aunque ahora han pasado a hablar de fútbol:
—Robertson tendría que ser fijo en la selección escocesa, Mr. Mark, las estadísticas hablan por sí solas.
—Pero Jukebox es un goleador y un tío que crea ocasiones de gol. Eso siempre le aportará más beneficios a un equipo que un sansón de tres al cuarto que no hace más que acumular faltas.
Me parece que Rents es injusto con Robbo, porque a mí el tipo me cae bien. Antes de que le corrompiera el lado oscuro fue Hibby[84], y voy a decir algo, pero no estoy muy contento, porque la escalera esta se tambalea en este suelo de piedra irregular, pero enseguida cierro el cazo con codicia alrededor del detector y estoy a punto de desatornillarlo, cuando algo se tuerce y chirría y las suelas se me separan del metal: vuelo por los aires y lo siguiente de lo que tengo conciencia es de estar tendido en el suelo de piedra…
… tumbado ahí y tal, viendo la luz roja parpadeante…
—¡Joder! ¡Danny! ¿Te has hecho algo? —me pregunta Sick Boy.
—No te muevas —suelta Rents—, no te levantes. Intenta mover los dedos de los pies primero. Luego los pies.
Así lo hago, y no hay problema, así que trato de incorporarme, pero tengo un dolor extraño e intenso en el brazo, tío.
—Ay, mi brazo, estoy jodido…
—Serás inútil —me suelta Begbie, que sale a encenderse el pitillo—. ¡Joder, aquí fuera me estoy helando!
Me levanto, pero tengo el brazo muy, muy jodido; no lo puedo mover, y se me queda colgando al lado. Cuando intento levantarlo, me sube de las tripas una sensación de náusea muy, muy chunga. Los chicos me llevan al salón y me acuestan en el sofá.
—Quédate aquí, Spud, no te muevas —me suelta Rents—. En cuanto hayamos cargado las cosas, te llevaremos al hospital.
Keezbo no para de pegarle bocados a la tostada con Marmite, y yo con el brazo venga a palpitarme de dolor.
Begbie entra y ve a Rents pintarrajeando la pared con un rotulador y escribiendo en grandes letras negras:
CHA MORRISON ES INOCENTE
—Ahora no creo que Donaldson se esfuerce tanto por defender a ese cabrón —dice sonriente.
Franco empieza a partirse de risa y grita:
—¡Tam! ¡Keezbo! ¡Mirad lo que ha hecho Rents! ¡Así aprenderán esos cabrones! —Y le sacude a Rents un puñetazo en el brazo—. ¡Vaya estilazo del carajo que tiene el capullo pelirrojo este! —dice, arreándole una palmada en la espalda.
Estoy hecho una mierda, pero quiero ver qué clase de botín vamos a sacar, así que me meto el brazo dentro de la chaqueta y me abrocho los botones de abajo para hacerme una especie de cabestrillo. Luego ayudo a los muchachos a explorar la choza. Miramos hasta el último rincón, y la cosa pinta guay, sobre todo unas joyas que hay en una caja, encima del tocador conyugal. Sé que está mal, pero, igual por culpa del dolor del brazo, me toca menos botín, así que me guardo un par de anillos, brazaletes, broches y collares en el bolsillo, mi alijo personal, y luego les anuncio que he encontrado un botín.
De repente, Tommy sale a toda leche de un dormitorio, más pálido que una sábana.
—En esa cama hay una chavala —suelta en voz baja, muy acojonao—. Ahí dentro.
—¿Cómo? —Franco tensa los músculos del cuello.
—Me cago en la puta —dice Rents.
—Pero está como dormida…, a ver, es como si… ¡como si estuviera muerta, joder! —Tam tiene los ojos más abiertos que los agujeros que dejaría en la nieve una meada de elefante. Suponiendo que los elefantes supieran lo que es la nieve y tal—. Dentro hay pastillas… y vodka…, ¡la titi esta se ha suicidado, tío!
Ahora yo también me cago patas abajo.
—Uau, tío…, tenemos que salir de aquí pero ya…
Sick Boy sube las escaleras con los ojos desorbitados.
—¿Muerta? ¿Una chavala? ¿Aquí?
Franco menea la cabeza:
—Tal como lo veo yo, joder, si la capulla está muerta, nosotros seguimos a lo nuestro, coño. Está claro que nadie sabe nada ni le importa un carajo.
—Ni de coña —le dice Tommy—. ¡A mí sí que me importa, joder! ¡Yo me piro!
—Espera —dice Rents, que entra silenciosamente en el dormitorio. Nosotros lo seguimos. Y es verdad, en la cama hay una tía tumbada y tiene pinta de extranjera. Espeluznante, tío. Y a mí me deja destrozao, porque es chungo que eso lo haga un pibito joven, como el chavalín de la tal Eleanor Simpson. Es supertriste, tío, y encima era un niño pijo con mogollón de cosas que esperar de la vida. Te piensas que son los casos perdidos, como aquí el memo que os habla, los que tendrían que quitarse de en medio y sanseacabó, ¿sabes? Claro que, con la suerte que tengo yo, nada más acabar de hacerlo aparecería alguna preciosidad como Nicky Hanlon en el funeral y diría: «Es curioso, y yo que estaba a punto de pegarle un telefonazo a Danny para ver si le apetecía venir a mi casa a echar un polvo». Fijo que con mi suerte la cosa sería así, ¿eh?
En la mesilla de al lado de la cama hay un montón de pastillas y una botella de vodka; se la ha atizado casi entera. Cojo unas cuantas pastillas de las que han sobrao para el dolor de hombro que tengo y me las echo al coleto con el último culín de vodka.
—¿Serás imbécil, capullo? —me espeta Franco—. ¡Ahora has dejao tu saliva por todo el cuello de la botella!
—Pues si tanto te mola el rollo forense, tío, ¿por qué no dijiste nada cuando Keezbo estaba haciendo tostadas? —le pregunto, mosqueado a tope.
—¡PORQUE NO TENÍA NI IDEA DE QUE HABÍA UN PUTO CADÁVER EN LA CAMA, GILIPOLLAS! —me grita a la cara, y luego baja la voz y me sisea—: Si está potted[85] te pueden acusar de complicidad!
Asiento, porque no se puede decir otra cosa que: «Es verdad…, bien pensado, Franco».
—¡Menos mal que aquí hay por lo menos un cabrón que piensa, joder!
Rents se acerca a mirar a la chica, la agarra del hombro y la sacude:
—Señorita…, despiértese…, tiene que despertarse. —Pero la chavala está totalmente ida. La coge de la muñeca y le busca el pulso—. Tiene pulso, pero está débil —suelta. Y entonces le pega un bofetón en la cara—. ¡DESPIERTA! —Se vuelve hacia Tommy—: ¡Ayúdame a levantarla!
Tommy y Rents empiezan a sacar a la tía de la cama; es una chavala bastante guapa, o más bien lo sería si no estuviera hecha una mierda. Pero es tirando a rellenita, y lleva un vestido de noche largo, aunque no es de los que se transparentan y tal. Tampoco es que en estas circunstancias vaya a fijarme demasiado, claro.
—¿De qué va toda esta mierda de la ambulancia de St. Andrews? —se queja Begbie.
Pero Tommy y Rents no le hacen caso; han levantado a la tía, que gime y echa mocos por la tocha, y se la llevan a rastras al cuarto de baño.
—Keezbo —dice Rents—, tráenos un poco de agua caliente en una tetera. Que no llegue a hervir, pero que lleve mogollón de sal. ¡Venga!
—De acuerdo, Mr. Mark…
Sientan a la chavala en el borde de la bañera. Rents le pone la mano debajo de la barbilla, le levanta la cabeza y la mira a los ojos, pero está completamente ida.
—¿Cuántas te has metido?
Entonces la tía murmura algo en una especie de lengua extranjera.
—Parece italiano —suelta Tommy, y se vuelve a Sick Boy—. ¿Qué dice?
—No es italiano.
—¡Pues suena a italiano, joder!
Begbie le suelta a Tommy:
—Al capullo este ni lo mires: ¡este cabrón no tiene ni puta idea de italiano!
—Sí que sé, pero esto parece español… —dice Sick Boy, acercándose a la chica.
Entonces Begbie se interpone entre los dos, cerrándole el paso.
—No se te ocurra acercarte a ella, coño.
—¿Qué? ¡Pero si estoy intentando ayudar!
—Rents y Tam ya lo tienen todo controlao. A la chavala no le hace falta que la ayudes tú, joder. Ya me he enterao de cómo ayudas tú a las tías, coño —le suelta. A Sick Boy no le gusta, pero no dice ni mu—. Tú mira a ver lo que haces, coño —le recomienda el Pordiosero—. Que ya empiezas a tener una puta fama.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Sick Boy, levantando el mentón.
—Ya lo sabes, joder.
Sick Boy se echa discretamente atrás.
—¿Cómo te llamas? —le grita Rents a la chica—. ¿Cuántas pastillas te has metido?
La tía sacude la cabeza, que se le va para un lado. Rents se la vuelve a levantar y la mira a los ojos.
—¿CÓMO… TE… LLAMAS?
—Carmelita —consigue decirle entre jadeos.
El brazo me duele de verdad y me distraigo leyendo una placa con rima que hay en la pared:
Por favor, no debes olvidar que el cuarto de baño seco ha de quedar, no dejes en el agua la pastilla de jabón y cumple siempre esta recomendación…
Esa placa tendríamos que tenerla nosotros en casa fijo, porque cada vez que pasa por ahí mi hermana pequeña, Erin, parece que haya explotado una bomba dentro. Pero no le puedo decir nada. Y el piso con Rents y Sick Boy, en fin, eso va mucho más allá de cualquier principio de higiene, tío. En el cuarto de baño tenemos una araña de puta madre que se llama Boris. No para de caerse a la bañera. Y yo no paro de sacarla y dejarla en el alféizar de la ventana. Pero cada vez que vuelvo, me la encuentro otra vez tratando de salir de la bañera trepando ladera arriba, pero siempre se cae otra vez ¿sabes?
Keezbo aparece con una tetera.
—Está llena de agua salada caliente.
—Una puta tetera, anda ya —se mofa Begbie, y se larga.
—Vale, Carmelita, no sé qué coño te has metido, pero ahora lo vas a echar. —Rents le echa la cabeza hacia atrás y le tapa las aletas de la nariz con los dedos, mientras Keezbo le mete el pitorro en la boca y levanta la tetera. Tommy sigue sujetándola para que no se caiga del borde de la bañera.
Ella traga un poco y luego parece que se atraganta y sale agua disparada por todas partes. Y de repente la chavala se echa bruscamente hacia delante y se pone a vomitar dentro de la bañera; tío, se ven a tope todas esas pastillas blancas, sin digerir, dentro de la mezcla, pero a mogollón. Cuando para de vomitar, Rents le vuelve a meter el pitorro de la tetera en la boca.
—No…, no…, no —dice ella, intentando apartarla.
—Igual ya ha tenido bastante —dice Tommy.
—Tenemos que vaciarle el estómago del todo —insiste Rents, y la obliga a beber más. Y sí, la chica tiene otra arcada y vuelve a echarlo todo, y luego otra más, hasta que lo que sale es totalmente transparente. Tommy y Rents no la dejan hasta que ya no sale nada más y sólo echa potas secas. Por la forma en que la cogen del pelo, y ya sé que no está nada bien decirlo, ¡se parece un huevo a una peli porno que vi una vez, en la que una chica se la chupaba a dos tíos!
Sick Boy y yo salimos al pasillo, donde está Begbie esperando.
—Así que ahora esos tontos del culo han reanimado a una puta testigo que puede identificarnos a todos y decir que estuvimos en casa de un QC. Cojonudo —salta Sick Boy.
—Cierra el pico —le suelta Franco—. Y empieza a bajar putos cacharros por la escalera.
—¿Como qué? —pregunta Sick Boy, encogiéndose de hombros.
—Como las putas alfombras que hay en las putas paredes, por ejemplo. ¡Cualquier capullo que cuelgue una jodía alfombra en una pared está pidiendo a gritos que se la choricen!
Así que me voy de nuevo a los dormitorios. Tío, el brazo me está matando gracias a Begbie, así que yo, a por las joyas.
—Que no salga de ahí dentro —grita Begbie a Tommy y a Rents—. ¡Porque, como me vea el careto a mí, le voy a meter por el gaznate algo más que unas cuantas pastillas de mierda y un poco de vodka!
Saben que no bromea, así que se ponen en plan «sí, amo», a tope y eso.
En otro dormitorio, que es como de chavala adolescente, hay algunas joyitas muy guapas, así que me las guardo en el bolsillo de la chaqueta. Pero con un solo brazo es superjodido. Entonces entra Sick Boy. Me ha pillado más in fraganti que una marcha protestante en Belfast Este, pero no dice nada porque está superfurioso.
—¿Has oído a ese puto psicópata juzgando a los demás? ¡Él! —cuchichea en tono grave y venenoso—. Y Tommy, Míster Cuadriculado, tan desesperado por unirse a las filas de la Gente Perfecta.
—¿Y qué quieres decir con eso?
—Ya los conoces, Spud. La Gente Perfecta. Nunca se drogan, a menos que sea hachís o alcohol, que no cuentan. Siempre dicen lo correcto. Nunca se saltan las normas. Se muere de ganas de ser uno de ellos.
—Pero si sólo intenta ayudar a la chica, Si.
—Y ese puto maricón lameculos de Hamish y su piojosa furgoneta…, ¿quién coño se habrá…?
En fin, cuando el nota este se pone así, no hay forma de razonar con él, así que me alivia oír la voz de Begbie tronando por el hueco de la escalera:
—¡SICK BOY! ¡QUIERO VER TU PUTO CULO AQUÍ AHORA MISMO! ¡Y EL TUYO TAMBIÉN, SPUD!»
—Joder —salta Sick Boy, pero de todos modos baja, y yo salgo derechito tras él.
Así que vamos cargando cosas en la furgona, yo sólo cosas pequeñas, y, al poco rato, Rents baja a echar una mano. He hecho una buena limpieza con la tomfoolery[86], pero me tintinea en los bolsillos, así que subo disimuladamente al tigre a relevar a Tommy, que ha estado controlando a la chica, que está sentada en la tapa del váter recobrando el aliento.
—Eh, por ahí necesitan tus músculos, Tam —digo, señalándome el brazo.
—Vale…, tú vigílala —me suelta Tommy—. Cuando esté lo bastante fuerte para ponerse de pie, llévala otra vez al dormitorio y acuéstala.
La chica me mira y lloriquea abrazada a un albornoz que le ha traído alguien; va dando sorbitos a un vaso de agua. Algo en su cara redonda, amable y con esos ojazos negros me dice que no nos va a delatar. Se nota a tope. Nos ponemos a charlar y me cuenta que estaba deprimida aquí, lejos de su familia.
Al poco rato la ayudo a levantarse con el brazo bueno, la llevo a su habitación y le digo que se acueste; luego me voy y cuento a los chicos lo que hay. Decidimos que Tam y yo la llevaremos en taxi al hospital. La coartada será que ella ya estaba en Urgencias cuando dieron el palo en la cueva, y así constará en los archivos del hospital. Cuando vuelva, hará como que descubre el robo y llamará a la policía. La chavala está completamente por la labor: se nota que la familia y ella no se tragan.
—Dice que no se chivará, pero ¿quién sabe lo que contará la muy guarra en comisaría en puto español? —suelta Franco.
—Sólo nos ha visto bien a mí, a Tommy y a Spud; somos los únicos que corremos peligro —dice Rents—. Acabamos de salvarle la puta vida, así que yo me jugaría algo a que no cantará.
—Vale, pero es tu puta condena —bufa Begbie, que por suerte parece estar de acuerdo, y se ponen otra vez a cargar las furgonetas.
Al poco rato salimos los tres, yo, Tam y la tal Carmelita, que lleva vaqueros, zapatillas, un jersey y un gran abrigo negro; ya es de noche. Bajo la luz anaranjada de las farolas está todo oscuro y hace un frío que pela. Vamos andando despacio hasta la calle principal y Tam para un taxi.
—Me he hecho daño en el brazo, ¿sabes? —le cuento a la Carmelita esta.
—¿Cómo lo llevas? —le pregunta Tommy.
Carmelita dice que bien con un poco de vergüenza, con todo el pelo en la cara, mientras Tommy abre la puerta del taxi. Subimos ella y yo.
—¿Seguro que podéis ir solos? —pregunta Tam.
—Sí, Tommy, todo va de puta madre.
Así que al final Carmelita y yo acabamos en Urgencias. Está a reventar de los pirados habituales, en su mayoría, felinos que se han pasao de nébeda y se han lanzao a la vez sobre el mismo cuenco de leche, y luego se han peleao y han acabao a zarpazo limpio.
—Debes de echar de menos España y tal —le digo—. Ahora allí se estará de puta madre.
—Sí. Este invierno ha hecho mucho frío, muchísimo más que en Sevilla.
Esta chavala mola bastante; sí que es triste pensar que una tía joven pueda querer hacer algo así. Eso demuestra que en realidad nadie sabe lo que pasa en la cabeza de los demás. Ahora sí que no entiendo nada, ¿sabes?
—¿No te gusta trabajar aquí?
Mira directamente al frente antes de volverse hacia mí:
—Mi madre está enferma y mi novio… murió en un accidente de moto. La familia de aquí no me trata bien. Me emborraché muchísimo y estaba tan, tan mal… Por suerte, Dios os envió a buscarme a ti y a tus amigos.
—Eh, sí, eso —le suelto. Más bien fue Begbie el que nos envió a dar el palo o, en el caso de Rents y Sick Boy, el jaco los envió a buscarla. En cualquier caso, supongo que el capo celestial obra de maneras misteriosas, y fijo que podríamos haber sido Sus agentes y tal. Él haciendo de M, del Bernard Lee ese; nosotros, de Bond, y Carmelita, de espía extranjera exótica a la que salvamos a lo grande. Enviados por el jaco a salvarla. Con lo que ahora mismo me duele el brazo, no me importaría meterme un chutecito de Salisbury, ¿sabes?
Fuaa, tío, se nos acerca una monada de enfermera de ojazos enormes, melena rubia, recogida, y flequillo sexy. Con esta gatita no me importaría compartir cesto.
—¿Carmelita Montez?
Carmelita me mira con sus enormes ojos llorosos y me tiende la mano. Yo se la cojo torpemente con la buena.
—Gracias, Danny… —me dice entre lágrimas, mientras la enfermera ultrabuena la acompaña a una de las consultas.
Es una chavala muy maja y no nos va a chotar, eso lo sé. Sé que está mal ocultar a los chicos lo de las coos and bulls[87], pero se han llevado un montón de cosas más que se pueden repartir, ¿sabes? El caso es que lo único que quiero es que me den una dosis aquí arriba, porque me encuentro fatal, fatal, fatal, tío. ¿Sabes cómo te digo? Me pregunto si estos mendas pondrán inyecciones de morfina por un brazo reventado. Es que si no, salgo pitando a todo gas a casa de Johnny Swan con todos los anillos, collares y pulseras estos en el bolsillo.