Dicen que la libertad nunca ha salido gratis. Pronto me quitarán la beca, la convertirán en un préstamo y, después de eso, game over. Que le den a acumular deudas que nunca podrás pagar. Para eso, me pongo unos grilletes en los tobillos y me los dejo puestos toda la vida. Cuando la gente como Joanne y Bisto se casa y se convierte en profesor o en funcionario municipal, se pasa el resto de la vida acumulando mogollón de deudas; préstamos para estudiantes, hipotecas, plazos de automóvil. Luego echan la vista atrás y se dan cuenta de que los timaron.
¿Por qué tiene que importar el futuro? Tengo mi propio queo y mi chica tiene el suyo, aunque siempre durmamos en uno de los dos. Vamos juntos a la biblioteca de la universidad, debatimos, hablamos de los trabajos que tenemos que preparar, buscamos textos el uno para el otro, hasta que volvemos a su pequeña habitación repleta de libros o a la mía. Cocinamos el uno para el otro y ella me ha metido en el rollo vegetariano, por el que hace tiempo que tenía interés. Me gusta la carne, pero si no puedes permitirte comprar género de calidad, no haces más que envenenarte, joder. Que le den por culo a ingerir toda esa mierda procesada que le meten a los pasteles y la comida rápida.
Lo más importante es que follamos al menos dos veces al día. Sexo como está mandado: relajado y sin prisas, en lugar de corriendo y a hurtadillas. El lujo sublime de desnudarte por completo y no tener que volver a vestirte a toda prisa. Me choca pensar que, aunque me haya tirado a dieciocho chicas, la única que me ha visto desnudo un rato largo ha sido Fiona. Todavía tengo la sensación de que en cualquier momento nos va a interrumpir algún cabrón. Tengo que recordármelo constantemente: tómate tu puto tiempo.
Pero después, cuando estoy en sus brazos, como ahora mismo, es como si estuviera atrapado en un torno. Tengo ganas de levantarme y salir a dar una vuelta.
—Qué impaciente eres, Mark —me dice ella—. ¿Por qué no te relajas nunca?
—Es que me apetece dar un paseíto.
—Pero si fuera hace un frío que pela.
—Aun así. Igual compro algo para hacer un revuelto luego.
—Pues vete tú —dice ella, medio soñando; afloja el abrazo, da media vuelta y procura volver a conciliar el sueño.
Y yo me visto y salgo por la puerta. ¿Cómo le explicas a alguien a quien quieres que, a pesar de todo, necesitas más? ¿Cómo? Se supone que el amor contiene todas las respuestas, y que nos lo da todo. All you need is love. Pero eso es una puta mentira: yo necesito algo, pero no es amor.
El teléfono comunitario del pasillo de la residencia me tienta. Hay una griega loca que siempre anda colgada del aparato, largando sin parar durante horas. Pero, como ahora mismo está libre, llamo a Sick Boy a Monty Street. El otro día fue a declarar a los juzgados. Contesta con mucha cautela.
—¿Quién es?
—Mark. Oye, llámame tú, esto está a punto de cortarse —le canto el número y se lo repito antes de que se corte la comunicación.
Y, en efecto, al final del pasillo blanco aparece la griega. Trae el careto más tenso que una mortaja.
—¿Estás usando el teléfono?
—Sí, me van a llamar ahora mismo.
La jodía monopolizadora jeta pone mala cara, pero se sienta en una de las tres hileras de asientos y saca un libro.
Un minuto más tarde suena el teléfono.
—¿Qué tal, Rents? ¿No llevas puto cambio encima, agarrao de los cojones?
—No…, los teléfonos estos se lo comen todo. ¿Qué tal el juicio?
—Peor imposible. Ha sido una puta pesadilla. En cuanto entré y vi el careto del juez aquel, me dije: esto no pinta bien. Chris Moncur, otro tío que se llama Alan Royce y yo dijimos todos más o menos lo mismo. Pero en lo tocante a los hechos era la palabra de Dickson contra la de un muerto. Dieron por buenas todas las mentiras que les contó; que si discutieron, que si hubo unos golpes y que si Coke se cayó, se abrió la cabeza y murió. Una simple condena por agresión, o sea, una miserable multa de quinientas libras. No es sólo que no vaya a ir a la cárcel, es que ni siquiera van a retirarle la puta licencia.
—¿Me tomas el pelo…?
—Ya me gustaría. Janey está hecha polvo y Maria se echó a llorar y empezó a despotricar contra todo el juzgado. Tuvo que sacarla su tía. Y el juez con ese careto frío y arrogante todo el rato. Luego se puso a largar acerca de la bebida como causa fundamental de este trágico accidente; dijo que los borrachos acosaban continuamente a los taberneros y que Coke era un beodo confeso…; la familia está destrozada, Mark. En serio, tío, ha sido el día más chungo de mi vida…
Sick Boy habla sin cesar, y aunque no llegué a conocer mucho a Coke, lo recuerdo como un borracho feliz y cantarín; de vez en cuando podía ser un string vest[68], pero nunca se ponía violento ni agresivo.
—Son unos vendidos —le digo; miro a la griega, que me está echando el mal de ojo por encima del libro.
Cuelgo y me quedo abatido, así que salgo a patear la calle un rato. La insistente lluvia ha dado paso a una bruma nacarada que envuelve la ciudad. Me tiro siglos callejeando; poco a poco, empiezo a notar el frío en la cara; vuelvo con Fiona y me la encuentro despierta y vestida; le cuento lo de Coke. Dice que habría que poner en marcha una campaña para que se haga justicia a un parado alcohólico y se castigue a un expoli francmasón y dueño de un pub, y a un juez del Supremo.
No la interrumpo, la dejo darse el gusto, pero no dejo de pensar: No es así como funcionan las cosas. Entonces llega la hora de que se marche. Se supone que voy a pasarme por su casa esta noche. Mientras se pone su largo abrigo marrón, me posa los dedos amorosamente en la nuca. Su mirada es tan serena que podría perderme en ella para siempre.
—¿A qué hora piensas pasarte?
Cuando sopeso esta pregunta tan sencilla, es como si se dilatara hasta abrirme los pensamientos en canal. ¿A qué hora?